El enfermero es para el enfermo un ángel de la misericordia. Cuando el paciente se ve del todo desvalido, en esas horas en las que no están a su lado ni el cónyuge, los hijos o los padres, pone las esperanzas, tras Dios, en el enfermero o enfermera, que es quien, como los espíritus celestes, como los ángeles de la misericordia, atiende sus dolores, sus problemas y sus necesidades corporales y emocionales. Todo eso es importantísimo. Es algo que no cae en el olvido ante Dios el Altísimo. 23/06/2004

La enfermería es una de las labores más duras, desde el punto de vista de la presión anímica y corporal que soporta el enfermero. Sentarse al lado de un paciente y pasar tiempo con él sin cesar, oír sus lamentos, tratarlo con amabilidad, sonreírle, aliviarlo de sus muchas molestias con actos, comportamientos y generosidad durante su enfermedad requiere un temple de acero. Esa es la situación a la que se enfrenta el enfermero o enfermera: un paciente que sufre, un enfermo cuya esperanza en la vida está debilitada, un enfermo que no tiene acceso a nada ni a nadie —en particular, los niños enfermos—, o bien, padece una enfermedad de extremada dureza, o está pasando un periodo en cuidados intensivos. Fíjense ustedes, cuánta presión ejerce la enfermería y la atención a tales pacientes sobre el ánimo, el cuerpo y los nervios, y qué inmensos recursos —dulzura, aguante, tolerancia, indulgencia y buen humor— son necesarios para que el enfermero pueda amoldarse al paciente. Sin embargo, la actitud del paciente con el enfermero es la inversa de la del enfermero con él; no es amable. A veces es agria. Y, además del enfermo, a veces las expectativas de las personas que hay alrededor de él respecto al enfermero adquieren la forma de la protesta si un servicio se retrasa un poco. A veces se irritan y a veces regañan. Soportar todo eso es muy duro. La dificultad del trabajo del enfermero no es una dificultad corporal. No es como, por ejemplo, ir a cavar con un pico a un entorno desagradable como puede ser una mina u otro sitio similar, pero, desde el punto de vista de la presión anímica y nerviosa, es más difícil. 23/06/2004

En la tradición, se dice que quien va a visitar a un enfermo es como quien se sumerge en la misericordia divina. Es posible que haya quien se sorprenda, pensando qué puede tener de particular ir a ver a un enfermo. Pero ustedes, los enfermeros y enfermeras, conocen las necesidades del enfermo y los efectos que tiene su labor, y entienden por qué se ha estipulado una retribución tan grande para quienes tienen pacientes a su cargo y para los enfermeros: los efectos de lo que hace son incalculables, muy superiores a lo que puede calcularse de forma ordinaria. Dar aliento a un enfermo resulta, a veces, más vivificante y más efectivo que darle medicamentos. Son ustedes quienes dan ese aliento. En las plegarias, se reza: «¡Oh, Dios! Te pido los requisitos de tu misericordia». La misericordia divina no se otorga a nadie de cualquier manera y sin consideraciones. Hay que suplicarla a Dios, para que nos dé los requisitos de esa misericordia, es decir, los actos que requiere la misericordia, para que luego Dios la envíe. Este trabajo es el más elevado requisito de la misericordia, lo que es de inmenso valor. Sean ustedes conscientes de a qué valiosa labor están dedicados. 23/06/2004

Es posible, además, que no haya ojos para ver sus desvelos. Muchos de estos y de los esfuerzos que hacen ustedes, los enfermeros y enfermeras, no los ve nadie. En ocasiones, una sonrisa suya devuelve la vida a un paciente deprimido. ¿Quién ve esa sonrisa? ¿Quién la tiene en consideración? ¿Quién asigna una retribución económica y pecuniaria por esa sonrisa? Nadie. Pero los ángeles que inscriben las buenas y malas obras la ven. Los registradores de la balanza divina sí que ven esa sonrisa de ustedes. 23/06/2004