Cuando estalló la guerra, en aquel primer instante, yo estaba en algún lugar cerca del aeropuerto. Tenía que pronunciar un discurso en una fábrica. Estaba sentado en una habitación, esperando el momento en que debía empezar a hablar. Por la ventana se veía una panorámica del aeropuerto. Oí un ruido y vi que habían llegado aviones. Al principio, no me di cuenta de lo que estaba pasando. Más tarde, dijeron que estaban atacando el aeropuerto de Mehrabad.
Fui al lugar del acto, donde los obreros me estaban esperando para pronunciar mi discurso. Hablé durante unos cuatro o cinco minutos, y luego dije que me tenía que ir, porque nos estaban atacando. Fui a la sede del Estado Mayor. Allí se había congregado todo el mundo. Estaban presentes el mártir Rayaí, el mártir Beheshtí y el Sr. Bani Sadr. Estaba todo el mundo. Estuvimos tratando de discutir qué debíamos hacer. Decían —lo sugerí yo mismo— que teníamos que hablar a la gente, que no sabía lo que había pasado. Pero no éramos conscientes con precisión de las dimensiones de la ofensiva. No sabíamos cuántas ciudades habían sido atacadas. Sólo sabíamos que también habían atacado otras ciudades además de Teherán.
Yo sugerí que hiciéramos un comunicado público. Esto sucedió hacia las dos o las tres de la tarde, justo antes de que el imam Jomeiní (que Dios le abra su paraíso) emitiera su mensaje. Se me pidió que escribiera yo el comunicado, fui a cierto lugar y escribí algo. Más tarde, se difundió por radio con mi voz. Lógicamente, debe de estar disponible en los archivos de la radiotelevisión pública.
Aquellas reuniones duraron varios días, unos cuatro, cinco o seis. La mayor parte del tiempo yo no iba a casa. A veces iba una o dos horas, pero solíamos permanecer allí día y noche. Llamaban desde Dezful, Ahvaz y otras ciudades para comunicarnos sus problemas: falta de hombres, munición y recursos.
Cuando se estaba hablando de la necesidad de efectivos, se me ocurrió algo que podía hacer: ir a Dezful e ir haciendo anuncios públicos por la ciudad, llamando a los jóvenes a alistarse. Algo así me pasó por la mente.
Bien, hacía falta obtener el permiso del imam. Yo no podía ir allí sin su autorización, de modo que fui a Yamarán. Pensé que era probable que se opusiera, porque el imam a veces titubeaba ante la idea de que gente como yo actuara de esa manera, tanto respecto a mis viajes como con muchas otras cosas.
Comuniqué mis intenciones a Hach Ahmad y le pedí que me ayudara a obtener el permiso del imam para acudir al frente de Dezful cuando yo se lo plantease. Hach Ahmad aceptó. Fuimos a la habitación. Había allí cierta cantidad de personas. El difunto Chamrán estaba allí sentado.
Le dije al imam que yo sería más útil si iba a la zona de guerra, en lugar de quedarme aquí (en Teherán). Le pedí que me diera permiso para hacerlo. El imam dijo sin dudarlo un instante: «Sí, sí, puede ir». Yo había imaginado que obtendría un no por respuesta, pero me dijo que podía ir sin vacilar. Cuando dijo que podía ir, lo que me alegró mucho, el difunto Chamrán dijo: «Su Eminencia, déjeme ir a mí también»; y el imam respondió: «Usted también puede ir». Entonces me volví hacia el Sr. Chamrán y le dije: «¡Venga! ¿A qué estamos esperando? ¡Vámonos!».
Salimos cuando aún no había llegado el mediodía. Mi intención era partir de inmediato, pero él dijo que debíamos esperar hasta la tarde. Yo estaba solo y no tenía planeado llevar a nadie conmigo, pero él sí tenía compañía. Más tarde vi que iban con él unas sesenta o setenta personas. Habían trabajado y se habían entrenado con él, y quería llevarlos, de modo que tenía que recogerlos. Me dijo: «Vamos a esperar hasta la tarde y vamos a Ahvaz en lugar de Dezful. Ahvaz es mejor que Dezful para nuestro propósito». Yo acepté su sugerencia, porque él estaba más cualificado y entrenado.
Fui a casa a despedirme de la familia. Tenía seis o siete guardaespaldas. Les dije: «Quedan ustedes liberados, porque me voy a la guerra. Ustedes me acompañan para impedir que otros me maten, pero voy a entrar en territorio de guerra y tener guardaespaldas allí no tiene sentido». Aquellas buenas personas echaron a llorar y dijeron que no me dejarían solo. Les dije que no pensaba llevarlos conmigo, y me dijeron: «Muy bien, no nos lleve como guardaespaldas, llévenos como camaradas. Déjenos ir, nos gustaría ir al frente. Llévenos con usted para eso». Lo acepté y me acompañaron a la zona a la que fuimos. Estuvieron conmigo hasta el final.
Salimos por la tarde el difunto Chamrán y nosotros. Subimos a un C-130 y volamos hacia Ahvaz. La ciudad estaba completamente a oscuras. Hay quienes, por lo que he visto, escriben novelas o informes sobre el frente, y ponen cosas que son del todo falsas. Yo mismo vi Ahvaz de cerca los primeros de la guerra y pasé allí cierto tiempo. Esos respetables novelistas no revolucionarios, con su interés por redactar informes sobre la guerra y escribir algo, lo que han escrito es completamente falso. Del mismo modo que no es cierto lo que han escrito sobre otras ciudades, uno de ellos ha escrito sobre lo sucedido en Teherán, y también es falso. En realidad, no han querido reflejar las cosas correctamente. Deberían salir al escenario nuestros propios escritorios escritores y novelistas para escribir estas cosas. Si no lo escribimos nosotros, otros lo escribirán distinto (a como fue).
Bien, Ahvaz estaba a oscuras. Fuimos en la oscuridad a la 92.ª Brigada, y desde allí fuimos a las oficinas del gobernador general, donde nos quedamos. Ya la primera noche en que llegamos, Chamrán juntó a su gente y dijo que iba a llevar a cabo una operación. Cuando le preguntamos qué operación, dijo que iban… ¡a cazar tanques! Yo tenía un Kaláshnikov de propiedad personal; un Kaláshnikov propio, que había llevado conmigo. Pregunté si podía ir también, y él respondió: «Sí, ¿por qué no? Usted también puede venir».
De modo que dejé a un lado el turbante y el manto, nos dieron un conjunto de uniformes que nos quedaban mal, demasiado grandes, y por la noche salimos. A todo esto, yo no había recibido entrenamiento militar ni tenía armas en condiciones. ¿A quién se le ocurre ir a cazar tanques con un Kaláshnikov! Claro que los demás tampoco tenían lanzagranadas antitanques ni nada semejante; ellos habían ido allí con las mismas armas. De modo que fuimos, no cazamos tanques y regresamos.