En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso
La alabanza es para Dios, Amo de los Mundos, y vayan los rezos y la paz con nuestro señor Abulqásim al-Mustafa Muhammad y con su excelsa y pura familia de elegidos, en especial lo que queda de Dios en la tierra.
Sean ustedes muy bienvenidos, queridos hermanos y hermanas, glorioso pueblo querido de Qom. Hace 40 o 41 años que se celebra este gran evento. En todo el país, la gente tiene los ojos puestos en Qom el día 19 de dey (1) por aquel importantísimo acontecimiento histórico determinante. Déjenme decirles algo sobre el Diecinueve de Dey y los sucesos de Qom, y algo sobre el mártir querido de estos días, el mártir Soleimaní.
Sobre el Diecinueve de Dey, hemos de reflexionar y aprender de él. Aunque ustedes, hermanos y hermanas que están aquí presentes, no estuviesen allí para ver lo que pasó, la memoria de aquel día sigue viva, y debemos aprender las lecciones de esa memoria viva. El pasado debe siempre ser un faro que guíe el camino del futuro. Lo del 19 de dey consistió en que el pueblo de Qom salió en defensa de una gran autoridad religiosa de alto rango, que no estaba en Irán en ese entonces, y se enfrentaron a los despiadados agentes armados del despótico régimen idólatra. La gente no tenía nada salvo sus manos vacías. ¿Y qué es lo que los empujó a salir a la palestra? La fe y el celo religioso. Fíjense, porque se trata de dos palabras clave: fe y celo religioso. Cuando aquella gente ―un grupo de gente de Qom― salió a la calle, se enfrentó a la policía del régimen y alcanzó el martirio cierto número de ellos, resultando heridos otros ―de hecho, los agentes de la idolatría se figuraban que los habían machacado―, ni los alzados de Qom ni los otros se imaginaban qué inmensa transformación iba a originar aquella acción, no solo en Irán, sino en el mundo entero. ¿O acaso no fue así? Aquella iniciativa que había llevado a cabo la gente de Qom por mera fe y celo religioso fue bendecida por Dios el Altísimo, tuvo continuidad, los sucesivos arbaínes sacaron a la gente a la palestra y el insigne imam Jomeiní asumió el liderazgo, desembocando aquello en el inmenso alzamiento de febrero del año siguiente, el 1979. Aquella iniciativa de un grupo de gente devota de Qom desencadenó una revolución inmensa como fue aquella. Por supuesto, influyeron numerosos factores, pero lo importante es que el inicio del movimiento estuvo en esa acción popular inspirada por la fe y el celo religioso. Eso debemos recordarlo siempre. Se pueden hacer grandes cosas con la bendición de la fe y el celo religioso, igual que se hizo en aquella ocasión. Tuvo lugar un gran acontecimiento, se produjo una revolución que sacudió al mundo y creó una transformación que cambió la historia, la trayectoria de la historia del país y la región y, quizá, la trayectoria de la historia mundial, que es algo que se podrá juzgar más adelante, con la ayuda de Dios. Mirémoslo así y veamos la guía divina y la mano del poder divino de esa manera en todos los sucesos de nuestras vidas.
Aquel día, la gente tenía las manos vacías, pero hoy, gracias a Dios, nuestras manos no lo están; están llenas. El pueblo iraní está hoy equipado frente a los prepotentes del mundo, pero ese apoyo no es la herramienta militar. Esta es útil cuando se apoya en esa misma fe y ese celo religioso. Es entonces cuando la herramienta militar resulta efectiva y resuelve los problemas. Eso debemos tenerlo siempre presente ante el amplio frente enemigo actual. Dios el Altísimo dice: «¡Cuántas veces un grupo reducido ha vencido a un grupo numeroso, con el permiso de Dios!» (Sagrado Corán, 2:249). El ejemplo lo tenemos ahí mismo: a veces, por el poder divino, un grupo reducido vence a un amplísimo frente, si se apoya en la fe y en el celo religioso.
¡No dejen que se olvide esa lección, queridos míos! Ni los responsables de propaganda del país, ni los grandes ulemas que hay en Qom o en otras regiones del país ni los jóvenes activos en el ámbito de la cultura deben dejar que se olvide esa lección sin igual que vimos materializarse ante nuestros ojos: la lección de una acción humilde y pacífica, basada en la fe y el celo religioso, y la bendición que concede Dios el Altísimo a ese tipo de acción, con los enormes acontecimientos que se suceden unos tras otros.
Dios el Altísimo repite en distintos lugares del Corán, hablando de los pueblos del pasado, esa llamada a no dejarse llevar por el olvido: «No sean como aquellos a quienes se les entregó la Escritura anteriormente» (Sagrado Corán, 57:16). Los Hijos de Israel alcanzaron un día tal poder ―poder espiritual― que, a pesar de estar sometidos a las torturas del Faraón sus hombres, mujeres y niños, lograron vencerlo; lograron mantenerse firmes y resistir hasta que Dios el Altísimo les abrió el camino y les concedió tan inmensa alegría ahogando al Faraón y dándoles cuanto era del Faraón. Esos mismos Hijos de Israel, poco después, «el tiempo se cobró su impuesto sobre ellos y endureció sus corazones» (Sagrado Corán, 57:16). Cuando transcurrió un tiempo, salieron de ese estado inicial, sus corazones se petrificaron, se hicieron pesados y rígidos, y perdieron aquella devoción, aquella confianza en Dios, aquel avance por el camino de Dios, aquella paciencia y aquella perseverancia que tenían. ¿El resultado? «Fueron golpeados por la humillación y la miseria, e incurrieron en la ira de Dios» (Sagrado Corán, 2:61). Esa aleya es una de las muchas más que hay. El profeta Moisés dijo a los Hijos de Israel: «¿Acaso os pareció demasiado larga la espera?» (Sagrado Corán, 20:86). Ustedes hasta ayer estaban oprimidos por el Faraón, pero ha pasado tanto tiempo que lo han olvidado y dicen: «¡Tráenos un dios semejante a los dioses que ellos tienen!» (Sagrado Corán, 7:138). Esto son lecciones que un servidor siempre repite. A Dios gracias, tanto la cantidad como la calidad de los jóvenes devotos, fieles e inquietos que hay hoy en el país es muy superior a la que había antes de la Revolución. Hoy por hoy es así. No estamos insatisfechos, pero deben ustedes estar atentos a que el camino que se sigue sea el correcto. No olvidemos la gran lección coránica, profética y divina: Dios el Altísimo ayuda. «Y quien confíe en Dios tendrá suficiente con Él» (Sagrado Corán, 65:3). Debemos mantenerlo en mente.
Ahora, hablemos de nuestro querido mártir Hach Qasem Soleimaní y déjenme decirle dos o tres cosas sobre él. Una tiene que ver con su personalidad. Estos días se ha hablado mucho de ese gran hombre, de ese buen y querido camarada nuestro, valiente y afortunado, que ha ascendido al Reino de los Cielos. Se han dicho cosas acertadas, pero, aun así, a mí me gustaría añadir varios aspectos que me parecen los más importantes sobre lo que lo caracterizaba.
El primero es que el mártir Soleimaní era a la vez valiente y juicioso, no solamente intrépido. Hay quienes tienen audacia, pero les faltan el juicio y la inteligencia necesarios para poner bien en práctica ese coraje. Otros son juiciosos, pero no son dados a la acción o no tienen las agallas necesarias para actuar. Esas agallas sí las tenía nuestro mártir querido ―se metía sin temor en la boca del lobo, no solo durante los acontecimientos de nuestros días, sino igualmente durante la Sagrada Defensa, al mando de la División Sarolá― y, además, era juicioso, reflexionaba, planificaba y obraba de manera racional.
Esa valentía juiciosa no se manifestaba además solamente en el campo de batalla, sino que era igual en el de la política. Este mismo servidor habló muchas veces, a los amigos que dedican su actividad al escenario político, sobre su modo de actuar y las cosas que hacía, así como de esa manera de ser, a la vez valiente y juicioso. Sus palabras surtían efecto y resultaban convincentes, y por encima de todo estaba su abnegación; lo abnegado que era. Esas herramientas que eran su valentía y su juicio las ponía al servicio de Dios. No era dado a ficciones ni hipocresías. La abnegación es algo muy importante. Ejercitémosla en nosotros mismos.
Otro rasgo suyo era que, en su actividad de comandante, de guerrero que dominaba la esfera militar, no dejaba de prestar una atención minuciosa al respeto de los límites de la ley religiosa. En el campo de batalla, a veces la gente olvida esos preceptos divinos, diciendo que no es momento para esas cosas. Él, no; él tenía cuidado: allá donde no debían usarse las armas, no las usaba. Tenía cuidado de que no se vulneraran los derechos de nadie, que no se cometieran injusticias. Tomaba precauciones que en el ámbito militar muchos suelen considerar innecesarias. Él las tomaba. Se metía en la boca del lobo, pero preservaba las vidas de los demás, en la medida en que podía. Cuidaba de la vida de quienes tenía cerca, de su entorno, de sus soldados y de los compañeros de otros países que tenía a su lado.
Otro aspecto importante es que, en las cuestiones internas del país ―porque en general se ha estado hablando de sus combates y actividades en la región―, no era una persona dada a partidos, facciones y similares, pero sí era en extremo revolucionario. La revolución y la acción revolucionaria eran su línea roja incuestionable. Ciertas personas no deberían tratar de diluir eso. Esa era la realidad: la de alguien fundido en la Revolución. La defensa de la revolución era su línea roja incuestionable. No era alguien que habitase el mundo de la división en distintos partidos, distintos nombres y distintas facciones, sino en el de la acción revolucionaria. Su apego a la Revolución era firme, como su apego a la línea bendita y luminosa del difunto imam Jomeiní (que Dios esté satisfecho de él).
Un ejemplo de ese juicio y esa valentía suya que conocen bien sus enemigos y que acaso no conozcan algunos amigos es que, con la ayuda de las poblaciones de la región y con la que él mismo prestó a esas naciones, el mártir Soleimaní logró neutralizar todos los planes ilegítimos de EE. UU. para Asia Occidental. Una persona así fue capaz de alzarse frente a los planes impulsados con el dinero y las grandes organizaciones propagandísticas estadounidenses, con las capacidades diplomáticas de Washington, con las intimidaciones que ejerce EE. UU. sobre los políticos del mundo, en particular en los países débiles, y logró neutralizar todos los planes que se habían preparado con esos medios para esta región del oeste de Asia.
En el caso de Palestina, el plan de los estadounidenses era relegar al olvido la causa palestina y mantener a los palestinos en un estado de debilidad tal que ni osasen hablar de lucha. Él equipó a los palestinos cuando tenían las manos vacías, haciendo que una región minúscula de apenas un palmo de tierra, como es la Franja de Gaza, resistiera frente al régimen sionista, con toda su petulancia, y les causara tal estropicio que en 48 horas estuvieran pidiendo un alto el fuego. Eso es obra de Hach Qasem, que los sacó de su indefensión; hizo que pudieran alzarse y resistir. Eso es lo que una y otra vez he oído de los hermanos palestinos. Yo lo sabía, claro, pero ellos venían y daban testimonio. En numerosas visitas que nos hicieron los dirigentes palestinos, todos lo decían.
Aun así, en la mayor parte de las reuniones que manteníamos con distintos responsables que estaban en contacto con su trabajo ―reuniones oficiales ordinarias―, Hach Qasem se sentaba en un rincón donde ni se le veía. A veces, uno quería saber o que atestiguara algo y tenía que andar buscándolo. No se colocaba a la vista para exhibirse.
Los planes de EE. UU. para Irak, Siria y Líbano se neutralizaron con la contribución y la actividad de ese mártir querido. Los estadounidenses querrían un Irak como fue el régimen de la idolatría Pahlaví en Irán o como el saudí actual. Eso es lo que les gusta: un lugar lleno de petróleo que tengan bajo su control y en el que puedan hacer lo que plazcan. Como dijo cierta persona, como una vaca lechera; así quieren a Irak. Pero los iraquíes devotos y valientes, la juventud de Irak y sus autoridades religiosas resistieron y Hach Qasem (que Dios esté satisfecho de él) auxilió y ayudó a ese amplio frente. Allá apareció como consejero activo y gran respaldo. De manera similar sucedió en Siria y en el Líbano.
En cuanto al Líbano, lo que querrían los estadounidenses es privarlo del agente principal de su independencia, es decir, la fuerza de la Resistencia y Hezbolá, para que el Líbano quede indefenso frente a Israel y que este ocupe hasta el mismo Beirut, como ya han hecho en el pasado, hace años. Pero Hezbolá, gracias a Dios, se ha hecho día a día más fuerte y, hoy por hoy, los brazos y los ojos del Líbano son Hezbolá, y nuestro querido mártir cumplió una función privilegiada y destacada en que sea así. Juicio y valentía. Un combatiente audaz y un hermano compasivo.
A Dios gracias, las naciones están despiertas. Hoy, las naciones están despiertas y ahí está el papel de ese mártir querido y de sus camaradas locales, como el mismo mártir Abu Mahdi (que Dios el Altísimo esté satisfecho de él): un hombre luminoso, un hombre devoto, un hombre valiente, en cuyo rostro uno veía al mirarlo una manifestación de la plegaria «¡Emblanquece mi rostro con Tu luz!». Abu Mahdi era así. Su rostro, un rostro luminoso, espiritual y divino. Fue con tales personas devotas, valientes y luminosas como el mártir Soleimaní pudo realizar las grandes cosas que realizó.
Bien, hasta aquí lo relativo a nuestro querido mártir. Por supuesto, podría decirse más sobre él, pero por ahora basta. Capítulo aparte respecto al mártir Soleimaní son las bendiciones de su formidable martirio; las bendiciones que ha aportado. Cada vez que ese querido mártir informaba de lo que había hecho ―ya fuera por escrito o de viva voz―, un servidor lo admiraba de corazón y así lo manifestaba; pero hoy, ante lo que ha originado y aportado ―no ya al país, sino a la región―, me inclino ante él en señal de respeto. Se ha hecho algo grande. Su espiritualidad ha causado un torbellino que ha dado aun más relieve a su martirio con esos cortejos fúnebres y con esas despedidas, en Irán como en Irak ―en Kadimiya, en Bagdad, en Nayaf, en Kerbala…―. ¡Qué hicieron con ese cuerpo hecho pedazos! (Llantos entre el público). Les damos las gracias desde lo más profundo del corazón. Ese martirio mostró al mundo entero que la Revolución sigue viva en nuestro país. Algunos querían fingir que la Revolución había desaparecido en Irán, que estaba muerta y acabada, y es cierto que hay quienes intentan que así ocurra. Pero su martirio mostró que la Revolución sigue viva. ¡Ya han visto cómo ha sido en Teherán! ¡Y cómo en las demás ciudades!
Tengo que decir, eso sí, que estoy profundamente consternado por el amargo incidente ocurrido en Kermán, en el que han perdido la vida un grupo de queridos compatriotas kermaníes, y presento a sus familias mis condolencias. Espero, si Dios quiere, que las almas puras de esos fallecidos se unan a la del mártir Soleimaní (Entre el público se responde: «¡Amén!»).
Con su martirio, el general Soleimaní hizo que se abrieran ojos que estaban cubiertos de polvo. Los enemigos se sintieron humildes frente a la grandeza de la nación iraní. Quizá no lo exterioricen, pero no le queda más remedio a ese enemigo que trata de presentar como terroristas a un combatiente de tan alto rango, a un general al mando de la lucha antiterrorista; a esos estadounidenses arbitrarios, mentirosos e insultantes, a cuyas palabras realmente no se puede atribuir importancia. Así intentaban actuar, pero el pueblo iraní les ha dado una buena lección (Exclamaciones de «¡Muerte a Estados Unidos!» entre el público) (2).
Otro asunto que debemos considerar es qué se tiene que hacer ahora. Al fin y al cabo, se ha producido un acontecimiento de gran importancia. La venganza y esas cosas son otra cuestión; que anoche se les diera una bofetada es otra cuestión (Exclamaciones de «¡Dios es grande!» entre el público). Lo importante, en el enfrentamiento ―porque acciones militares como estas no bastan― es que la presencia generadora de corrupción de EE. UU. en la región llegue a su fin, que se acabe (Exclamaciones de «¡Dios es grande!»). Son ellos quienes trajeron a esta región la guerra, desavenencias, tumulto, ruina y destrucción de infraestructuras. Es cierto que allá donde han puesto el pie, en cualquier lugar del mundo, han actuado igual, pero nosotros lo que tenemos delante ahora es nuestra propia región, y ellos están empeñados en que haya esa misma corrupción y esa misma ruina en nuestro querido Irán, en la República Islámica. No dejan de insistir, y esa cuestión de las negociaciones y de sentarse a una mesa y demás son preparativos para injerencias e infiltraciones. Eso tiene que acabarse. Esta región no acepta la presencia de EE. UU. en sus países; ni los pueblos de la región ni los gobiernos surgidos de esos pueblos la aceptan, sin duda. Pero esta es otra cuestión importante para otro lugar.
Nuestro deber como pueblo y de toda la República Islámica es, en primer lugar, identificar al enemigo. No hay que equivocarse al identificar al enemigo. No digan que ya lo conocen todos. Sí, ustedes sí saben quién es: el enemigo es la Arrogancia, el sionismo, Estados Unidos. Eso ustedes lo saben, pero se está haciendo un esfuerzo a gran escala por invertir las cosas y cambiar la opinión de la gente con métodos propagandísticos de gran complejidad. Todo el mundo debe estar alerta. Conocer al enemigo es de extrema importancia. Esa es una cuestión. Hay que conocer también los planes del enemigo, qué está haciendo y qué quiere hacer, y luego conocer los métodos con los que hacer frente a esos planes.
Nuestra gente debe tener ese conocimiento. Nuestro apoyo es la gente. La República Islámica, sin la voluntad de la gente, sin su ayuda de la gente y sin su voto positivo de aprobación no es nada, no tiene sentido. La gente debe saber quién es el enemigo y conocer tanto los métodos de acción del enemigo como las formas de hacer frente a esos métodos. Esa es tarea de quienes se dedican a pensar. Afortunadamente, hoy por hoy no faltan en el país hombres valientes y juiciosos; tanto en el campo militar como en el científico y en el político, hay personas juiciosas, valientes, informadas y conocedoras de la situación. Sus voces deben oírse, y que se lleve a cabo bien en el país y en la sociedad lo que esas personas consideran adecuado. No son pocos. Por suerte, los educados en la escuela del imam Jomeiní son cada día más. El imam dijo una vez, durante la guerra, que la mayor de las victorias de la Revolución sería formar jóvenes y hacer que crecieran y se desarrollaran. Eso dijo una vez el imam, y tenía razón. Aquel sabio, con aquella sabiduría suya, dio en el clavo. Todas aquellas victorias y todas aquellas grandes obras son poca cosa ante eso: educar personas sobresalientes. Hoy en día, por fortuna, tenemos muchas personas de ese tipo.
¡Conozcamos al enemigo! Les digo algo de manera terminante: el enemigo incluye a EE. UU., al régimen sionista y el sistema de la Arrogancia, que no es solo EE. UU. ni únicamente los gobiernos; es un conjunto de empresas y similares que saquean y oprimen al mundo, y que se oponen a cualquier centro que se enfrente a la injusticia y el saqueo. Esos son el enemigo. A tal o cual país de la región o de fuera de ella que en un momento dado diga algo contra nosotros no lo consideramos enemigo. Esos no son enemigos. Mientras no salga de ellos algún movimiento al servicio del enemigo y contra la República Islámica, no los ponemos en esa categoría. El enemigo son los otros, y no hay que equivocarse identificándolo. El enemigo son esos.
A ver si lo reconocemos y si conocemos también la manera de enfrentarse a sus planes. Esos planes consisten en perturbar la determinación y la voluntad de nuestros jóvenes y de nuestro pueblo. Ese es el plan fundamental del enemigo: hacer vacilar la fe y la determinación de la gente, es decir, esos dos elementos a los que antes he aludido; esas dos palabras clave, fe y celo religioso. Se trata de hacer que vacilen la fe y el celo religioso de la gente. Eso es lo que busca el enemigo. Saben que, si eso sucede, la capacidad ofensiva e incluso defensiva de la República Islámica se verá afectada, desaparecerá. Es eso lo que traman.
Por supuesto, ese no es el único complot de EE. UU. Es el más importante, pero contra la República Islámica actúan también en la arena política, en el campo de la economía ―ya ven ustedes los embargos― y en el de las cuestiones de seguridad. Antes de esto, varios días antes de los sucesos de noviembre relacionados con la gasolina y demás, en un país de Europa ―un país pequeño, pero realmente pérfido y ruin― un agente de EE. UU. y unos iraníes a sueldo, unos vendepatrias, mantuvieron una reunión dirigida contra la República Islámica y se pusieron a hacer planes, consistentes en eso mismo que vimos unos días después con los sucesos de la gasolina. La gente ―o parte de la gente― se enfadó con lo que había pasado con la gasolina y salió a protestar. Pues bien, en cuanto la gente ―o más bien alguna gente, porque tampoco eran muchos― salió a la calle, gente engañada con otras ideas en mente y al servicio del enemigo empezó a aplicar ese plan: ir a destrozar, incendiar, matar y arrasar instalaciones tanto gubernamentales como civiles, para comenzar una guerra.
Ese plan estaba preparado de antemano. Cuando hablo de varios días antes es porque en ese momento actualizaron el plan, pero se trata de cosas que tenían preparadas de antes; tenían a gente preparada, un grupo de esbirros a los que habían dado dinero y que hacen esas cosas siempre y todo lo que pueden. El otro día ya lo dije en una reunión con el pueblo: el mismo día en que aquí sucedían esos incidentes, en Estados Unidos, en Washington D. C., los agentes norteamericanos se alegraban y habían dicho a aquella persona que ya estaba, que Irán estaba acabado. Y, cuando dos días después se vio que era su operación la que estaba acabada, se pusieron muy apenados, enojados y tristes.
Hay que comprender el plan del enemigo y, frente a él, deben mantenerse en mente los puntos fundamentales, que son las bases intelectuales ―tanto el pensamiento islámico como las cuestiones relativas a la Revolución― y la unidad nacional. Esa unidad se visualizó por fortuna en la gente, a los pies del ataúd con los restos mortales puros del mártir Soleimaní y de los mártires que lo acompañaban. Esa unidad debe preservarse; que se mantenga. La gente debe orientarse hacia ello, hacia la Revolución y hacia el enaltecimiento de los hombres de la Revolución, de los mártires y de todo lo que recuerde los valores de la Revolución (Exclamaciones de «¡Dios es grande!» entre el público).
Y debemos saber que la hostilidad de ese frente enemigo al que he aludido no es transitoria ni pasajera, sino que se trata de una hostilidad intrínseca y perenne. Siempre que puedan asestar un golpe, lo harán. ¿El remedio? Fortalecernos nosotros desde el punto de vista militar, del orden y la seguridad, político y económico; fortalecernos desde los distintos puntos de vista para que el enemigo no pueda atacar, porque su hostilidad es intrínseca. Lo que se figuran algunos de que, si nosotros damos un paso atrás y cedemos un poco, los estadounidenses cejarán en su enemistad es un inmenso error; un error flagrante. Esa idea que acarician algunos de que no hagamos nada que haga enfadarse a EE. UU., como algunos dicen y escriben en los periódicos, se sitúa justo en las antípodas de lo que ordena el Creador del Mundo: «Así están descritos en el Evangelio; son como un sembrado cuyas semillas germinan, crecen, se ensanchan y cuyo tallo se fortalece, sorprendiendo a los sembradores y enojando a los que no creen» (Sagrado Corán, 48:29). El crecimiento de los devotos, de sus troncos robustos, de esos jóvenes creyentes está destinado justamente a «enojar a los que no creen», que el enemigo se irrite. Y es eso lo que más lo irrita: los jóvenes dedicados a la ciencia, al Yihad, a servir, a las armas. Todo eso los irrita (Exclamaciones de «¡Dios es grande!» entre el público).
Muchas gracias. Ese takbir de ustedes muestra que ya están cansados (El público: «¡No!»). Esperemos, si Dios quiere (Gritos de «¡Dios es grande!»), que tengan ustedes siempre la voz potente, la lengua elocuente y el paso firme en este camino. Y que Dios el Altísimo tenga misericordia de nuestros seres queridos, de estos últimos mártires, del mártir Soleimaní, del mártir Abu Mahdi y sus queridos camaradas, tanto los iraquíes como los iraníes. Quiera Dios tener misericordia de ellos y de todos aquellos que allanen el camino para el avance de esta nación.
El texto aprobado ayer por nuestra Asamblea es muy positivo, así como lo es también el aprobado anteayer por el Parlamento de Irak para la expulsión de Irak de las tropas estadounidenses. Quiera Dios dar buena suerte a todos ellos y ayudarlos a seguir ese camino con éxito hasta el final.
Con ustedes la paz, la misericordia de Dios y Sus bendiciones.
Notas
(1) Día del calendario persa coincidente en 1978 con el 9 de enero, cuando se produjeron en la ciudad santa de Qom protestas populares que tuvieron un papel determinante en el triunfo de la Revolución islámica.
(2) Numerosas figuras de la Revolución islámica y autoridades gubernamentales iraníes, incluido el propio ayatolá Jameneí, han aclarado a menudo que la consigna «Muerte a EE. UU.», frecuente en Irán, se refiere en exclusiva a los dirigentes del régimen de Washington y a sus ansias de dominación, de agresión y de saqueo a otros pueblos, y en ningún caso a la población norteamericana.