Si bien el imam Jomeiní aportó grandes innovaciones, la más importante fue la República Islámica. Esta fue iniciativa de nuestro distinguido imam, y no es otra cosa que la democracia religiosa, que se oficializó con el nombre de República Islámica, nombre del sistema surgido del pensamiento y la voluntad de la nación iraní y del liderazgo del imam.
Entre los sistemas políticos del mundo ―los revolucionarios y los que se han formado a lo largo del último siglo o dos―, no conozco ninguno cuyo declive, desaparición y colapso se haya predicho tanto como los de la República Islámica. Desde el primer día de su formación, los detractores y enemigos de la República Islámica y aquellos que no podían digerir y soportar este grandioso fenómeno, tanto dentro como fuera del país, dijeron que la República Islámica no podría subsistir más allá de dos meses, seis meses o un año, según las veces, y que desaparecería. Pues bien, la fortaleza y determinación de nuestro distinguido imam, y luego las majestuosas victorias de la nación iraní en la guerra de los Ocho Años (1) y otras peripecias diversas pusieron fin a esa algarabía, que fue menguando poco a poco hasta desaparecer en las postrimerías de la vida del imam, cuando ese barullo ya no existía. Sin embargo, tras fallecer el imam, los malintencionados tomaron aliento, recobraron esperanzas y se pusieron a repetir sus deseos a modo de presagios, diciendo de nuevo aquellas mismas cosas. Un viejo partido desgastado (2) ―con muchas ínfulas, por otra parte― publicó en el año 1369 (3) un comunicado en el que proclamaba que la República Islámica estaba al borde del abismo. La expresión que usaban era que la República Islámica estaba “al borde del abismo”, es decir, que si le daban un empujón más caería y desaparecería. Eso, en el año 69.
Unos años más tarde, de nuevo un grupo o una camarilla ―cuyos miembros por desgracia ocupaban cargos públicos, como diputados en una de las legislaturas de la Asamblea Consultiva Islámica (4)― proclamaron en una carta que a la República Islámica le quedaba poco tiempo. Es decir, que la República Islámica no tenía más que aquellos días, y luego debía desaparecer ―eso por parte de otro grupo distinto, que sin embargo mantenía tendencias relativamente similares a las del partido antes mencionado, hacia el cual tenían cierto apego―. Y tanto antes como después de esos han dicho cosas semejantes tanto individuos y personalidades como grupos y camarillas, tanto dentro del país como fuera de él, al amparo de extraños y de enemigos de la República Islámica. Eso se ha difundido por emisoras de radio y similares, anunciando el derrumbe de la República Islámica. En otras palabras, se verbalizaban deseos propios, anunciándoselos unos a otros como si fueran noticias, análisis, etc. La última vez fue hace apenas uno o dos años, cuando se pronunciaron en ese sentido sus “señorías” los estadounidenses. Un alto funcionario norteamericano (5) anunció de modo tajante que la República Islámica no llegaría a cumplir los cuarenta años. Esos son los vaticinios y predicciones que se hacen sobre la República Islámica. A mí no me viene a la mente ningún otro sistema político al que se le haya predicho tanto y tan desde sus inicios como después en años posteriores su declive, su derrumbe y su desaparición.
Claro está que quienes hacían esos augurios tenían la vista puesta en muchas de las revoluciones antes acaecidas y en los sistemas políticos surgidos de ellas, ya que muchos movimientos, campañas y revoluciones, tanto en Asia oriental y del sudoeste como en Asia occidental, en África e incluso en Europa, como con en la Revolución francesa, desaparecieron pocos años después de haber aparecido; tuvieron un comienzo emocionante y un final virulento. La Revolución francesa, que se hizo contra la realeza, cayó quince años después de su surgimiento en una robusta monarquía despótica como fue la de Napoleón Bonaparte. Lo mismo pasó en otros lugares. Eso ocurrió por todo el mundo con ese tipo de sistemas políticos.
En el mundo se ha producido este tipo de acontecimientos. Que aquellos otros mantuvieran aquellas expectativas se debía a que tenían la vista puesta en tales sucesos. Pero gracias a Dios la Revolución y el sistema político del imam Jomeiní no solo no colapsaron ni se detuvieron, sino que se hicieron más fuertes día tras día. No se rindieron, no se echaron atrás; día a día dejaron más clara y visible su independencia, obteniendo grandes éxitos y superando obstáculos.
¡Cuántos obstáculos pusieron uno tras otro en el camino de esta revolución y este sistema político! Y de todo tipo: políticos, económicos, contra la seguridad y de otras clases. Pues los superaron todos ellos y salieron adelante. Hoy, la República Islámica ha alcanzado un mayor desarrollo que el que tuvo en sus inicios, hace cuarenta años; ha avanzado más y, por la gracia de Dios, está más adelantada en todos los aspectos.
Estar con el Islam y con el pueblo, secreto de la permanencia de la República Islámica
Surge la pregunta de cuál es el secreto de esta subsistencia y este progreso. ¿Por qué pese a toda esa hostilidad no ha sufrido la República Islámica el mismo destino que otros sistemas políticos y revoluciones? ¿Cuál es el motivo? ¿Cuál es el secreto? Déjenme decirles que el glorioso y enorgullecedor secreto de este sistema político y de su supervivencia reside en dos palabras: “república” e “islámica”; en la conjunción de ambas. El ente formado por esas dos palabras debe permanecer ―tanto el republicanismo como la islamicidad―. Pueblo e Islam. “República” quiere decir “pueblo”, e “islámica” quiere decir Islam: democracia religiosa.
La creación y puesta en práctica de la teoría de la República Islámica, grand obra del imam Jomeiní
La gran obra de nuestro insigne imam consistió en crear esa idea y esa teoría ―la teoría de la República Islámica―, introducirla en el campo de las diversas teorías políticas ―en una época en que en el campo de la política y en las mentes políticas se enfrentaban la teoría del Este y la del Oeste― y luego hacerla realidad, plasmándola en el terreno de lo concreto. No se limitó a crear una teoría, sino que la llevó a la práctica estableciendo el sistema de la República Islámica. Esa fue la gran obra del imam.
La creación y puesta en práctica de la teoría de la República Islámica se apoyó en el hondo conocimiento del Islam del imam Jomeiní y en su profunda confianza en la gente
En definitiva, el imam (Dios Altísimo esté satisfecho de él) fue un gran hombre desde distintos puntos de vista, de los cuales uno fue el del conocimiento religioso. La creación y la realización de la dicha teoría estuvo respaldada, por una parte, en su profundo conocimiento del Islam ―conocía el Islam y sabía que el gobierno islámico es parte esencial de su mensaje―, y por otra en su profunda creencia en la gente. Nuestro ilustre imam creía mucho en la gente, en sus capacidades, en su determinación y en su lealtad. Son muchas las anécdotas sobre esa extraordinaria fe suya.
Por ejemplo, en el mismo año 41 (6) en que comenzó el movimiento, un día en clase el imam llevó la discusión hacia la política y los acontecimientos del momento; apuntó hacia el desierto de Qom y dijo que si convocara a la gente ¡aquel páramo se llenaría! Eso en el año 41, cuando nadie imaginaba que pudiese incorporar al pueblo a semejante movimiento.
El imam consideraba ambas partes de esa teoría de la República Islámica ―tanto la islámica como la republicana― vinculadas al Islam, y las tomaba del Islam. Fueron su dominio de los fundamentos del Islam, su profundo conocimiento y su exhaustividad en la comprensión de las cuestiones islámicas lo que dio forma a esa teoría en la mente de aquel gran hombre.
Los oponentes de la teoría de la República Islámica
Bien, tenía asimismo algunos oponentes, digámoslo también. Ambas partes de la ecuación, tanto la islamicidad del gobierno y la soberanía islámica como el aspecto popular del gobierno y la democracia tuvieron acérrimos oponentes desde el primer día. Y sigue habiendo hasta el día de hoy oponentes con sus puntos de vista, como ahora señalaré.
1) Grupos opuestos a la soberanía del Islam: irreligiosos laicistas y laicistas religiosos
En lo relativo a la soberanía del Islam, el sistema político del país y el sistema de vida deben administrarse con los valores, las normas, las líneas y los preceptos del Islam. A este respecto, había oponentes acérrimos que, además, no eran de una sola clase. Un grupo era el de los irreligiosos laicistas, que no creían en absoluto que la religión tuviese tales derechos ni tal dignidad como para pretender inmiscuirse en las cuestiones sociales y hacerse cargo de la política del país, del sistema social y de la administración del territorio. Para ellos, la religión no tenía en absoluto ese estatus. Y si alguien era creyente, la religión era para los rezos diarios, el ayuno, los asuntos personales, las cuestiones íntimas y similares. En otras palabras, no creían en absoluto en el gobierno de la religión. Algunos de ellos incluso consideraban que la religión era el opio de la sociedad, y decían que era nociva para ella. No solo que no fuera útil, sino que era perjudicial.
Este era una de las categorías de oponentes a la soberanía islámica, pero había otros que eran creyentes y se posicionaban en defensa de la religión diciendo que esta no debía intervenir en política; que la religión no debía mancharse con la política; que debía echarse a un lado y preservar su sacralidad, sin entrar en el ámbito de la política, que es un ámbito de conflicto, disputas, peleas, etc. Sobre estos, si queremos hacernos un juicio cabal, diremos que son laicistas religiosos. Son religiosos, pero en realidad son laicistas. Es decir, que no creen para nada en la intervención de la religión en los asuntos de la vida. Tales son los contrarios al gobierno islámico.
2) Grupos opuestos a la soberanía del pueblo: liberales laicistas y religiosos que no creen en el pueblo
En cuanto a quienes se oponen a la soberanía popular ―es decir, a la democracia―, son también dos facciones: una era la de los liberales laicistas, que creían en la democracia, pero decían que la democracia no tenía nada que ver con la religión y que en el ámbito de la república y la democracia eran los liberales, los especialistas y, hablando en sus términos, los tecnócratas quienes debían ocupar el escenario. Así vistas las cosas, democracia religiosa y república islámica carecían de sentido. De manera que se oponían a la parte republicana.
Y el segundo grupo era el de quienes sí creían en la religión, pero decían que la soberanía de la religión no tenía nada que ver con el pueblo, que qué tenía el pueblo que ver ahí, que era la religión la que debía regir y gobernar. Ese era otro grupo, de cuyas tesis han visto ustedes últimamente muestras en su forma extremista en los señores de Daesh, que se imaginaban creer en la soberanía religiosa, pero para quienes la gente no tenía nada que hacer.
La teoría de la república islámica y sus bases en la esencia del Islam
Encomendándose a Dios, con fe en la gente y remitiéndose a ese profundo conocimiento que tenía de la religión, el imam se mantuvo firme, llevó adelante esa teoría y puso en práctica esta gran innovación en el ámbito social. Debo decir muy brevemente que se trataba de una deducción erudita, y no de algo movido por los sentimientos. Que la religión debe gobernar y que en ese gobierno la gente debe estar presente ―es decir, la democracia religiosa― es algo que surge del corazón del Islam.
La soberanía religiosa se toma del Corán y las tradiciones
La soberanía de la religión está expresada en el Corán con claridad. Realmente, si alguien lo niega es que no ha meditado bien sobre el Corán. Por un lado, el Corán lo proclama en la noble aleya de la sura de Las mujeres, que dice: «Y no Hemos enviado Mensajero alguno sino para que sea obedecido, con el permiso de Dios» (4:64). Es decir, «enviamos a los Mensajeros para que la gente los obedeciera». Pues bien, ¿que obedecieran qué? ¿Qué cosas se obedecen de los profetas? Cientos de aleyas del Corán expresan este punto. Por ejemplo, las aleyas del Yihad, las relativas a la instauración de la justicia, las relativas a las penas y castigos coránicos hudud, las relativas a las transacciones y contratos, las relativas a los acuerdos internacionales ―«Pero si rompen sus promesas…» (9:12)―, etcétera. Todo eso es gobierno. Esos versículos señalan que en tales casos debe obedecerse al Profeta. En los asuntos de defensa del país, en la aplicación de las penas coránicas hudud, en las transacciones y contratos sociales, en los contratos con otros países, en la instauración de la justicia, en la creación de justicia en la sociedad... en esas cosas hay que obedecer al Profeta. Eso es gobierno. «Gobierno» no quiere decir otra cosa. Con esa claridad y nitidez se ven reflejados en el Corán el gobierno y la soberanía del Islam.
Por supuesto, en la Sunna ―en los hadices, en los dichos del Profeta y los Infalibles― se encuentra eso tanto como se quiera. El propio Nobilísimo Profeta (con él y su familia las bendiciones y la paz de Dios), cuando fueron a La Meca delegados de la gente de Yazrib para invitarlo a esa ciudad (que se convirtió después en Medina, la Ciudad del Profeta) y hablaron con él en Mina, les hizo adoptar un compromiso: él iría con ellos, les dijo, y ellos deberían defenderlo y apoyarlo hasta las últimas consecuencias. Ellos aceptaron y lo prometieron. Después, cuando el Profeta llegó a Medina, instauró el gobierno islámico; creó la soberanía. Esa soberanía se debía a su Profecía, no a otra cosa. Fue por ser él profeta y por creer ellos en él que instauró la soberanía.
Tras el fallecimiento del Profeta, a pesar de las diferencias sobre la sucesión ―como saben, la sucesión del Profeta fue objeto de disputa―, ningún musulmán ni nadie de los que estaban en desacuerdo sobre la sucesión tenía duda alguna respecto a que cualquiera que fuese el gobierno que se iba a formar tenía que estar basado en la religión y en el Corán. Por tanto, la cuestión de la soberanía religiosa, la soberanía del Islam, es algo muy claro que requiere la creencia en el Islam. En otras palabras, si alguien cree en el Islam y presta bien atención a los fundamentos gnoseológicos de este, tiene que creer también en la soberanía del Islam sobre la sociedad.
Responsabilidad y deber del pueblo respecto a la instauración del gobierno islámico y su propio derecho de autodeterminación
En cuanto a la república, la democracia y el valor del voto popular, es una cuestión de gran importancia que se debe considerar desde dos puntos de vista. Uno es el aspecto religioso y doctrinal del asunto, que es una cuestión de responsabilidad, verdad y justicia; y el otro es el punto de vista de la posibilidad práctica de la realización de la soberanía religiosa, que sin el pueblo no es posible.
El primer punto ―que la presencia de la gente es algo indiscutible en lo que se refiere al gobierno islámico― se desprende de la responsabilidad del ser humano. En el Noble Corán y en nuestras tradiciones se señala con claridad y profusión la responsabilidad de la gente respecto del destino de la sociedad: «Todos sois pastores, y todos responsables de vuestros rebaños» (7); es decir, que toda la gente es responsable de la situación de la sociedad. «Quien se levanta sin preocuparse por los asuntos de los musulmanes no es musulmán» (8): los asuntos de los musulmanes, es decir, los asuntos de la sociedad islámica, donde están incluidos todos los asuntos.
Está también el famoso sermón de Siffín, en el que hallamos numerosas cuestiones relativas al gobierno. El Príncipe de los Creyentes (con él la paz) usa una expresión que a mi juicio es de gran importancia: «Y es un derecho inalienable de Dios Altísimo sobre sus servidores que estos se aconsejen entre sí lo mejor que puedan y cooperen para establecer la justicia entre ellos» (9). Uno de los más importantes y necesarios derechos del Creador es que «cooperen para establecer la justicia entre ellos». Deben colaborar para que en la sociedad se instaure lo que es justo. De manera que es responsabilidad del pueblo. El pueblo es responsable y debe ayudar a que en el país se instaure el gobierno de la justicia, el gobierno de Dios. El deber de ordenar el bien es un deber general, al ser el imperio de la verdad y la justicia uno de los bienes más importantes. En el plano social, debe haber un gobierno justo: el gobierno de la verdad y la justicia. La gente debe ordenarlo. Ahí se ve la responsabilidad de la gente.
Está también la cuestión de la necesidad de combatir las desviaciones de la sociedad. En el sermón de Shaqshaqiya, el Príncipe de los Creyentes apuntó a uno de los motivos por que se acepta un gobierno: «Y si Dios no hubiera requerido a los sabios que no consintieran la glotonería del opresor y el hambre del oprimido…» (10). Es decir, que Dios tomó de los sabios ―y ahora hablaré de los sabios― el compromiso de no obtemperar a la brecha social, a las diferencias sociales, ni aceptar diferencias sociales tales que uno muera de atiborramiento y otro de hambre.
En cuanto a los «sabios» o ulemas a que alude, o bien esos sabios son una clase especial de la que es de justicia esperar más y a quienes incumbe una mayor responsabilidad en ese ámbito, o bien se trata de sabios en el sentido de que saben; es decir, que es cualquiera que esté informado. Quien no está informado naturalmente no tiene responsabilidad, mientras que quien lo está sí la tiene. Por lo tanto, esa responsabilidad es general. Luego, cómo se cumpla esa responsabilidad difiere en las distintas épocas. Hoy en día se hace a través de las elecciones, y es posible que algún día se haga por otro medio. Pero esa responsabilidad existe. Por un lado, está esa responsabilidad; y por otro, un derecho: el derecho a determinar el propio destino. Los seres humanos son libres: «No seas siervo de otro, que Dios te creó libre» (11). Eso dice el Príncipe de los Creyentes: no seas esclavo ni seguidor de los demás. Dios te ha creado libre. Elige tú mismo. Determina tú mismo tu propio destino. Eso forma parte de las verdades elementales del Islam.
De manera que la soberanía popular y la democracia tienen base en esas enseñanzas religiosas, tanto en el Corán, como en los hadices, en Las cumbres de la elocuencia y en el comportamiento de tiempos del Profeta y el Príncipe de los Creyentes. En el sermón de Siffín, el Príncipe de los Creyentes dice: «No dejes de dar un consejo cabal ni de decir algo justo» (12). En otras palabras, «no os retengáis, habladme; inmiscuíos en lo que hago, en mis métodos, en mi modo de obrar; opinad». Es así. Por lo tanto, del Islam se desprenden con toda seguridad la responsabilidad y los derechos del pueblo. Esta era la primera consideración.
Los gobiernos necesitan respaldo popular
La segunda consideración es la que atañe al apoyo y la necesidad de respaldo popular, que es algo evidente. Un gobierno ―no un gobierno religioso, sino también los demás―, si carece del respaldo popular y el pueblo no está a favor de él, se ve obligado a subsistir por la espada y el látigo. Es decir, que la continuidad del gobierno no es posible. Ahora bien, el gobierno islámico y coránico no es dado a la opresión, la espada y el latigazo a la gente sin motivo, por lo que sin el respaldo popular no puede actuar. Así las cosas, ni era posible que la República Islámica se creara sin el respaldo popular, ni después, cuando se creó, era posible que tuviera continuidad. Gracias a Dios la tuvo, y así seguirá siendo en el futuro.
La República Islámica, una idea auténtica y puramente religiosa, no tomada de los occidentales
Por lo tanto, la democracia religiosa, que adoptó el título de República Islámica y se oficializó como tal, y que fue planteada por el imam Jomeiní, es una idea auténtica y puramente religiosa. De eso no debe tenerse la más mínima duda. Lo que dijeron algunos de que el imam tomó de los occidentales por ciertas consideraciones o por deferencia las elecciones, la democracia, etc., carece totalmente de sentido. El imam al que yo conocí y con quien colaboré durante años, y al que la gente vio, no era alguien que dejase a un lado el dictamen de Dios por deferencia hacia tal o cual persona ni nada de ese tenor. No. Si la democracia no estuviera ya en la religión, si no formase parte de ella y no fuese algo divino, el imam no era alguien que se hubiese sometido a ella. El imam planteaba su parecer de manera tajante.
Lo han visto ustedes en la vida del imam. El día en que el imam planteó la cuestión del hiyab ―la obligación de que las mujeres usaran hiyab en el ámbito social―, muchos se opusieron, incluidos algunos cercanos al propio imam. Uno de sus allegados vino a mí un día preguntando que qué era aquello que estaba diciendo el imam. ¿Qué era eso que estaba diciendo? Y que fuera a decirle que desistiera, por más que mi propia convicción era la misma del imam. Fueron muchos quienes se opusieron, pero el imam pensaba así y planteó la cuestión de modo tajante, siendo además un planteamiento correcto. En otros casos similares, igual.
Aprovechamiento por el imam Jomeiní del potencial, la capacidad y la voluntad del pueblo, e incremento del poderío y la dignidad de la nación
Pues bien, el distinguido imam hizo esa innovación religiosa. Expuso esa escuela nueva y avanzada, esa bella y sorprendente interpretación del Islam, apoyada en ese pensamiento claro y ese profundo conocimiento, y con ese proyecto sólido y racional pudo poner a la nación iraní, que durante siglos se había acostumbrado al despotismo, en el centro de la palestra, darle el poder sobre su propio país y hacer que creyera en sí misma.
Para ustedes, queridos jóvenes, que no han visto los tiempos previos a la Revolución, es muy difícil saber cómo era entonces. Nosotros lo vivimos; respiramos la atmósfera de aquella época. En aquellos tiempos, la gente no contaba nada en absoluto. De hecho, si alguien le decía a la gente que tenía derechos o que podía intervenir en los asuntos del país, a todo el mundo le resultaba imposible de creer. El pueblo estaba totalmente marginado y no contaba absolutamente nada, en particular en el siniestro periodo del despotismo de los Pahlaví, del cual nosotros experimentamos el final, sus últimos veinte años. La gente era así. Habían vivido asfixiados. Con un salto adelante, el imam sacó a esta nación y a este pueblo a la arena, y los jóvenes creyeron en sí mismos; la nación creyó en sí misma. Fue el imam quien puso en uso el inmenso potencial de la capacidad y la voluntad del pueblo. Con su liderazgo y su guía, logró llevarlo a un punto en que llevó a cabo grandes obras y derrocó a la plurimilenaria monarquía. Sacó al pueblo a la palestra e hizo, con la religión de la gente, el conocimiento de la gente y la comprensión de la gente, que esta se alzara, resistiera y día tras día se fortaleciera.
Hubo un tiempo en que la República Islámica fue un arbolito joven y frágil; hoy es el buen árbol, de tronco grueso y corpulento, que ningún huracán puede arrancar. Ni con acontecimientos terribles. Este pueblo ha sido capaz de mantenerse y seguir adelante pese a acontecimientos terribles, como la guerra de los Ocho Años. Durante ocho años, todas las grandes potencias del mundo apoyaron a un Estado que nos atacó. Le dieron equipamiento, le dieron información, le enseñaron tácticas, le dieron ayuda financiera ―todo, todo, todo…― para que pudiese aniquilar a la República Islámica. Pero el pueblo de Irán se mantuvo firme y poderoso, y los puso de rodillas. Oponiéndose a sus deseos, no se rindió ni se arrodilló, sino que amplió el ámbito de su poder y su dignidad.
La solución de los problemas de la gente a juicio del imam Jomeiní: orientación islámica y soberanía de la voluntad popular en la gestión de los asuntos
El imam veía en esas dos palabras, «república» e «islámica», la clave para desatar los nudos de los problemas del país. Consideraba que la clave de resolución de todos los problemas del país estaba en que cumpliéramos el Islam y la gente estuviera presente sobre el escenario. Esa era la opinión del imam. Cuando dijo «ni una palabra menos, ni una palabra más», con «una palabra menos» se refería a «república» sin «islámica» y a «islámica» sin «república». Eso no tiene sentido. El imam dijo: «República islámica». Es decir, soberanía del Islam y soberanía popular, que están entretejidas, sin haber entre ellas ningún tipo de contradicción.
Soberanía del Islam significa que los contenidos, valores y orientaciones los determina el Islam. Soberanía popular significa que las modalidades de la administración del gobierno las establece la gente. Soberanía del Islam y soberanía popular. Influye la voluntad del pueblo, y tienen influencia también los preceptos del Islam. Ahí veía el imam la solución a los problemas. Y lo cierto es que el catalizador de todas las tareas del país es ese mismo. Allá donde hemos empleado a la gente observando el Islam hemos avanzado, tanto en el periodo del imam como en las décadas posteriores a su fallecimiento, hasta el día de hoy.
Lo digo de modo categórico, y son numerosísimos los ejemplos que están a la vista de la gente y que se pueden señalar. Allá donde hicimos que la gente saliera a la palestra, allá donde pusimos el Islam como criterio y medida de nuestras obras, avanzamos. Allá donde uno de esos dos pies cojeaba, no lo hicimos. Piensen por ejemplo en que saquemos a la gente al ruedo de las cuestiones económicas. Cuando un servidor insiste desde hace años en que desarrollemos las pequeñas y medianas factorías, las ayudemos y las hagamos crecer, se debe a que esas pequeñas y medianas empresas dan sustento a millones de personas. Están en relación con millones de personas. Presencia del pueblo es eso, al fin y al cabo. Si hubiésemos reforzado eso, la situación de la economía sería mejor hoy.
Lo mismo es cierto en otros ámbitos diversos. Si entre los honorables responsables del país se cumple que tengan en consideración las cuestiones islámicas ―es decir, que respeten el marco islámico, ya sea en cuestiones internas como exteriores, en la economía, la cultura, la política, etc.― y al mismo tiempo garanticen la presencia del pueblo ―creando mecanismos a través de los cuales puedan intervenir la voluntad, la presencia y los deseos del pueblo―, todos los problemas del país se resolverán.
Opiniones del imam Jomeiní sobre el contenido islámico del sistema político, y características del Islam
Bien, el fondo de la cuestión es ese, pero también importantes son los dichos del imam. Tiene dichos sorprendentes de los que yo he anotado aquí una breve selección para exponérselos. Sobre el Islam y sobre la democracia tiene dichos claros, contundentes y rotundos. A propósito del Islam, el imam rechaza categóricamente tanto el Islam de los retrógrados como el de los eclécticos. Por un lado, rechazaba a los retrógrados, y por otro a los eclécticos ―es decir, a quienes en nombre del Islam hacen tragar a su público y a la sociedad lo que dicen otros―. A esos, el imam los rechaza de plano. El Islam que tiene en mente el imam es ese Islam que aspira a la justicia y se opone a la arrogancia y la corrupción. En los discursos del imam se ve claro y diáfano. Está tanto en el testamento como en los más de veinte tomos de sus declaraciones que se han publicado. Véanlo. En nuestro caso, lo oímos directamente de boca del propio imam, pero quienes no estuvieron ni lo vieron, que consulten esos discursos. La letra de los dichos del imam es clara.
El Islam en el que cree el imam está en contra de la arrogancia, es decir, de Estados Unidos; está en contra de las ansias de dominación de los extranjeros, en contra de la intromisión de los extranjeros y las potencias foráneas en los asuntos internos del país; en contra de arrodillarse ante el enemigo. El Islam está en contra de la corrupción; el Islam en el que cree el imam es un Islam contrario a la corrupción y a los privilegios. Y aquellas cosas que se saben de corrupción que existe en algunos sectores están ciertamente en el extremo opuesto al Islam. Es Islam el Islam que combata la corrupción, y es Estado o gobierno musulmán aquel que combata la corrupción. Es antirreaccionario, es decir, está contra introducir en la vida ideas antiguas y atrasadas, distanciándose del pensamiento islámico nuevo y del pensamiento nuevo del distinguido imam. El Islam está en contra del aristocratismo. El Islam es partidario de los desfavorecidos. El Islam está en contra de la desigualdad de clase y en contra de las brechas entre pobres y ricos.
En una de sus cartas a un responsable político ―y esto fue a finales de su bendita vida, unos meses antes de su fallecimiento―, el imam escribía esto: «Debe usted mostrar que nuestra gente se alzó contra la opresión, la injusticia, el inmovilismo y la reacción, y sustituyó aquel Islam monárquico, capitalista y ecléctico ―en una palabra, el Islam estadounidense» (13)― por el Islam puro de Muhammad. Esto fue en enero de 1989. No es que digamos cosa de la etapa inicial de ardor y entusiasmo revolucionarios. No, el imam escribió eso unos meses antes de perecer. De manera que esa es la del Islam que tenía el imam.
Las elecciones, manifestación de la democracia y la presencia del pueblo en la teoría del imam Jomeiní
En cuanto a la democracia, el imam veía su manifestación en las elecciones, y de hecho así es: hoy en día, la democracia y la presencia del pueblo son posibles a través de las elecciones. Es posible que llegue un momento en el futuro en que las elecciones pierdan su razón de ser y aparezcan otras formas mediante las cuales se haga presente y se exprese la gente, pero a día de hoy son las elecciones. En tiempos del imam también lo eran, y el imam dijo cosas importantes respecto de las elecciones. Consideraba las elecciones un deber religioso. El imam usó la expresión «deber religioso» a propósito de las elecciones. En el testamento del imam hay una frase de gran lucidez en que dice: «No participar en las elecciones puede ser en ocasiones uno de los mayores pecados» (14). En definitiva, esa es la concepción de las elecciones que tenía el imam. En otro lugar, dice: «Descuidar la participación ―la participación en las elecciones― acarrea consecuencias en este mundo que en ocasiones pueden alcanzar incluso a generaciones posteriores y que comportan el cuestionamiento divino». Son palabras del imam, y fue con esas declaraciones y esos remaches como estableció y dio solidez a la República Islámica.
Resistencia de la nación iraní frente a las conspiraciones de los enemigos
El pueblo de Irán se mantuvo firme frente al complot de los enemigos de Irán y de los iraníes, que hicieron todo tipo de esfuerzos y tramaron todo tipo de conspiraciones para separar al pueblo de este sistema y hacer que no creyera en el Islam y la democracia religiosa. El pueblo iraní neutralizó esas confabulaciones. Cada vez que ellos embistieron de la manera que fuese, se toparon con el dique de acero de la nación iraní. Y así es hoy en día también. También hoy acechan los enemigos, avistando si pueden alejar al pueblo de Irán del sistema islámico, pero se topan con la recia defensa y el muro de acero del pueblo iraní. Han tramado tanto conspiraciones contra la seguridad como otras de índole política, lanzando a las claras agresiones económicas y ataques de tipo intelectual. Pues en todo ello han fracasado.
Complots de toda clase del enemigo y los oponentes para dañar a la República Islámica y su islamicidad
Lamentablemente, ha habido y hay personas que repiten de alguna manera dentro del país lo que dice el enemigo. Esa «desideologización» de la que oyen ustedes hablar en ocasiones no es sino lo que dicen los oponentes. Desideologización significa que dejemos a un lado el Islam y el pensamiento en lo que se refiere a la República Islámica y la democracia religiosa, y nos giremos hacia esas corruptas y desviadas ideas liberaldemócratas que a día de hoy han hundido en la miseria a la gente en el mundo entero.
Otros comienzan por otra vía, diciendo que la sacralidad de la religión depende de que se mantenga al margen; lo mismo que se decía a comienzos de la Revolución. También es lo que dice el enemigo, y la repetición de cosas que se decían antes del triunfo de la Revolución y en los inicios de esta. Cuando algunos dicen que «si queremos observar los preceptos del Islam, eso es incompatible con la democracia», se trata de una de las cosas que dicen los enemigos de la República Islámica y de la nación iraní. Por supuesto, puede ser que algunos lo digan por descuido. Un servidor no acusa a quienquiera que diga esas cosas de no poder estar actuando sino como avanzadilla del enemigo. No, a veces es por inconsciencia. Pero sepan que esa posición es la del enemigo, y que este quiere extirpar la islamicidad de raíz. En definitiva, algunos se inquietan por la democracia y dicen que ya no la hay, pero en realidad lo que los preocupa no es tanto la democracia, sino que quieren suprimir la islamicidad de raíz y dejar el Islam a un lado hasta que deje de existir. Y ahí hay realmente un gran peligro, si hacemos de la democracia, el pensamiento islámico y el espíritu del Islam extraños entre sí.
Eliminar los desarreglos mediante una elección correcta, no absteniéndose de elegir
Algunos, por ejemplo, dicen: «En las distintas elecciones votamos a alguien con un entusiasmo que luego nos causó resentimiento, y al final de la presidencia acabamos resentidos, por lo que lo adecuado es que no participemos en las elecciones». Se hacen razonamientos de ese tipo, pero no parece que la argumentación sea correcta. Esas cosas no deben desalentar nuestra participación en las elecciones. Si existen disfunciones e incompetencias, lo que tenemos que hacer es enmendarlas mediante una elección correcta, no inhibiéndonos de elegir. Al fin y al acabo, si realmente hay un punto débil en la gestión, ¿cuál es el remedio? ¿Es no intervenir nosotros en la gestión de ninguna manera? ¿O es intervenir y propiciar una gestión como tiene que ser, que sea auténticamente islámica y popular? ¡Pues claro que el remedio es la segunda opción! En otras palabras, si existe una insatisfacción, esa insatisfacción se tiene que enmendar de alguna manera, no absteniéndose de intervenir en el terreno electoral.
Necesidad de analizar la gestión pasada de los candidatos para valorar su eficacia y la validez de sus proclamas
Claro está que en las elecciones hay que estar atentos. Yo insisto en que en las promesas y las palabras no se debe confiar, y lo mismo digo respecto de otros; en relación con los extranjeros, que siempre nos obsequian con palabras y promesas, sobre estos asuntos de la energía atómica que están en curso siempre les digo a los honorables responsables eso: que no confíen en palabras y promesas. «Con actos se realiza la tarea» (15). No se puede confiar en dichos y promesas. Y en las cuestiones importantes del país es igual. Al fin y al cabo, hablar es fácil. Todos los que salen hacen afirmaciones y promesas, dicen algo, pero en esas cosas no se puede confiar. Hay que mirar para ver si hay o no en el pasado de la persona algún acto que confirme y dé veracidad a esa promesa. Si existe, se puede confiar en ella; si no, no. De manera que no se puede distinguir la competencia a través de las palabras.
Varias ideas para los candidatos:
1) Evitar hacer promesas sin fundamento
Además, tengo algo que decirles sobre lo que espero de los candidatos: que no hagan promesas de las que no estén seguros que las pueden cumplir. Tales promesas son perjudiciales para el país. ¿Por qué? Pues porque ustedes hacen una promesa y, si llegan a la Presidencia de la República y no la pueden cumplir, causarán desilusión en la gente ―desilusión respecto del sistema político y las elecciones―. Por lo tanto, no es lícito hacer promesas de las que los candidatos no tengan la seguridad de poder ponerlas en práctica. Claro está que pueden hacer promesas que estén bien claras, que sean seguras y evidentes y cuya factibilidad sea confirmada por los expertos. Pero no hay que decir que se va a hacer tal o cual cosa ―no quiero ahora entrar en detalles― sin que haya un fundamento práctico, porque eso causará luego desilusión en la gente, y eso es pecado.
2) Comprometerse con la justicia social, la lucha anticorrupción y el fortalecimiento de la producción nacional
Permítanme decirles otra expectativa respecto de los candidatos: que los honorables candidatos tomen la resolución, en caso de alcanzar su objetivo y triunfar, de considerarse comprometidos, en primer lugar, con la justicia social y con la reducción de la distancia entre pobres y ricos; es decir, que cuenten esa labor entre sus tareas más importantes. En segundo lugar, la lucha contra la corrupción. Considérense comprometidos a combatir la corrupción sin ambages y sin contemplaciones. Considérense comprometidos a fortalecer la producción nacional. Lo he dicho muchas veces, y es también lo que dicen los especialistas en economía. Un servidor ha insistido repetidamente en que la base de la salvación de la economía del país está en reforzar la producción interior: reforzar la producción interior, combatir el contrabando, luchar contra las importaciones sin ton ni son, combatir a quienes se llenan los bolsillos mediante la importación, que no quieren dejar que las importaciones se paren por la producción nacional, y con esas importaciones parten el espinazo de la producción nacional. Comprométanse a hacer de ese combate uno de sus asuntos principales. El señor que es hoy candidato, que se comprometa a eso y deje claro que tiene ese compromiso, para que, si resulta elegido y no cumple ese compromiso, los organismos de supervisión puedan preguntarle al respecto, alzarse frente a él y cuestionar por qué no ha cumplido.
NOTAS
(1) La Sagrada Defensa frente a la dictadura de Saddam Husein en Iraq, entre 1980 y 1988.
(2) El Movimiento por la Libertad de Irán o Movimiento de Liberación de Irán (Nehzat-e Azadi-e Iran).
(3) De la Hégira solar ―en concreto, en el mes de ordibehesht, entre abril y mayo de 1990 d. C.―.
(4) Diputados de la sexta legislatura de la Asamblea Consultiva Islámica.
(5) John Bolton, consejero de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América.
(6) 1341 de la Hégira solar, entre el 21 de marzo de 1962 d. J. C. y el 21 de marzo de 1963.
(7) Yame’ al-ajbar, pág. 119.
(8) Kitab al-kafi, vol. 2, pág. 163.
(9) La cumbre de la elocuencia, sermón 216.
(10) La cumbre de la elocuencia, sermón 3.
(11) La cumbre de la elocuencia, carta 31 (con alguna diferencia de detalle).
(12) La cumbre de la elocuencia, sermón de Siffín (con alguna diferencia de detalle).
(13) Sahife-ye emam, vol. 21, pág. 240: carta al hoyatoleslam Seyed Hamid Rohaní con el fin de la puesta por escrito de la historia de la Revolución islámica (15/01/1989).
(14) Sahife-ye emam, vol. 21, pág. 422.
(15) Diván de Saadí. Sermones, casida número 7.