Con ocasión de la Semana de la Unidad y el natalicio del Venerable Profeta del Islam (1)
En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso.
Alabado sea Dios, Señor de los mundos, y la paz y las bendiciones con nuestro maestro Muhammad, su familia pura, sus compañeros selectos y quien los siga en benevolencia hacia el Día de la Recompensa.
Sean muy bienvenidos, queridos presentes. Les deseo la bienvenida a todos ustedes, en especial a los estimados invitados a la Conferencia de la Unidad Islámica y a los hermanos de otros países que nos honran con su presencia. Felicito el fausto natalicio del Venerable Profeta y Supremo Mensajero (con él y su familia las bendiciones y la paz de Dios), así como el del Imam Sadiq (con él la bendición y la paz), coincidente en el año 83 de la Hégira con el natalicio del Profeta.
El nacimiento del Nobilísimo Profeta fue en verdad el comienzo de un nuevo período en la vida de la humanidad, la buena noticia del comienzo de un nuevo período de la voluntad divina y de las gracias divinas hechas a la humanidad. Es por ello que aquel nacimiento fue un acontecimiento de inmensa grandiosidad. Verdaderamente, la grandeza del nacimiento del Profeta no puede describirse con el lenguaje ordinario. Se trata de un incidente de gran envergadura. Hay quienes han podido expresarla en parte con el lenguaje del arte y la poesía, pero lo que dicen no es en definitiva sino una imagen, un esbozo del asunto:
Nació la guía, y el mundo se iluminó;
se posaron entonces sonrisa y loas sobre los labios del tiempo (2).
Así es como se expresa el lenguaje del arte: «Nació la guía, y el mundo se iluminó;
se posaron entonces sonrisa y loas sobre los labios del tiempo». Mediante fórmulas de este tipo puede acercarse hasta cierto punto a la mente la grandiosidad de lo sucedido, que es un acontecimiento importante.
La grandiosidad del nacimiento del Profeta es la que corresponde a la elevación de su rango ―rango de tal magnitud que Dios Altísimo no ha creado ser tan grandioso en todo el universo, desde el inicio hasta el fin de la Creación. Y lo mismo sucede con la grandeza del depósito que Dios le confió y a causa del cual dice el Altísimo: «En verdad, Dios agracia a los creyentes al designar un Mensajero de entre ellos mismos» (Sagrado Corán, 3:164). Se trata de una gracia hecha a la humanidad. Tal es la grandeza de que hablamos. Dios Altísimo hizo descender el Libro Oculto al sagrado corazón del Profeta; hizo que su lengua pura lo enunciara; le confió el plan de la felicidad humana en su totalidad; puso esa carga sobre sus hombros y le encargó que pusiera ese plan en práctica, anunciándolo y reclamando a sus seguidores que lo cumpliesen.
Pues bien, nosotros que somos seguidores de aquel mismo Profeta y nos decimos vinculados a él, ¿cuál es nuestro deber? En todo periodo de los que se suceden en el tiempo, los fieles tienen el deber de ver en qué situación se hallan y qué requiere de ellos la religión, cuál es la misión que les encomienda, sobre qué deben reflexionar y qué deben llevar a cabo. Eso han de hacer en cada período. Sobre estas cuestiones han debatido, hablado y discutido mucho los ulemas y los intelectuales religiosos. En esta ocasión de hoy, yo quisiera hablarles brevemente de estos asuntos, por una parte con la vista puesta en la Umma islámica, y por otra en lo que constituyen Irán y la República Islámica de Irán.
En lo que concierne a la Umma y al conjunto de los musulmanes, debe prestarse atención a dos cuestiones de las que voy a hablar de manera sucinta. Una es la del cumplimiento como corresponde con el carácter integral del Islam: el Islam es una religión integral, y debe actuarse como corresponde a esa integralidad. Esa es la primera cuestión, y la otra es la de la unidad entre los musulmanes. Ambas están entre las más importantes de nuestra época. Por supuesto, cuestiones de actualidad hay muchas, pero estas están entre las más importantes.
Sobre la cuestión de actuar conforme corresponde al carácter integral del Islam, se ha insistido y se insiste ―insistencia que fundamentalmente se da por parte de las potencias políticas materialistas― en limitar el Islam a los actos individuales y las convicciones interiores. Ese afán ha existido desde hace mucho; no sabría ahora precisar una fecha específica a partir de la cual empezó, pero desde hace unos cien años o ciento y pico se vio ese afán en el mundo islámico de manera notable, y en el período de formación de la República Islámica esos esfuerzos se redoblaron. Intentan además no hacerlo por vías políticas, sino intelectuales; «teorizarlo», según la expresión europea: se encarga esa misión a pensadores, escritores, activistas de corte intelectual, etc., para que escriban sobre ello y asienten la idea de que el Islam no se ocupa de las cuestiones que conciernen a la sociedad y la vida ―las cuestiones fundamentales de la humanidad―; que el Islam consiste en una convicción de los sentimientos, en una relación personal con Dios y en los actos individuales que se derivan de esa relación; que el Islam es eso. Y esa es la idea que persisten en asentar en las mentes de aquellos a quienes se dirigen.
En opinión de esa tendencia aparentemente teórica pero profundamente política, los ámbitos importantes de la vida y las relaciones sociales deben quedar al margen de la intervención del Islam. En la gestión de la sociedad y la construcción civilizatoria, al Islam no le corresponde ningún papel, tarea ni potencialidad relativos a la generación y la edificación de la civilización humana; no tiene ningún papel en la dirección de la sociedad ni en el reparto en ella del poder y la riqueza. La economía de la sociedad y sus diversas cuestiones no son asunto de la incumbencia del Islam, como tampoco lo son las cuestiones de la guerra y la paz, la política interior y la exterior ni los temas internacionales. A veces oyen ustedes decir «no hagan de la diplomacia algo ideológico»: que no se vincule a la ideología. Es decir, que el Islam no ha de pronunciarse en materia de política exterior ni de cuestiones internacionales; que al Islam no le corresponde hacer nada en relación con terrenos como la difusión del bien, la instauración de la justicia, la actuación frente a las fechorías y la opresión o la oposición a las fuerzas maléficas del mundo. Que el Islam no sea, en esos campos tan importantes para la vida del ser humano, ni una referencia teórica ni una guía de orientación práctica. Ese es su empeño. En cuanto a cuál es la razón de ese afán, cuál su origen y dónde comenzó, son ya temas que no atañen a mi discurso de hoy. Lo que quisiera decirles es, en primer lugar, que se trata en realidad de un movimiento contrario al Islam que procede fundamentalmente de las grandes potencias políticas mundiales. Son ellas las que actúan y se esfuerzan en ese sentido, tratando de que eso se exprese por boca de intelectuales.
Ahora bien, los textos del Islam refutan eso explícitamente, y nosotros los musulmanes debemos dar importancia a esta cuestión. Cuando digo «cumplimiento como corresponde», me refiero en primer lugar a lo siguiente: esforcémonos por aclarar, expresar y dar a conocer la perspectiva del Islam respecto de sí mismo y de cuál es la esfera de la vida de la que se ocupa. El primer paso es ese, y después intentemos que eso se haga realidad.
Conforme al planteamiento del propio Islam, el ámbito de actividad de esta religión abarca la vida del ser humano en toda su extensión, desde las profundidades de su corazón hasta las cuestiones sociales, políticas, internacionales y aquellas que atañen al conjunto de la humanidad. Esta idea es evidente en el Corán, y si alguien lo niega sin duda es que no ha prestado atención a las pruebas claras del Corán. Este dice en un lugar: «¡Oh, creyentes! ¡Recordad mucho a Dios y glorificadlo mañana y tarde!» (33:41-42). Se trata ahí de un asunto íntimo relativo al corazón del ser humano. Pero en otro punto dice: «Los que creen combaten por la causa de Dios y los que no creen combaten por la causa de los tiranos. ¡Combatid, pues, a los amigos de Satanás!» (4:76). Esto también está. Es decir, que desde el «recordad mucho a Dios» hasta el «combatid, pues, a los amigos de Satanás», todo ese inmenso campo entra dentro del ámbito del que se ocupa la religión.
En un momento, dirigiéndose al Profeta, dice: «Levántate en la noche excepto una pequeña parte, la mitad de ella o quita de ella un poco o añádele un poco y recita el Corán de manera fluida y clara» (73:2-4); en otro, también dirigiéndose al Profeta, dice: «Así pues, ¡combate por la causa de Dios! No eres responsable más que de ti mismo. Y anima a los creyentes (a combatir)» (4:84). Es decir, que incluye todas esas inmensas esferas de la vida, desde el despertar en mitad de la noche y los ruegos, súplicas de intercesión, plegarias, llantos y oraciones, hasta el enfrentamiento y la presencia en el campo de batalla, tal como ejemplifica la propia vida del Profeta.
En los preceptos financieros, hay un lugar donde dice «y los prefieren a sí mismos, aunque se encuentren en una extrema necesidad» (59:9), que es algo personal, y otro en el que dice: «Para que no vaya a parar a las manos de los ricos que hay entre vosotros» (59:7) ―hablando del reparto correcto de la riqueza, que es una cuestión de carácter totalmente social―. Dice también: «Para que los humanos establezcan la justicia» (57:25). Básicamente, los Profetas y Amigos de Dios, etc., vinieron para instaurar la justicia y la equidad. En otro lugar dice: «Y no deis a los incapacitados mentales los bienes que Dios os ha proporcionado para vuestro funcionamiento» (4:5). En otro, «toma de sus riquezas una limosna para limpiarlos y purificarlos por medio de ella» (9:103). Es decir, que hay en él todos los recovecos de las cuestiones financieras, a modo de idea general, de perspectiva general, de orientación general. Claro está, todo eso debe ser objeto en la práctica de una planificación, pero la orientación y los aspectos generales son esos que están expresados. Por tanto, el Islam posee una perspectiva sobre todas esas cuestiones.
Están las cuestiones relativas a la protección y a la seguridad dentro de la sociedad: «Si los hipócritas, que tienen sus corazones enfermos, y los intrigantes de Medina no cesan, haremos que vayas contra ellos» (33:60) ―cuestión de seguridad―; y también: «Y, cuando llega a ellos un asunto del que sentirse seguros o del que temer, lo difunden (sin verificarlo), pero si lo hubiesen remitido al Mensajero y a los que tienen autoridad entre ellos…» (4:83), hasta el final de la aleya. De manera que el Islam tiene qué decir sobre todas las dimensiones importantes de la vida social del ser humano. Lo que he referido son apenas unas pocas muestras de lo que hay en el Noble Corán. Pueden ustedes ver en él cientos de casos de este tipo.
Aquel que está familiarizado con el Corán, que lo conoce y que conoce sus preceptos se da cuenta de que el Islam tal como lo presenta el Corán es así. El Islam tal como lo determina y lo da a conocer el Corán está implicado en todos los aspectos de la vida, y tiene una opinión, una perspectiva y un requerimiento respecto de ellos. Pues bien, eso hay que saberlo, y a las personas que en ese campo se afanan por negar una verdad tan evidente hay que darles respuesta.
Por otro lado, puesto que el Islam aborda las cuestiones sociales y las tareas importantes de la edificación de la sociedad y la civilización, se ocupa también de la cuestión del gobierno. No puede imaginarse que el Islam reclame un orden social de cierta forma, pero no determine la cuestión del gobierno y el liderazgo en la religión y en el mundo. Cuando la religión se hace sistema ―un sistema relacionado con el individuo y con la sociedad, un sistema con su perspectiva, su disposición y su requerimiento respecto a todas las cuestiones individuales y sociales―, es necesario que determine quién y qué ha de estar a la cabeza de esa sociedad, y designe a un imam o dirigente. De ahí que puedan ustedes ver como en el Corán se designa al menos dos veces a los profetas con el título de imam o dirigente: «Y los pusimos como dirigentes para que guiasen conforme a Nuestro mandato y les revelamos que hicieran el bien, que realizaran la oración…» (21:73); y en otro lugar: «Y, de entre ellos, pusimos dirigentes espirituales que los guiasen conforme a Mi mandato» (32:24). Es decir, el profeta es imam ―el imam de la sociedad, el líder de la sociedad, el comandante de la sociedad―. Por eso, el Imam Sadiq (con él las bendiciones y la paz) se alzó entre la multitud en Mina y gritó: «¡Oh, gente! ¡El Mensajero de Dios fue en verdad Imam!» (3). Para hacer entender en qué consistía el correcto movimiento religioso del Profeta, el Imam Sadiq gritó en Mina entre la multitud: «¡El Mensajero de Dios fue en verdad Imam!». Pues bien, esta era una cuestión. Por todo el mundo islámico, tienen el deber de explicar eso los intelectuales religiosos, tienen ese deber los escritores, lo tienen los investigadores y lo tienen los profesores universitarios. Tienen que decirlo. El enemigo invierte en ese terreno para negarlo y difundir lo contrario.
En Irán, además, nuestra tarea es más ardua en este terreno, y el motivo es que aquí hay más medios y se puede trabajar. Los gobernantes del país ―especialmente los responsables culturales y aquellos que en este campo tienen a su disposición tribunas relevantes ante la sociedad― tienen que aclarar eso. Por otra parte, no podemos decir que dentro del país, por haberse constituido en la República Islámica un sistema islámico, no tengamos necesidad de explicar este asunto. No es así. Ahora mismo hay ciertas dudas que se generan en nuestro país sobre este tema, hay cosas que se dicen y tenemos tareas por realizar en este campo. Y bien, hasta aquí un capítulo en lo que atañe al mundo del Islam.
Otro capítulo también relativo al mundo islámico es el de la unidad ―la unidad de los musulmanes―. Se trata de una cuestión de inmensa importancia. Por supuesto, he hablado ya mucho sobre la unidad. Sean la misericordia de Dios y la satisfacción divina para nuestro ilustre imam, que proclamó esta Semana de la Unidad, la promovió, habló sin cesar de la unidad de los musulmanes, insistió y la recomendó. También nosotros hemos hablado mucho de este aspecto. Aun así, debe hablarse todavía más.
Ahora bien, antes de pronunciar unas palabras sobre la unidad entre los musulmanes, creo necesario evocar a varias personalidades eminentes que hicieron grandes esfuerzos en el terreno de la unidad islámica; entre ellos, al difunto señor Tasjirí (Dios esté satisfecho de él) (4), que entre los nuestros fue de quienes más se esforzaron en este campo. Se afanó durante largos años, esfuerzo que prosiguió incluso estando enfermo. Antes de él, estuvo el difunto señor Asheij Mohammad Vaezzadé (Dios esté satisfecho de él) (5), insigne y erudito ulema que dominaba las ciencias islámicas y que se afanó durante años en este ámbito. Eso, en lo que se refiere a Irán. En Siria, el insigne sheij mártir Muhammad Ramadán al-Buti, que se cuenta entre los mártires de alto rango y se esforzó mucho; el difunto sheij Muhammad Ramadan al-Buti (Dios esté satisfecho de él) fue uno de los grandes ulemas del acercamiento en el mundo islámico. Otro agente importante del acercamiento fue el mártir Sayyid Muhammad Baqir al-Hakim (6), insigne mártir que fue una de las personas que alentó e incitó a un servidor a crear esta asamblea de acercamiento islámico. Y en el Líbano estaba entre los ulemas del acercamiento el difunto sheij Ahmad al-Zein, que nos dejó recientemente. Se contaba entre mis allegados y amigos. Antes de él, el difunto sheij libanés Saíd Shaabán, que también era un buen amigo. Dios los tenga en Su misericordia, eran personas que en el verdadero significado de la palabra tenían convicción en la unidad de los musulmanes y en el acercamiento entre musulmanes. Quiera Dios hacer extensivos Su misericordia y Su favor a los buenos espíritus de todas las personas a las que he mencionado y a las que no he mencionado, puesto que ya antes de estos fueron muchos quienes, tanto en Irak como en Irán, en Egipto y en otros lugares, se esforzaron en este sentido. Ni yo he pretendido ni es posible nombrarlos a todos.
Les voy a plantear varias ideas referentes a la unidad entre los musulmanes. Una es que la unidad entre los musulmanes es definitivamente un precepto coránico. No es algo que dependa de las apetencias. Veámoslo como un deber. El Corán ordena: «Y aferraos a la cuerda de Dios todos juntos y no os dividáis» (3:103). Incluso aferrarse a la cuerda de Dios es algo que debe hacerse de modo colectivo. Y aferraos a la cuerda de Dios todos juntos y no os dividáis. ¡Se trata de una orden! ¿Por qué lo convertimos en una cuestión moral? Es un mandato, un dictamen conforme al cual debe actuarse. Y hay también muchas otras aleyas en el Corán: «Y no disputéis, pues vacilaríais y perderíais vuestro ímpetu» (8:46)… hasta el final. Esta es la idea: que se trata de un precepto religioso.
La segunda cuestión: la unidad y la solidaridad entre los musulmanes no son un asunto táctico según creen algunos, como si debiéramos estar unidos debido a cierta coyuntura. No, es una cuestión de principios. La cooperación sinérgica entre los musulmanes es necesaria. Si los musulmanes están unidos, se creará una sinergia y se fortalecerán todos. Incluso aquellos que tienen inclinación ―y no hay objeción alguna― a interactuar con los no musulmanes entrarán en esa interacción con las manos llenas cuando se dé esa convergencia. Esa era la segunda idea: que se trata de una cuestión de principios, no táctica.
La tercera idea es que la razón de que en la República Islámica insistamos tanto en la unidad entre los musulmanes es que hay demasiada distancia. Hoy por hoy se realiza un esfuerzo constante por crear discordia entre los subgrupos del Islam, entre chiíes y sunníes ―un esfuerzo tenaz y planificado―. Ya ven ustedes como en la actualidad las palabras «chií» y «sunní» han entrado en el vocabulario político de Estados Unidos. Pero, ¿¡en qué les atañen a los norteamericanos los chiíes y los sunníes!? Pues hace ya varios años que la cuestión de si se es sunní o chií ha entrado en el vocabulario político estadounidense: que si en tal país, pues sí, son chiíes; y que si en tal otro país son sunníes. Eso, a pesar de que ellos se oponen al principio mismo del Islam, del que son enemigos. Aun así, no sueltan la cuestión de los los chiíes y los sunníes. De manera que esas cosas existen. Un día y otro atizan las desavenencias y los malentendidos. Es por eso que nosotros lo recalcamos. La razón de nuestra vehemencia es esa, y ya ven cómo los que han sido amaestrados por Estados Unidos siembran discordia en todo punto del mundo islámico donde puedan hacerlo. El ejemplo más próximo son los funestos y deplorables sucesos ocurridos en Afganistán en estos dos viernes recientes en que hicieron explotar la mezquita de la gente y a los musulmanes cuando estaban orando (7). ¿Quién causó las explosiones? Daesh. ¿Y quién es Daesh? Daesh es ese grupo del que los norteamericanos ―el mismo grupo de los Demócratas de Estados Unidos― dijeron abiertamente que eso lo habían producido ellos. Claro está que ahora no lo dicen; ahora lo niegan. Pero se les escapó y lo dijeron explícitamente. Por tanto, es necesario que continuemos con este asunto.
Una cuarta cuestión es que no debemos imaginar que reuniéndonos cada año en la Semana de la Unidad, haciendo discursos, hablando y organizando quizá uno o dos encuentros más para vernos y hablar en un extremo y otro del mundo habremos cumplido nuestro deber. No es así. Con esas cosas no termina nuestra tarea. Es necesario que cada uno, allá donde esté y dondequiera que se halle, sea un pilar relevante de la cuestión de la unidad; que discutamos, expliquemos, estimulemos, hagamos planes y repartamos el trabajo en estos asuntos. Se trata de una labor que debe llevarse a cabo necesaria y obligatoriamente.
Cuando hablo de hacer planes, por ejemplo en esa misma situación de Afganistán a la que me he referido, una de las maneras de evitar esos sucesos es que las honorables autoridades actuales de Afganistán asistan a esos lugares y mezquitas o alienten a los hermanos sunníes a asistir a ellos. Cuando hablo de que se hagan planes, son por ejemplo cosas de ese tipo las que pueden hacerse en el mundo islámico.
La cuestión siguiente es que uno de los objetivos que hemos definido en la República Islámica es crear la nueva civilización islámica. La creación de la nueva civilización islámica, digo, es uno de los objetivos de la República Islámica y de la Revolución islámica: una civilización islámica que atienda a las capacidades, los hechos y las realidades actuales. Esta labor no es posible sino mediante la unidad entre chiíes y sunníes. Es algo que no puede llevar a cabo solo un país o un subgrupo. Para eso deberían colaborar todos juntos. Este era el siguiente punto. Por lo tanto, otra necesidad más.
Otra cuestión ―la sexta―: el barómetro de la unidad entre los musulmanes es la cuestión de Palestina. Es la causa palestina el indicador. Si la unidad entre los musulmanes se hace realidad, la cuestión de Palestina se resolverá sin duda de la mejor manera. Cuanta más diligencia pongamos en la cuestión de Palestina para restaurar los derechos de la nación palestina, más cerca estaremos de la unidad entre los musulmanes. Este reciente asunto de las normalizaciones ―con las que lamentablemente ciertos Estados han cometido un error, un gran error y un pecado al normalizar lazos con el inicuo y usurpador régimen sionista― es un paso contrario a la unidad islámica y a la solidaridad entre los musulmanes. Deben cambiar de rumbo y compensar ese gran error. Y bien, esto en lo referente a la unidad. De manera que lo que quería plantear sobre las dimensiones de la comunidad islámica internacional eran esas dos ideas que he expuesto
Pasando a hablar de lo que concierne a nuestro país, si bien los oponentes y enemigos de la religión y seguidores de Estados Unidos lo gobernaron durante muchos años, la gente siempre ha sido piadosa. A Dios gracias, el pueblo de Irán ha sido así desde hace mucho tiempo, y hoy en día nos consideramos más y mejores seguidores del Profeta que nunca. Ahora, ¿qué forma adopta ese seguimiento? Si se fijan ustedes en la propia palabra, significa ir tras alguien, avanzar detrás de él. ¿Y cómo avanzar? El Corán nos pide lo siguiente: «Ciertamente, en el Mensajero de Dios tenéis un buen modelo para quien tiene su esperanza puesta en Dios y en el Último Día» (33:21). La palabra uswa significa «modelo». Pues bien, nosotros debemos avanzar conforme a ese modelo y a esos atributos que caracterizaban sus actos, recreándolos en los nuestros; observar las particularidades que tenía en lo moral, si bien con esa envergadura no es tarea que pueda realizar cualquiera. Nosotros somos demasiado minúsculos como para pretender avanzar en toda esa extensión. Sin embargo, debemos esforzarnos.
En definitiva, las cualidades loables del Profeta no son al fin y al cabo ni una, ni dos ni diez. Preguntaron a la honorable esposa del Profeta respecto de la moral y temperamento de él, y ella respondió: «Su carácter era el Corán». El Profeta era el Corán hecho cuerpo. En fin, este es un tema muy amplio.
Sobre el Nobilísimo Mensajero y sus virtudes he escogido tres aspectos, que es como si uno escogiera tres estrellas de entre toda esa galaxia de luz, para que nosotros, el pueblo de Irán, en la República Islámica, nos basemos en esos tres, les demos importancia y perseveremos en ellos. Esos tres aspectos son la paciencia, la justicia y la moralidad.
En la vida del Profeta, la paciencia es algo muy relevante. Y claro está que sobre la paciencia, el concepto de paciencia y el deber de ser pacientes hay en el Corán decenas de aleyas en distintos lugares, pero esa paciencia específica del Profeta se aborda mucho. Hay más de diez casos ―acaso se acerquen a los veinte― en los que se habla de paciencia dirigiéndose al Profeta. Lo importante es que, en el inicio de la misión profética, Dios Altísimo ordena al Profeta ser paciente. Lo hace en la sura Al-Muddazzir ―«y sé paciente por tu Señor» (74:7)― y en la sura Al-Muzzammil ―«Y ten paciencia con lo que digan» (73:10)―, siendo las suras Al-Muddazzir y Al-Muzzammil de las primeras que se revelaron al Profeta: ya desde el primer paso Dios Altísimo dice al Profeta que ha de tener paciencia. Y como les decía tengo aquí anotados cerca de veinte lugares en los que se dirige al Profeta para ordenarle que tenga paciencia: «Así pues, ten paciencia y espera el juicio de tu Señor» (68:48, entre otras aleyas), y otros muchos lugares. ¿Y qué significa «paciencia»? Significa tenacidad. Es conocido que en numerosas tradiciones aparece que la paciencia se divide en paciencia para no incurrir en pecado, paciencia en la obediencia y paciencia frente a los acontecimientos (9). Pues bien, paciencia significa resistencia y firmeza: resistir la inclinación hacia el pecado; resistir frente a la desgana, la ociosidad y la pereza a la hora de cumplir con el deber; mantenerse firme ante el enemigo, no cejar frente a calamidades de todo tipo, mantener el ánimo y perseverar. Eso significa paciencia. Paciencia significa perseverancia. Hoy, más que ninguna otra cosa, necesitamos perseverancia.
Para ustedes, autoridades aquí presentes y dirigentes del país en todas las categorías, la paciencia es lo más importante de todo. Deben ustedes perseverar, resistir, soportar las presiones, sobrellevar los problemas y proseguir el camino. No deben ustedes detenerse. Para ustedes y para mí, que somos responsables de este país, la paciencia y la perseverancia son imperativas e implican que no nos detengamos. El movimiento no debe interrumpirse, sino continuar. Paciencia es eso: «Ciertamente, en el Mensajero de Dios tenéis un buen modelo» (33:21). Así se sigue al Profeta.
En segundo lugar, justicia y equidad. Uno de los más importantes objetivos intermedios de la misión de los profetas ―y acaso pueda decirse el más importante― es la justicia: «Ciertamente, enviamos a Nuestros Mensajeros con las pruebas claras e hicimos descender con ellos la Escritura y la Balanza para que los humanos establezcan la justicia.» (57:25). Básicamente, el propósito del envío de los profetas y la revelación de los Libros era instaurar la justicia y que la sociedad estuviese basada en la justicia. El Noble Corán dice por boca del Profeta: «Se me ha ordenado que establezca la justicia entre vosotros» (42:15). Se trata ahí de una orden de Dios, que manda que se haga justicia. Y por cierto que todos los seres dotados de razón que hay en el mundo lo reconocen. Ni siquiera las más inicuas potencias y los agentes maléficos del mundo pueden negar la bondad de la justicia. Algunos incluso alardean de justicia con total cinismo, ¡pese a ser opresores! El Noble Corán considera necesaria la justicia incluso respecto de los enemigos. No debemos cometer injusticias respecto de quien es enemigo nuestro: «Y no dejéis que los malos sentimientos contra un pueblo os lleven a no ser justos. ¡Sed justos! Eso está más cerca del temor de Dios» (5:8). Inclusive con el enemigo deben ustedes comportarse de manera justa. Este es por lo tanto otro deber que nos concierne en primer lugar a nosotros los responsables. En toda decisión que tomen ustedes y toda regulación que se aplique, ya sea en la Asamblea de Consulta Islámica al aprobar leyes, en el Gobierno o en otras instancias gubernativas diversas por todo el país, una de las cosas más importantes a tener en cuenta debe ser la cuestión de la justicia y si eso que se hace es conforme a justicia o no. En ocasiones es necesaria una disposición adicional a esa regulación para aclarar que la norma o ley debe aplicarse de tal manera para que sea conforme a justicia.
Este es el segundo punto: si queremos atenernos a lo que es justo, téngase en cuenta que la justicia no atañe solo al reparto de bienes y riquezas. La justicia aplica a todo. Se trata de actuar justamente. Hoy en día en internet uno es a veces testigo de injusticias: se dicen cosas contrarias a la verdad, se calumnia, se miente, se hacen promesas sin conocimiento… Todo eso es injusticia y no debe hacerse. Quien trabaja en contacto con internet debe vigilarse a sí mismo, y quien ejerce autoridad sobre el ciberespacio debe ser aun más vigilante para que esas cosas no se hagan. Aprendamos y habituémonos a tratar a la gente de manera justa. Incluso al hablar, es posible que se lleven mal con alguien y no tengan buena opinión de esa persona; no pasa nada, es su opinión. Quizá su opinión sea además correcta, pero no debe estar contaminada por calumnias, mentiras, injurias y cosas de ese tipo. Contaminarse de esas cosas es muy malo. Y esto en cuanto a la cuestión de la justicia.
Por último, la cuestión de la moral: seguir al Profeta en la moral, pues como dijo Dios el Altísimo: «Y, en verdad, posees un nobilísimo temperamento» (68:4). Algo que Dios, Creador de la grandeza, considere de una nobleza grandiosa, ha de ser extraordinario en términos de grandiosidad: «Y, en verdad, posees un nobilísimo carácter». Un carácter, un temperamento y una moral tales deben ocupar para nosotros el lugar de una guía de referencia a la que prestamos siempre atención. Una moral y un modo de actuar islámicos: mantengámonos humildes, seamos magnánimos. Son esos el temperamento y la moral islámicos. Seamos indulgentes en los asuntos personales. Ahora, en los asuntos públicos y lo que atañe a los derechos de la gente, los derechos públicos y los derechos de los demás, no. Ahí no es lícita la indulgencia, pero en los asuntos personales seamos indulgentes y obremos con tolerancia. Seamos bondadosos, evitemos la mentira, eludamos la calumnia, no sospechemos de los fieles, seamos indulgentes con ellos. Una de las oraciones del Sahifa sayadiya dice fundamentalmente: «¡Oh, Creador! A todo aquel que fue injusto conmigo, me atribuyó injusticias, obró mal conmigo y de quien tengo motivo de queja lo perdono». Es una oración del Imam Sayad que está en el Sahifa sayadiya. En fin, que se trata de esas cosas. Debemos cumplir nuestros deberes.
¡Queridos hermanos y hermanas! Hay que actuar; hay que tomar medidas. Con meras afirmaciones los problemas no se acaban. Nosotros afirmamos ser musulmanes, afirmamos ser una república islámica. Debemos ser realmente islámicos, debemos seguir al Profeta. Este grandioso natalicio, este bendito aniversario es una ocasión para que meditemos sobre ello, para estudiar y para adoptar una resolución firme en ese sentido.
Nuevamente les deseo bendiciones a todos ustedes y al querido pueblo iraní, y felicito también a todos los musulmanes del mundo, a la Umma islámica. Expreso mis felicitaciones a las personas magnánimas del mundo. Saludo a los buenos espíritus de los mártires por el Islam y por la escuela del Profeta. Saludo al espíritu purificado de nuestro insigne imam, que abrió este camino ante nosotros y nos guió en esta magna obra, y ruego a Dios Altísimo que les depare a todos ellos Su misericordia y Su paraíso, así como éxitos al conjunto del pueblo de Irán y en especial a ustedes los responsables, a ustedes distinguidos huéspedes y a nosotros mismos.
Con ustedes la paz, la misericordia de Dios y Sus bendiciones.
Notas
(1) En el comienzo del encuentro hizo unas declaraciones el hoyatoleslam Seyed Ebrahim Raisí, presidente de la República Islámica.
(2) De Ahmad Shawqi, poeta y escritor egipcio.
(3) Kafi, vol. 4, pág. 466.
(4) El ayatolá Mohammad Alí Tasjirí, antiguo secretario general de la Asamblea de Acercamiento entre las Escuelas del Islam.
(5) Primer secretario general de la Asamblea de Acercamiento entre las Escuelas del Islam.
(6) Antiguo presidente del Consejo para la Revolución Islámica en Irak.
(7) A consecuencia de dos ataques suicidas los días 8 y 15 de octubre a mezquitas donde se estaba rezando las oraciones del viernes en las provincias de Kunduz y Kandahar, más de trescientas personas hallaron el martirio o resultaron heridas. El grupo terrorista takfirí Daesh asumió la autoría de dichas explosiones.
(8) Mir’at al-uqūl fi šarh ajbar Al-ir-Rasul, vol. 3, pág. 236.
(9) Kafi, vol. 2, pág. 91.