«En la guerra de los Doce Días, la unidad y cohesión del pueblo iraní sumieron al enemigo en la desesperación (...). El enemigo había pensado que, si atacaba a los comandantes militares y a algunas figuras influyentes del sistema, se crearían disturbios en el país y, especialmente en Teherán, sus agentes provocarían caos y tumultos y sacarían a la gente —a quienes pudieran— a las calles para crear un incidente, utilizando a la población contra la República Islámica; (...) incluso se habían juntado a trazar planes y pensar en después de la República Islámica (...). Esa era la intención del enemigo (...). Pues bien, ese objetivo fracasó desde los primeros pasos. En lo tocante a los comandantes, etc., fueron reemplazados casi de inmediato (...). Pero es que la gente, que fue el elemento más determinante, no se dejó influir en absoluto por lo que el enemigo quería. Se produjeron algunas manifestaciones, las calles se llenaron, pero en contra del enemigo, no del sistema islámico. La gente llevó la situación a un punto donde el enemigo, aquellos que están más allá de las fronteras, dijeron a sus agentes: «¡Inútiles! ¿Qué más podíamos hacer por ustedes que no hayamos hecho? Preparamos el terreno, bombardeamos, asesinamos a unos cuantos, matamos… ¿Por qué no hacen nada?». Esos agentes suyos en Irán, en Teherán —que sin duda los tienen—, respondieron diciéndoles que ellos querían hacer algunas cosas, pero la gente no les prestó atención alguna, les dio la espalda (...). Así que el plan del enemigo fue abortado» (23/09/2025).