Cada año, en los días en que se rememora el martirio junto a sus compañeros de Husain ibn Alí (P), nieto del Profeta del Islam, el ayatolá Jameneí oficia ceremonias de rouzé durante seis noches, entre la sexta y la undécima del mes de muharram. El rouzé es una de las ceremonias sacras del Islam y, en particular, de su escuela chií, y en ella se habla de cómo fueron martirizados los descendientes del Profeta, de las penalidades que se les infligieron y del deber de sus seguidores y adeptos en la actualidad.
Las ceremonias de rouzé del Líder de la Revolución por el Imam Husain se celebran de manera pública en la Husainiya del Imam Jomeiní. Esta consiste en un recinto rectangular cubierto de unos 61 metros de largo por unos 30 metros de ancho, de aspecto muy sencillo, con 14 columnas. Desde el año 1989, cuando accedió al puesto de Líder, el ayatolá Jameneí pronuncia allí sus discursos públicos.
Durante las ceremonias de Muharram, en la husainiya se observan dos diferencias fundamentales respecto al resto del año: la primera es que, en esos días, el espacio se adorna con banderas y telas de colores verde y negro con frases sobre el Profeta y su familia bellamente caligrafiadas. La segunda, que en esas ceremonias el ayatolá Jameneí no habla, sino que permanece sentado a la derecha, en un rincón de la husainiya, mientras oradores y panegiristas se sientan frente al público y pronuncian sus discursos y alabanzas. Sobre el ayatolá Jameneí puede verse una tela verde en la que, en hermosa caligrafía, se dirigen saludos y expresiones de respeto al Imam Husain, a su familia y a sus compañeros.
Las ceremonias coinciden cada año, por lo general, con importantes acontecimientos políticos e internacionales, y la asistencia de última hora de invitados especiales a las mismas, a los discursos o a las recitaciones de alabanzas particulares ha dado qué hablar año tras año, incluso a escala internacional.
Por ejemplo, este año un poema de Mahmud Karimí —un panegirista célebre en Irán— sobre la certeza respecto a la desaparición de Israel, así como otro de Meisam Motií —el panegirista más joven de los participantes— sobre un puñal simbólico del movimiento yemení Ansarolá, han estado entre los acontecimientos comentados de estas noches.
Otro de los acontecimientos sonados ha sido la presencia de Muqtada al-Sadr, una de las personalidades célebres de Irak, en el rouzé de la décima noche de muharram, junto al imam Jameneí, que conmovió a los medios de comunicación estadounidenses y saudíes.
Es también digno de verse el estado de ánimo de quienes participan en los duelos en la husainiya. Aparte de los teheraníes, grupos de gente de ciudades cercanas y lejanas recorren muchos kilómetros para asistir a las ceremonias. Normalmente se sientan dentro del recinto de la husainiya para presenciar las ceremonias varios cientos de personas, mientras en el exterior y en las calles adyacentes hay miles más.
A lo largo de la ceremonia, salta a la vista la contradicción, en particular en el caso de los jóvenes, entre el entusiasmo y la excitación de los fieles, por un lado, y por otro su duelo y pesar por el Imam Husain (P). La comprensión de esa contradicción está vinculada al misterio presente en el duelo por el Imam. Cuando se le pregunta a casi cualquier participante en las ceremonias si llorar por el Imam Husain lo sume en la depresión y el malestar, responderá que, al contrario, ese llanto redobla su energía y su entusiasmo: No es además un sentimiento exclusivo de los iraníes, sino que en los ritos de Arbaín he oído decir lo mismo a muchos iraquíes, paquistaníes, indios, bahreiníes e incluso europeos.
En la husainiya se reserva un lugar especial en las primeras filas a los heridos de la guerra de Saddam contra Irán entre 1980 y 1988, así como a los de la guerra contra Daesh. Un joven excombatiente que sufrió una grave lesión en el último año o dos años y ahora va en silla de ruedas decía que las armas confiscadas a la banda terrorista takfirí eran por lo general estadounidenses y de último modelo.
Al final de la ceremonia, como es norma general en los ritos de duelo por el Imam Husain (P), los participantes comen un plato donado como ofrenda religiosa junto al Líder de la Revolución.
Puede considerarse el alzamiento de aquellas 72 personas —el Imam Husain y sus compañeros— contra el gobierno corrupto y arrogante de Yazid y su ejército de varias decenas de miles de soldados la rebelión más conmovedora de la historia. Cuanto más tiempo pasa, en lugar de que caiga en el olvido, más personas de los puntos más alejados del planeta le dedican sus pensamientos y sus vidas. Numerosísimos seres humanos de religiones y sectas diversas se vuelven curiosos por descubrir los misterios ocultos en ese movimiento de reforma.