En el nombre de Dios

Empecemos la conversación viendo cuál era la situación de la región en el momento en que triunfó la Revolución islámica. ¿Qué circunstancias había en el oeste de Asia? Lo pregunto en concreto porque una de las dimensiones importantes de la Revolución es la de sus efectos a nivel regional e internacional. ¿Qué cambios y transformaciones se dieron con la Revolución en el equilibrio regional? ¿Qué ocurrió en la región en general y, en particular, en el Líbano, con el triunfo de la Revolución?

En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso. Para empezar, es menester que le dé a usted la bienvenida. Si volvemos la vista atrás y observamos los hechos vemos que, muy poco antes del triunfo de la Revolución islámica de Irán, ocurrió en la región un suceso de gran importancia, que fue la salida de la República Árabe de Egipto de la lucha de los países árabes contra Israel y la firma de los conocidos como Acuerdos de Camp David. Por la importancia del papel de Egipto en la lucha que he señalado, aquello influyó de manera muy peligrosa en la región y en el conflicto árabe-israelí por la cuestión de Palestina y el futuro de Palestina.

Tras aquel suceso, en un primer momento pareció que la balanza se inclinaba en gran medida del lado de Israel, siendo la razón que, sin Egipto, los países árabes y los grupos de la Resistencia palestina ya no eran capaces de enfrentarse a las grandes potencias. Por eso, lo primero que provocó ese acontecimiento fue una profunda fisura entre los países del mundo árabe.

En segundo lugar, recordará usted que entonces existía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y, frente a ella, el campo occidental, liderado por los Estados Unidos de América. Esto hacía que existiera otra fisura en nuestra región, que separaba a los países vinculados a la URSS, el bloque oriental, de los países supeditados a EE. UU., el bloque occidental. Esa gran brecha que teníamos ante nosotros entre los países árabes de la región entrañaba graves consecuencias para los pueblos y, claro está, repercutía también en la lucha árabo-israelí. La Guerra Fría entre la URSS y EE. UU. influía por tanto de modo fundamental en nuestra región y en su devenir.

Sobre el Líbano hay que decir que, como parte de la región, se veía intensamente afectado por lo que ocurría en ella, ya fueran los actos de Israel, la lucha árabe-israelí o las divisiones existentes. Por aquel entonces, el Líbano atravesaba además problemas internos y estaba en plena guerra civil. En 1978, el año anterior al triunfo de la Revolución islámica, el enemigo israelí tenía ocupada parte del sur del Líbano, y luego creó un cinturón de seguridad en la frontera con Palestina al que se llamó «franja fronteriza». Por medio de ese cinturón, continuaba a diario sus incursiones en el Líbano, en sus pueblos y ciudades; de modo que nos enfrentábamos a un problema muy serio, que era la ocupación de una parte del sur del país por Israel, con sus agresiones diarias. Los cazas y la artillería israelíes bombardeaban el sur del Líbano, las matanzas y el pillaje israelíes de la peor especie no cesaban y, a resultas de estas acciones bárbaras, la gente quedaba sin hogar. Todo esto sucedía entre 1977 y 1979, es decir, antes del triunfo de la Revolución islámica.

 

¿Lo justificaban pretextando la presencia en el Líbano de los palestinos?

Sí, se quejaban de la existencia de la Resistencia palestina y de sus operaciones, pero era sólo una excusa, puesto que la cadena de incursiones de Israel en el sur del Líbano había empezado en 1948, cuando la Resistencia palestina no estaba allí. La Resistencia palestina comenzó a actuar en el sur del Líbano a finales de la década de 1960 o principios de los 70, en particular después de lo ocurrido en Jordania y de la llegada de los grupos palestinos desde allí al Líbano.

Fue en aquellas circunstancias que triunfó la Revolución islámica en Irán, en un momento en que en el mundo árabe e islámico reinaba un clima de desesperanza y la ansiedad por el futuro era generalizada. Que Egipto abandonara la lucha árabe-israelí y firmara los Acuerdos de Camp David impuso a los palestinos y a los árabes en general un proceso político humillante, y la debilidad de los gobernantes de los países árabes en su conjunto había hecho cundir el desaliento, la desesperanza y el miedo al futuro. En tal atmósfera, el triunfo de la Revolución islámica de Irán reavivó en un principio las esperanzas perdidas en la región y en los pueblos de la región, en especial entre los pueblos palestino y libanés.

Ese triunfo (el de la Revolución islámica) resucitó también las esperanzas de una nación a la que la existencia de Israel tenía arrinconada, y eso gracias a la claridad, desde el principio, de la oposición al proyecto sionista del imam Jomeiní (pura se mantenga su tumba), que veía indispensable liberar Palestina y mantenerse junto a los grupos de la Resistencia palestina. El imam (que en paz descanse) creía en la defensa del pueblo palestino, en la liberación de su tierra hasta el último palmo y en la desaparición de Israel de la escena de la existencia como régimen de ocupación presente en la región; de modo que el triunfo de la Revolución islámica en Irán creó una creciente esperanza en el futuro y elevó muchísimo la moral y la motivación de los partidarios de resistir y de los grupos de la Resistencia.

El triunfo de la Revolución islámica creó además un contrapeso en el equilibrio de fuerzas de la región. Si Egipto había salido de la lucha con Israel, entró en ella la República Islámica de Irán, con lo que se restableció el equilibrio de poder en la lucha árabe-israelí y, con ello, el proyecto de la Resistencia de la región entró en una nueva fase histórica. Ese acontecimiento marcó el principio del movimiento islámico y de la yihad en el mundo árabe e islámico, tanto entre los chiíes como entre los sunníes.

Fue el imam Jomeiní (p. m. t.) quien puso en circulación muchas consignas y valores relativos a distintas esferas, como «la causa palestina», «la unidad islámica», «la resistencia», «el enfrentamiento a Estados Unidos», «constancia y firmeza», «confianza y seguridad de los pueblos en el creador de los habitantes del mundo y en sí mismos» o «fe en el poder superior para hacer frente a los arrogantes y alcanzar la victoria». No cabe duda de que estos lemas tuvieron una influencia directa muy positiva en la situación de la región de aquel momento.

 

Usted, de modo particular, además de la atmósfera general que se creó gracias a la Revolución islámica y el espíritu que su eminencia el imam (q. e. p. d.) insufló en la gente de la región al reavivar la Resistencia, ¿qué recuerdo tiene del imam y de sus posicionamientos respecto a la Resistencia libanesa y a Hezbolá?

Bien, para hablar de esto hay que abordar la liberación de la ciudad iraní de Jorramshahr. Los israelíes estaban muy preocupados por la guerra entre Irán e Iraq, la guerra impuesta por Saddam a Irán. Por eso, cuando se liberó Jorramshahr decidieron atacar el sur del Líbano. Había también motivos propios, pero existe una relación profunda entre las victorias de Irán en el frente y las agresiones de Israel al Líbano; así que los israelíes entraron en el sur del Líbano, el valle de la Becá, el Monte Líbano y las afueras de Beirut.

En aquella época, Israel no penetró en todo el Líbano, sino sólo en un 40 % aproximado de su territorio. Entraron 100 000 militares israelíes. Pretextando el mantenimiento de la paz, llevaron consigo también fuerzas multinacionales estadounidenses, francesas, inglesas e italianas. Además, en el Líbano había grupos paramilitares que mantenían relaciones y colaboraban con los israelíes. Si cuento todo esto, es para que se entienda que la situación era muy muy muy mala.

Después de aquello, un grupo de ulemas, devotos y hermanos combatientes decidió emprender una nueva yihad con el lema «Resistencia Islámica», que tras un breve espacio de tiempo recibió el nombre de Hezbolá («Partido de Dios»). La apertura de ese frente coincidió en el tiempo con la decisión del imam Jomeiní (p. m. t.) de enviar combatientes del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica a Siria y Líbano para hacer frente a las agresiones de Israel. En un principio, la intención era que la Guardia Revolucionaria combatiese junto a las tropas sirias y a los grupos de la Resistencia libanesa y palestina, pero después de un tiempo los ataques israelíes se redujeron en extensión, con lo que dejó de existir un frente clásico de batalla y se hizo sentir más que nunca la necesidad de operaciones de resistencia realizadas por grupos populares.

Fue entonces cuando el imam Jomeiní (p. m. t.) cambió la misión la Guardia Revolucionaria y los combatientes iraníes que habían ido a Siria y el Líbano, de la confrontación militar directa a tareas de instrucción militar para la juventud libanesa, para que esta pudiese combatir por sí misma a los invasores y llevar a cabo operaciones de resistencia. Esto, por una parte.

Así las cosas, la misión del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica, que entonces estaba desplegado en Siria y en el valle libanés de la Becá —en Baalbek, Hermel y Yanta—, pasó a ser la instrucción para los jóvenes libaneses. Les enseñaban métodos de guerra y les daban apoyo logístico. La misma existencia de la Guardia Revolucionaria en el Líbano elevó muchísimo la motivación y la moral de la juventud libanesa para resistir a Israel.

Como he dicho antes, se decidió formar un grupo grande y amplio, para lo cual se escogió a nueve personas como representantes de los hermanos partidarios de resistir, entre los que se contaba el mártir Seyed Abbás al-Musawi. Naturalmente yo no estaba entre aquellas nueve personas, puesto que tenía poca edad, unos 22 o 23 años. Fueron a Irán, se reunieron con las autoridades y los responsables de la República Islámica de Irán y visitaron al imam Jomeiní (pmt). En aquella visita, además de dar algunas explicaciones sobre los más recientes acontecimientos del Líbano y de la región, plantearon al imam su propuesta de formar un frente de resistencia islámica. Dirigiéndose al imam Jomeiní (q. e. p. d.), le dijeron: «Nosotros tenemos fe en su Imamato, en su Welayat y en su liderazgo. Díganos qué debemos hacer».

En su respuesta, el imam (qepd) insistió en que debían resistir al enemigo con todas sus fuerzas, aunque fueran pocos y contasen con recursos escasos. «Empiecen de cero, confíen en Dios el Altísimo y no esperen la ayuda de nadie en el mundo. Apóyense en sí mismos y sepan que Dios los ayuda. Tal como yo lo veo, la victoria será de ustedes», les dijo; de modo que el imam Jomeiní (q. e. p. d.) vio en esa línea un buen augurio, y la reunión de aquellos hermanos nuestros con el imam puso la primera piedra sobre la que se edificó el frente de resistencia islámica del Líbano, es decir, Hezbolá.

Nuestros hermanos le dijeron al imam: «Nosotros tenemos fe en su Welayat, su Imamato y su liderazgo, pero usted tiene muchas ocupaciones y una cierta edad, por lo que no podemos estar molestándolo constantemente con cuestiones de todo tipo, así que le pedimos que designe a un representante al que podamos consultar». Él señaló al imam Jameneí (que tenga larga vida), que por aquel entonces era presidente de la República, y dijo: «Mi representante es el Sr. Jameneí». Las relaciones entre el Hezbolá libanés y su eminencia el ayatolá Jameneí (Dios lo guarde) empezaron por tanto ya en las horas iniciales de la fundación del grupo. Siempre estuvimos en contacto con él en distintos momentos, lo visitábamos de manera asidua y le enviábamos informes sobre los últimos acontecimientos, y él alababa siempre a la Resistencia.

Recuerdo aquí la cuestión de los miembros de Hezbolá que buscaron el martirio. Usted sabe que las primeras experiencias de operaciones de martirio sucedieron en el Líbano, y fueron aquellos hermanos quienes las llevaron a cabo. Antes de que se difundieran en los medios de comunicación, se enviaron los vídeos con la grabación de los testamentos de los aspirantes al martirio que habían realizado grandes operaciones de martirio en el Líbano, haciendo temblar a los ocupantes. La grabación se mostró al imam, que la miró e hizo unos comentarios. Los testamentos eran de gran belleza, llenos de pasión, de mística y de amor. Después de verlos, el imam (q. e. p. d.) dijo: «¡Qué jóvenes son! Todos ellos eran jóvenes», y luego: «¡La verdadera mística está en estos!». Los testamentos dejaron al imam muy emocionado.

La asistencia, el apoyo y la consideración del imam (q. e. p. d.) para con la Resistencia y el Hezbolá libanés continuaron hasta el final de sus días benditos. Uno o dos meses antes de su fallecimiento, cuando estaba enfermo y en cama, y apenas recibía a responsables del país —menos aún a responsables extranjeros—, fui a Irán como miembro del consejo directivo de Hezbolá y me reuní con el Seyed Guía Jameneí (q. t. l. v.), así como con el difunto ayatolá Rafsanyaní y con otros dignatarios iraníes, y les dije que quería reunirme con el imam. Me respondieron que estaba encamado y no recibía a nadie. Yo les dije que haría un intento, accedieron y fui a las oficinas del imam (q. e. p. d.) a pedir una cita. Un amigo que estaba por aquel entonces en las oficinas, el sheij Rahimián (Dios lo guarde), que prestaba una atención especial a los libaneses, planteó mi solicitud al difunto Seyed Ahmad (q. e. p. d.) y dos días más tarde me dijeron que me preparara para la reunión. Naturalmente, a todos nos sorprendió.

Fui a ver al imam (q. e. p. d.) y allí no había nadie, ni siquiera Seyed Ahmad Jomeiní. La atmósfera imponente que reinaba en el lugar me impresionó mucho. El imam estaba sentado en una silla alta y yo me senté en el suelo. Estaba tan azorado que la voz no me salía. Me dijo que me acercara, y yo me acerqué y me senté a su lado. Hablé con él y le di la carta que llevaba conmigo. El imam respondió a mis preguntas sobre cuestiones actuales del Líbano de aquel momento, sonrió y dijo: «Dígale a todos nuestros hermanos que no se preocupen. Mis hermanos y yo en la República Islámica de Irán estamos con ustedes. Siempre permaneceremos a su lado». Aquel fue mi último encuentro con el imam (q. e. p. d.).

 

Ojalá tuviéramos occasion de que nos hablara con más detalle de aquella época. Le doy de nuevo las gracias por esta oportunidad que nos da. Ha dicho usted que Hezbolá se formó y comenzó sus actividades en circunstancias muy duras. Ha recordado que el mismo Irán estaba en guerra; en el Líbano, el régimen sionista arremetía una y otra vez contra la población, mataba y saqueaba, y fue en esas difíciles circunstancias que Hezbolá inició sus actividades. Nos ha dicho usted antes que su eminencia el imam lo remitió a usted al ayatolá Jameneí para que se mantuviera en contacto con él. Le pido que nos hable de los objetivos importantes hacia los que lo guió el ayatolá Jameneí (q. t. l. v.) tras el fallecimiento del imam, y de las instrucciones que le dio él a lo largo de su presidencia de la República. Así podemos entender los antecedentes que hicieron que la llegada del imam Jameneí al Liderazgo de la República Islámica satisficiera tanto a Hezbolá y lo dejara tan tranquilo por su elección para el cargo. ¿Qué había pasado para que se sintieran ustedes así?

Desde el primer instante en que comenzó esa relación con el gran ayatolá Seyed Alí Jameneí (q. t. l. v.) —a quien yo en mi lenguaje particular llamo «el Seyed Guía», de modo que permítame referirme a él en ese tono—, en Hezbolá teníamos un consejo directivo de entre 7 y 10 miembros, que durante su presidencia lo visitaban con asiduidad.

 

¿Se designó a alguien en particular para hacer de enlace entre Hezbolá y el ayatolá Jameneí (q. t. l. v.)?

Lo cierto es que el Seyed Guía tenía una consideración especial por los grupos libaneses y les dedicaba bastante tiempo. Me acuerdo de que algunas reuniones con él duraban dos, tres y hasta cuatro horas. Nos escuchaba con mucha atención. Nuestros amigos y hermanos le daban explicaciones completas. Como usted sabe, en aquel entonces no todos compartían las mismas opiniones; nuestros hermanos tenían cada uno sus distintos puntos de vista y argumentos. Él los escuchaba todos. Ni que decir tiene que en esto no había ningún problema con la lengua y los dialectos árabes por parte del Seyed Guía, que dominaba el árabe y era perfectamente capaz de expresarse en esa lengua. Hablaba un árabe muy bello.

Claro está que prefería contar con la asistencia de un intérprete; por lo general hablaba en persa, pero cuando los libaneses hablaban en árabe no tenía necesidad de traducción. Su perfecto dominio del árabe lo ayudaba mucho a comprender en profundidad los problemas y opiniones de nuestros hermanos libaneses. Un aspecto importante es que, a pesar de haberle dado plenos poderes el imam Jomeiní (p. m. t.), el Seyed Guía se esforzaba por hacer más bien la función de mentor, mostrándonos el camino y ayudándonos a que fuéramos nosotros quienes tomásemos nuestras propias decisiones. Yo siempre me acuerdo de que, en todas las reuniones, tanto en aquella época como después de convertirse en líder, siempre que quería dar una opinión aclaraba que se trataba de una propuesta; él llegaba a una conclusión basándose en sus propios criterios, pero nos decía que nosotros nos sentásemos juntos para hablar el asunto y tomar la decisión que viésemos correcta.

Ciertamente, en aquella crítica etapa, el Seyed Guía pudo, además de formar intelectual, científica y mentalmente a los comandantes y dirigentes de Hezbolá, ejercer un papel notable en la orientación del grupo. Por lo tanto, su función en aquella etapa fue de extrema importancia y de carácter estratégico para la orientación de Hezbolá, extendiéndose incluso a cuestiones de índole educativa.

En los primeros años, nuestros hermanos viajaban a Irán dos o tres veces al año para informarse de lo que pensaban las autoridades iraníes sobre los acontecimientos de la región, ya que por aquel entonces estaban ocurriendo transformaciones muy rápidas. Naturalmente, había también guerra: los ocho años de guerra impuesta a Irán y sus consecuencias para la región. Por eso, nuestros hermanos necesitaban hacer constantes consultas con Irán para disponer de su apoyo. Si se daba el caso de que nuestros hermanos se veían frente a una cuestión importante y urgente, me enviaban a Irán a mí, por ser el más pequeño y porque iba sin aparato de seguridad ninguno. Viajaba solo, con una sola pieza de equipaje que llevaba yo mismo; es decir, que mis viajes a Irán, como yo no era una persona conocida, no tenían complicación ni mi seguridad corría peligro alguno.

Por otra parte, yo sabía algo de persa, a diferencia de otros hermanos de Hezbolá, que por este motivo preferían que fuera yo quien viajase. Desde el mismo comienzo hubo simpatía y afecto entre los hermanos iraníes y yo. Visitaba al Seyed Guía de parte de mis hermanos del Líbano y estaba con él una o dos horas; incluso, cuando se acababan los temas por tratar y me disponía a irme, él me decía: «¿Por qué tanta prisa? No se vaya; si falta algo por hablar, hágalo». Aquella fue una etapa importantísima para Hezbolá, que estaba definiendo sus fundamentos, su orientación básica y sus objetivos esenciales. Había toda una gama de planteamientos y opiniones diversas con los que se podrían escribir muchos libros, pero en definitiva se escribió uno solo. Ahora puedo decir que en Hezbolá tenemos un punto de vista único. A consecuencia de los acontecimientos y las experiencias que hemos ido dejando atrás, así como al amparo de las orientaciones, los consejos y la dirección del imam Jomeiní (qepd) y el Seyed Guía, una diversidad de puntos de vista ha acabado unificándose.

 

Llegamos al año 1989, cuando fallece el imam, y nuestro pueblo y los simpatizantes de la Revolución islámica se visten de luto. Lógicamente, aquellos momentos fueron delicados, tanto para nuestro país, Irán, como para los simpatizantes de la Revolución islámica. Díganos brevemente en qué situación estaba usted en el momento en que el ayatolá Jameneí fue elegido para suceder al imam (que Dios Altísimo esté satisfecho de él), y háblenos con algo más de detalle de los acontecimientos con los que tuvo que lidiar tras el tránsito del imam en los ámbitos regional e internacional. Atravesábamos un período crítico, puesto que coincidió con el fin de la Guerra Fría, el derrumbe de la Unión Soviética y el inicio del unilateralismo de Estados Unidos. En aquel entonces vimos que el régimen sionista planteó las Negociaciones de la Cesión (el «proceso de paz») y, por otra parte, la Revolución islámica se vio en circunstancias muy particulares. Es prácticamente seguro que los norteamericanos tenían planes hechos para la etapa posterior a la defunción del imam (q. e. p. d.). Quisiéramos que nos hable de aquellas circunstancias, que nos las describa y que nos diga cómo afrontó el ayatolá Jameneí las grandes transformaciones que se estaban produciendo a nivel regional e internacional.

Como sabe usted, estando en vida el imam, los miembros de Hezbolá y los partidarios de la Resistencia mantenían lazos estrechísimos con él, tanto en el plano de las ideas como en el de la cultura. Además, los miembros de Hezbolá estaban muy ligados al imam desde el punto de vista afectivo y sentimental. Como muchos iraníes, estaban verdaderamente enamorados de él. Los miembros de Hezbolá lo veían como un imam, un líder, un guía, una referencia a imitar y un padre. Yo hasta aquel momento no había visto a los libaneses amar y querer de aquella manera a alguien. Por todo esto, su fallecimiento hizo que en aquellos días cayera sobre los libaneses una montaña de tristeza y dolor que con seguridad no eran menores a los que sentían los iraníes. Tal era la relación de afecto entre los libaneses y el imam Jomeiní.

Pero, por otra parte, existía entonces una gran preocupación, y es que los medios de comunicación occidentales hablaban sin cesar del periodo posterior al imam Jomeiní, afirmando que después de él Irán se dividiría y habría una guerra civil. En aquellos años y en particular en el último año de la vida llena de bendiciones del imam se había desatado una intensísima guerra psicológica en ese sentido, por lo que había cierta inquietud. Se nos decía que, tras la muerte del imam, el protector en el que nos apoyábamos —es decir, la República Islámica de Irán— iba camino de desmoronarse y hundirse. Esta es otra de las características del ambiente de la época, aparte de la naturaleza de los lazos de afecto con el imam.

Una tercera cuestión, al margen de la guerra psicológica, era nuestra falta de concienciación respecto a las circunstancias que sucederían al fallecimiento del imam (qepd). No sabíamos qué rumbo tomarían las cosas ni qué ocurriría, por lo que estábamos intranquilos. Después de su fallecimiento, siguiendo los acontecimientos por televisión, pudimos ver la seguridad pública que reinaba en Irán y la presencia majestuosa del pueblo iraní en su cortejo fúnebre, lo que nos dio algo de confianza y de paz.

Con esto nos aseguramos de que Irán no iba a la guerra civil ni camino de dividirse y colapsar, sino que a fin de cuentas los iraníes iban a escoger un líder adecuado en una atmósfera de sensatez y positiva. Como todos los iraníes, estuvimos esperando la decisión de la Asamblea de Expertos. Lo cierto es que para los libaneses la elección del Seyed Guía como líder de la República Islámica de Irán fue algo impredecible. La selección del Seyed Guía para esa responsabilidad fue, de manera sorpresiva y extraordinaria, causa de satisfacción, alegría y tranquilidad. Puedo asegurar de modo rotundo que en el momento mismo del anuncio de la sucesión del imam (q. e. p. d.) se disiparon por completo todas aquellas inquietudes, ansiedades y dudas sobre el futuro. Yo tengo la convicción de que aquello sucedió por la gracia y la voluntad de Dios el Altísimo, para que los corazones de los fieles hallaran seguridad y sosiego. Como es natural, en las primeras horas tras la elección del Seyed Guía como líder de la República Islámica de Irán, los ulemas, distintos colectivos y los miembros de Hezbolá le enviaron sus mensajes de felicitación y le juraron fidelidad como líder de la Umma islámica, líder de los musulmanes e imam de los musulmanes. Aunque la Asamblea de Expertos no lo designara con esos títulos, sino con el de líder de la República Islámica de Irán, todos los devotos del mundo enviaron cartas al Seyed Guía en las que le juraban fidelidad como imam de los musulmanes, autoridad de los musulmanes y líder de la Umma islámica, igual que el imam Jomeiní (q. e. p. d.).

En todo caso, pasamos aquella etapa, iniciamos nuestra relación y esa relación continuó. Poco tiempo después viajamos a Irán, expresamos nuestras condolencias por el óbito del imam (que Dios esté satisfecho de él) y visitamos al Seyed Guía. Este estaba aún en la sede de la Presidencia de la República. Le juramos fidelidad de manera presencial. Le dijimos: «En vida del imam (q. e. p. d.), usted fue su representante para los asuntos del Líbano, Palestina y la región, además de presidente de la República de Irán, pero ahora es el líder de la República Islámica y de todos los musulmanes, y por este motivo es posible que no disponga de tanto tiempo como en el pasado; por eso, le pedimos que designe a un representante para no estar molestándolo continuamente». Al instante, el Seyed Guía sonrió y dijo: «Todavía soy joven y, si Dios quiere, tendré tiempo. Yo tengo una consideración especial por las cuestiones de la región y de la Resistencia, y por eso seguiremos estando en contacto directo». Desde entonces, a diferencia del imam Jomeiní (q. e. p. d.), él no ha designado a ningún representante para que le planteemos nuestras cuestiones. Como es natural, tampoco nosotros queríamos importunarlo en exceso ni necesitábamos demasiado tiempo suyo; en particular en los primeros años, es decir, los años iniciales tras la fundación, respondía a todo. Los principios, los objetivos, los fundamentos, las reglas y la línea de conducta que teníamos ponían orden en las distintas cuestiones. Todo esto eran bendiciones divinas: la bendición de la guía era evidente y no había necesidad de que lo molestáramos continuamente. Por lo tanto, seguimos actuando de la misma manera, tal como lo ordenó el propio Seyed Guía. Todo esto es para responder a la parte de su pregunta relativa a nuestra relación con el Seyed Guía tras su elección como líder y autoridad de los musulmanes después del óbito del imam (q. e. p. d.).

En cuanto a los acontecimientos posteriores al fallecimiento del imam (q. e. p. d.), hay que decir naturalmente que fueron de inmensa importancia y gran peligro. Para nosotros, lo importante en aquel momento era continuar el camino de la resistencia en el Líbano, algo en lo que el Seyed Guía insistía también desde el principio. Él daba muchas orientaciones a los responsables de la República Islámica para que atendieran de manera particular a la Resistencia del Líbano y del conjunto de la región, y nos decía que completaría y defendería la necesidad de seguir el mismo camino, ideas, métodos, principios y cultura del imam que cuando él estaba en vida.

Con esto Dios el Altísimo nos hizo un gran favor, hasta el punto de que incluso con los cambios de gobierno de Irán y sus diferencias de línea política no hubo ningún cambio en el apoyo de la República Islámica a la Resistencia en la región y, en particular, en el Líbano. Con sus sucesivos Gobiernos, Irán no sólo no redujo su firmeza respecto a la Resistencia, sino que reforzó su posición, lo que uvo lugar gracias a la atención personal del Seyed Guía al Hezbolá libanés y a la Resistencia a nivel regional.

La cuestión más importante relativa a nosotros en aquella etapa de la llegada al liderazgo del Seyed Guía eran los problemas internos del Líbano. Usted sabe bien que había entonces problemas entre Hezbolá y el movimiento Amal, y el Seyed Guía prestó especial atención a esa cuestión. De esta manera, lo más importante que nos ocurrió a nosotros en el periodo inicial de su liderazgo fue la resolución de los problemas internos entre el Hezbolá libanés y Amal. Aquel feliz acontecimiento ocurrió gracias a las orientaciones especiales del Seyed Guía y de los contactos de las autoridades de la República Islámica de Irán con los dirigentes de Hezbolá y del movimiento Amal, incluido el Sr. Nabih Berri, el actual presidente del Parlamento libanés.

El Seyed Guía se oponía a todo conflicto que crease división entre los grupos libaneses, e hizo todos sus esfuerzos por resolver los problemas. Si hoy disfrutamos de relaciones estrechas entre el Hezbolá libanés y el movimiento Amal, la primera piedra de esos lazos la puso el Seyed Guía con sus indicaciones, de tal modo que en la actualidad las relaciones entre Hezbolá y Amal no son sólo estratégicas, sino que de algún modo van más allá de lo estratégico. Si hemos podido reforzar cada vez más la Resistencia para la defensa del Líbano y del sur del Líbano ha sido gracias a esa colaboración. Los logros y la gran victoria del año 2000 frente al régimen sionista se obtuvieron también al abrigo de esa unidad; e igualmente nos fue útil esa unidad en 2006, en la Guerra de los Treinta y Tres Días del régimen sionista en el sur del Líbano, cuando pudimos resistir hasta infligir la derrota al enemigo.

Recuerdo que en aquella época, tras el martirio de Seyed Abbás al-Musawi (q. e. p. d.), nuestros hermanos me eligieron como secretario general, después de lo cual fuimos a visitar al Seyed Guía, que planteó varias cosas; entre ellas, dijo: «Si quieren alegrar el corazón de nuestro protector, el Dueño del Tiempo (que Dios acerque su noble triunfo), así como el de todos los devotos, deben esforzarse por mantener la calma en su país. Deben avanzar por la senda de la mutua colaboración, en particular entre Hezbolá y Amal, entre el sheij Fadlalá y el sheij Shamseddín». Por aquel entonces, el sheij Fadlalá y el sheij Shamseddín estaban ambos en vida y el Seyed Guía insistía mucho en que reforzáramos la unidad interna entre ellos. Insistía tanto en la unidad entre los chiíes como entre chiíes y sunníes; y uno de los asuntos principales de la etapa inicial de su liderazgo fue ese énfasis en los asuntos internos del Líbano y en las relaciones entre Hezbolá y Amal. Otro tema relevante en el que hacía hincapié era la estrategia de puertas abiertas de Hezbolá para los demás grupos políticos libaneses, pese a la existencia de diferencias religiosas, políticas, doctrinarias e ideológicas. La puesta en práctica de este planteamiento fue otra de las bendiciones de su inteligente liderazgo.

Se daba mucha importancia a mantener la resistencia, a hacer frente a las agresiones y a la determinación para liberar el sur del Líbano. El Seyed Guía prestaba además una atención especial a la cuestión de la Resistencia y a que esta avanzara. Siempre recalcaba que la Resistencia tenía que avanzar, crecer y, en última instancia, recuperar las tierras ocupadas. Insistía también con mucho énfasis en la necesidad de dar siempre pasos hacia delante en ese camino. Sabe usted que en aquel entonces existía un problema, que es que algunos grupos de la Resistencia —no Hezbolá— se habían enfrascado en cuestiones políticas internas, con lo que iban dejando abandonada la misión de resistir. Esto hacía que la resistencia quedara reducida a Hezbolá y el movimiento Amal; en realidad, sobre todo Hezbolá. Incluso en el seno de Hezbolá había hermanos inclinados a implicarse en el escenario político interior, pero, con todo, el Seyed Guía hacía hincapié en la necesidad de priorizar el deber de la resistencia y los asuntos de la lucha.

 

Continuará...