Mi madre fue una señora muy sensata e instruida que amaba la lectura. Tenía talento poético y artístico, y conocía bien a Hafez; no de manera científica, pero estaba familiarizada con su obra. Conocía también bastante bien el Corán, que recitaba con una gran voz.
Cuando éramos niños, nos sentábamos a escuchar a mi madre recitar el Corán. Lo recitaba con muchísima dulzura. Nos juntábamos alrededor de ella, que en función de las distintas ocasiones recitaba narraba las vidas de los profetas. Fue de mi madre que oí por primera vez la vida de Moisés, Abraham y otros profetas (la paz con ellos). Cuando recitaba el Corán, tenía costumbre de detenerse y explicarnos la vida de los profetas.
Parte de la poesía de Hafez que aún recuerdo, después de sesenta años, es la de los poemas que oí a mi madre. Recuerdo, por ejemplo, estos versos:
Al alba, al alzar su estandarte sobre la montaña el rey del oriente (el sol)
llamó clemente el amado a la puerta de los esperanzados.
***
Anoche vi a los ángeles
llamar a la puerta de la taberna;
amasaban el barro de Adán
y le daban forma de copa.
Lo que trato de decir es que era una mujer muy dulce, muy sensata, que amaba a sus hijos —como todas las madres— y los cuidaba.
Ayatolá Jameneí, 3 de febrero de 1998