Una parte de las declaraciones del Líder de la Revolución Islámica:

Dentro de la cuestión de la mujer, tanto el tema de la identidad femenina o identidad de la mujer como el de los valores de la mujer, sus derechos, sus deberes, sus libertades y sus limitaciones son cada uno de ellos campos de discusión importantísimos y determinantes. Hoy, al observar el mundo en su conjunto, vemos que existen dos orientaciones, dos perspectivas en todos esos campos: una es la perspectiva corriente occidental, que se ha difundido también en los países no occidentales, y eso en todos los campos que he señalado; otra es la perspectiva islámica. Esos dos enfoques están en oposición; son dos corrientes distintas y cada una tiene una opinión a la hora de dar respuesta a las preguntas sobre esas cuestiones. De modo que pueden debatirse todos esos temas y obtener una respuesta, pero hay aquí algo a considerar que me parece digno de atención y es que el sistema cultural y civilizacional occidental no está dispuesto a debatir sobre estas cuestiones; rehúye la discusión y la investigación. La cultura occidental, el sistema occidental —el sistema civilizacional y el sistema cultural occidental— no se prestan a debatir sobre muchas preguntas existentes en estos ámbitos; siguen adelante en esta cuestión con escándalos y zarabandas, empleando para ello el arte, el cine, la fuerza, internet y cosas así. Propaga su visión, su enfoque —porque lógica no tienen— con los diversos instrumentos de que dispone. No se aviene a debatir; no se aviene a responder las preguntas. Y la razón es que Occidente no tiene lógica ninguna. Detrás de ese comportamiento, que es cada día peor y más vulgar y que es corriente en Occidente —y, por seguidismo de Occidente, también en muchos otros países—, no hay lógica alguna. Por eso no entran a debatir ni están dispuestos a exponer una lógica.

¿Por qué en los entornos occidentales se acentúa día a día el descuido de las mujeres en la preservación de su dignidad y distinción femeninas y día a día se pierde el respeto a la mujer? ¿Por qué, en las ceremonias oficiales que se celebran en Europa y Estados Unidos, las mujeres pueden acudir semidesnudas, mientras que los hombres han de llevar traje completo y ponerse corbata o pajarita para participar? ¿Por qué? ¿Por qué la mujer puede ir de esa manera, pero si el hombre se presenta en las ceremonias oficiales en pantalones cortos, por poner un ejemplo, está atentando contra la etiqueta? ¿Cuál es la razón? Si la mujer va en minifalda, no pasa nada; pero si el traje de él es algo ligero, resulta problemático. ¿Por qué? ¿Por qué en los entornos occidentales se están promoviendo cada día más la prostitución y la barraganería? Eso está sucediendo. ¿Por qué se ve la homosexualidad como un modo de vida progresista y, si alguien lo niega, se lo considera de ideas anticuadas, una persona atrasada o una nación atrasada? ¿Por qué? Se promueve tanto en los ambientes políticos como en los ámbitos de sociedad. La promueven presidentes y dirigentes nacionales ¡y algunos hasta se enorgullecen de «ser así»! ¿Por qué? ¿Qué lógica hay ahí? ¿Por qué en los licenciosos entornos occidentales hay cada día más asuntos sexuales entre tres y entre cuatro personas —conforme a las estadísticas que ellos mismos dan y a la información de que disponemos; no es información secreta; son datos públicos—? Todas las cosas que destruyen la familia se agrandan cada día más en Occidente. Todas esas cosas son destructivas para los cimientos de la familia. La libertad sexual y el exceso en la proliferación de transgresiones sexuales destruyen la familia. Hace unos años, cité un libro de un presidente de Estados Unidos. Las estadísticas son verdaderamente terroríficas; las de las transgresiones sexuales y las de la promiscuidad. Y las transgresiones sexuales no suponen castigo; no se castigan, ¡pero se castiga el hiyab! Un canalla, un rufián, molesta a una mujer con hiyab, la cosa llega a los tribunales y él en el tribunal apuñala a la mujer y la mata ¡y no pasa nada! En fin, puede que metan un tiempo en la cárcel al rufián, pero esa lucha contra el hiyab, esa oposición al hiyab no se condena en absoluto como algo abominable. ¿Por qué? Estas son preguntas sin respuesta; no las responden. No hay ninguna lógica. A un iraní, por ejemplo a un responsable iraní que participó en una gran reunión en Europa o Estados Unidos, le preguntan si le parecen bien las relaciones homosexuales y, si dice que no, ¡lo abuchean! ¿Cuál es la razón? ¿Cuál es la lógica de eso? No hay ninguna respuesta. En definitiva, no hay lógica alguna tras el modo de actuar de Occidente en la cuestión de la mujer y las cuestiones relativas a la mujer ni tras la conducta que mantiene respecto del colectivo de las mujeres, y es por eso que rehúyen la discusión, el diálogo y el debate sobre estos asuntos.

Como he dicho, promueven su perspectiva con distintas herramientas; esas cosas las saben hacer muy bien: filman películas, escriben libros, escriben artículos, dan dinero, mueven a hablar a figuras artísticas, culturales, políticas, etc. Crean centros internacionales —centros dedicados a las mujeres— y esos organismos supuestamente internacionales puntúan a cualquier país que se oponga a su perspectiva; ellos arbitran y lo colocan al final de la tabla.

En fin, sobre estos temas hay mucho que decir y un servidor ha hablado mucho al respecto. Ayer me trajeron un libro en el que se exponían cosas que yo mismo he dicho; se había publicado y no lo había visto. Miré y vi que muchas de las ideas que tenía preparadas y quería trasladar hoy aquí están en ese libro y se han dicho muchas veces. De estos temas hemos hablado mucho. Déjenme decirles muy escuetamente que, en resumidas cuentas, el resultado, la política y el enfoque de la civilización occidental en la importantísima —vital— cuestión de la mujer se reduce a dos elementos: la búsqueda de lucro y la búsqueda de placer. Cada uno de ellos tiene su explicación. Sobre la búsqueda de lucro he hablado algunas veces y ahora no hay tiempo para decir más. En fin, el enfoque de Occidente sobre la cuestión de la mujer es así.

La actitud del Islam en este campo es justo la contraria; es una actitud racional y argumentada, expresada con claridad meridiana. La cuestión de la mujer es uno de los puntos fuertes del Islam; déjenme que se lo diga. Que no se figuren algunos que, en las cuestiones relativas a la mujer, nosotros tenemos que pararnos a rendir cuentas. No, en todos los aspectos referentes a la mujer el Islam posee un planteamiento sólido y fuerte, con respaldo racional. Tanto allá donde niega el aspecto sexual como allá donde lo pone de relieve, en todo ello hay lógica.

En ciertos casos, el Islam hace caso omiso del sexo por completo. De lo que se trata no es del hombre y la mujer, sino de la dignidad del ser humano. “Y, ciertamente, hemos sido generosos con los seres humanos” (Sagrado Corán, 17:70). Aquí no se trata de un sexo u otro. Los valores humanos son los mismos en hombres y mujeres, y en su relación con el sexo masculino en materia de valores el sexo es totalmente irrelevante: “Y los creyentes y las creyentes son amigos y protectores los unos de los otros. Ordenan lo que es bueno y prohíben lo que es malo”, etcétera (Sagrado Corán, 9:71). “En verdad, para los musulmanes y las musulmanas, los creyentes y las creyentes, los obedientes y a las obedientes a las órdenes de Dios” (33:35), y así hasta el final de la sura Al-Ahzab. Todos ellos son iguales ante Dios Altísimo en términos de elevación espiritual. Es decir, que ni uno es preferible al otro ni el otro al uno en absoluto. Ambos han sido colocados en esta vía con una capacidad similar y dependen de sus esfuerzos. Hay mujeres que no son igualadas por ningún hombre. Por tanto, la cuestión no es el sexo.

Por otra parte, en este mismo ámbito espiritual, en algunos lugares específicos y por algún motivo particular, Dios Altísimo da la preferencia al sexo femenino, como en esa aleya que se ha recitado: “Y Dios pone un ejemplo para quienes son creyentes: La mujer del Faraón” (Sagrado Corán, 66:11). En la historia de Moisés (la paz sea con él), hay personas a las que se menciona y se nombra de manera especial en relación con dicho profeta. Está Aarón, está Jidr, aquel camarada y compañero de Moisés. Hay varias personas a las que el Corán nombra de manera particular, pero a ninguna de ellas se la describe en esos términos, como modelo. Mazal quiere decir ejemplo, modelo. Dios Altísimo pone de ejemplo, para todas las personas creyentes, a dos mujeres: una, la mujer de Faraón; la otra, María: “Y María hija de Imrán, quien protegió la castidad de su vientre” (Sagrado Corán, 66:12). Pues bien, por algún motivo, aquí Dios Altísimo no pone de ejemplo y de modelo para los creyentes al propio Moisés (la paz sea con él), sino a la mujer de Faraón —madre adoptiva de Moisés—; no pone de ejemplo al propio Jesús (la paz sea con él), sino a su madre. Ahí de alguna manera se está dando preferencia a la mujer por ciertos motivos, y a mí me parece que el motivo está claro, dado que, en el varón, a causa de las condiciones materiales y físicas que posee y de las particularidades que existen, hay una forma de búsqueda de preeminencia. En la época en que se reveló el Corán, en particular, era así; y Dios Altísimo quiere anular eso (como diciendo): “¿Pero esto qué es?”. ¿Acaso por tener la voz más grave, ser más altos y tener los hombros más anchos, valen más? Pues no, tienen que seguir a esa mujer, a esa dama, y tomarla como modelo para sí mismos. Hay también un hadiz, en el que un hombre va ante el Profeta y le dice: ¿Man abbar? “¿A quién he de tratar mejor?”. Y el Profeta dice: Ummak. “A tu madre”. Luego le pregunta: “Y después, ¿a quién? Y el Profeta responde: “Después, también a tu madre”. Pregunta una tercera vez: “Bueno, ¿y ya después?”. Que vuelve a responder: “A tu madre”. Es decir, que el Profeta señala a la madre tres veces. Luego, el muchacho le pregunta: “¿Y después a quién?”. “Después, a tu padre”, le dice. En otras palabras, la madre va tres veces antes que el padre. Pues bien, esto muestra la posición de la mujer en la familia; es para recalcar esa idea. Lo que quiero decir es que, en el camino espiritual, en la ascensión espiritual hacia Dios, en los auténticos valores humanos, el sexo no desempeña papel alguno, salvo en algunos casos en que hay una preferencia de uno sobre el otro —y que es preferencia de la mujer sobre el hombre—. Hasta donde yo he visto, no he advertido casos que no fueran esos. Este es uno de los ámbitos en que el sexo no interviene.

En cuanto al principio de las responsabilidades sociales, es también así. El imam Jomeiní (que en paz descanse) dijo en una ocasión que era deber de las mujeres intervenir en la política y en los destinos fundamentales del país. Es un derecho y un deber de las mujeres. En otras palabras, (el imam) hizo preceptivo que las mujeres intervengan y tomen parte en los destinos y las tareas fundamentales del país, lo cual, claro está, implica toda una serie de consecuencias. Lo que se quiere decir es que, en estos campos, entre hombre y mujer no existe diferencia alguna.

En lo que respecta a ocuparse de los asuntos de la sociedad, “quien al despertarse no presta atención a los asuntos de los musulmanes no es musulmán” (1). Cuando se dice “no es musulmán”, se refiere tanto a la mujer como al hombre. Al levantarse por la mañana, ya sean ustedes amas de casa, oficinistas, empleadas, profesionales o cualquiera que sea el trabajo que realicen, deben pensar en la sociedad. Interésense por el estado de la sociedad. Luego, habrá diferencias en cuánto puedan ayudar y el papel que puedan desempeñar. Cada individuo puede desempeñar un papel, pero el interés concierne a todos. Poner dedicación, interesarse y pensar es algo de todos. Tampoco aquí desempeña ningún papel el sexo. De la misma manera, (está el hadiz que dice): “Quien oiga a un hombre llamar a los musulmanes…” (2). Una dama que ha intervenido ahora decía: “Nosotras, en los sucesos de Palestina y en particular de Gaza, tenemos el acceso cerrado, porque si no, de lo contrario, podríamos ir”. Esa dama puede ser médica y podría estar allá curando a los enfermos, a los heridos, los niños y las mujeres. A cada persona le corresponde un papel, pero esa dedicación, ese deber y ese sentido de la responsabilidad atañen a todos por principio, sin distinción entre hombres y mujeres. El Islam lo declara expresamente. Son cosas que en el Islam están claras y son explícitas.

Ahora bien, en las tareas familiares, claro está que no es así. Los deberes relativos a la familia no son los mismos; cada uno tiene un tipo de deberes. Los medios, las capacidades físicas y las capacidades anímicas asignan a cada uno un deber. Ahí, el sexo cuenta. Cuando se defiende el lema de la “igualdad de género” de manera absoluta, es un error. La igualdad entre los sexos no es válida en todas partes. En algunos lugares, sí, hay igualdad; pero en otros no la hay ni la puede haber. Lo correcto es la “justicia de género”. La justicia entre los sexos es válida en todas partes. Justicia significa poner cada cosa en su lugar. La constitución anímica, física y emocional de la mujer implican ciertas cosas: traer hijos al mundo, criarlos y ocuparse de ellos es tarea de la mujer. Un hombre no puede realizar esa labor; Dios Altísimo no lo ha creado para ello. Él está para una labor diferente: el trabajo fuera de la casa, la solución de los problemas de la casa.

Sin embargo, en derechos familiares son iguales: “Y las mujeres tienen derechos equivalentes a sus obligaciones, conforme a lo razonable” (Sagrado Corán, 2:228). En otras palabras, la mujer posee derechos en la familia en la misma medida en que los posee el hombre. Eso es una aleya del Corán. Por tanto, en derechos familiares son iguales, pero en deberes familiares no. Ciertamente, hay algunas cosas que deberían respetarse más respecto de la mujer, algunas de las cuales se han mencionado en las palabras de estas damas y yo he tomado nota de ellas.

Por ejemplo, la cuestión de la seguridad de las mujeres; la seguridad en el seno de la familia. La mujer ha de sentirse relajada y segura junto al hombre. Las cuatro paredes de la casa son un espacio de tranquilidad y seguridad. Si el comportamiento del marido es tal que prive a la mujer de la sensación de seguridad, que la mujer se sienta insegura —porque el marido profiere insultos o, mucho peor y más desastroso, si llega a las manos—, eso es algo completamente inaceptable. ¿Cuál es la solución? La solución son leyes severas. Lo he dicho muchas veces. Hacen falta leyes severas. Se ha aludido a una ley que está en el Parlamento. Bien, pues esas cosas deben llevarse a término sin falta. Yo lo encomiendo y ustedes mismas denle seguimiento también. Debe haber un castigo severo para el hombre que crea un entorno inseguro para la mujer dentro de la casa. Y fuera de la casa, igual.

Otra cuestión es la de los empleos públicos y los cargos directivos, sobre los cuales me han preguntado algunas de las damas. Tampoco ahí se plantea la cuestión del sexo. En los distintos cargos directivos y en los distintos empleos en público y en el gobierno, no hay ningún límite para la presencia de las mujeres. Pues los estadounidenses, por poner un ejemplo, habían exigido a uno de nuestros países vecinos que hubiera un veinticinco por ciento de mujeres en la administración; por exigencia, obligatoriamente. Eso está mal. ¿Por qué veinticinco por cien? Que sea el treinta y cinco por cien ¡o el veinte por cien! Eso de fijar cifras y proporciones no tiene sentido. Aquí el criterio es el mérito. Es ahí donde una mujer culta, con experiencia y eficaz, por ejemplo, es mejor para un ministerio que tal hombre que se ha postulado como candidato a ministro. Tal mujer debe ser ministra. Lo mismo ocurre con la representación parlamentaria. Imaginen, por ejemplo, que en tal ciudad se necesitan uno o dos representantes para la Asamblea y se ha presentado una o dos mujeres o uno o dos hombres. ¿Cuál es más apto? Es la aptitud lo que debe mirarse. Ahí no hay preferencia ninguna ni existe limitación alguna en ese terreno. Ese es el dictamen del Islam. La cuestión es la meritocracia.

Por supuesto, la mujer puede ocupar esos puestos, pero debe ser de tal modo que no se vea privada de esa importante ocupación fundamental femenina que es el cuidado de la casa y la maternidad; incluso en algunos oficios que son preceptivos hasta suficiencia, como la medicina. La medicina de mujeres es preceptiva. Las mujeres tienen que estudiar medicina hasta el punto en que haya médicas en número suficiente. Del mismo modo, el magisterio femenino es preceptivo hasta suficiencia. Luego, es posible que esa obligación hasta la suficiencia [entre en conflicto] con el cuidado de la casa o con la maternidad, con los descansos y permisos que son necesarios para una ama de casa o las horas de trabajo que ella puede realizar, por ejemplo, y al mismo tiempo atender las tareas de la casa. Si se produce un conflicto en ese sentido, son los responsables del país quienes deben pensar una solución. Incrementen el número de manera que, si por ejemplo tal maestra debería participar en las clases cinco días y puede hacerlo cuatro, no se genere un vacío; que haya otra maestra que lo llene. Lo mismo, con la medicina. Por tanto, en las profesiones, en los puestos directivos, en las tareas fundamentales y en los trabajos que constituyen obligación de suficiencia para las mujeres, no hay limitación y, si interfiere con las labores domésticas femeninas, debe solucionarse de algún modo para que no se abandone ni una cosa ni la otra. Por otra parte, en opinión de un servidor, no hay contradicción. Yo conozco a señoras que han realizado tareas sociales intensas —tanto universitarias y científicas como no científicas— y además han criado varios hijos, los han educado y han podido hacerlo muy bien. Por tanto, no hay contradicción entre esas cosas.

Hay dos aspectos importantes en la perspectiva islámica. Cuando hemos señalado que hay vía libre para las mujeres en todos los ámbitos —actividades sociales, políticas, etc.—, al mismo tiempo hay dos consideraciones importantes a las que el Islam es sensible. Una tiene que ver con la familia, como he apuntado, y la otra es la cuestión del peligro de la atracción sexual —el peligro de la atracción sexual—. El Islam es sensible a eso. El Islam nos hace evitar que el ambiente sea tal que un entorno de deslices sexuales —que son deslices muy peligrosos— ponga en apuros al hombre o a la mujer. Hay que tener cuidado.

Y el hiyab se da en ese contexto. La cuestión del hiyab es una de las cosas que pueden poner coto al peligro de la atracción sexual. Por eso en el Islam se hace hincapié en el hiyab. En la sura Al-Ahzab se alude al hiyab en dos lugares: “Y cuando queráis pedirles algo de la casa a ellas, hacedlo desde detrás de una cortina” (Sagrado Corán, 33:53). Quienes van a la casa del Profeta —pongamos que están invitados y quieren tomar algo de comer—, para no verse frente a la mujer del Profeta, han de hacerlo desde detrás de un velo. En eso se pone atención. Y la misma idea está también en otra aleya de la sura Al-Ahzab.

Por lo tanto, esos dos aspectos sensibles deben respetarse. Deben respetarse, en el verdadero sentido de la palabra, tanto la cuestión del hiyab como la de la familia, la presencia en el hogar y el papel de la maternidad, que es el papel más importante. Acaso pueda decir que, en el conjunto de la creación del ser humano, el papel de la maternidad es el más elevado, dado que, de no haber maternidad ni alumbramiento, si no hay embarazo y amamantamiento, la renovación generacional se detendrá irremisiblemente. Por tanto, la maternidad es la función más importante en el mundo de la creación, en el mundo del ser material humano. El Islam le da importancia. Denles importancia ustedes también; ocúpense de ello. Lo mismo con la cuestión de la atracción sexual.

Muchas tareas se realizan entendiéndose. Hay quienes se imaginan que trabajar en la casa es un deber de la mujer. No, en absoluto es deber de la mujer trabajar en la casa. Cocinar, lavar la ropa y limpiar no son deberes de la mujer. El hombre y la mujer deben arreglarse. Ahora, afortunadamente, algunos hombres hacen esas cosas y trabajan en casa, ayudan a la mujer, se encargan de algunas labores domésticas. En todo caso, eso no forma parte de los deberes de la mujer. Que lo sepan todos.

El asunto de la edad del casamiento y que en las obras islámicas se insista en que la edad a la que se contrae matrimonio no sea muy avanzada y que los jóvenes se casen pronto se debe a eso mismo de evitar el peligro de la atracción sexual. Por supuesto, no significa casar a niños, como ahora dicen. No. Jóvenes, adolescentes, hombres, mujeres, muchachas y muchachos, cuanto más puedan casarse a tiempo y en su momento, a ojos del Islam es más deseable y además es mucho mejor para ellos mismos y mucho mejor también para la sociedad. Por tanto, si pensamos en la cuestión del hiyab, no lo hagamos como algo que es un medio de desposeer a la mujer. No se trata de privación; en realidad es un privilegio. El hiyab aporta seguridad; es causa de seguridad; preserva.

Ahora, dentro de la República Islámica, si bien aún no hemos podido hacernos islámicos en el auténtico sentido de la palabra —lo he dicho muchas veces: somos islámicos a medias—, ustedes ya ven como los progresos hechos por las mujeres en esta misma República Islámica son incomparables a lo anterior; en ciencia, en investigación, en actividades sociales, en el arte, en el deporte y en todas las actividades; tantas científicas, tantas catedráticas, tantas mujeres cultas, tantas escritoras en los distintos géneros… científicos, artísticos, de narrativa, de poesía y demás. Antes de la Revolución, no había ni la décima parte de esto. Un servidor está perfectamente al tanto de lo que hay en la sociedad. Hoy, gracias a Dios, el país es rico en ese aspecto y eso es gracias al Islam, por más que ya he dicho que la República Islámica sigue siendo un país islámico a medias y que aún no hemos podido implementar el Islam plenamente. Si lo implementamos, eso que tenemos hoy se hará muchas veces superior y muchísimo mejor.

Para terminar mi intervención, haré una referencia a las elecciones. En este asunto —hace unos días insistí ya en él—, ustedes, estimadas mujeres, pueden desempeñar un papel; y el papel más importante de ustedes es dentro del hogar. Las madres pueden desempeñar un papel impulsando a sus hijos y a su marido a participar activamente en las elecciones e indagar adecuadamente. En algunos aspectos del conocimiento de personas, estrategias y corrientes, las mujeres observan y advierten ciertas cosas con más precisión y sutileza que los hombres. Por eso, ustedes pueden desempeñar un papel en el conocimiento de los candidatos electorales y en la asistencia a las urnas, tanto dentro de casa como fuera de ella.

Me alegra mucho haberlas visto. Ha sido un poco largo y hemos pasado de mediodía. Dios las bendiga a todas.

Con ustedes la paz, la misericordia de Dios y Sus bendiciones.

NOTAS

(1) Recopilación de hadices Al-Kafi, vol. 2, pág. 163 (con ligera variación).

(2) Recopilación de hadices Al-Kafi, vol. 2, pág. 164.