El 27 de junio de 1981, acababa de terminar el rezo de la tarde cuando el ayatolá Jameneí salió a la tribuna. Los asistentes seguían aún sentados en sus ordenadas filas de oración. Algunas personas recogían del público notas con preguntas personales dirigidas al clérigo. El ayatolá Jameneí comenzó a pronunciar unas palabras a modo de introducción, y estaba diciendo: «La mujer ha estado oprimida en todas las sociedades humanas, no sólo entre los árabes. No se le permitía estudiar ni llevar una vida social activa ni obtener un conocimiento profundo de las cuestiones políticas, ni tenía posibilidad de…». ¡¡¡BUM!!!

De repente se oyó una gran explosión.

El ayatolá Jameneí, que estaba de cara a la multitud, cayó al suelo. Su guardaespaldas se abalanzó hacia él para ayudarlo. La mezquita era pequeña y el escolta trató de sacarlo de allí por sí mismo. El imam de la mezquita, que se había quedado en medio de la sala, conmocionado, advirtió una grabadora de radio partida por la mitad. Habían puesto la bomba dentro de ella.

Mientras llevaban al ayatolá Jameneí al hospital, cada vez que recobraba unos instantes el conocimiento, decía algo entre susurros: estaba pronunciando su shahada, su profesión de fe. Apenas movía los ojos y los labios.

El guardaespaldas cogió su walkie-talkie. Su clave de identificación era «Guardián 7», a lo que añadió la señal de alarma «Centro 50-50», dando a entender que el «Guardián 7» estaba herido. La persona que había al otro lado de la línea rompió a llorar.

A su llegada a la entrada trasera del hospital, les llevaron una camilla con ruedas y trasladaron en ella al quirófano al ayatolá Jameneí.

Tenía el costado derecho lleno de metralla y de trozos de la grabadora, y una parte del pecho completamente quemada. La mano derecha estaba inflamada y había perdido toda funcionalidad. Tenía expuestos a simple vista huesos del hombro y el pecho.

En un momento dado, uno de los cirujanos abandonó lo que estaba haciendo, se quitó los guantes y dijo: «Se acabó». Los indicadores de presión sanguínea daban casi cero. Otro médico le reprochó que hubiera dejado el trabajo, y la presión sanguínea empezó a aumentar poco a poco, con lo que todos siguieron manos a la obra.

Cuando terminó la cirugía, el ayatolá Jameneí quedó conectado a una sonda respiratoria y no podía hablar. Ya había sentido que no podría hacer nada con la mano derecha. Lo primero que escribió con la mano izquierda fueron dos preguntas. La primera, si alguno de sus compañeros de la mezquita había resultado herido, a lo que se le respondió: «No, todos están bien».

Después preguntó por sí mismo, y se le dijo que la mano derecha ya no le funcionaría. «No necesito la mano, me basta con que me funcionen el cerebro y la lengua», contestó.

Desde entonces, ya no pudo mover la mano derecha y hace todas sus tareas, incluida la escritura, con la mano izquierda.