En el natalicio del Nobilísimo Profeta y el imam Yaafar al-Sadiq (con ellos la paz)

En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso.

Alabado sea Dios, Señor de los Mundos, y vayan las bendiciones y la paz con nuestro maestro y profeta Abulqásim al-Mustafa Muhammad, así como con su familia excelsa, pura e inmaculada, sus compañeros selectos y quien los siga en benevolencia hacia el Día de‌ la Recompensa.

Doy la bienvenida a todos los distinguidos asistentes, a los honorables responsables del país, a los estimados huéspedes y a todos los ilustres invitados aquí presentes. Hoy es una gran festividad, un día luminoso y feliz: el natalicio del Más Grandioso Profeta (con él y su familia las bendiciones y la paz de Dios), así como del imam Yaafar al-Sadiq (con él las bendiciones y la paz).

Sobre el Más Grandioso Profeta, la lengua de un servidor y de mis semejantes verdaderamente no alcanza a expresarse, como tampoco alcanzan a comprender la sublime personalidad de aquel gran hombre la mente y el corazón de un servidor o de mis semejantes. Realmente es así. Un servidor quisiera hoy exponer con brevedad una idea tan solo, de ese voluminoso libro que componen las excelencias del Más Grandioso Profeta, y es que la humanidad entera está en deuda con ese sol que refulge sobre el universo. Eso es lo que quisiera decir. Todos y cada uno de los seres humanos, tanto los que son fieles a esta religión como los que no, están en deuda con el Más Grandioso Profeta y, en el verdadero sentido de la expresión, tienen una obligación contraída con aquel gran hombre. ¿Por qué? ¿Cuál es esa inmensa deuda que tiene la humanidad con aquel gran hombre? Pues consiste en que el Más Grandioso Profeta presentó al ser humano la receta para la curación de todos los males fundamentales de la humanidad. Esto es una realidad. Dice Dios Altísimo: “Una Escritura que hemos hecho descender a ti para que saques a la gente de las tinieblas hacia la Luz” (Sagrado Corán, 14:1). ¿Qué son las tinieblas? Las tinieblas son todas esas cosas que, a lo largo de la historia, han ensombrecido la vida del ser humano, haciéndola ingrata, haciéndola desagradable. Eso son las tinieblas. Es tenebrosa la ignorancia; es tenebrosa la pobreza; es tenebrosa la injusticia; es tenebrosa la discriminación; es tenebroso sucumbir a las pasiones carnales. La corrupción moral, las lacras sociales… todo eso son tinieblas. Todo eso son tinieblas por las que ha sufrido la humanidad a lo largo de su prolongada historia. Es tenebrosa la ausencia de fe; es tenebrosa la carencia de metas. Eso son males profundos del ser humano.

El Más Grandioso Profeta presentó la receta para curar esos males —tanto la receta teórica como la receta práctica— a la humanidad. Si quieren librarse de esos males, ahí están los remedios: la Sharía del Profeta y las enseñanzas coránicas son el remedio para todos los males de la humanidad, y fue el Profeta del Islam quien las presentó a la humanidad. De ahí que el Príncipe de los Creyentes (con él las bendiciones y la paz) dijera sobre el Profeta: tabibun dawwarun bi-tíbbihi qad áhkama maráhimahu wa-hma mawásimah. Ese médico experto y experimentado ha reunido tanto los ungüentos —esos fármacos que se aplican sobre la herida para que esta sane— como los hierros candentes con los que antiguamente, cuando una herida no mejoraba con ungüentos, se cauterizaba y se curaba. Tiene ambos: tanto el ungüento como el hierro de cauterizar; y ambos los presenta a la humanidad en el Corán. Si quieren vivir bien, actúen conforme a ello.

Según piensan los sabios del mundo, por encima de todos los derechos que los seres humanos tienen unos sobre otros, está el derecho a la vida. Cuando se quiere exagerar sobre un derecho que tiene tal persona sobre uno, se dice, por ejemplo: «Tal persona tiene derecho de vida sobre mí». ¿Y qué quiere decir derecho de vida? Significa, por ejemplo, que uno estuvo a punto de ahogarse y el otro lo salvó; o que estuvo a punto de quedar sepultado bajo los escombros al derrumbarse una casa y el otro lo libró de ello. En otras palabras, la otra persona le devolvió esta vida material que uno estaba perdiendo. Eso es el derecho de vida, derecho que está por encima de los demás. Cuando uno observa entre la gente y hace estudios, ve que ese derecho está considerado derecho supremo. Derecho de vida, dicen. Pero, en definitiva, esa vida que se nos ha devuelto, ¿por cuánto tiempo se va a prolongar? Vida que, además de ser limitada, es frágil y deficiente. Es posible que, apenas al día siguiente, esa misma vida se la quite a la persona un infarto, un cáncer o cualquier tipo de enfermedad. Dice Dios Altísimo: “¡Oh, los que creéis! ¡Responded a Dios y al Mensajero cuando os invitan a lo que os da vida!” (Sagrado Corán, 8:24). La vida se la da a ustedes el Profeta, aunque esta vida no es la misma que la otra. Aquí se trata de la vida que asegura la felicidad en este mundo, que enriquece el corazón, que ilumina el espíritu, que hace que la vida sea dulce y además tiene continuidad. Esta vida no se acaba. No es frágil. Es eterna. Esta vida que dan al ser humano el Islam, la religión y el Profeta tiene una importancia miles de veces mayor que esa otra que, por seguir los ejemplos, nos han devuelto sacándonos de debajo de unos escombros o salvándonos de ahogarnos. Y ahí está el derecho de vida del Profeta sobre la humanidad. Ese es el derecho del Profeta. Estamos en deuda con el Profeta.

Cierto es que algunos no han tenido la suerte de conocer la religión del Profeta: los no musulmanes. No tienen por tanto manera de cumplir con esa deuda. Lo que haga Dios Altísimo de ellos no es ahora tema de nuestra discusión, pero en todo caso no pueden cumplir con esa deuda. Ahora bien, los fieles al Islam, sí. Sí pueden cumplir con esa deuda. Pueden. Se les ha enseñado la manera de hacerlo: “¡Y esforzaos por Dios con un esfuerzo [Yihad] verdadero por Él! Él os ha elegido y no ha puesto en la religión, la creencia de vuestro padre Abraham, ninguna dificultad para vosotros. Él os ha llamado musulmanes anteriormente” (Sagrado Corán, 22:78). Ese Yihad o esfuerzo por Dios, por estar en paz ante Dios, es el cumplimiento de un deber, de una deuda. Si queremos satisfacer ese derecho del Profeta, ese grandioso derecho del Profeta, esa es la manera: “¡Y esforzaos por Dios con un esfuerzo [Yihad] verdadero por Él!” (Sagrado Corán, 22:78). Un Yihad integral. La idea de Yihad no se refiere solo a espadas, lanzacohetes y cosas similares. El Yihad es en todos los campos: Yihad en el campo de la ciencia, Yihad en el campo de la política, Yihad en el campo del conocimiento y también Yihad en el campo de la moral, de la que nosotros estamos tan necesitados. Todos nosotros necesitamos moral; necesitamos ciencia. Yihad. Podemos hacer Yihad. Si acatamos ese precepto divino —¡Y esforzaos por Dios con un esfuerzo [Yihad] verdadero por Él!—, podremos decir que se ha cumplido el derecho del Más Grandioso Profeta en la medida de nuestras capacidades. Debemos hacer Yihad por el Islam.

Hoy por hoy, la hostilidad al Islam es más visible que nunca. En el pasado, había también hostilidad, pero hoy es evidente. Un ejemplo estúpido de ello son las ofensas al Noble Corán de las que ustedes son testigos: un imbécil ignorante las comete en público, y luego un gobierno le da apoyo. Esto pone de manifiesto que no se trata tan solo lo que ocurre sobre el escenario, con la ofensa al Noble Corán. En esto, a quien apunto yo no es a la persona necia e ignorante que comete el acto. Ese se condena a sí mismo, para servir los propósitos de quienes están entre bastidores, al más severo de los castigos: la muerte. Pero no es él quien me interesa; de quien se trata es de los que están entre bastidores. Esos que planifican este tipo de crímenes; este tipo de actos abominables. Esos se imaginan que, con ese tipo de acciones, pueden hacer que el Corán pierda fuerza. Se equivocan. Es a sí mismos a quien dañan. Revelan su verdadero rostro interior.

El Corán es un libro de sabiduría; es un libro de conocimiento; un libro de edificación del ser humano. Quien es hostil al Corán es hostil al conocimiento; es hostil a la sabiduría; es hostil a la edificación del ser humano. El Corán se opone a la injusticia. El Corán alienta a los seres humanos a hacer frente a la opresión: “No oprimiréis y no seréis oprimidos” (2:279). El Corán despierta a la gente. Aquel que es hostil al Corán está en contra del despertar de los seres humanos; está en contra de la lucha contra la opresión. Y se deshonran a sí mismos. El Corán se vuelve más claro día tras día. Día tras día, su rostro luminoso se va haciendo y se hará más visible, cada vez más.

El Corán, claro está, supone una amenaza para las potencias corruptas. Como hemos señalado, además de condenar la opresión, reprocha a la persona oprimida que se someta a la opresión. Eso, para las potencias opresoras, es peligroso. Así es: el Corán supone tal peligro para ellas; supone esa amenaza para ellas. Las personas que justifican esos actos [las ofensas al Corán] con el pretexto de la libertad de expresión y demás frases repetitivas y falaces arruinan su propia reputación a ojos de las gentes del mundo. ¿Acaso en esos países en los que se permiten las ofensas al Corán permiten que se ataquen los símbolos sionistas? ¿Cabe mejor manera y mejor argumento para demostrar que están bajo influencia del dominio de los sionistas usurpadores, inicuos, criminales y saqueadores del mundo? Tanto de aquellos que viven en ese territorio usurpado como de los que viven en otros lugares. Bien, hasta aquí unas palabras sobre el venerable Profeta del Islam.

El foco de esta reunión y de esta semana es la unidad de los musulmanes; la unidad entre los musulmanes. Y bien, sobre la unidad entre los musulmanes se ha hablado mucho. Hemos hablado nosotros, han hablado otros… todos han hablado. Yo hoy quisiera solamente plantear una breve consideración a este respecto. ¿Quién es enemigo de la unidad? Centrémonos en eso. ¿A quién perjudica la unidad de los musulmanes? Pensemos en ello. Los enemigos de la unidad de los musulmanes son aquellos que, si se unen los países musulmanes y los Estados islámicos, saldrán perjudicados. No podrán agredir, no podrán robar, no podrán saquear. Se verán en apuros. Esos son (los enemigos de la unidad entre los musulmanes). Cierto es que los países islámicos constituyen un vasto dominio. Pues bien, déjenme referirme a esta región nuestra, esta región acotada: Asia Occidental y el Norte de África. Si los países de esta región se mantienen unidos, ¿cuál es la potencia internacional que ya no podrá intimidar, ni podrá robar ni podrá inmiscuirse en los asuntos internos y externos de los países? ¿Cuál es esa potencia? Estados Unidos. Está claro, pues.

Si países como Irán, como Irak, como Siria, como Líbano, como los países costeros del golfo Pérsico, como Arabia Saudí, como Egipto o como Jordania adoptan una línea de acción única en sus cuestiones fundamentales y generales, las potencias avasalladoras no podrán entrometerse en sus asuntos internos ni en su política exterior. Ahora sí se entrometen. Ahora, Estados Unidos arremete en lo económico, arremete en lo político; roban el petróleo de Siria y se lo llevan… Mantienen en sus campamentos al despiadado, salvaje y sanguinario Daesh, guardándolo para, el día en que vuelvan a necesitarlo, sacarlo a la palestra y echárselo encima a unos u otros. Cosas como esas están haciendo. Se inmiscuyen en la política exterior de los Estados de la región, que si hagan esto, que si no hagan lo otro. En algunos países, hasta se inmiscuyen también en su política interior. Si nosotros estamos todos unidos y elegimos una línea de acción, Estados Unidos no podrá hacer esas cosas; no se atreverá a meterse. Reflexiónese sobre esta cuestión. Piensen sobre ella los dirigentes de los países, los políticos, las élites y los expertos, y sopesen los beneficios. Es seguro que ningún país quiere que una potencia extranjera se entrometa en sus asuntos, en su política, en su línea de acción, diciendo qué tiene y no tiene que hacer. Está claro y, sin embargo, se ven obligados a aceptarlo. ¿Por qué? Porque están solos. Si van de la mano, si los gobiernos se respaldan unos a otros, si están juntos y se ayudan, pueden impedir las injerencias, entrometimientos e intrusiones de Estados Unidos; ponerles coto. Se puede.

Por supuesto, es evidente —y nosotros lo hemos dicho muchas veces— que no alentamos a nadie a la guerra y la acción militar; es más, las evitamos. Ahora bien, yo digo que estemos juntos para frenar el belicismo de Estados Unidos. Son ellos quienes encienden guerras. En estas guerras de la región hay, casi sin excepción, factores externos. Estas disputas fronterizas y similares no pueden conducir a conflictos tales como los que hemos visto en esta región en los últimos años. Encizañaron, se metieron, gastaron dinero, movilizaron a maleantes frente a civiles maltratados. Las mejores inteligencias de los países, los políticos y los máximos dirigentes deben pensar de verdad sobre esta cuestión. Se trata de una cuestión importante para todos estos países; es una cuestión vital. Ningún país pierde nada con la unidad, sino que ganan algo.

Otra cuestión es la del régimen sionista. También esta figura entre las cuestiones de esta región. Hemos hablado ahora de Estados Unidos, pero el régimen sionista rebosa de ira y de rencor; no solo hacia nosotros, que en definitiva no le damos importancia. Respecto de la República Islámica, ese rencor es al fin y al cabo claro y patente; pero es que con otros países ocurre lo mismo. No es cierto que el régimen sionista esté satisfecho y complacido con los países que lo rodean. No, a Egipto también le tienen rencor; a Siria, también, y a Irak también. ¿Por qué? Porque su objetivo era “del Nilo al Éufrates” y no ha sido así. En distintos momentos y por distintos motivos, esos países no lo permitieron, y ellos rebosan de rencor y de ira. En fin, como dice el Corán: “Di: ‘¡Que vuestro odio os mate!’” (3:119). Eso es, “llénense de rabia y muéranse de esa rabia”. Y eso es lo que sucederá. Están muriendo. Con la ayuda de Dios, ese “di: ‘¡Que vuestro odio os mate!’” se está haciendo realidad en lo que concierne al régimen sionista. Ahora, la cuestión de la unidad también influirá también en esto de manera importante.

Palestina es hoy la primera cuestión del mundo islámico. Naturalmente, hace ya varias décadas; no es cosa específica de hoy. Hace décadas que la cuestión de Palestina es verdaderamente la primera cuestión del mundo islámico. Han sacado a un pueblo de su hogar, lo han tomado por la fuerza, se han apoderado de él. Han matado a millares de ellos, los han torturado, los han metido en prisiones y los han desplazado. No es cosa baladí. La cuestión primera del mundo islámico es la cuestión de Palestina.

El parecer definitivo de la República Islámica es que los Estados que apuestan por el modelo de la normalización con el régimen sionista saldrán perjudicados; los espera la derrota. Están cometiendo un error. Como dicen los europeos, están apostando a caballo perdedor. La situación actual del régimen sionista no es tal que anime a acercarse a él. No deben cometer ese error. El régimen usurpador está en las últimas. El movimiento palestino está hoy más vivo que en ningún momento de estos últimos setenta u ochenta años. La juventud y el movimiento palestinos —el movimiento contra la usurpación, contra la opresión, contra el sionismo— tienen hoy más brío, más ánimos y más preparación que nunca, como ustedes mismos ven. Dios mediante, ese movimiento llegará a buen término. Según el calificativo de “cáncer” que dio al régimen usurpador el gran imam Jomeiní (Dios esté satisfecho de él), ese cáncer será sin duda extirpado, si Dios quiere, por el propio pueblo palestino y por la Resistencia de toda la región, por la gracia de Dios.

Esperemos que Dios Altísimo depare gloria a la Umma y le dé honor y elevación, para que pueda, Dios mediante, aprovechar al máximo los recursos naturales y humanos sin igual de los que goza.

Con ustedes la paz, la misericordia de Dios y Sus bendiciones.