La grandeza de los actos de Zainab al-Kubra (P) se refleja en lo que nos ha llegado de sus discursos. En su inolvidable alegato del mercado de Kufa no nos encontramos con un modo de hablar ordinario ni con la simple opinión personal de una figura importante, sino un gran análisis de la situación de la comunidad islámica en ese momento, expresado en esas circunstancias con las más bellas palabras y los conceptos más profundos. Fíjense en su carácter: ¡qué fortaleza! Apenas dos días antes, su hermano —que era su Imam y su líder— había sido martirizado en un páramo junto a sus seres queridos, los pequeños, sus hijos y demás. Hicieron presos a un grupo de varias decenas de mujeres y niños y los pasearon sobre camellos como cautivos frente a las miradas de la gente, que iba y miraba. Algunos daban muestras de júbilo, otros lloraban. En tal situación trágica, aquel sol de grandeza relució de repente, usando el mismo tono que usaba su padre, el Príncipe de los Creyentes, cuando hablaba frente a su umma desde el púlpito califal.