La Guerra de los 33 Días de 2006 fue una buena prueba de fuego para ver qué fuerza tiene Israel y, frente a él, de qué fuerza disponen Hezbolá y el Eje de la Resistencia. En un momento dado, Israel llegó a atacar y batir a varios países árabes a la vez, en la Guerra de los Seis Días. En la Guerra de los 33 Días, sin embargo, pese a la gran intensidad de las acometidas del ejército sionista contra las posiciones de Hezbolá y contra la gente indefensa del sur del Líbano, esas acometidas no dieron fruto, y parece que aquella guerra y el resultado de la misma fueron un punto de inflexión en la historia de la región. ¿Cómo analiza usted aquella guerra? ¿Hacia dónde impulsará a Israel la derrota que sufrió, y que no pudiera alcanzar sus objetivos en ella?

Podemos ampliar un poco el foco de la discusión y referirnos a la etapa posterior a los sucesos del 11 de septiembre de 2001 y a la llegada al poder en Estados Unidos de los neoconservadores, es decir, George W. Bush, porque la guerra del Líbano de 2006 fue una parte de ese gran proyecto. De este modo se hará cada vez más evidente la importancia del liderazgo del ayatolá Jameneí (que tenga larga vida) para la región y de modo general. Bush y sus compañeros esgrimieron el 11-S como excusa para atacar a varios países de la región, pero antes de aquellos sucesos ellos ya tenían intención de atacar. En un principio eligieron Irak como blanco, con la excusa de recurrir a armas de destrucción en masa, pero tras el 11-S se vieron obligados a ir primero por Afganistán y, solo después, a Irak.

Así que el proyecto estadounidense se decidió en los años 2000 y 2001. Washington pensaba que el proceso de compromisos regionales entre los árabes e Israel estaba estancado. La Resistencia obtuvo su gran éxito en el sur del Líbano e Israel retrocedió. Fue un gran triunfo para el Líbano, Siria, Irán e incluso para los grupos de la Resistencia de Palestina. Irán, por su parte, se hizo cada vez más poderoso, tanto en el plano interno como en el regional. Al observar lo que estaba sucediendo, los estadounidenses decidieron desplegarse militarmente a gran escala en la región, primero para asegurar sus intereses, dominando tanto los recursos petroleros como en general los recursos naturales de los países, y segundo para imponer a la región una solución política que beneficiara a Israel y consolidara su existencia.

Para alcanzar este objetivo, necesitaban eliminar todos los obstáculos: la Resistencia de Palestina, la Resistencia del Líbano, el Estado sirio e Irán. Ese era su proyecto. Todos los documentos lo reflejan. Bien. Tras los sucesos del 11 de septiembre, estaban obligados a ir a Afganistán, puesto que el elemento decisivo del proyecto de los neoconservadores y de George W. Bush era cercar y aislar a Irán. Las tropas estadounidenses desplegadas en Paquistán y las desplegadas en los países del golfo (Pérsico) y en las propias aguas del golfo (Pérsico), así como las desplegadas en Siria y en algunos países de los alrededores, irían a Afganistán y luego entrarían en Irak para completar el cerco a Irán.

Como es natural, antes de aislar o atacar a Irán, los estadounidenses hubieran tenido que dominar por completo Irak y aniquilar a la Resistencia en Palestina y el Líbano, y luego acabar con el Gobierno de Damasco —es decir, acabar con los amigos de Irán en la región y con aquello sa quienes los estadounidenses consideraban aliados de Irán y sus brazos fuertes en la región—. También perseguían destruir a quienes se alzaran contra la humillante paz con Israel, puesto que la paz con Israel era una de las condiciones para aislar y atacar a Irán; es decir, que el objetivo primero era expandir la hegemonía militar directa y a continuación derribar los países, eliminar a los grupos de resistencia, propiciar la paz árabo-israelí, formar un frente unido árabo-israelí liderado por Washington para atacar a Irán, derrocar la República Islámica y dominarla. Este era el proyecto de Estados Unidos.

El primer paso fue la guerra de Afganistán; el segundo, la guerra de Irak. Tras la invasión de Irak —luego diré qué pasó a propósito del tercer paso—, si se acuerda usted, Colin Powell, que era entonces secretario de Estado de EE. UU., fue a Damasco con una larga lista con condiciones de Washington, y se reunió con Bashar al-Asad. Quería aprovechar el ambiente de terror creado por el ataque de Estados Unidos a la región para imponer a Al-Asad sus condiciones respecto al Golán, Palestina, la Resistencia palestina, el Hezbolá libanés, etc. Era una lista enorme, pero Bashar al-Asad no aceptó rendirse a los estadounidenses a pesar de sus amenazas.

Bueno. Los estadounidenses no tuvieron éxito y fueron por el paso siguiente. En aquella época debían celebrarse elecciones legislativas en Palestina. Los estadounidenses imaginaban que de los comicios saldría ganadora la organización autónoma palestina presidida por Mahmud Abbás, y que Hamás y los demás grupos de la Resistencia serían derrotados. Washington esperaba que la organización autónoma triunfara y procediera a continuación a desarmar a la Resistencia palestina, y a entablar el proceso de cesión y pacto con Israel. ¿Pero qué sucedió? Pues una gran sorpresa: Hamás se hizo con la mayoría absouluta del Consejo Legislativo Palestino. Después de aquello, los estadounidenses dieron su siguiente paso, que fue el ataque militar al Líbano. Ahí es cuando ocurrió la Guerra de los 33 Días y la resistencia de Hezbolá.

El plan era que los estadounidenses eliminaran a Hamás y a Yihad Islámica en Palestina, y luego atacaran a Hezbolá en el Líbano. Tras alcanzar esos objetivos, estaban determinados a ir a Siria, derrocar el Gobierno de Damasco y propiciar la paz con Israel y la normalización de las relaciones entre Israel y los árabes, para luego cercar y aislar a Irán. Esos debían ser los acontecimientos en su orden temporal. Para George W. Bush, vencer a la Resistencia palestina, que Israel se impusiera al Hezbolá libanés y derrocar al Gobierno de Bashar al-Asad hubiera podido ser un gran éxito, con el que obtener nuevas victorias en las elecciones al Congreso y a la Presidencia.

A finales de 2006, cuando se hablaba de las elecciones de mitad de mandato del Congreso de EE. UU. y George W. Bush necesitaba obtener dos terceras partes de los puestos en el Legislativo, uno de los grandes escritores de Estados Unidos me dijo —y luego lo dejó por escrito—: «Para tener éxito en las elecciones al Congreso e, incluso, a la Presidencia, Bush tiene una necesidad extrema de entrar en la contienda electoral como un cowboy, llevando consigo tres cabezas ensangrentadas: la de la Resistencia palestina, la de Hezbolá y la de Bashar al-Asad. Si se hace con esas tres cabezas, podrá tener éxito en las elecciones al Congreso obteniendo dos tercios de los escaños para sus compañeros de partido, además de asegurar la guerra contra Irán».

El objetivo principal de aquello era en realidad cerrar la cuestión palestina y hacer los preparativos necesarios para la guerra contra Irán. Yo doy estas explicaciones y espero que algún día se dé la ocasión de aclarar todo esto para el pueblo iraní, que debe entender bien que el objetivo principal y último de estos conflictos de la región no se limita a Palestina, sino que es restituir el dominio y la hegemonía estadounidense sobre Irán, controlar sus recursos y devolver el país a la época del sha. Bien. En esta etapa de la historia de las transformaciones de la región, la posición de Irán y la postura del Seyed Guía son de extrema importancia; lo primero, desde el punto de vista espiritual. Estados Unidos vino a la región. Estados Unidos penetró en la región. Naturalmente, ya no existe ni la Unión Soviética ni el frente socialista, sino que en el mundo hay una sola potencia ávida de poder, orgullosa, arrogante, despiadada, cuyo nombre es Estados Unidos de América. Esa potencia decidió hacer la guerra en la región y penetró en ella con sus ejércitos y sus equipos bélicos. Salvo un número reducido de personas, todos estaban temblando de miedo.

Es el momento de recordar la postura del Seyed Guía frente al ataque de EE. UU. a Afganistán y luego a Irak. Él viajaba a las distintas provincias de Irán y templaba los ánimos del pueblo iraní, de los pueblos de la región y de los grupos de la Resistencia, reforzando con sus palabras el espíritu de resistencia frente a esa dura embestida histórica contra la región. Eso, por una parte. Era realmente una tarea difícil. Recuerdo que tras la guerra de Afganistán y antes de la de Irak fui a Irán y me reuní con él y le dije que en la región habían surgido ciertas inquietudes.

Fíjese qué me contestó. Me miró y dijo: «Dígale a todos nuestros hermanos que no tengan miedo, ¡al contrario! La venida a la región de los norteamericanos nos trae la buena nueva de la liberación por venir». Aquellas palabras me dejaron estupefacto. Hizo un gesto así con la mano y dijo: «Los estadounidenses ya han llegado a la cima y, con su ataque a Afganistán, ha comenzado su declive. Si de verdad pensaran que Israel y los regímenes árabes de la región que tienen como esbirros son capaces de defender sus intereses, jamás enviarían hacia la región sus propios ejércitos y flotas de guerra. Por lo tanto, esta acción militar da fe de su derrota y del fracaso de su política en la región. Si estuvieran teniendo éxito, no necesitarían hacer estas cosas. Cuando los estadounidenses llegan a la conclusión de que para asegurar sus intereses aquí deben ponerse ellos mismos manos a la obra, es una señal de debilidad, no de fuerza. Cuando un ejército, por inmenso y poderoso que sea, recorre miles de kilómetros y viene a una región en la que hay naciones vivas, ese ejército será sin duda derrotado. Así que la venida de los estadounidenses a la región es el inicio de su declive y caída, no el principio de su nueva era».

El Seyed Guía repitió esas consideraciones de diferentes modos en distintas ocasiones, pero a mí me lo expuso de esa manera tan clara y transparente que he dicho ahora, y estuvimos hablando del asunto. En todo caso, llegó el año 2006 y nosotros emprendimos el camino de la resistencia. Si recuerda usted, el primer día de la guerra el Seyed Guía emitió un comunicado en el que, además de aprobar a la Resistencia, insistió en la necesidad de aguantar y perseverar frente a los agresores. Aquella proclama suya fue de gran valor para nosotros, para nuestra nación y para nuestros combatientes; no olvide que estamos hablando de una batalla con sangre, mártires y heridos. Cuando vimos que nuestra autoridad, nuestro líder, nuestro adalid y nuestra referencia nos alentaba así a resistir, nuestra motivación creció mucho y tuvimos la fuerza de sostener la guerra contra los invasores.

Despúes de sólo cuatro o cinco días, cuando Israel había bombardeado todos los lugares de los que tenía conocimiento, los estadounidenses pensaron que ya estábamos en posición de debilidad, que teníamos miedo y que había llegado el momento de nuestra rendición. Hablaron con Saad al-Hariri, el actual primer ministro del Líbano —que por aquel entonces no ocupaba tal cargo, sino que presidía una fracción parlamentaria a la que era proclive el primer ministro del momento, Fuad Siniora—. Al-Hariri contactó con nosotros y nos transmitió que los estadounidenses decían —y esto significa que eran ellos quienes se hallaban al otro lado—que estaban dispuestos a detener la guerra contra el sur del Líbano si se cumplían tres condiciones.

La primera era que, habiendo Hezbolá apresado a dos militares israelíes, debía liberarlos; la segunda, el desarme completo de Hezbolá y su conversión en partido político; y la tercera, que Hezbolá diera su visto bueno al despliegue de fuerzas multinacionales en el sur del Líbano, pero no fuerzas multinacionales dependientes de la Organización de Naciones Unidas o, como dicen ustedes en persa, fuerzas internacionales de la Organización de Naciones. En aquella época se habían desplegado en Irak fuerzas multinacionales no adscritas al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, sino a EE.‌ UU.

El objetivo era que aceptáramos el despliegue de fuerzas multinacionales en territorio libanés, en las fronteras entre Líbano y Palestina y entre Líbano y Siria, y asimismo en aeropuertos, costas y pasos, es decir, en los puntos de entrada y salida del país; en definitiva, una ocupación internacional y una ocupación estadounidense. Naturalmente, nosotros rechazamos aquellas tres condiciones y seguimos combatiendo. Entonces vino al Líbano Condoleezza Rice, ¿y qué les dijo a los libaneses? Habló de una batalla decisiva y de que Hezbolá sería sin duda derrotado y aniquilado, y pronunció aquella frase famosa de «la región está experimentando los dolores del parto de un nuevo Oriente Medio»; ese mismo «nuevo Oriente Medio» del que hablábamos antes.

A pesar de todo esto, la Resistencia aguantó y venció. Así fue como fracasó la primera etapa del proyecto de Washington a partir de los resultados electorales de Palestina. La segunda etapa del Líbano, la eliminación de Hezbolá, fue también neutralizada, con lo que fracasó también la tercera, ya que estaba previsto que tras la destrucción de Hezbolá la guerra pasara a Siria, y que Israel y EE. UU. destruyeran el sistema de gobierno allí imperante. Eso no sucedió, y esas fueron las tres derrotas de Estados Unidos.

En cuanto a Irak, la postura del Seyed Guía era clarísima: insistía en que EE. UU. debía ser señalado como invasor del país, y todas las tomas de posición oficiales de las autoridades de la República Islámica de Irán apuntaban a esa condición de ocupante de EE. UU. en Irak. Después de un tiempo, comenzó en Irak la resistencia popular. Pese a que se pensaba que EE. UU. permanecería allí, dominando el país y tomando las riendas de su administración, al final, debido a la abnegada resistencia armada iraquí —no una resistencia como la del Frente Al-Nusra, Al-Qaeda y los takfiríes—, guiada por un posicionamiento político sólido y por la eclosión de una voluntad nacional, Washington no tuvo más remedio que partir. Fue así como, aunque fuera mediante un acuerdo, EE. UU. abandonó Irak; y cuando lo hizo, yo proclamé de manera categórica que aquello era un gran triunfo de la Resistencia iraquí, si bien por desgracia nadie celebró aquella gran victoria nacional iraquí. Aquel gran triunfo de los iraquíes, con el que EE. UU. se vio obligado a abandonar su territorio en 2011, hubiera debido festejarse.

Al fin, en ese momento habían fracasado todos los proyectos de los Estados Unidos de América para la región, los proyectos cien por cien estadounidenses de 2001 a 2011 o, en otras palabras, aquel «nuevo Oriente Medio». La embestida norteamericana para controlar la región a fin de imponer una paz humillante con Israel, normalizar las relaciones de los árabes con Israel para eliminar la causa palestina, aniquilar los movimientos de resistencia, dominar los países y, por último, aislar y atacar a Irán… todo ello fracasó. ¿Cómo sucedió? Aquí es donde vimos el papel desempeñado por el Seyed Guía, la República Islámica de Irán y sus aliados y amigos en la región. Fueron ellos quienes desbarataron esos planes.

Naturalmente, los Al Saud y muchos gobernantes de países árabes y de las orillas del golfo Pérsico eran parte inseparable del plan estadounidense para la región; de cierta forma se los podría considerar instrumentos para llevar a la práctica los proyectos norteamericanos. Aun así, el mayor instrumento de EE. UU. en la región era Israel, y quienes se alzaron frente a esos planes y proyectos norteamericanos fueron la República Islámica de Irán, liderada por el Seyed Guía; Siria, liderada por el presidente Al-Asad; la Resistencia del Líbano y sus aliados, la Resistencia de Palestina y sus aliados, los dirigentes políticos y populares abnegados de Irak, con las autoridades religiosas de Nayaf a la cabeza, y los grupos islámicos y populares de la región.

¿Pero quién tenía el papel principal, insuflando fuerza y apoyando a los demás? Pues la República Islámica de Irán, con la posición, la política y la determinación de su eminencia el ayatolá Jameneí (que tenga larga vida). Ciertamente, nosotros estuvimos en el centro de los acontecimientos ocurridos entre 2001 y 2011 —nada menos que una década—, cuyo resultado evidente fue la derrota de EE. UU. Voy a terminar esta parte de mis declaraciones con un recuerdo del Seyed Guía (que Dios lo guarde). En la Guerra de los 33 Días —que duró treinta y cuatro, pero se llama «de los 33 Días»—, la gente del Líbano estaba, como es natural, muy angustiada por lo que pudiere pasar. ¿Y qué sucedió? Incluso algunos dirigentes libaneses se pusieron en contacto con las autoridades saudíes para que Riad mediara y pusiera fin a la guerra en el sur del Líbano.

Los saudíes respondieron: «Nadie se va a entrometer. Hay una decisión y un consenso estadounidense, internacional y regional para que Hezbolá desaparezca —que sea aplastado, en realidad—. Hezbolá no tiene más opción que rendirse o ser aniquilado». Por supuesto, nuestra determinación era combatir; en todo Hezbolá reinaba una fuerte voluntad de luchar con un espíritu propio de Kerbala. Teníamos siempre en mente las palabras de Abu Abdalá al-Husain (con él la paz), cuando dijo: «¡Miren cómo este bastardo, hijo de bastardo, me hace elegir entre desenvainar la espada y la humillación! ¡Humillación, jamás!».

Hallándonos pues en la disyuntiva entre la guerra o una rendición deshonrosa, escogimos la guerra. En los primeros días de la guerra se comunicó con nosotros nuestro querido amigo y hermano Hach Qasem Soleimaní, que fue a Damasco, contactó con Beirut e hizo saber que tenía que venir a vernos. Le preguntamos cómo quería hacerlo, y lo advertimos de que los israelíes estaban bombardeando todos los puentes, carreteras y vehículos, por lo que no podría llegar hasta nosotros, pero ese querido amigo nos contestó que era imperativo que lo hiciera, porque tenía un mensaje importante del Seyed Guía para nosotros.

Hicimos los preparativos necesarios y finalmente Hach Qasem vino en los primeros días de la guerra al extrarradio sur de Beirut, y nos dijo que el Seyed Guía (Dios lo guarde) había invitado desde Mashhad a una reunión a todos los responsables de la República Islámica, incluidos el presidente de la República del momento y los anteriores, el ministro de Exteriores de ese momento junto con los anteriores, el ministro de Defensa junto con sus predecesores y el comandante en jefe de la Guardia Revolucionaria junto con sus predecesores y otros altos responsables.

Según me explicó Hach Qasem, en la reunión se analizó el tema de la guerra contra el Líbano, sus objetivos y a dónde querían llegar los israelíes con aquello. Desde su inicio mismo, la República Islámica consideró la guerra contra el Líbano parte inseparable del plan de EE. UU. en la región. Todos los participantes en la reunión estaban de acuerdo, según Hach Qasem, en que la República Islámica de Irán debía apoyar a la Resistencia, el Gobierno y el pueblo del Líbano, así como a Siria, dado el peligro de que la guerra se extendiera al país vecino, por lo que Irán tenía que usar toda su fuerza política, financiera y militar en aras del triunfo del Frente de la Resistencia.

Hach Qasem prosiguió diciéndome que el encuentro terminó y, tras hacer el rezo de la tarde y el de la noche, los asistentes se aprestaban a partir cuando el Seyed Guía le dijo a él que se quedara un poco más, porque tenía cosas que decirle. Esto sucedió por tanto tras la reunión inicial, la oficial. Lo que me contó es que el Seyed Guía lo miró y le dijo: «Anote usted lo que le voy a decir, vaya a Beirut y hágalo llegar a tal persona, que en caso de verlo conveniente lo transmitirá a sus compañeros y hermanos». Después de contarme aquello, Hach Qasem empezó a leerme lo que le había dicho el Seyed Guía. Aunque muchos otros consideraban la captura de los militares israelíes una gran desgracia, el mensaje comenzaba diciendo, entre otros puntos: «El apresamiento de los militares israelíes por la Resistencia libanesa es una gracia divina disimulada, porque ha obligado a Israel a reaccionar entrando en el Líbano.

Los israelíes y los estadounidenses se estaban preparando para atacar al Líbano y a Hezbolá a finales del verano o a principios de otoño (de 2006), con lo que al no estar ustedes preparados se habrían beneficiado del factor sorpresa. Por eso, que hayan capturado ustedes a esos militares israelíes ha sido una gracia divina que ha acelerado un poco los tiempos y, así, la guerra no ha ocurrido cuando lo habían planeado los norteamericanos y los israelíes, sino cuando aún no habían acabado de prepararse, mientras que ustedes sí estaban preparados; es decir, en un momento en el que no podían beneficiarse de ningún factor sorpresa».

Esas afirmaciones del Seyed Guía fueron más adelante confirmadas por grandes personalidades. Por ejemplo, después de exponerlas yo a través de los medios de comunicación las corroboró el difunto profesor Mohamed Hassanein Heikal en varios programas distintos del canal Al-Yazira (AlJazeera). También se mostró de acuerdo un gran escritor estadounidense, Seymour Hersh. Debo señalar que cuando yo lo mencioné a través de los medios de comunicación no lo atribuí al Seyed Guía.

Otra cosa que decía el mensaje era: «Esta guerra tiene un gran parecido con la Batalla de los Confederados de tiempos del Mensajero de Dios (PB). Será una guerra muy dura, extenuante, que pondrá en peligro la propia existencia de ustedes, por lo que deben estar preparados para aguantar». En esta parte del mensaje, se citaba la aleya «Y los corazones se subían a la garganta y comenzasteis a especular y a dudar de Dios».

El Seyed Guía decía también: «Deben poner todas sus esperanzas en Dios»; y en la tercera parte del mensaje ponía: «Ustedes saldrán victoriosos de esta guerra». Yo había oído una frase similar otra vez en los primeros días, no recuerdo si fue antes o después de esto. En todo caso, quien lo decía estaba citando al ayatolá Behyat (que en paz descanse), dirigiéndose a nosotros: «Estén seguros y tengan la certeza de que, si Dios quiere, serán ustedes los vencedores de esta guerra».

Lo interesante y relevante del mensaje del Seyed Guía es que decía: «Ustedes vencerán en la guerra y, a continuación, se convertirán en una potencia regional, hasta el punto de que ninguna potencia se atreverá a alzarse frente a ustedes». Yo ahí me reí y le dije a Hach Qasem: «¿Que nos vamos a convertir en una potencia regional? ¡Con salir sanos y salvos y poder subsistir tras la batalla, ya será un gran logro!»; y luego, en broma, le dije: «¡Querido hermano! Nosotros no queremos transformarnos en potencia regional». Pero aun así, de alguna manera, las palabras de aquel día del Seyed Guía crearon en mí una suerte de certeza. Desde entonces, estuve seguro de que ganaríamos la guerra y nos convertiríamos en potencia regional, como de hecho sucedió.

 

¿Hizo alguna sugerencia su eminencia sobre plegarias o invocaciones para la Guerra de los Treinta y Tres Días?

En los primeros días de la guerra, me llegó una carta del Seyed Guía que he conservado hasta ahora. También me llegó en esos días una carta del estimado hermano y amigo Sr. Heyazí, que me aconsejaba varias plegarias e invocaciones, pero no recuerdo bien si señalaba o no al Seyed Guía como origen de esa recomendación.

Ahora mismo no me viene a la memoria con precisión, pero me acuerdo de que entre las recomendaciones del Seyed Guía estaba la plegaria de la Cota de Malla (Yawshan), por lo que puedo recordar ahora. Entre otras recomendaciones estaban la plegaria de la Cota de Malla Menor (Yawshan Saghir), los ruegos de intercesión del Imam del Tiempo (que Dios acelere su noble triunfo), Ya baqiat Allah aghuzna, ya baqiat Allah adrikna, también la Peregrinación a Ashura (Ziarat Ashura)… Pero en este contexto me gustaría mencionar una anécdota de mis experiencias generales con el Seyed Guía.

Nosotros, naturalmente, hacemos estas recomendaciones a nuestros hermanos. Estos son los puntos fuertes de Hezbolá en las batallas y las guerras. Las plegarias, el recurso a la intercesión, las súplicas de ayuda y el ponerse en manos de Dios Altísimo ha formado parte siempre de nuestro modo de obrar, y el Seyed Guía siempre ha insistido en ello. Desde que lo conocemos, él siempre nos ha aconsejado en materia espiritual, en el sentido de que confiáramos en Dios el Altísimo y nos pusiéramos nuestras esperanzas en Él. En todas las reuniones, el Seyed Guía citaba siempre la noble aleya «Si auxiliáis a Dios, Él os auxiliará y consolidará vuestros pasos». Dios el Altísimo no nos gasta bromas, Dios el Altísimo nos habla con claridad, y esa es la promesa de Dios. Dios no incumple sus promesas. El Seyed Guía siempre hacía hincapié en que tuviésemos fe en las promesas divinas; hasta hoy en día, sigue señalándolo como algo fundamental en los discursos que da en toda circunstancia. Entre las cuestiones primordiales que siempre recalca está hacer plegarias, ponerse en manos de Dios y suplicar ayuda.

Recuerdo que en algunos momentos estábamos muy cansados por la dureza de las circunstancias, que eran realmente extenuantes. En una reunión, el Seyed Guía nos dijo: «Cuando estén ustedes agotados y se sientan amenazados y sometidos a padecimientos extremos, entren en una habitación o algún otro lugar, cierren la puerta y pasen un rato, unos minutos, un cuarto de hora o media hora en soledad con Dios, hablándole con sus propias palabras; no hace falta que sea con una plegaria tradicional, ni con rezos particulares. Usen el mismo lenguaje con el que se comunican con todo el mundo para hablar con ese Dios al que tienen más cerca; plantéenle sus penas y sus cuitas, y pídanle ayuda. ¿Acaso no tenemos todos fe en que Dios el Altísimo está presente, observa, sabe y puede, que tiene poder sobre todas las cosas? Dios el Altísimo conoce todas nuestras necesidades, sin que exista ningún velo entre Él y nosotros. Él nos acepta en todo tiempo y lugar, y nos oye sea cual sea la lengua con la que le hablemos. Si lo hacen así, verán que Dios el Altísimo les dará fuerza, determinación y voluntad, y abrirá todas Sus puertas ante ustedes». Desde entonces, hemos aplicado este consejo del Seyed Guía y hemos visto las bendiciones resultantes.

 

Quedan muchas preguntas y se nos acaba el tiempo. Hay cuestiones que dejaremos a un lado, como los esfuerzos del enemigo por sembrar discordia y crear una brecha entre chiíes y sunníes, o la del Despertar Islámico; pero en los últimos siete u ocho años hemos sido testigos en la región de un gran acontecimiento que ha tenido consecuencias de gran alcance estratégico en la región, como es la crisis de Siria. Desde su punto de vista, ¿por qué se eligió Siria para desarrollar los planes y proyectos para la región? ¿Cuáles son las distintas dimensiones de esta crisis? Y otra pregunta: ¿Por qué se implicaron en la cuestión siria la República Islámica de Irán y Hezbolá, a pesar del alto coste que eso iba a suponer? ¿Qué habría pasado si no lo hubiesen hecho? ¿Qué consecuencias hubiera tenido eso, como para que Irán y Hezbolá consideraran imprescindible su presencia en los acontecimientos de Siria?

Esto está relacionado con lo dicho sobre los cambios de la región entre 2001 y 2011. Como hemos señalado, aquello acabó con la salida norteamericana de Irak, su derrota en el Líbano, su derrota en Siria, su derrota en Palestina y, en definitiva, el fracaso de los planes de Estados Unidos para la región. Estas circunstancias —el fracaso de EE. UU.— se han mantenido desde 2011 hasta ahora. Es una etapa importante a escala histórica para la vida de la región, de la República Islámica de Irán y del liderazgo de su eminencia el Seyed Guía (que Dios lo guarde), quien a principios de 2011 designó este periodo como periodo del «Despertar Islámico», aunque en la región se hable de él como «Primavera Árabe».

Antes de entrar en la cuestión de Siria, me gustaría hablar un poco de este tema, el despertar islámico de la región. La Primavera Árabe, el Despertar Islámico o lo que son los grandes alzamientos populares de la región se dieron primero en Túnez y luego se extendieron a Libia y Egipto, aunque antes habían llegado a Yemen. Estos acontecimientos pasaron luego a Siria en forma de enfrentamientos armados. Resumiendo, diré que nosotros entendimos que lo sucedido en ese tiempo, después del fracaso de los planes y ofensivas estadounidenses, fue en realidad que Obama trató de recomponer esa derrota. Las naciones de la región se despertaron y, esperando provocar un cambio, comenzaron a movilizarse. Con todo ello, los regímenes árabes quedaron en una situación de extrema debilidad. Las naciones se hallaban frente a una gran oportunidad para aplastar a los regímenes. Mi conclusión y la de muchos otros es la misma que expresó desde el principio el Seyed Guía, que dijo que aquellos movimientos nacionales eran «movimientos nacionales auténticos y justos». El movimiento tunecino era representativo del pueblo de Túnez y su voluntad nacional; el egipcio, representativo de la voluntad de los egipcios; el libio, de la voluntad de los libios; y el movimiento de Yemen, igualmente. Todos los eslóganes que salían de esos movimientos y los objetivos que se esforzaban en cumplir tenían sus raíces en sus puntos de vista y sus intereses nacionales y populares.

Así que en ese gran movimiento y en el despertar de las naciones hemos visto la influencia real del Islam y de los movimientos islamistas. Es por esto mismo que el Seyed Guía lo denominó «Despertar Islámico». ¿Pero cuál fue el principal problema de ese Despertar Islámico? Su falta de liderazgo y de unidad. Fíjese usted: la Revolución Islámica de Irán fue una enorme revolución popular, pero lo que hizo que esa revolución diera fruto, triunfara y, después de su victoria, se consolidara, fue la existencia de un líder, el imam Jomeiní (que Dios esté satisfecho de él). Otra causa de su éxito fue la unidad de palabra existente entre los distintos sectores sociales, los responsables y los ulemas, que se alzaron todos junto al imam (que en paz descanse). De manera que en esa época había una nación unida y un liderazgo que marcaba la línea a seguir, las orientaciones y las estrategias para hacer avanzar las cosas con orden. El problema que hubo en esos otros países y sus revoluciones —con la salvedad de Siria, a la que ahora llegaremos— fue la falta de un liderazgo fiable y unificado. Había un elevado número de dirigentes y de facciones, entre los cuales no había armonía y que mantenían diferencias los unos con los otros. Cuando se sentaban a dialogar, esas diferencias se hacían evidentes. Esto tenía su efecto sobre la gente, que a su vez caía en la división. En algunas zonas, este proceso llevó incluso a la guerra civil.

En todo caso, los estadounidenses y algunos países de la región entraron en escena en los distintos países para apropiarse de esos grandes movimientos populares y hacerlos fracasar. Ahí fue notable el papel de Estados Unidos, mientras que en el norte de África fue influyente también Francia. Por otra parte, entraron en liza con fuerza Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos para acabar con la Primavera Árabe y el Despertar Islámico, y para exterminar los movimientos populares. Intentaron alcanzar sus objetivos movilizando su potencia mediática y fomentando golpes de Estado militares en la región. Todos sabemos cómo evolucionó la situación en Túnez, Libia y Egipto; sin embargo, en Yemen es diferente. Aunque también intentaron apropiarse del movimiento popular de allí, una gran parte del pueblo de Yemen resistió políticamente y como nación junto al querido hermano Seyed Abdulmalik al-Huzi, Ansarolá y sus aliados, y aguantó frente a los extranjeros, hasta que se les impuso esa guerra tan desigual, que dura hasta hoy.

Llegamos ahora al asunto de Siria, donde lo sucedido no tiene relación alguna con la Primavera Árabe ni con el Despertar Islámico. Lo acontecido allí fue la aplicación del plan estadounidense-saudí y de algunos países de la región para obstaculizar la materialización de los logros del Eje de la Resistencia; en especial, porque en ese periodo la revolución popular de Egipto tenía a Israel sumido en una honda preocupación por su futuro en la región. Los israelíes estaban organizando grandes conferencias en las que hablaban de un momento estratégico, incluso estaban pensando en volver a formar varios batallones para enviarlos a las fronteras del Sinaí; hasta ese punto estaba Israel angustiado por los cambios que se habían producido en Egipto.

Tras verse incapaces de atraer hacia sí a Damasco, el objetivo deseable para los israelíes era derrocar al Gobierno y el sistema político que rige Siria. Algo que muchos no saben es que antes de que comenzaran los movimientos para derrocar al Gobierno de Damasco hubo grandes esfuerzos para que el presidente Bashar al-Asad llevase el liderazgo de Siria y a su país en una dirección diferente. Los saudíes se afanaron mucho en ello; tanto, que el propio rey Abdulá bin Abdulaziz viajó en persona a Damasco, pese a haber declarado un embargo contra Siria. También se esforzaron mucho por alcanzar el mismo objetivo los cataríes, e igualmente se esforzaron para que Siria se pasara al frente contrario Turquía y algunos países árabes, incluido Egipto en tiempos de Hosni Mubarak. Los estadounidenses y sus aliados trataron, con promesas de tipo político y con propuestas financieras muy seductoras a Al-Asad, de impulsar a Siria hacia un eje distinto al que llamaban «Moderación Árabe», y que nosotros llamamos «Rendición Árabe».

A pesar de todo eso, el presidente Al-Asad y el resto de dirigentes sirios insistieron en todo momento en mantener su postura constante de apoyo a la Resistencia, por que estaban convencidos de que la lucha árabe-israelí seguía adelante. Bashar al-Asad tenía la convicción de que, sin resolver la cuestión del Golán ocupado y sin hacer cumplir los derechos denegados a los palestinos, no podía haber paz en la región. En todo caso, lo que sucedió fue que los estadounidenses no consiguieron poner a Damasco de su lado. Washington conocía bien el papel crucial de Siria en el Eje de la Resistencia.

Si tuviera que usar un término preciso para definir a Siria, sería el que usó el Seyed Guía al decir: «Siria es el pilar central de la jaima». Sin Siria, se convertirían en algo marginal tanto la Resistencia libanesa como la palestina; porque Siria es uno de los órganos principales de la Resistencia a nivel regional. Algunos creen que, para la Resistencia, Siria es como un puente, pero mi convicción es que ese país es algo más que un puente para la región, es uno de los órganos primordiales, grandes e importantes del cuerpo de la Resistencia, de su organismo, su inteligencia, su cultura y su pensamiento. Esto se demostró, en especial después de la Guerra de los Treinta y Tres Días, con la postura de Siria, su apoyo y su constancia ante la amenaza de la guerra. Era posible, estando presente Estados Unidos en Irak —en las fronteras con Siria—, que Israel extendiera el radio de alcance de la guerra atacando Siria, desencadenando una guerra total contra ella; pero Bashar al-Asad no cedió, sino que permaneció con rotundidad y desde una posición de fuerza al lado de la Resistencia durante la Guerra de los Treinta y Tres Días.

Tras esa guerra, los israelíes hicieron sus análisis y llegaron a la conclusión de que para aniquilar a la Resistencia del Líbano y Palestina debían acabar antes con Siria, por lo que diseñaron planes para hacerlo. Como no habían podido hacerse con Siria por vías políticas, se decantaron por la opción militar. De haber sido capaces de provocar un golpe de Estado militar desde el interior del Ejército sirio, lo habrían hecho; pero no pudieron. Fue después de ese fracaso cuando norteamericanos e israelíes se aprovecharon de la atmósfera siria de libertad mediática y política para llevar los acontecimientos en un sentido que diera pie a desorden y conflictos internos. Desde los primeros días de las manifestaciones antigubernamentales de Siria, yo mismo fui testigo de cómo el presidente Bashar al-Asad se reunía directamente con los líderes de las protestas y llevaba sus reclamaciones a la práctica.

Sin embargo, después de aquello, las manifestaciones se convirtieron en operaciones militares, como sucedió exactamente en la ocupación de la ciudad de Daraa. Fueron los estadounidenses, los saudíes y otros países de la región quienes enviaron a Siria a los takfiríes de Al-Qaeda, Daesh y el Frente Al-Nusra desde el mundo entero para que se hicieran con el control del país y derrocaran al Gobierno. ¿Para defender qué intereses? Los de EE. UU. e Israel; para defender los intereses de un eje que busca acabar con la causa palestina, para defender los intereses de un eje que busca rodear, aislar y atacar a Irán. Esa es la realidad. Por lo tanto, lo sucedido en Siria no fue en modo alguno que la gente quisiera elecciones de tal tipo o tales reformas, porque Bashar al-Asad estaba dispuesto al diálogo sobre cualquier opción que el pueblo deseara. Sin embargo, otros se apresuraron a ocupar zonas de Siria y a asestar golpes a su Ejército, sus fuerzas de seguridad y sus instituciones, para derrocar a Al-Asad manu militari. Abrieron las fronteras y llegó gran número de barcos cargados de armamento de guerra.

El propio Joe Biden dice que se enviaron a Siria decenas de miles de toneladas de armas y municiones de guerra. Los estadounidenses gastaron cientos de miles de millones de dólares en ese país. ¿Para qué? ¡Para hacer realidad la democracia? ¿Acaso Daesh y el Frente Al-Nusra aspiraban a que hubiera democracia en Siria? Gente que considera las elecciones descreimiento, y a quienes participan en ellas infieles cuya sangre es lícito derramar… ¿aspiraban a organizar elecciones para la nación siria? La cosa estaba clara, y hoy ya ha quedado demostrado que lo que sucedió en Siria no tenía relación alguna con elecciones, reformas ni nada vinculado con la democracia, porque Al-Asad estaba dispuesto a dialogar sobre esas cuestiones; pero ellos tenían prisa por derrocar al Gobierno de Siria y colocar el país bajo su dominio.