«El Imam Baqir y el Imam Sadiq (con ellos la paz) decían que Dios el Altísimo retribuyó a Husain (con él la paz) el que lo mataran con el Imamato de sus descendientes, las propiedades curativas de su tierra sepulcral, la satisfacción de las plegarias hechas en su tumba, y que los días durante los cuales los peregrinos van y vienen (para peregrinar) no se descuenten de sus vidas». Está claro que esto es solo una parte de la retribución, porque, ya sobre los mártires ordinarios (por poner un ejemplo, quien en el campo de batalla es alcanzado por una flecha o recibe un golpe de espada y cae mártir), Dios el Altísimo dice: «Sino que están vivos y provistos de todo junto a su Señor / Contentos por el favor que Dios les ha otorgado y felicitándose por aquellos que todavía no les han alcanzado y han quedado atrás, porque no tienen por qué temer» (Sagrado Corán, 3:169-170). Cuando Dios el Altísimo dice esto de un mártir ordinario, la retribución de uno como Husain ibn Alí (con él la paz), cuyo martirio es incomparable a ningún otro ―o al menos yo no tengo conocimiento de otro en toda la historia que haya soportado tales padecimientos y penalidades por un objetivo excelso de tan altos vuelos―, tampoco puede compararse a la que recibe un mártir ordinario.

Entre esas retribuciones y recompensas está lo que se refiere en este hadiz. Y no imaginemos que la retribución de Husain ibn Alí (con él paz) se limita a eso, sino que lo incluye, y ya es muy importante. Una es, según dice el Imam, que «Dios el Altísimo retribuyó a Husain (con él la paz) el que lo mataran con el Imamato de sus descendientes». El Imamato, ese estandarte al viento, ese sol reluciente para toda la historia, se situó en la descendencia de aquel gran hombre, en su progenie.

«Las propiedades curativas de su tierra sepulcral»: si alguien consume la tierra de su tumba, sana, es medicinal, cura. La tierra es tierra, pero esa tierra, por la bendición de la vecindad de ese cuerpo purificado, tiene tales propiedades que cura. 

«Y la satisfacción de las plegarias hechas en su tumba»: esa es otra. Recen ustedes junto a la tumba de Husain ibn Alí (con él la paz), que sus plegarias serán respondidas. De verdad. Oren, y que no sea un movimiento mecánico de la lengua. Recen, recen a Dios. Dios el Altísimo ha prometido que responderá. Para quienes van y recorren el camino a pie hasta llegar allí en esta marcha de Arbaín ―este fenómeno asombroso que ha surgido en estos años―, realmente Dios el Altísimo ha puesto un gran don divino a su disposición.

«Y que los días durante los cuales los peregrinos van y vienen no se descuenten de sus vidas»: esta es otra más. Si Dios el Altísimo les da a ustedes, por poner un ejemplo, diez mil días de vida, esos cuantos días en que están ustedes yendo y volviendo de la tumba de ese gran hombre no se cuentan. Se suman a ese total de días que Dios el Altísimo ha dispuesto que vivan ustedes. No forman parte de ellos, son adicionales, son un desbordamiento de la vida.

Muhammad ibn Muslim refiere que, cuando los Imames declararon aquello, él dijo que, si aquella gloria, aquella grandeza y aquel alto rango se dan a unos y a otros por la bendición del Imam Husain; si a quien consume ―come― la tierra de su tumba, se le hace un favor; si esa gloria, ese don y esa grandeza se le dan por la bendición del Imam Husain; y si, por él, Dios el Altísimo da a los demás gloria y grandeza, tal presente y tal favor, ¿qué no le dará a él mismo?

«Y dijo que Dios el Altísimo lo une al Profeta (las bendiciones de Dios sean con él y con su familia)»: la retribución que se le da a él mismo consiste en su unión con el Profeta. La existencia del Nobilísimo Profeta es el epítome de todos los carismas divinos en el mundo de lo existente. Dios lo une al Profeta en la Resurrección, en el Paraíso.

«Y lo acompaña en grado y categoría»: en el Día de la Resurrección, el Imam Husain alcanza el rango y la categoría del Profeta.

«Entonces recitó el Imam Husain (con él la paz) la aleya “Juntaremos a quienes sean creyentes y a sus descendientes que les hayan seguido en la fe» (Sagrado Corán, 52:20). Uno de los ejemplos de esta aleya es este caso.

Ayatolá Seyed Alí Jameneí en un encuentro con los adolescentes del Irán islámico