En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso,

Alabado sea Dios, Señor de los mundos, y vayan la paz y las bendiciones con nuestro maestro Muhammad y su familia pura.

Quiera la venturosa fiesta anual de Mitad de Shaabán llenarlos de bendiciones a todos ustedes, queridos hermanos y hermanas, así como a toda la nación iraní, a todos los musulmanes del mundo y a todas las personas deseosas de libertad del mundo entero. Es de lamentar que un servidor no tenga la suerte de verlos a ustedes de cerca y me vea obligado a hablarles a distancia, aunque no deja de ser una nueva experiencia.

Hoy quiero dirigirles unas palabras sobre el depósito de Dios sobre la tierra, el Imam del Tiempo (por él sean sacrificadas nuestras almas), y hablaremos algo también a nuestro querido pueblo de la cuestión candente del país. Lo primero es enviar un saludo al Imam del Tiempo (a.s.): As-salamu alayka ya Baqiyat al-Lahi fi ardihi-s-salamu alayka ya mizaqa-l-Lahi-l-ladi ajadahu wa wakkadahu-s-salamu alayka ya waada-l-Lahi-l-ladi daminahu-s-salamu alayka ayyuha-l-alamu-l-mansubu wa-l-ilmu-l-masbubu wa-l-gauzu wa-r-rahmatu-l-wasiatu waadu gairu makdub. ¡Contigo la paz, oh, depósito divino sobre la tierra! Baqiata-l-Lah. ¡Contigo la paz, oh, sólida alianza y pacto divino! ¡Contigo la paz, oh, promesa garantizada del Creador! ¡Bandera izada! ¡Oh, conocimiento llovido del cielo! La continuación de esta ziara de la peregrinación de Al Yasin es apasionada: «¡Contigo la paz cuando te alzas, contigo la paz cuando te posas, contigo la paz cuando recitas y explicas!». Y así sigue hasta el final.

Acaso hayan sido pocos en la historia los períodos en que la humanidad entera en su conjunto haya sentido tanto como hoy, en todas las partes del mundo, la necesidad de un salvador —necesidad que siente tanto la élite, de manera consciente, como mucha de la gente, si bien en su inconsciente—. Se siente la necesidad de un salvador; se siente la necesidad del Guiado, el Mahdi; se siente la necesidad de la mano del poder divino; se siente la necesidad de un imamato infalible, una jefatura infalible; se siente la necesidad de impecabilidad, de guía divina. En pocos períodos históricos se ve al ser humano sentir tanto la necesidad de una verdad elevada. Hoy en día, después de haberse experimentado sectas, escuelas de pensamiento y vías diversas —desde el comunismo hasta la democracia occidental y la democracia liberal corriente en el mundo, con todas las ínfulas que se da—, la humanidad no se siente en reposo. A pesar de todos esos adelantos científicos asombrosos, que han transformado por completo las circunstancias de la vida a nivel mundial, la humanidad no siente felicidad. Soporta pobreza, enfermedades, obscenidad y pecado; soporta injusticia, desigualdad y amplísimas diferencias entre estratos sociales. La humanidad soporta el mal uso que hacen las potencias de la ciencia. Las potencias hacen mal uso de la ciencia, de los descubrimientos naturales y de las capacidades obtenidas de la naturaleza. El ser humano se ve frente a todo ello, y eso cansa a las personas en todo el mundo y les hace sentir la necesidad de una mano salvadora.

Miles de personas sufren en el mundo. Algunos quizá gocen de comodidad, pero ni ellos tienen sosiego. A la humanidad la aquejan la preocupación y la angustia, sin que esos progresos ni esas transformaciones variopintas hayan podido darle la felicidad. Por supuesto, la razón humana es una gracia de gran valor. Lo es también la experiencia. Son ambas gracias divinas que pueden solucionar muchos de los problemas de la vida, pero hay algunos que no resuelven. Piensen ustedes en la misma justicia. La cuestión de la justicia no es algo que pueda solucionarse mediante la avanzada ciencia actual ni mediante la tecnología punta del momento. Es un asunto irresoluble. Hoy por hoy, a nivel mundial, la ciencia alimenta la injusticia. La ciencia avanzada está al servicio de la injusticia y de las guerras, de la apropiación de tierras de otros y del dominio sobre las naciones. Vemos, por tanto, que la ciencia no puede ya resolver esos problemas, que precisan de una fuerza espiritual, de una fuerza divina, de la poderosa mano del imam infalible, capaz de llevar a cabo esas tareas. Por lo tanto, la gran misión del el Imam del Tiempo (por él sean sacrificadas nuestras almas) consiste en yamla al-Lahu bihi-l-arda qistan wa adlan. La gran misión de esa gran figura es instaurar la justicia. Esa idea se señala en muchas tradiciones, en plegarias y en rezos: justicia; justo lo que no es posible, salvo mediante el poder divino, que se manifiesta a través del Imam del Tiempo. La justicia que se espera que instaure el Imam no es además una justicia que concierna a un aspecto particular, sino la justicia aplicada a todos los asuntos de la vida: justicia en la fuerza, en la riqueza, en la salud, en la dignidad humana y la posición social, en la espiritualidad y la posibilidad de crecimiento y en todas las dimensiones de la vida. Esas son las cosas que se espera que lleguen al mundo existente de mano del Imam del Tiempo (por él se sacrifiquen nuestras almas). Si Dios quiere, eso ocurrirá, por la gracia de Dios.

La humanidad entera —tanto las minorías selectas capaces de discernir los acontecimientos como las masas de la gente de todo el mundo, en los distintos países, ocupadas en sus vidas e inconscientes— siente esa necesidad, pero unos lo hacen de manera consciente y otros inconsciente. Y, claro está, en todas las religiones se ha hecho esa promesa. En todas las religiones se ha prometido un fárach, una distensión, un alivio y un inmenso movimiento divinos al final de la historia —aunque en realidad no es el fin de la historia, ya que el mundo y la vida auténticos de la humanidad comenzarán en el tiempo del Guardián de la Era, el Imam del Tiempo, al final de la situación vital que tenemos nosotros hoy en día—. Todas han prometido un final semejante.

Por lo tanto, esa necesidad existe. Sin embargo, para orientar esa necesidad y que sirva de algo útil, en el Islam se nos pide que estemos a la espera. La espera va más allá de la necesidad y del sentimiento de necesidad. Se nos ha dicho que esperemos. Espera es esperanza y convicción de que hay un futuro cierto, no una mera necesidad. La espera es constructiva. Por eso, en nuestras tradiciones y enseñanzas, la espera de ese bienestar final, el fárach, ocupa un lugar de inmensa importancia, sobre el que luego daré una explicación. En una instrucción del Guardián de la Era (por él sean sacrificadas nuestras almas) dirigida a Ibn Babuyé (Alí ibn Babuyé) se cita al Profeta (con él y su familia las bendiciones y la paz de Dios), que dijo «áfdalu aamali úmmati intidaru-l-fárach», es decir, «el más sublime de los actos de mi pueblo es la espera del bienestar final». Espera. Y, en una tradición de Musa ibn Yaafar (con él la paz), encontramos «áfdalu-l-ibádati baada-l-maarifati intidaru-l-fárach». Maarifa quiere decir profesión de la unicidad de Dios y conocimiento de las verdades divinas. Por encima, está intidaru-l-fárach, la espera del bienestar final. Se cita del Príncipe de los Creyentes (con él la paz): «intádaru-l-fáraya wa la taya’su min ruhi-l-Lah», «estén a la espera del bienestar final y no desesperen de la misericordia y la ayuda divinas.

Así que en la espera del bienestar final hay esperanza, hay movimiento y hay acción. Claro está que, sobre la espera del fárach, se ha dicho —y es cosa cierta— que se trata de esperar la reaparición del Guardián de la Era, el Imam del Tiempo. Ahí se realiza la espera de ese bienestar final. Cuando el Profeta dice «áfdalu aamali úmmati intidaru-l-fárach», tiene la vista puesta en todos los problemas que suceden en la vida de una persona. El ser humano no debe desesperar ante los diversos problemas que surgen en la vida. Debe esperar el fárach. Debe saber que ese bienestar final llegará. Y la misma espera de ese bienestar es un bienestar en sí, como vemos en una tradición del imam Musa ibn Yaafar: «Alasta táalamu anna intidara-l-fárach mina-l-fárach». La propia espera del bienestar final y de la solución es un alivio que salva al ser humano de ese estado de desesperación y de ese abatimiento que empuja a cometer actos absurdos. Lo que quiere decir que el Profeta y los imames hablaran así es que la Umma del Profeta Muhammad (con él y su familia las bendiciones y la paz de Dios) no desespera ante ninguno de los acontecimientos de la vida, sino que está siempre, en toda circunstancia, a la espera del bienestar final.

Esa espera no consiste en quedarse sentado de brazos cruzados mirando la puerta. Espera quiere decir preparación y actuación; quiere decir que el ser humano sienta que hay un fin al que se puede acceder y que, para llegar a él, tiene que esforzarse. Nosotros, que esperamos el bienestar final y la reaparición del Imam del Tiempo (por él sean sacrificadas nuestras almas), debemos esforzarnos por tender a ese fin. Tenemos que esforzarnos por crear la sociedad bien guiada, la sociedad del Mahdi: construirnos a nosotros mismos y, en la medida de nuestras capacidades y posibilidades, construir a los demás para acercar el entorno que nos rodea, en la medida en que podamos, a la sociedad bien guiada. La sociedad bien guiada es la sociedad de la justicia, la espiritualidad, la sabiduría, la fraternidad, la ciencia y la dignidad.

De esa espera del bienestar final debe decirse también que no consiste en impacientarse y establecer plazos. No consiste en que uno fije tal momento y, por ejemplo, piense que en tal fecha debe concluir tal acontecimiento, que tal tensión debe llegar a su fin o que el Imam del Tiempo debe manifestarse, e impacientarse y agitarse por ello. La espera del fárach no es eso, sino que consiste en prepararse. Impacientarse y tener prisas son parte de las cosas que están prohibidas. Hay una tradición que dice «inna-l-Lah la yáyalu li-ayalati-l-ibad». Que uno se apresure y ande con prisas no quiere decir que Dios vaya a amoldarse a esa prisa y tome decisiones apresuradas. No, casa cosa tiene su ritmo, su duración, su tiempo determinado y su razón, y se lleva a cabo en función de esa razón.

Como he dicho ya, por espera del bienestar final se entiende tanto el bienestar definitivo de la manifestación del Imam del Tiempo como el bienestar que sigue a una tensión, el alivio posterior a acontecimientos duros y de alcance general como los que tienen lugar hoy en día en el mundo, que desesperan a muchos y llevan a muchos al suicidio. Sin embargo, cuando existe la espera del fárach, uno sabe que, sin duda alguna, este acontecimiento terminará.

Ahora, aquí hay otro punto y es que la paz interior resultante de la espera del bienestar final —esa confianza en uno mismo, gracias a la cual no se ven perturbados la mente ni el corazón— puede incrementarse mediante la oración, la llamada de socorro y la íntima conversación con Dios: «Ala bi-dikr-il-Lah tatma’innu-l-qulub». Ahora que estamos en el mes de shaabán, al que seguirá el de ramadán, hay numerosas plegarias y oraciones y rezos sin mediación a Dios el Altísimo de gran importancia. Sincerarse y contar las propias penas a los imames bien guiados (con ellos la paz), que son los seres del mundo de la existencia más cercanos al Sublime Creador, da también al ser humano tranquilidad y paz interior. Recordar a Dios el Altísimo abre el camino al ser humano, le da júbilo y atrae la misericordia divina, lo que con toda certeza tendrá efectos y bendiciones para los millones de personas que anoche alzaron las manos para orar. Anoche, millones de personas pudieron acercar sus corazones a Dios y conectarlos a Él alzando sus manos en la oración y hablando con Dios. Sin duda, los efectos positivos se verán, tanto en ellos como en el conjunto de la sociedad, y las bendiciones serán muchas. Estos eran los puntos que quería abordar respecto a la cuestión de la reaparición, el bienestar final y el alzamiento del Imam del Tiempo. Por supuesto, hay mucho que decir en este campo, pero me contento con esto.

En cuanto al acontecimiento que está teniendo lugar en el país, la propagación del COVID-19, se trata de una desgracia general y de una prueba. Es una prueba para el mundo, tanto para los gobiernos como para los pueblos. En este acontecimiento son sometidos a prueba tanto los gobiernos como los pueblos. Es una prueba asombrosa. Se ha hablado mucho, en cantidad suficiente, de las estadísticas, de las excelentes medidas que se han adoptado y de las recomendaciones que hacen las autoridades. Siendo justos, la radiotelevisión pública IRIB ha trabajado muy bien en ese sentido, y yo no tengo nada que decir al respecto, pero sí quisiera tratar varios aspectos.

Uno es que la actuación de la nación iraní en esta prueba ha sido brillante. En esta prueba del coronavirus, en esta pandemia, que se puede describir como un cólera de los tiempos modernos, el pueblo iraní ha sido brillante. Y, en primer lugar, la parte más destacada de ese orgullo nacional corresponde al colectivo médico del país. Ya lo he dicho muchas veces, pero hay que insistir en la grandeza de su tarea y en el valor de su sacrificio, tanto de los médicos como de los enfermeros, especialistas de laboratorio, radiólogos, asistentes sanitarios rurales, trabajadores de servicios e investigación y directivos del propio Ministerio de Sanidad y su entorno activos en este campo: lo más destacado de este orgullo les corresponde a ellos. Son ellos quienes han puesto sus vidas y su salud al servicio de la gente. Es algo de gran importancia, grandioso. Han soportado el alejamiento de sus familias, e incluso muchos de ellos no han visitado a sus familias en Nouruz ni durante las vacaciones de Año Nuevo. Soportan falta de sueño y problemas de tensión nerviosa debidos al trato con enfermos en estado grave, y lo han asumido. Eso quedará en la memoria de este pueblo como un buen recuerdo del sistema de salud y los grupos médicos del país. Es un buen recuerdo que ha dejado de sí en este período, el colectivo médico y de enfermeros y el personal sanitario del país.

Junto a ellos, están los voluntarios, personas que no formaban parte de los grupos de tratamiento médico, pero se han presentado voluntariamente y se han puesto en acción: estudiantes de ciencias islámicas y universitarios entregados al Yihad, y miles de basiyíes esforzados activos en distintas partes del país, así como toda la población en general han prestado valiosos servicios que van realmente más allá de lo descriptible. Por un lado, resulta en verdad satisfactorio y, por otro, lo deja a uno agradecido.

También han estado junto a ellos los miembros de las Fuerzas Armadas, que, hay que reconocerlo, han empleado a fondo todo su potencial de construcción y toda su inventiva, poniendo en la labor sus mejores secciones, incluso en el terreno científico o en de la investigación, la construcción y la producción de equipamiento sanitario y médico, desde hospitales hasta centros de cuidados, así como el resto de medios que había a disposición del estamento militar. Han mostrado su potencial constructivo y su creatividad, tanto en el campo teórico como en el práctico. Además, han salido a la luz nuevas capacidades. Ha quedado claro que existen muchísimas capacidades que no conocíamos, tanto dentro como fuera de las Fuerzas Armadas. En su mayoría, a esos jóvenes que van a la televisión y explican las cosas que han hecho y lo que han fabricado no los conocíamos. Se trata de capacidades recién descubiertas.

En cuanto a la colaboración popular, realmente ha dado lugar también a escenas asombrosas de gran belleza e interés que pueden verse en todas partes y de las que voy a mencionar algunas en particular. No quiere decir que estos sean todos los casos. Simplemente, son aquellos de los que se ha informado a un servidor, y yo los digo: por ejemplo, en Sabzevar, se ha lanzado el plan «Cada barrio, un sacrificio». Se junta la gente del barrio, sacrifican un cordero y dan la carne a los necesitados de la zona. Es algo muy necesario y de gran importancia, y es una labor interesante que se está llevando a cabo para alimentar a los necesitados. En Yazd, la madre de un mártir ha reunido a un grupo de señoras, han transformado sus casas en talleres de costura en los que producen mascarillas y las ponen gratis a disposición de la gente. En Nahavand, se ha activado para dominar la epidemia y ayudar un grupo de señoras que durante la Sagrada Defensa cocía pan y lo enviaba al frente. En Juzestán, estudiantes de ciencias islámicas han creado un centro y hasta desinfectan el interior de las casas de la gente. En Shiraz, para ayudar a los comerciantes, personas de confianza de los barrios hablan con los caseros —dueños de casas y locales comerciales— para que no cobren el alquiler, hagan una rebaja o den un plazo adicional. En Tabriz, el director de la escuela de estudios islámicos ha tomado cartas en el asunto y está ayudando personalmente sobre el terreno. En otra ciudad, un candidato hezbolahí que no resultó elegido en las elecciones, en vez de cerrar su comité de campaña, lo ha mantenido y ha organizado a los activistas en torno al Yihad de la lucha contra el COVID-19. Por supuesto, todo esto son informes limitados que han llegado por ahora hasta mis manos, pero en todo el país hay cientos o miles de casos similares a esos, de formas diversas, a algunos de los cuales he hecho alusión en mi anterior discurso. Es importante que tengamos en cuenta que todo eso son señales de la profundidad y la solidez que tiene la cultura islámica entre nuestra gente, en su corazón. En contra de lo que afirman y desean algunos que, en particular durante la última década o dos, han intentado por desgracia despreciar la cultura iraní, la cultura islámica iraní, para dirigir a la gente hacia la cultura y el estilo de vida occidentales, ese sentimiento del pensamiento, la cultura y la escala de valores islámicos es por suerte un sentimiento muy fuerte y sólido entre la gente.

En el lado opuesto, la cultura y la civilización occidentales han mostrado sus frutos. Lo que ha sucedido en los países occidentales, en Europa y en Estados Unidos —que en parte lo ha contado nuestra televisión, pero hay parte que en la televisión no se dice y lo conocemos por la información que nos llega— muestra los frutos de su propia educación: tal gobierno confisca mascarillas o guantes pertenecientes a otro gobierno y se los lleva hacia su territorio, que es algo que ha ocurrido con varios gobiernos de Europa y con EE. UU. La gente vacía cada día los supermercados en un rato corto de una hora o dos, por avidez de comprar más e ir a llenar los frigoríficos y congeladores de sus casas, vaciando las tiendas, cuyos estantes vacíos han mostrado las televisiones del mundo, y nuestra televisión ha retomado la información. Hay quienes llegan a las manos por algo de papel higiénico. Hay quienes hacen fila para comprar armas —¡mostraron cómo la gente formaba filas para comprar armas!—, porque estos días se sienten en tal peligro que deben tener armas. Establecen prioridades entre los enfermos y no tratan a los enfermos viejos, diciendo que no está justificado que se molesten, con las limitaciones que hay, en tratar a un enfermo viejo y desvalido que padece dolencias graves. Todo eso son cosas que han pasado allí. Hay quienes se han suicidado por miedo al coronavirus. ¡Se han matado por miedo a la muerte! Son comportamientos que se han visto en algunas naciones occidentales. Se trata, en realidad, del resultado lógico y natural de la filosofía que impera sobre la civilización occidental: la filosofía del individualismo, el materialismo y el predominio del ateísmo, en el que, incluso si se cree en Dios, no se trata de una creencia en la unicidad divina correcta, profunda y generadora de sabiduría. Esa es una cuestión.

Déjenme decirles en este punto que, en estos días, un dirigente occidental dijo que había resurgido el salvaje Oeste. Lo dicen ellos. Cuando somos nosotros quienes decimos que en Occidente existe un espíritu salvaje que no es incompatible con las apariencias aseadas, perfumadas con colonia y vestidas con corbata, algunos se sorprenden y lo niegan. Pues ahora son ellos mismos quienes dicen que ese es un símbolo del resurgimiento del salvaje Oeste.

Otra dimensión del asunto es el comportamiento general de nuestro querido pueblo en la aplicación de las recomendaciones. Lo que uno observa de verdad es que la gente cumple lo que el Centro Nacional de Lucha contra el Coronavirus prescribe de manera rotunda. Sí, es posible que, cuando algo se anuncia de manera dubitativa, la gente no llegue a la conclusión de que debe cumplirlo. Pero, cuando algo se dice con rotundidad y la gente siente que es algo que debe hacerse, lo que aprueban las autoridades se respeta. Un ejemplo es el Sizdah Bedar  del mes de farvardín en curso. Uno no hubiera creído que la gente dejaría de celebrarlo, pero así ha sido. La gente no ha ido al Sizdah Bedar. Eso muestra que, en la confrontación con este acontecimiento, la gente ha aceptado un orden público, en el verdadero sentido de la palabra, y eso es algo que debe mantenerse. Ese orden público debe existir, las decisiones del Centro Nacional de Lucha contra el Coronavirus deben tomarse en serio y hay que actuar conforme a ellas.

Un aspecto más de la cuestión es que, claro está, el coronavirus es hoy por hoy un gran problema para la humanidad, así como una peligrosa prueba de grandes dimensiones que tiene el ser humano frente a sí, pero, en comparación con muchos otros problemas, puede considerarse un problema pequeño. Tanto en el mundo como en nuestro propio país, hemos sido testigos y nos hemos enfrentado a muy numerosos problemas que no solo no eran menores que este, sino que eran mayores. Ahí se incluye lo sucedido hace justo 23 años, en los mismos días en que el coronavirus entró en nuestra región, cuando los aviones de Saddam arrojaron productos químicos en algunas zonas y mataron a miles de personas de nuestra gente y de la suya propia con gas mostaza y similares. Aquello sucedió. Además, todas las potencias mundiales apoyaban y ayudaban en aquel entonces a Saddam. Algunos de esos países sedicentemente civilizados y progresistas le dieron los productos químicos, pusieron armas químicas a su disposición y, hasta hoy, ninguno ha rendido cuentas ni ha respondido por qué cometieron aquel crimen. Aquel criminal, Saddam, hizo aquello con nuestro pueblo; y con el suyo hizo lo mismo en Halabja. Al sentir que era posible que la población de Halabja estuviera colaborando con los combatientes de la República Islámica, arrojó también allí productos químicos y mató a la gente en las calles. Todo eso sucedió.

En las dos grandes guerras mundiales se mató a millones de personas. Ahora, con el coronavirus, se dice que pueden haberse infectado hasta ahora, quizás, un millón y pico de personas en todo el mundo. En la Primera y Segunda Guerra Mundiales, que tuvieron lugar en Europa con veinte años de diferencia, se mató a muchos millones de personas —ahora no recuerdo con precisión, pero sé que fueron más de diez millones—. Igual sucedió en la guerra de Vietnam, cuando atacó Estados Unidos, y en otras guerras diversas. En los últimos tiempos, los agentes de EE. UU. mataron a mucha gente en su ataque a Irak —muchos mártires—. Casos similares ha habido muchos. Por lo tanto, cuando pensamos en este asunto, no debemos olvidar el resto de acontecimientos importantes que han sucedido siempre en el mundo, y debemos saber que, en este mismo momento, millones de personas están sufriendo por la opresión y la injusticia a que las someten las hostilidades de enemigos poderosos. El pueblo de Yemen, el pueblo de Palestina y el de muchos otros lugares del mundo están oprimidos. De manera que el asunto del coronavirus no debe hacernos olvidar las conspiraciones de los enemigos y de la Arrogancia, que es hostil a la esencia misma del sistema de la República Islámica. Si alguien imagina que podemos no ser hostiles para que no nos sean hostiles, no hay tal cosa. La esencia del sistema de república islámica y la esencia de la democracia islámica son para ellos inaceptables, incomprensibles e insoportables. Ese es otro punto.

Déjenme decirles que los responsables del Centro Nacional de Lucha contra el Coronavirus están trabajando con diligencia. Nos llegan los informes y estamos al corriente de lo que hacen. Han elaborado algunos planes para los sectores humildes, y lo que yo recomiendo con insistencia es que esos planes que han diseñado los responsables del Gobierno para los sectores humildes se lleven a la práctica, si Dios quiere, cuanto antes, lo máximo posible y lo mejor posible. Pero, junto a eso, la gente tiene también deberes. En esta situación, a algunos el día a día les resulta realmente difícil, y se ven incapaces de mantener su vida normal. Aquellos que dispongan de medios y tengan la capacidad deberían comenzar a actuar a gran escala. En la plegaria del árbol de la profecía, leemos: «Wa arzuqni muwásata man qattarta alaihi min rízqika bima wassaat alayya min fádlika (…) wa-hyaytani tahat dil-lik». Es decir, que esta es una de las tareas que es necesario llevar a cabo, sobre todo porque tenemos ante nosotros el mes de ramadán, que es el mes de las dádivas, los sacrificios y la ayuda a los indigentes. ¡Qué bien estaría que se llevara a cabo en el país una gran maniobra de asistencia, empatía y ayuda devocional a los necesitados y los pobres! Es algo que, de ocurrir, dejaría en las mentes un buen recuerdo de este año. Para afianzar nuestra devoción al Imam del Tiempo, deberíamos propiciar nosotros mismos escenas y manifestaciones de la sociedad bien guiada del imam Mahdi. Como he señalado antes, la sociedad bien guiada es la sociedad de la justicia, la dignidad, la ciencia, la ayuda y la fraternidad. Deberíamos hacer eso realidad en nuestras propias vidas, en la medida de nuestras posibilidades. Eso nos acercará a esa sociedad ideal.

El último punto que quiero tratar es que, en ausencia de los actos públicos del mes de ramadán —ceremonias públicas de oración, discursos o súplicas de intercesión de gran valor, de las que este año, en principio, nos veremos privados—, no deben descuidarse los actos de adoración, los ruegos y las expresiones de compunción en soledad. En nuestro cuarto, a solas, con la familia y con nuestros hijos, podemos practicar las mismas ideas, la misma atención, la misma compunción y la misma humildad, además de que en televisión se emiten programas que se pueden aprovechar, y son cosas que deberíamos hacer.

Dirijo también una recomendación a los responsables —tanto a ellos como a los jóvenes activos en el terreno de la ciencia y la tecnología— para que no olviden dos cosas: una, la cuestión del salto en la producción, que es algo vital para el país de lo que deberíamos ocuparnos, al precio que sea; y la otra, la cuestión de la fabricación de lo mucho que se necesita y las tareas de laboratorio, que, Dios mediante, es algo de lo que se encargarán los jóvenes que trabajan en ese sector.

Pido a Dios el Altísimo que depare la felicidad para la nación iraní. Quiera Dios alegrar el alma purificada de nuestro gran imam Jomeiní, reunir las almas puras de nuestros queridos mártires con el Profeta, cumplir las grandes aspiraciones de la nación iraní y acelerar el bienestar final del Imam del Tiempo (por él sean sacrificadas nuestras almas).

Con ustedes la paz, la misericordia de Dios y Sus bendiciones.