Con respecto a los mártires, en dos lugares del Corán se especifica que los mártires no están muertos, sino vivos. En fin, es algo explícito. El primer caso está en la sura Al-Baqara («La vaca»): «Y no digáis de aquellos a quienes mataron en la senda de Dios que están muertos, pues están vivos» (Sagrado Corán, 2:154). ¿Cabe mayor claridad que esa? Y el otro está en la sura Āle ‘Imrān («La familia de ‘Imrān»): «Y no creáis en absoluto que aquellos a quienes han matado en la senda de Dios están muertos, sino que están vivos» (3:169). Luego, qué tipo de vida sea esa vida de los mártires es otra cuestión distinta. Con toda seguridad es diferente de nuestra vida ordinaria material y de la vida del barzaj, donde el espíritu de muchos individuos está activo y vivo, en cierto sentido. Tampoco se trata de eso. Hay un tercer tipo y, en todo caso, una verdad importante estipulada por el Corán.
Esa dama valerosa y piadosa que en el podio de los campeones, ante un extraño que alarga hacia ella la mano, no le da la suya, o se alza con su chador o su hiyab islámico ante los ojos de millones de personas de las que muchas han sido educadas para conducirse y hablar de manera contraria al hiyab o a la castidad femenina; o ese joven campeón que dedica su medalla a una familia de mártires, o ese deportista piadoso que, tras hacerse con el triunfo en su disciplina ―ya se trate de lucha, de halterofilia o de otro deporte―, en lugar de ensoberbecerse, cae al suelo y se prosterna ante Dios o pronuncia el nombre de los Imames de la Guía… Esas son cosas importantes. Entre nosotros a veces nos acostumbramos un poco a algo y se pierde de vista la importancia y la grandeza que tiene. Estos fenómenos, en el mundo actual, el mundo del materialismo, el mundo de la corrupción, son fenómenos extraordinarios.
Sugeriría yo que quienes quieran conocer bien al pueblo de Irán presten atención a este fenómeno. Es significativo que un joven deportista nuestro, al subir al podio ante los ojos de millones y a veces cientos de millones de personas, manifieste su dedicación a la espiritualidad, a Dios y a los santos de Dios. Reparen ustedes en eso. Se trata de cosas muy reveladoras a la hora de conocer a la nación iraní y las profundidades espirituales, anímicas y morales de este pueblo.
Yo siempre he insistido en el deporte público y vuelvo a repetirlo: todo el mundo debería hacer ejercicio. Con esta vida maquinal y sedentaria de hoy y dejándonos aparte a nosotros los viejos, realmente los jóvenes se mueven poco. Se montan en un auto, van de este punto al otro y se apean; se montan en un ascensor y ahí van para arriba. No hay movimiento ninguno. En un ambiente semejante, el deporte y el ejercicio no es ya que sean algo recomendable, es que son necesarios y obligatorios para todos. Por supuesto, la clase de ejercicio será una para la gente como yo, para quienes están en una edad como la nuestra, otra para los jóvenes y otra para la gente de mediana edad, claro, pero todo el mundo debe hacer ejercicio. El ejercicio físico público no se debe abandonar. Es bueno tanto para la salud física, porque el deporte hace que el cuerpo esté sano ―estos problemas de salud que les suceden a veces a los jóvenes, dejándolo a uno atónito de que a un joven le dé un infarto, provienen muchos de ellos de esa falta de movimiento―, como para la agilidad mental y el buen ánimo. El deporte y el ejercicio son vigorizantes. Cualquiera que sea la actividad a la que ustedes se dedican, ya sea trabajo manual, intelectual, administrativo, científico…, si hacen deporte, llevarán mejor a cabo esa tarea; aumentará su agilidad mental y podrán realizarla mejor. Tiene además otros efectos beneficiosos que no es ahora la ocasión de abordar.
Por tanto, yo recomiendo encarecidamente que se exhorte a nuestros queridos deportistas a que, en los terrenos deportivos, no olviden ese aspecto de la victoria y tengan cuidado de que no se desprecien los valores por una medalla. A veces privan a uno de una medalla; un deportista nuestro no compite con un contrincante enviado por el régimen usurpador y queda privado de premio, pero el victorioso es él. Si alguien incumple ese principio, significa que para conseguir una victoria técnica, meramente aparente, ha pisoteado la otra victoria: la victoria moral. Si ustedes sí compiten con el otro y se colocan frente a él, habrán reconocido de hecho al régimen usurpador, a ese régimen infanticida y carnicero. Por tanto, por más ganancias que pueda comportar, a uno no le compensa. Y aquí es donde alzan de inmediato la voz los mandamases de la Arrogancia y los seguidores ―en realidad lacayos― de las grandes potencias mundiales, diciendo: «¡Señor, no politice el deporte!». Muy bien, pero ya vieron ustedes lo que hicieron ellos mismos con el deporte ―¡con el deporte!― tras empezar la guerra de Ucrania (1). Boicotearon el deporte de algunos países por cuestiones políticas (2). Es decir, que cuando a ellos les conviene cruzan con toda tranquilidad sus propias líneas rojas, pero cuando un deportista nuestro no compite con un contrincante sionista lo critican.
Notas
(1) El conflicto militar entre dos países, Rusia y Ucrania, que hay en curso desde el 24 de febrero de 2022 hasta la actualidad.
(2) La influencia y el poder de que disponen los occidentales en los foros internacionales hizo que todos los deportistas rusos y bielorrusos que hubieran mantenido alguna cooperación con Rusia contra Ucrania quedaran excluidos de las competiciones deportivas internacionales.