El ayatolá Jameneí, Líder de la Revolución Islámica de Irán, se refirió al teniente general Qasem Soleimaní en un discurso el 16 de diciembre de 2020 como alguien que «se sacrificaba por todos» y para quien la cuestión que se planteaba no era si una nación o la otra. KHAMENEI.IR publica una carta dirigida por el mártir Soleimaní a una de sus hijas que refleja esos rasgos de su personalidad.
En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso.
¿Será este mi último viaje o bien es otro mi destino? Cualquiera que este sea, con Su conformidad me conformo. En el trayecto te escribo esto para que, cuando no esté y me añores, te sirva de recuerdo. Quizá encuentres además en estas palabras alguna de interés que te sea útil.
Cada vez que salgo de viaje, tengo la sensación de que no volveré a veros. Una y otra vez me he imaginado vuestros rostros amorosos uno a uno durante el periplo como si los tuviera ante los ojos, y una y otra vez he derramado lágrimas recordándoos. Os he añorado y os he encomendado a Dios, por más que apenas he tenido ocasión de expresaros mi afecto ni he podido transmitiros el amor que llevo dentro. Pero, querida mía, ¿acaso has visto alguna vez que alguien se mire al espejo y diga a sus propios ojos «os amo»? Es algo que rara vez sucede, por más que para esa persona sus ojos son lo más preciado que hay; y vosotros para mí no sois menos que mis ojos. Tanto si lo expreso como si no, tenéis todo mi aprecio. Más de veinte años hace que os tengo preocupados, habiendo dispuesto Dios que esta vida no llegara a su fin y que vosotros tuvierais siempre pesadillas.
Hija mía, por más que pienso y he pensado en hacer otra cosa en este mundo para no causaros tanta inquietud, he visto que no puedo, sin que eso se deba a un apego mío a la milicia, ni antes ni ahora. Ni ha sido ni será por trabajo. Ni ha sido ni será por obligación ni por insistencia de nadie. No, hija mía, en ninguna circunstancia estoy yo dispuesto a causaros preocupación por trabajo, por una responsabilidad, por insistencia ni por obligación, ni menos aún a dejaros a un lado o haceros llorar.
Vi que en este mundo cada persona ha elegido un camino para sí misma: uno adquiere conocimiento y otro lo imparte; uno comercia, otro cultiva… y así hay millones de caminos, o quizá sea mejor decir que por cada ser humano hay un camino, y cada persona ha elegido uno. Yo miré qué camino debía escoger. Reflexioné para mis adentros e hice distintas consideraciones, preguntándome en primer lugar cuánto duraría este camino, a dónde llevaba y de cuánto tiempo disponía; y cuál era mi objetivo, fundamentalmente. Vi que yo era transitorio, que todos lo son; subsistimos unos días y luego nos vamos. Algunos, unos cuantos años; otros, una década, pero apenas hay quien llegue a cien años. Todos nos vamos, todos somos transitorios.
Vi que, si me dedicaba a los negocios, el resultado serían unas cuantas monedas relucientes, unas casas, unos coches, pero que eso no influiría en mi destino en este camino. Pensé en vivir para vosotros, vi que erais muy importantes y preciados para mí, hasta el punto de que si vosotros sufrís algún dolor a mí me duele todo mi ser. Si os surge un problema, me veo a mí mismo en medio de llamas ardientes. Si un día me abandonáis, se derrumban una a una todas las articulaciones de mi ser. Sin embargo, vi cómo podía resolver ese miedo y esas preocupaciones mías. Vi que lo que yo debía hacer era conectarme a alguien que pudiera remediar ese problema mío y que ese alguien no era otro que Dios. Este valor, este tesoro que sois vosotros, flores de mi existencia, no puede preservarse ni con riquezas ni con poder. De lo contrario, los ricos y los poderosos deberían impedir su propia muerte, o bien su riqueza y su poder deberían evitar que contrajeran enfermedades incurables y que cayeran en cama.
Yo he elegido a Dios y Su camino. Es la primera vez que reconozco lo que voy a decir: yo nunca quise ser militar, nunca me gustó que me graduaran. No hay ningún rango que prefiera al hermoso nombre de Qasem, como salía de la limpia boca de aquel basiyí mártir del CGRI. Me gustaría y me gusta ser Qasem, sin ningún añadido antes ni después. Por eso he dispuesto en mi testamento que en mi lápida pongan solo «Soldado Qasem», ni siquiera Qasem Soleimaní, que es muy rimbombante (1) y hace que pesen demasiado las alforjas.
Hija querida, yo pedí a Dios que llenara de amor por Él todas las venas, todos los vasos capilares de mi ser, que hiciera que este rebosara de Su amor. La vía que yo elegí no fue la de matar gente, tú ya sabes que soy incapaz de ver siquiera cómo le cortan la cabeza a un pollo. Si he tomado las armas, ha sido para resistir frente a los asesinos y no para asesinar gente. Me veo a mí mismo como un soldado apostado a la puerta de la casa de todo musulmán que corre peligro, y quisiera que Dios me diese la fuerza de defender a todos los oprimidos del mundo; no dar la vida por el preciado Islam, porque mi vida no lo vale, ni por la oprimida Chía, que no soy digno de ello… No, no, sino que lucho por ese niño aterrorizado e indefenso para el cual no hay refugio alguno, por esa mujer con un niño asustado aferrado a su pecho y por ese desplazado que huye y es perseguido, dejando tras de sí un reguero de sangre.
Hija querida, yo pertenezco a ese cuerpo que no duerme ni debe dormir, a fin de que los demás duerman en paz. Deja que mi tranquilidad sea sacrificada por la suya y que duerman.
Querida hija mía, vosotros vivís en mi casa, a salvo, con dignidad y con orgullo. ¿Qué he de hacer por esa muchacha desamparada que no tiene a nadie que acuda en su auxilio, o por ese niño sollozante que no tiene nada, que lo ha perdido todo? Así pues, dadme como ofrenda por ellos. Dejad que vaya, que vaya y que vuelva a ir. ¿Cómo puedo quedarme, cuando toda mi caravana ha partido ya, quedando yo rezagado?
Hija mía, estoy muy cansado. Hace treinta años que no duermo, pero ya no quiero dormir. Me echo sal en los ojos para que mis párpados no osen cerrarse, no vaya a ser que en mi descuido a ese niño desamparado le corten la cabeza. Cuando pienso que esa niña asustada eres tú, que es Nargués o Zeinab, y que ese adolescente o ese joven tendido en el matadero al que le están cortando la cabeza es mi Hoséin o mi Reza, ¿qué esperas que haga? ¿Que me limite a observar? ¿Que no me importe? ¿Que haga negocios? No, yo no puedo vivir de esa manera.
Contigo la paz y la misericordia de Dios.
Notas
1) Soleimán es la forma árabe y persa del nombre del profeta y rey Salomón (p), y el nombre Soleimaní significa «salomónico» o referido al profeta Salomón.