En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso,
La alabanza es para Dios, Señor de los Mundos, y vayan los rezos y la paz con nuestro maestro y profeta Abulqásim al-Mustafa Muhammad (con él y su familia las bendiciones de Dios) y con su excelsa y pura familia inmaculada, en especial con el imam del Tiempo.
Cada año, celebramos el acto de Año Nuevo al cobijo del santuario del imam Ali ibn Musa al-Reza (con él la paz), junto con el querido pueblo de la ciudad de Mashhad y los queridos peregrinos que acuden allí de todo el país. Nuestro Nouruz se ve así adornado con ese encuentro, pero este año nos vemos privados de ello.
Recordándote hablamos, a pesar de la distancia,
y no importa que esté lejos la parada en el viaje espiritual (1).
Me parece idóneo que, allá donde estemos cada uno, elevemos una oración especial desde la distancia: ¡Oh, Dios! Haz llegar a Ali ibn Musa al-Reza, el Aprobado, líder piadoso y puro, autoridad tuya sobre cuantos hay sobre la tierra y bajo el suelo, tan sincero y mártir, Tus bendiciones y Tu misericordia, numerosas bendiciones y misericordia plena y llena de bendición continua, sucesiva e ininterrumpida, como la mejor misericordia que has enviado a uno de Tus allegados (2).
Felicito la venturosa fiesta de la Misión Profética. La de hoy es una de nuestras mayores fiestas islámicas. Igualmente, felicito una vez más a toda nuestra querida nación la fiesta de Nouruz y la llegada de la primavera.
El día de la Misión Profética es un día grandioso. Debemos comprender la importancia de esa Misión y tener consciencia de ella. La Misión del Profeta del Islam fue un suceso respecto al cual Dios el Altísimo había hecho comprometerse a los demás profetas: «Y cuando Dios hizo un pacto con los profetas: “Puesto que os he dado parte de la Escritura y Sabiduría, cuando venga a vosotros un Mensajero confirmando lo que tenéis, creed en él y ayudadle”» (Sagrado Corán, 3:81). Conforme a esta noble aleya, Dios el Altísimo hizo que los grandes profetas de la historia aceptaran un pacto, por el cual, cuando fuera enviado en un día como aquel el Profeta del Islam, tendrían fe en él y lo ayudarían. Bien, la fe está clara. En cuanto a la ayuda, consistía en que lo presentaran a su gente, a su comunidad, a sus seguidores, pidiéndoles que se adhirieran y creyeran en él. Esa es la mínima ayuda que se da a los profetas. A eso les hizo comprometerse Dios. Es por ello que ven ustedes en una aleya del Corán: «Al que encuentran descrito en la Torá y el Evangelio que tienen con ellos» (7:157). Es decir, que el nombre, la descripción y las características de nuestro Profeta estaban en la Torá y el Evangelio no alterados. En otra aleya, Dios dice, citando al profeta Jesús: «Y cuando Jesús hijo de María dijo: “¡Oh, Hijos de Israel! En verdad, soy el mensajero de Dios enviado a vosotros para confirmar la Torá anterior a mí y para anunciar a un Mensajero que vendrá tras de mí. Su nombre es Ahmad”» (61:6). El profeta Jesús menciona incluso el nombre de ese Mensajero. Tal es el acontecimiento de que se trata, como se indica en el Cima de la elocuencia, donde el imam Alí (con él la paz) dice: «Para cumplir Su promesa y completar el ciclo de la Profecía, Dios envió al Profeta Muhammad (con él y su familia las bendiciones de Dios), habiendo hecho que se comprometieran con él todos los profetas» (3). Así que Dios el Altísimo hizo que los profetas se comprometieran a comportarse con él de esa manera.
Bien, pues esa Misión portaba un contenido grandioso. Voy a hablar de forma sucinta sobre el contenido de esa Misión, poniéndolo en relación con nuestra situación actual, que nos afecta de manera práctica y no es cuestión de doctrina exclusivamente. La Misión y la Revelación divinas esclarecieron ciertas verdades para la gente, para la humanidad. Esas verdades son de tal naturaleza que, si toda la humanidad y las distintas sociedades humanas creen en ellas y se comprometen con ellas en la práctica, llegará a ellos la buena vida. ¿Y qué es la buena vida? Es una vida dulce, provechosa, agradable y pura —pura por ser agradable y dulce, por ayudar al ser humano a progresar por la vía de la perfección y por hacer que goce de todo lo bello y bueno, tanto en este mundo como en el otro—. Esa es la buena vida. Si los corazones conocen esa sabiduría y esas verdades, se adhieren a ellas y se mantienen fieles a sus requerimientos, con toda seguridad los esperará la buena vida.
Una parte de esas verdades es el sistema epistémico del Islam, es decir, la visión del Islam sobre la existencia, el ser humano, la función del ser humano en el mundo, la santísima esencia del Creador y las cualidades y nombres divinos. En ese sentido leemos «malaat arkan kul-li shai» en la plegaria de Kumail, y «bihim malaata samaika wa ardak» en la plegaria del mes de rayab, sobre la trayectoria del ser humano en este mundo y tras la muerte, así como otras verdades de grandísima importancia que componen la escala epistémica del Islam, el sistema de conocimiento del Islam. Eso se enseña a la humanidad, haciendo conscientes a los seres humanos y despertándolos.
Otra parte de esas verdades es el sistema de valores del Islam: los valores que el Islam confirma y reconoce como valores a los que toda la gente y las sociedades humanas tienen el deber de acercarse y avanzar hacia ellos. Ahí está la felicidad. Forman parte de la escala de valores islámica, que se nos ha expresado y explicado en el Islam, desde características individuales como la paciencia, la benevolencia, la indulgencia y similares, que son rasgos individuales del ser humano, hasta conceptos generales que fundamentan la vida —como los de libertad, justicia social, la nobleza humana o el buen estilo de vida—. Hay quienes imaginan erróneamente que conceptos corrientes como los de justicia social, libertad y similares llegaron al mundo islámico desde Occidente o que los pensadores islámicos los aprendieron de los occidentales. Eso es una completa equivocación. Occidente apenas conoció esos conceptos hace tres o cuatro siglos, después del Renacimiento, mientras que el Islam los expresó con claridad en el Corán hace ya 1400 años, y con la diferencia de que los occidentales que los han planteado jamás los han llevado a la práctica con lealtad —ni la libertad ni la justicia social—. Han hablado, pero no los han llevado a la práctica. En el Islam estuvieron y, en el tiempo del Profeta, se llevaron a la práctica. La expresión «se me ha ordenado que establezca la justicia entre vosotros» es del Corán (42:15). La orden del Profeta es que instaure la justicia, y se trata tanto de la justicia social como de la justicia en todos los aspectos. O bien: «Ciertamente, enviamos a Nuestros mensajeros con las pruebas claras e hicimos descender con ellos la Escritura y la Balanza para que los humanos establezcan la justicia» (57:25). Es decir, que, en sí, la Misión de todos los profetas y el envío de los mensajeros y los libros busca instaurar el qist —es decir, la justicia social, la justicia económica— entre los hombres. De manera que estos son conceptos islámicos de antiguo.
Sobre la libertad, tenemos en el Cima de la elocuencia las siguientes palabras del Príncipe de los Creyentes (con él la paz), mil años antes de que se planteara la cuestión de la libertad en países occidentales como Francia u otros lugares: «No seas esclavo de nadie salvo de ti mismo, que Dios te hizo libre» (Epístola 31). ¿Cómo se puede ser más claro? Los seres humanos son hurr, libres, y esa libertad abarca todos los tipos de libertad. O bien está esa frase célebre que dice: «Esclavizasteis a la gente, cuando Dios la había creado libre». Se dirige a ciertos gobernantes de la época que habían «esclavizado a la gente». ¡¿Acaso pretenden tratar a la gente como esclavos, cuando Dios el Altísimo los creó libres?! Esa es la sabiduría del Islam, y hay mucho de ese cariz en la sabiduría islámica. Son numerosas las expresiones sobre el asunto en el Cima de la elocuencia y en las demás fuentes. Tales son por tanto la escala de valores y de saberes, y el sistema epistémico y de valores del Islam. Tras todo ello hay preceptos de derecho islámico, cosas que deben y cosas que no deben hacerse. Y esos preceptos islámicos —tanto los individuales como los colectivos— surgen todos de esa sabiduría y son conformes a esos valores. Es decir, que todos esos deberes que Dios el Altísimo ha asignado al individuo musulmán brotan de esos mismos principios conceptuales y epistémicos, son conformes a esos mismos valores y ayudan a ascender por esa vía. Es un conjunto que, en definitiva, se regaló a la gente con la Misión Profética.
Ahora bien, si queremos que todo ello se lleve a la práctica; que esa sabiduría se haga realidad, en el verdadero sentido de la palabra, en las convicciones de la sociedad; que esos valores se muestren en la práctica y la conducta de la gente; y que esos preceptos —que son instrumentos para el avance y el progreso— se cumplan, hace falta poder político. Sin poder político, los prepotentes no se someten, los vagos no actúan y todo el tropel de prepotentes, soberbios y ricos los siguen, con lo que el objetivo de las profecías no se alcanza. Por eso dice el Corán: «Y no Hemos enviado Mensajero alguno sino para que sea obedecido, con el permiso de Dios» (4:64). Eso no se limita a nuestro profeta, sino a todos ellos. Y esas cosas deben obedecerse en el país. La gente debe obedecerlas. Por eso, cuando llegaron de Yazrib a invitar con insistencia al Nobilísimo Profeta a que emigrara a Medina, él estableció allí mismo con ellos un pacto de pleitesía.
El pacto de pleitesía consistía en que ellos se ponían a sus órdenes. Ellos iban allí con esa condición. Y cuando el Nobilísimo Profeta fue a Medina, lo primero que hizo fue poner en pie un poder político y social, es decir, formar un gobierno. Así que ese es uno de los requisitos de la labor de la Profecía. Por supuesto, los profetas tienen muchos enemigos: «Así es como dispusimos para cada profeta enemigos, demonios de entre los hombres y los genios» (Sagrado Corán, 6:112). Y, cuando forman un gobierno, se les añaden enemigos exteriores. Al formar un gobierno, a los enemigos internos se suman los externos. Es cosa sabida y se debe a que el enemigo exterior, si algo no se plasma en el mundo de la política y no existe un poder político, no le da mucha importancia. No se interesa mucho por lo que alguien pueda decir. Pero, cuando aparece un poder político, el enemigo exterior, aquel que es contrario a la justicia, contrario a la libertad y contrario al derecho de todo ser humano a vivir bien y ser independiente, lógicamente, se opone.
Esto es lo que quiero decir yo hoy: que la misma receta que puso en práctica el imam Jomeiní (que Dios esté satisfecho de él) es, tal cual, la receta de la Misión Profética. La sabiduría es la misma que transmitió el Profeta a la gente de parte de Dios el Altísimo; los valores son los mismos; los preceptos, los mismos; y el movimiento hacia el cumplimiento de esos preceptos precisa de una fe sólida, una resolución de gran alcance y un corazón que confíe en Dios. Todo ello se daba en el imam, que actuó, Dios el Altísimo ayudó y ese movimiento se llevó a cabo. Por supuesto, el imam sabía lo sólida que era la fe islámica en lo más profundo del alma y en los cimientos del pueblo iraní, que es un pueblo devoto. Esto requeriría una discusión aparte, pero está completamente demostrado que, tanto en aquel momento como hoy en día y pese a ciertas apariencias, el pueblo de Irán posee en sus corazones una fe de inmensa fuerza y firmeza. Gracias a Dios, esa es una de las características de nuestro pueblo.
El imam lo sabía, y por eso planteó la cuestión del Islam, el gobierno islámico y el sistema islámico. El terreno estaba preparado y el imam sabía cómo era ese terreno, con la injusticia a gran escala y la corrupción sin límites del régimen de los Pahlaví, quienes, además de estar subordinados al extranjero, eran corruptos, cometían injusticias y carecían de un conocimiento real del ser humano, todo lo cual llegaba a la gente. Todos veían la situación de aquel régimen corrupto e inicuo. El terreno era propicio, el ilustre imam utilizó aquel terreno y los milagros de la Revolución islámica y la República Islámica se hicieron realidad. En verdad, el advenimiento de la Revolución islámica y la República Islámica fue como un milagro, debido a la bendición de aquel inmenso movimiento.
Por la bendición de la guía del Profeta, por la bendición de los dictámenes del Profeta y por el conocimiento que había regalado el Profeta, la primera sociedad islámica —es decir, aquella sociedad que él creó en Medina con varios miles de personas de la ciudad; gente que vivía en Medina, quizá siete, ocho o diez mil personas, porque al principio, cuando se formó, no eran más—, y pese a que, tras el Profeta, aparecieron ciertos problemas fundamentales, el movimiento tenía raíces tan profundas y sólidas que, día tras día, avanzó hacia la fuerza y se hizo cada vez más potente, de tal manera que es algo firmemente establecido en la historiografía que, en el siglo cuarto de la Hégira (4), es decir, trescientos años después de la Misión del Profeta y de la aparición de la sociedad islámica, esta era, desde el punto de vista político, la sociedad más extensa del mundo; desde el punto de vista militar, tenía el ejército más potente del mundo; desde el punto de vista del conocimiento y la cultura, poseía el nivel científico y cultural más avanzado de todo el mundo. Es decir, aquella sociedad islámica actuó de tal modo que, tres siglos después de la Misión, llegó a aquel nivel militar, político, científico y cultural. Y eso pese a que estamos hablando de una época en la que ocupaban el poder califas funestos y corruptos como los Omeyas y los Abbasíes. Si, en su lugar, hubieran estado en el poder los imames de la Guía o personas designadas por ellos, es seguro que el progreso hubiera sido decenas de veces superior. Tal es el movimiento del Islam, cuya naturaleza es progreso y fortalecimiento.
La receta actual es la misma. Si nos movemos y actuamos con sinceridad, sin ser perezosos, sin cortedad de miras y sin simplismo, podemos llevar a Irán a aquella misma cima. Por supuesto, llevar a Irán a la cumbre científica, cultural, industrial, militar, política y demás es el objetivo que tenemos en el corto plazo. En el largo, el objetivo es la civilización islámica, que es otro asunto diferente.
Las hostilidades no deben sorprendernos. Sí, tenemos muchos enemigos. No hay que asombrarse. He dicho que, en el Corán, Dios el Altísimo dice: «Así es como dispusimos para cada profeta enemigos, demonios de entre los hombres y los genios, que se susurran unos a otros palabras encantadoras y engañosas» (6:112). Existen tanto enemigos del tipo de los genios como del de los seres humanos, y se ayudan entre sí. Contra nosotros colaboran los sistemas de inteligencia de muchos países: «Se susurran unos a otros palabras encantadoras y engañosas». Es así como, en los inicios del Islam, en la batalla de Ahzab, cuando todas las fuerzas hostiles al Profeta de entre las tribus árabes —tribus de todo tipo que había en La Meca, en Taif y en otros sitios— se unieron, se confabularon, vieron a los judíos que había cerca de Medina e hicieron que se les adhiriesen, para los musulmanes fue algo asombroso, pero no los sorprendió. El Corán dice: «Y cuando los creyentes vieron a los partidos dijeron: “Esto es lo que nos prometieron Dios y Su Mensajero, y Dios y Su Mensajero dijeron la verdad”» (33:22). Así que, cuando vieron cómo se movilizaban contra ellos los enemigos, se dijeron que Dios les había prometido que tendrían enemigos que irían y los atacarían, y que ya estaban ahí. Por lo que ese movimiento del enemigo hizo que su convicción se reforzara, ya que «Dios y Su Mensajero dijeron la verdad». Esa predicción de Dios el Altísimo y el Mensajero de Dios se cumplió. «Dios y Su Mensajero dijeron la verdad» (33:22).
En la actualidad, el más maligno de los enemigos que tenemos —que tiene la República Islámica— es Estados Unidos. Cierto es que enemigos no nos faltan, pero el más maligno y tozudo de todos ellos es Estados Unidos. Los dirigentes estadounidenses son mentirosos, estafadores, cínicos, codiciosos y charlatanes —presten atención a sus movimientos y sus palabras, y verán que hablan como charlatanes y reúnen todo tipo de características morales repugnantes—, además de ser al mismo tiempo tiránicos, crueles, extremadamente despiadados y terroristas. Vamos, que lo que tienen los buenos entre todos ¡estos lo tienen ellos solos! Tal es el enemigo que tenemos hoy frente a nosotros.
Pero Dios dio al Profeta instrucciones sobre cómo hacer frente a las hostilidades. Desde el principio de la Misión, Dios el Altísimo ordenó paciencia al Profeta. En la sura de Al-Muddazzir, que es una de las primeras suras de la Misión Profética, dice: «Y sé paciente por tu Señor» (74:7). Y, en la sura de Al-Muzzammil, también de las primeras del Corán, dice: «Y ten paciencia con lo que digan» (73:10). La idea aparece de forma repetida también en otras partes del Corán. En dos sitios, dice: «Y mantente firme como te ha sido ordenado» (42:15). Resiste. Está tanto en la sura de Hud como en la de As-Shura. Por lo tanto, se han dado instrucciones.
Ahora bien, ¿qué quiere decir ser pacientes? La paciencia no consiste en sentarse de brazos cruzados a esperar resultados y acontecimientos. Ser pacientes quiere decir mantenerse firmes, resistir, no cambiar por ardides del enemigo los cálculos correctos y precisos de uno mismo. Ser paciente quiere decir perseguir los objetivos que nos hemos fijado. Ser pacientes quiere decir actuar con buen ánimo y perseverar. Eso es lo que significa ser paciente. Si ese paso firme y esa resistencia van acompañados de raciocinio, previsión y consultas —como se dice en el Corán: «Se consultan entre ellos los asuntos» (42:38)—, la victoria es segura. Y este servidor les dice con rotundidad que la nación iraní es una nación paciente. Ha mostrado que tiene paciencia. Nosotros los responsables sí hemos sido impacientes en ocasiones, pero el pueblo no. El pueblo ha sido totalmente paciente. Eso es lo que nos muestran con claridad estos cuarenta años. También se ha mostrado impaciente, por desgracia, parte de quienes entre nosotros se hacen pasar por intelectuales, algunos de los cuales han llevado esa impaciencia al extremo de la colaboración y la coincidencia en el discurso con el enemigo, aunque solo algunos han sido así. En el extremo opuesto están los jóvenes devotos, cuyo número es, gracias a Dios, muy elevado y se incrementará aun más, si Dios quiere, día a día. En el extremo opuesto están los jóvenes que he señalado en los campos de la cultura, la ciencia, la tecnología, la política y la comprensión internacional de las cuestiones —es decir, el buen entendimiento de los asuntos internacionales—. Si Dios quiere, serán cada día más. De manera que ser pacientes quiere decir no rendirse, no flaquear, no caer en la duda, cerrar el paso al enemigo con valentía y razón y vencer al enemigo, como dice el Corán: «Si hubiere entre vosotros veinte hombres pacientes y contenidos, vencerán a doscientos» (8:65). En ciertas circunstancias, diez de ustedes pueden enfrentarse a cien de los suyos, y veinte a doscientos, y vencerlos. Ustedes pueden hacer frente, en determinadas circunstancias, a diez veces más personas y, en otras, al doble.
He repetido varias veces en mis últimas charlas que el país debe fortalecerse (5). El fortalecimiento del país es uno de nuestros objetivos, y es también una de las líneas principales de la receta de la Misión Profética, porque también eso se ha tomado de la Misión Profética. También eso se ha tomado del Corán. El Corán dice: «Y preparad contra ellos toda la fuerza que podáis» (8:60). Incrementen su fuerza todo lo que puedan. En un primer momento, en una primera lectura, puede que se piense en fuerza militar, pero en realidad va mucho más allá del campo de la fuerza militar. Las dimensiones de la fuerza son extensas. Hay dimensiones económicas —de fuerza económica—, fuerza científica, fuerza cultural, fuerza política —siendo lo que prepara el terreno para la fuerza política la independencia y la soberanía políticas— y fuerza propagandística. Con el paso del tiempo, aparecen otros ámbitos de fortalecimiento del país y la nación. Por ejemplo, hoy en día, uno de los instrumentos de fuerza es preservar la juventud de la población del país. Por eso insiste tanto un servidor en la natalidad. Hoy en día, nuestro país es joven. Si en este país no se producen nacimientos en la cantidad necesaria y suficiente —como ahora, que no es suficiente—, en unos años la juventud escaseará. Y, en un país en que hay pocos jóvenes, hay poco progreso. Una de las herramientas de poder es preservar una sociedad mayoritariamente joven. También es vital, hoy en día, la fuerza en el ciberespacio. Hoy por hoy, el ciberespacio rige la vida de los seres humanos en todo el mundo, y hay quienes sacan adelante todas sus tareas a través de ese medio. Tener fuerza ahí es vital. También lo es, por ejemplo, la fuerza en el campo de la salud y los tratamientos médicos, terreno en el que, gracias a Dios, nuestros investigadores, médicos y expertos han trabajado mucho.
En cuanto al «salto de la producción» de que ha hablado este año un servidor, se trata en realidad de una herramienta de poder. La producción debe experimentar un salto, no solo la expansión de la que hablábamos el año pasado. La expansión de la producción consiste en que esta experimente un impulso, y eso ya ha ocurrido, pero no basta. Necesitamos mucho más: un salto de la producción. Claro está que ese salto tiene ciertos requisitos. No es solo cuestión de que el propietario de un capital o de una fábrica resuelva producir más. Se necesita que hagan su tarea todos los organismos competentes: que se impida el contrabando, que se impidan las importaciones sin ton ni son, que se den incentivos a los productores y que se actúe con severidad en los tribunales frente a quienes hacen mal uso de ayudas financieras gubernamentales. Todo eso son muchas tareas que, de llevarse a cabo —como este año, si Dios quiere, tienen que llevarse a cabo—, el salto de la producción se hará realidad.
Cierto es que estos días nos enfrentamos al surgimiento de una pandemia internacional. El virus está causando bajas y progresando en casi todos los países del mundo. Algunos dicen lo que está pasando en sus países; otros lo ocultan y, por ciertas declaraciones, uno entiende que lo que se dice no es muy conforme a la realidad. El virus está operando. En esto se cumple la noble aleya que dice: «En verdad, os pondremos a prueba con algo de temor, de hambre, de merma de riquezas, vidas y frutos» (2:155). Esto trae aparejado el miedo, y hay algunos que se asustan de verdad. Está la cuestión del problema económico que crea y está la merma de riquezas, vidas y frutos. Sin embargo, luego, Dios dice: «¡Pero da la buena nueva a los que sean pacientes!» (2:155). También aquí es necesaria la paciencia. Aquí, ser pacientes significa hacer lo correcto y actuar con sensatez, y los excelentísimos responsables han dado ciertas instrucciones en ese sentido que, Dios mediante, deben llevarse a la práctica. Todos deben cumplir esas instrucciones. Es para preservar sus propias vidas, para preservar la vida de la gente del país y para dominar esta peligrosa enfermedad, de manera que todos deben cumplirlas.
Entre los asuntos relativos al coronavirus que no está de más que aborde aquí, está que los dirigentes de Estados Unidos han dicho varias veces estar dispuestos a ayudarnos con medicinas y tratamientos. Han repetido varias veces que lo único que tenemos que hacer es pedirlo, y ellos nos ayudarán con medicinas y tratamientos. Esto entra dentro de esas cosas estrafalarias que se dicen: ¡que les pidamos medicinas y tratamientos! Lo primero que hay que decirles es: ustedes mismos tienen escasez. Las noticias que llegan ahora de EE. UU., por boca de los propios estadounidenses —el alcalde de tal ciudad, el director de Sanidad de tal lugar, el director de un hospital en tal estado—, que lo dicen con claridad, es que están padeciendo una escasez terrorífica, tanto de medios de prevención del contagio de la enfermedad como de medicamentos y similares. ¡Estadounidenses! Si tienen ustedes algo y son capaces de actuar, empléenlo en sí mismos. Lo segundo es que a ustedes los norteamericanos se los acusa de haber fabricado este virus. Yo no sé cuánto hay de cierto en esa acusación, pero, cuando esta existe, ¿qué persona sensata confiaría en ustedes para que vinieran y trajesen medicamentos? Es posible que sus medicamentos sean un instrumento para propagar aun más la enfermedad. No son fiables en absoluto. En ustedes no se puede confiar. Es posible que prescriban o introduzcan en el país un medicamento que haga la enfermedad endémica e impida que se acabe. Es decir que, si esa acusación es veraz y ustedes han creado este virus, ustedes son capaces de tales cosas. O, si pretenden ustedes enviar a alguien en calidad de médico para dispensar un tratamiento, es posible que su intención al venir sea ver de cerca el efecto del veneno que han producido, porque se dice que, basándose en el conocimiento de la genética iraní, que han obtenido por distintos medios una parte la han producido específicamente para Irán. O sea que es posible que quieran venir a ver qué efecto ha tenido, completar sus conocimientos e intensificar su hostilidad. Por lo tanto, lo que dicen no es algo que pueda aceptar nadie del pueblo iraní.
Lo último que tengo que decir a nuestro querido pueblo es lo siguiente: ¡Queridos míos! Cuarenta años de experiencia nos enseñan que el país tiene capacidad para plantar cara a cuestiones y desafíos a cualquier nivel; que el país tiene capacidades extraordinarias para hacer frente a todas las cuestiones, problemas y desafíos que se han presentado o pueden presentarse, y superarlos. Las capacidades del país son muy grandes. Lo importante es que esas capacidades sean identificadas por los responsables y, en todos los sectores, se emplee a individuos devotos y jóvenes motivados: personas jóvenes, motivadas, devotas y cumplidoras de la ley religiosa, porque en quien cumple la ley religiosa hay mucha menos probabilidad de traición que en quien no cree en la religión. Es eso lo que nos acercará a nuestro objetivo.
Y vuelvo a recomendar que, Dios mediante, todos cumplan las instrucciones que han difundido, explicado y anunciado los responsables del Centro Nacional de Lucha contra el Coronavirus. Hasta se han cancelado las reuniones religiosas, que en esta forma es algo sin precedentes en nuestra historia. No hay precedentes de que se cierren en todas partes los santuarios purificados y los rezos colectivos, pero, en fin, no había más remedio. Se ha estimado que eso era lo conveniente y así se ha hecho. Respétese, para que, si Dios quiere, reduzca y aparte cuanto antes esta desgracia de la nación iraní, de todas las naciones musulmanas y de toda la humanidad.
Con ustedes la paz, la misericordia de Dios y Sus bendiciones.