Son muchos quienes han alcanzado el martirio en el camino de Dios acompañando al Profeta, al Príncipe de los Creyentes o a los profetas divinos, pero ninguno de ellos puede compararse a lo que sucedió en Kerbala. Hay una diferencia entre una persona que entra en liza entre vítores, alentada por amigos y compañeros y que, esperando una victoria, lucha y cae mártir al suelo —aunque, por supuesto, ese martirio le aportará grandes recompensas—, y otra que sale a la palestra en un mundo tenebroso, cuando todas las grandes personalidades del mundo islámico no sólo rechazan acompañarlo, sino que le reprochan que entre en combate. Ahí no hay esperanza de obtener ayuda alguna (…). Sus compañeros, sus devotos y sus partidarios de Kufa rehúsan unirse a él. Está totalmente solo y entra en liza junto a apenas un número reducido de compañeros abnegados y a la familia, con su esposa, su hermana, sus sobrinos, los pequeños y su hijo de seis meses de edad. Es algo asombroso.