Tuve una juventud muy emocionante. Gracias a las actividades literarias, artísticas y similares, antes de la Revolución había cierta emoción en mi vida. Después de la Revolución, esa emoción la producían las actividades políticas que comenzaron en el año 1341 (de la hégira solar, equivalente a 1962-63 d. C.). Yo tenía entonces 23 años, y estuve en el corazón de los acontecimientos más excitantes del país. En 1342 (1963-64 d. C.) me encarcelaron dos veces. Me arrestaron, me encarcelaron y me interrogaron. Esas cosas pueden llenar la vida de emoción. Hubo aun más emoción después de ser liberado y conocer a un impresionante número de personas que defendían los valores por los que yo había sido encarcelado y a su líder, el imam Jomeiní (q. e. p. d.), que guiaba a la gente y corregía sus actos, sus pensamientos y sus métodos. Así que la vida de las personas como yo, que estaban envueltas en actividades de ese cariz, estaba llena de emoción.

En aquella época, nuestros mayores —que entonces tenían mi edad actual— decían cosas que nos dejaban pensando cómo podían pensar así. Ahora en cierta manera puedo entenderlos.

Aun así, no estoy completamente distanciado de la juventud. Aún me siento joven en cierta medida, y jamás dejaré que eso me ocurra. Afortunadamente, he sido capaz de evitar los sentimientos que sobrepasaron a aquella gente, y nunca dejaré que eso me suceda a mí. Pero por aquel entonces nuestros mayores, que estaban sin duda sobrepasados por los sentimientos asociados a la edad avanzada, no sentían el placer que puede experimentar una persona joven. Ese era el estado de ánimo dominante en aquella época. No quiero dar a entender que hubiera una atmósfera deprimente. No quiero hacer tal afirmación, pero la ignorancia y la falta de identidad estaban muy extendidas.

Es más, por aquel entonces tanto yo como la gente que, como yo, estaba implicada en actividades políticas con profundidad y seriedad, hacíamos todo el esfuerzo posible por sacar a cuantos jóvenes como pudiéramos de la esfera de influencia cultural del régimen. Yo, por ejemplo, solía hacer exégesis religiosa en las mezquitas, pronunciar discursos religiosos tras la oración y, a veces, viajaba a distintas ciudades para pronunciar discursos religiosos. Me centraba de modo específico en liberar a la juventud del yugo cultural del régimen Pahlaví, al que en aquella llamaba «la red invisible». Les decía que había una red invisible que arrastraba a todas las personas en una dirección específica. Quería destruir cuantas trampas invisibles de aquellas pudiera, a fin de liberar a los jóvenes. Quienes se liberaban de aquellas trampas intelectuales, que estaban caracterizados por una tendencia a la religión y a las ideas del imam Jomeiní, desarrollaban una suerte de inmunidad. Así era en aquellos tiempos. Esa misma generación puso más adelante los cimientos de la Revolución. Incluso ahora, en nuestra sociedad actual, veo a mucha gente que pertenece a aquella misma generación, tanto a gente con la que estaba en contacto como gente con la que no tenía relación personal.

El ayatolá Jameneí, en un encuentro con un grupo de jóvenes

27 de abril de 1998