En el día de Ashura, Zainab al-Kubra (P) vio con sus propios ojos a muchísimos de sus seres queridos partir para ser sacrificados y caer mártires. Vio a Husain ibn Alí (P), vio a Abbás, vio a Alí Akbar, vio a Qasim, vio a sus propios hijos y a otros hermanos. Tras su martirio, atravesó todo tipo de sufrimientos: la ofensiva enemiga, las ofensas y la responsabilidad de encargarse de los niños y las mujeres. ¿Acaso puede compararse la enormidad de esa tragedia con un mero sufrimiento físico? Cuando se vio frente a todas esas penalidades, Zainab no pidió a Dios que la salvara. No dijo: «¡Señor mío! ¡Sálvame!». Lo que dijo en el día de Ashura fue: «¡Oh Dios! ¡Acepta esto de nosotros!». Teniendo ante sus ojos el cuerpo destrozado de su hermano, con el corazón orientado al Creador dijo: «¡Oh Dios! ¡Acepta de nosotros este sacrificio!»; y cuando le pidieron que describiera lo que había visto, respondió: «No he visto nada más que belleza». En todos aquellos desastres, para Zainab al-Kubra (P) lo que había era belleza, por venir de Dios y por ser para Dios, por tener lugar en Su camino, en el camino de la propagación de Su palabra.