Si prestamos atención a la filosofía intrínseca del Eid al-Adha se nos abrirán muchos caminos. Un mensajero elegido por el Justo, el profeta Abraham (P), hizo un sacrificio en el Eid al-Adha. En algunos casos, sacrificar a los seres queridos de uno va más allá de sacrificar la propia vida. El profeta Abraham estuvo a punto de sacrificar en el camino de Dios a un ser querido, un niño pequeño que Dios el Altísimo le concedió a una edad avanzada, después de toda una vida esperando descendencia. «Alabado sea Dios, Quien me otorgó, a pesar de mi mucha edad, a Ismael e Isaac.

En verdad, mi Señor escucha la súplica» (Sagrado Corán, 14:39). Dios el Altísimo le había concedido aquellos dos hijos a una edad avanzada, probablemente al final de una vida entera de espera impaciente. A esa edad ya no tenía esperanzas de tener otro hijo. El Príncipe de los Mártires de este mundo, el Imam Husayn (P), símbolo del sacrificio y el martirio, recuerda aquel suceso en la sagrada plegaria de Arafa. «Y Abraham decidió sacrificar a su hijo a una edad avanzada, tras una vida de espera». Esto es parte de una duá recitada en Arafa por el Imam Husayn (P), y que recitaron ayer los peregrinos del Hach.

Para los creyentes que quieren seguir el sendero de la verdad, la trascendencia y la perfección, aquel sacrificio es un símbolo. Hacerlo sin sacrificios es imposible. De hecho, todas las pruebas a las que somos sometidos implican un elemento esencial: todas conllevan un sacrificio. En ocasiones, eso supone sacrificar la propia vida o los propios bienes. Otras veces, supone perdonar a alguien por cosas que ha dicho y en las que insiste con terquedad. Pero otras veces supone sacrificar a los seres queridos, a tus hijos y a quienes amas.

Ser puesto a prueba implica soportar dificultades. Cuando se pone una dificultad en el camino de un individuo o de un pueblo, soportar esa dificultad es una prueba. Si se aguanta esa dificultad, se alcanza el destino deseado. Y si se falla —si no se usa el talento que uno tiene, si no se superan las pasiones—, se queda uno en el camino. Eso son las pruebas. Dios no nos somete a pruebas divinas para conocernos y saber en qué nivel estamos. Las pruebas divinas son en realidad un paso hacia el propio destino. Cuando se nos pone a prueba y conseguimos soportar las dificultades de la prueba, alcanzamos una nueva situación, una nueva etapa de la vida. Y, en este aspecto, naciones e individuos no son diferentes.

17 de noviembre de 2010