Mis ancianos padres no tenían la más mínima expectativa de mí. No esperaban que su hijo, por ser presidente, arreglara por ejemplo la casa o la cambiara por otra mejor.
Como presidente del país, tenía cierta autoridad y medios, pero aquel humilde y anciano matrimonio (mis padres) no tenía la más mínima expectativa de mí. No esperaban que su hijo, por ser presidente, arreglara por ejemplo la casa o la cambiara por otra mejor. Mi padre vivió en esa modesta vivienda hasta 1986, y mi madre hasta el final de mi presidencia, pero la casa no se modificó en absoluto para mejorarla como lugar de residencia. Eso es un motivo de orgullo, y honra a la República Islámica.
Claro está que esa honradez en el modo de obrar no tiene nada que ver conmigo. Eran esos dos individuos desinteresados, personas muy religiosas en el verdadero sentido de la palabra, quienes no tenían apego a las bellezas aparentes de este mundo. No les importaba dónde ni cómo vivían. Cuando mi padre falleció, toda su propiedad —sin contar sus libros, que formaron un lote aparte— se vendió por unos 45 000 tomanes (unos 90 dólares estadounidenses de la época). Con ese dinero uno no podía comprarse siquiera un refrigerador, una estufa o similares, pese a que en Mashhad él era una persona muy distinguida como imam del rezo colectivo, y un clérigo muy conocido, con muchos admiradores y partidarios.
Así es como vivían nuestros antecesores.
4 de julio de 1996
* El ayatolá Seyed Yavad Hoseiní Jameneí, noble padre del líder supremo, falleció el 6 de julio de 1986, a la edad de 91 años.