En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso.

Toda alabanza para Dios, Señor de los mundos, y las bendiciones y la paz para nuestro maestro y profeta Abulqásim al-Mustafa Muhammad y su familia proba, pura e inmaculada, en especial para el Imam del Tiempo.

Doy gracias a Dios Altísimo, que nos ha deparado la suerte de estar hoy en esta husainiya al servicio de ustedes, queridos hermanos. Sean muy bienvenidos. En primer lugar, para no olvidarlo, déjenme pedirles que transmitan mi saludo a todas las personas que han tenido la cortesía de hacerme llegar el suyo a través de ustedes. Este encuentro se produce afortunadamente en uno de los meses y semanas más auspiciosos del año: el mes de rayab. Verdaderamente, el de rayab es un mes lleno de bendiciones. A lo largo de todo este mes, la misericordia divina está al alcance de todos aquellos cuyos corazones recuerdan al Creador. Quizá pueda decirse que en este mes acaeció la mayor bendición de Dios: la Misión Profética. La Misión del Nobilísimo Profeta (¡Dios bendiga y salve al Profeta y a su familia!) es la fiesta más grande y auspiciosa para la humanidad entera, no solo para los musulmanes. El nacimiento del Príncipe de los Creyentes (¡sobre él la bendición y la paz!) se produjo en este mes, además de otros muchos días venturosos que hay en él. Quiera Dios que todos ustedes, así como un servidor y el resto de hermanos fieles de todo el país aprovechemos las bendiciones de este mes.

El acto más meritorio que uno realiza en este mes es quizá hacer istigfar (1). Verdaderamente, todos estamos necesitados de hacer istigfar y buscar refugio en Dios Altísimo. El perdón divino es la mayor bendición que depara a un ser humano Dios Altísimo, en este mundo y en el otro. Ni siquiera los santos de Dios ni el Profeta de Dios están libres de la necesidad del perdón divino: “Para que Dios te perdone tus pecados pasados y por venir” (Sagrado Corán, 48:2). Ese perdón se debe a que nadie es capaz de cumplir como es debido con la obediencia y la adoración del Creador. De ahí la petición de perdón. “No te adoramos en la forma que mereces que se Te adore” (2).

No hay nadie que pueda cumplir con la adoración del Creador y la servidumbre al Creador como Él lo merece. Por más que se esfuerce uno, no puede. De ahí la petición de perdón. Uno está atrapado. Las personas como un servidor somos todo apuros, errores, problemas anímicos, espirituales, de corazón, de acción y de todo. Por eso necesitamos hacer istigfar. Todos debemos hacer istigfar. (El mes de rayab) es el mes de la plegaria, el mes del tawassul (3). Afortunadamente, en este mes se han recibido ciertas plegarias de los Imames de la Guía (con ellos la paz) —las plegarias ma’zura (4)—, plegarias de buen contenido, de contenido elevado y sublime. Quiera Dios que se aprovechen.

La cuestión que quiero transmitirles hoy en la medida de lo posible y, Dios mediante, de manera sucinta concierne, queridos hermanos, a la dirección del rezo colectivo del viernes. Sobre el rezo del viernes hay mucho que hablar, pero hoy la idea principal de un servidor atañe a nuestro deber —al fin y al cabo, un servidor es también imam del rezo de viernes, si Dios lo acepta—. ¿Qué debemos hacer los imames de viernes? ¿Cómo hemos de proceder? Diré varias cosas sobre ello.

En primer lugar, la dirección del rezo del viernes es una de las tareas más arduas; quizá no haya apenas trabajos más difíciles que dirigir el rezo colectivo semanal, y la razón es que en la dirección del rezo hay una cara vuelta hacia Dios y otra vuelta hacia Sus criaturas. En la oración y en el sermón debería haber pureza de intención, atención puesta en Dios, etc. —de no haberlas, si el corazón de la persona está desprovisto de la intención de acercarse a Dios con sinceridad, lo que se dice no surte efecto, la oración no resulta bendecida—, y al mismo tiempo hace falta lo otro; es necesario que haya atención al pueblo. En los rezos que no son los del viernes, estamos, como dice el poeta, “de espaldas a los hombres y cara a Dios”. Pero en ese rezo (del viernes), no solo no están ustedes de espaldas a los hombres, sino que están cara a ellos; están mirando a la vez a los hombres y a Dios. Tienen que tener en mente tanto la satisfacción divina como el beneficio de la gente y su satisfacción. Es muy difícil. Es una de las tareas más difíciles. Bien, déjenme hablarles un poco sobre la cuestión de estar “cara a los hombres”.

Quiero aquí recordar un principio del Islam, que es el papel que tiene la gente en el sistema islámico y, de modo fundamental, en la vida islámica. A ojos del Islam, a ojos del Corán, teniendo en cuenta el conjunto de las prescripciones del Islam, a la gente le corresponde una gran atención en la dinámica de la sociedad islámica, de la colectividad islámica, de la vida colectiva islámica; tiene un papel prominente. Observen ustedes lo que dice el Príncipe de los Creyentes (con él la bendición y la paz) en esa célebre frase: “De no haber sido por la presencia de aquella multitud y por la existencia de compañeros y colaboradores que agotaron los argumentos (…), habría abandonado las riendas del camello del Califato sobre su cerviz” (5). Ahí se señala tanto el papel de la gente como sus derechos. Lo que significa “el papel de la gente” es que, si la gente no va en busca de esa persona que se considera legítimo titular de derechos y le pide que asuma la responsabilidad, esa persona no tiene obligación de ir en pos de esos derechos: “Habría abandonado las riendas del camello del Califato sobre su cerviz”. (Lo que dice es): “De no haber estado ahí la gente, a mí no me habría correspondido ningún deber, no habría tenido ninguna obligación”. Así de importante es el papel de la gente. Incluso alguien como el Príncipe de los Creyentes, Alí ibn Abi Tálib, si la gente no está con él, si no están a su alrededor, dice: “Yo no tengo deber alguno”. Si la gente acude a él, entonces sí tiene la obligación de asumir la responsabilidad. Por eso el imam (P) aceptó la responsabilidad. La gente acudió a él, lo presionó, insistió en que asumiera el Califato y él lo asumió. Así de importante es el papel de la gente.

En el sermón de (la batalla de) Siffín, hay una expresión del Príncipe de los Creyentes que es muy importante. Dice: “Ninguna persona, por elevada que sea su posición respecto de la verdad y por grande que sea su distinción en cuanto a la religión, está por encima de cooperar en relación con las obligaciones que Dios le impone” (6). Por mucho que sea el valor consustancial, intrínseco, científico o religioso de una persona, no hay nadie que no necesite la ayuda de la gente. “Cooperar en relación con las obligaciones que Dios le impone” significa que, si quiere cumplir su deber y su responsabilidad, necesita a la gente. Esa cooperación es de la gente. Todo el sermón lo muestra. La expresión que precede a esa y la que la sucede dejan claro que de lo que se habla es de la colaboración de la gente. En otras palabras, el Príncipe de los Creyentes precisaba la colaboración de la gente, ya sea esa gente a la que nos referimos gente con cierta posición social —si son por ejemplo gente de ciencia, gente de religión, gente de la política y tienen cierta dignidad social—, ya se trate de la masa de la gente. Se necesita la colaboración de todos. Por eso, Dios Altísimo dice a su Profeta: “Él es Quien te fortaleció con Su ayuda y con los creyentes” (Sagrado Corán, 8:62). Esto es muy importante: Dios Altísimo coloca a los creyentes al mismo nivel que Su propia ayuda. Es decir, si los creyentes no hubieran ayudado al Profeta, este no habría triunfado. Por eso, lo primero que hizo el Profeta fue producir creyentes, hacer creyentes, generar creyentes.

Así queda claro que alcanzar los objetivos del Islam —ya se llame “sistema islámico” o, últimamente, la civilización islámica— no es posible si no es con la presencia, la atención y la intervención de la gente. La gente tiene que quererlo, debe acudir, debe actuar. Eso para nosotros es un principio. Luego, una persona en un puesto de responsabilidad gubernamental debe actuar de una manera para atraer a la gente, para captar a la gente, para sacar a la gente a la palestra, y otra persona que trabaja en el púlpito del rezo del viernes, de otra. En definitiva, démonos cuenta de que la cuestión de la gente es un principio del Islam. Sin eso, no se puede hacer nada, no se pueden alcanzar los objetivos, no se puede llegar a la vida.

Por tanto, puede decirse que Dios Altísimo dispuso lo que conforma el rezo colectivo del viernes básicamente para eso mismo. La combinación del rezo del viernes, con sus reglas, es para garantizar la presencia de la gente en la palestra. Bien, están también las demás oraciones que no son el rezo del viernes; el que quiere va, el que no quiere no va; llegan, rezan y se van. Pero, en el rezo del viernes, a la persona que va se le dirige la palabra, se habla con ella, se le exponen ideas, se le dan caminos y programas. Esencialmente, el rezo del viernes es para mantener en la palestra a quien acude a él; si es lento, para darle impulso, para ponerlo en movimiento, para ponerlo en marcha. Es eso esencialmente el rezo del viernes. Realmente, puede considerarse que la filosofía del rezo del viernes es la siguiente: el principio de la presencia de la gente y, luego, el aumento y la ampliación de esa presencia de la gente.

Ahora, la parte del rezo colectivo del viernes que es específica es la parte de los sermones. Los dos ciclos o rak’as del rezo del viernes los tienen todos los rezos diarios. La parte distintiva es el sermón. En los hadices referentes al sermón del rezo del viernes, lo que aparece en casi todos es la máu’ida, la predicación. ¿Qué quiere decir esa “predicación”? Cuando decimos “predicación”, la mente instantáneamente se nos va a la prédica moral, la predicación mística, espiritual, etc. Y sí, la predicación moral es la tarea más importante que ha de realizarse; es el fundamento —del cual quisiera por otra parte decir unas palabras más adelante—. Pero no es exclusiva. Hay predicaciones políticas, predicaciones sociales.

En un hadiz de Fadl ibn Shadan, se recoge una significativa frase del imam Reza (con él sea la paz): “Y los informa de lo que les llegará de los alrededores”. El imam del rezo del viernes informa a la gente en el sermón de los acontecimientos del mundo. Sigue: “En materia de acontecimientos importantes que suponen para ellos perjuicio o beneficio”. Es decir, que no consiste en que vayamos ahí y nos limitemos a decir: “¡Oh, creyentes! ¡Tengan temor de Dios!”. No, debe decirse, de los sucesos de todo el mundo, todo aquello que tenga relación con el oyente y que suponga para él perjuicio o beneficio. Si hay un enemigo que es posible que cause un daño a su auditorio, infórmenlo de la existencia de ese enemigo. Si existe un modo, una manera que pueda mantenerlo a salvo de ese enemigo, hay que decírselo. Tienen ustedes que transmitirle cuál es la situación política en el mundo: “Y los informa de lo que les llegará de los alrededores”. ¡Eso es político! A eso se refiere “predicación política”. Ahora, evidentemente, si ustedes quieren explicar a su auditorio los asuntos de los alrededores, deberán en primer lugar explicarles los asuntos de dentro del país: si hay una sedición, si hay una confabulación, si hay algo perjudicial, si hay algo beneficioso, si hay algo que preste un servicio, si hay una tarea que debe realizarse, si hay una tarea que ha quedado abandonada o si hay una tarea que redunda en beneficio de la gente y tener conocimiento de ello puede serles de ayuda, tienen ustedes que informarlos y explicarlo en el sermón. Estas cosas nunca envejecen, porque los acontecimientos no se repiten nunca. Esta semana sucede algo y es posible que la semana siguiente suceda otra cosa. Tienen que informar de ello.

La predicación social. Nosotros, en nuestra propia sociedad, tenemos ciertas cuestiones que, sin ser de índole política, resultan vitales para la comunidad. Piensen, por ejemplo, en la cuestión de la natalidad o en el asunto de la juventud de la población, que es vital. Hay entre los enemigos de la nación iraní quienes, en un rincón del mundo, están dedicados a hacer planes para no permitir que la población de Irán aumente. Después de todo, un país con tantos medios materiales y recursos, con esta situación geográfica estratégica, etc., y con la población capaz de que dispone nuestro país… imaginen por un momento que tenga, pongamos, ¡una población de ciento cincuenta o doscientos millones de personas! Eso supone un gran peligro para ellos y tienen que impedirlo.

¿Y cuál es la fuerza motora humana que impulsa el país hacia delante? La juventud. Hace unos años, cuando dábamos las estadísticas del país, decíamos que era joven tal porcentaje de la población del país —un porcentaje elevado—. Hoy no es así; se ha reducido. Si se sigue reduciendo e Irán se convierte en un país envejecido, ya no habrá progreso. Ese es el plan de los enemigos. Un servidor lo dijo una vez en un discurso público a toda la nación (7): que yo mismo me cuento entre quienes en la década de 1990 nos equivocamos al plantear esta cuestión y ocuparnos de ella. El comienzo fue bueno, pero la continuación fue errada. No hubiéramos debido cometer ese error. Ahora, esta es una cuestión social de la que se debe hablar a la gente.

Otra cuestión: el casamiento de los jóvenes. No dejan de elevar la edad del matrimonio de jóvenes; no dejan de retrasarlo. Pues bien, ese es un problema social; es una cuestión social. Eso debería explicarse a la gente. Los jóvenes —tanto las muchachas como los muchachos—, han de casarse en su momento, en el momento adecuado hasta donde sea posible. La noble aleya que dice “si son pobres, Dios los enriquecerá con Su favor, y Dios todo lo abarca, todo lo conoce” (Sagrado Corán, 24:32) es para nosotros; se dirige a nosotros y es palabra de Dios. Debemos decírselo a la gente. Esto son cuestiones sociales, son predicaciones. Cuando se dice “predicación social”, se alude a eso.

También está la cuestión del despilfarro: uno de los problemas actuales de nuestro país es el despilfarro. Malgastamos agua, desperdiciamos pan, desperdiciamos restos de comida; quienes pueden hacerlo derrochan en enseres domésticos; despilfarramos en electricidad. Eso son cuestiones sociales. Hay que aleccionar; hay que decirlo a la gente, hay que llamar la atención para no hacer esas cosas.

Por tanto, miren ustedes: el rezo del viernes es un lugar para la predicación, y esta no es solo de índole moral. Lo que dice en el Tahrir al-Wasila el imam (Jomeiní), que en paz descanse, sobre los sermones del rezo del viernes es que en ellos hay que informar a la gente de las noticias de los países islámicos, de lo relativo a la independencia del país, de lo relativo a la relación con otras naciones y de lo referente a las injerencias en el país de gobiernos extranjeros. Esas cosas, dice él, deben decirse a la gente en los sermones del rezo del viernes. Cualquiera que sea su auditorio —ya tengan empleos ordinarios, ya sean obreros no cualificados, ya sean tenderos…—, deben saber esas cosas. Bien, ¿qué supone eso? Supone un enriquecimiento del pensamiento del auditorio. Ustedes enriquecen el pensamiento de su auditorio; le dan ustedes riqueza intelectual, de modo que pueda pensar y obrar correctamente respecto de las cuestiones de su vida y de su sociedad.

Naturalmente, eso son predicaciones políticas y sociales. Las predicaciones morales ocupan su lugar propio, un lugar prominente, por la necesidad del ser humano de delicadeza espiritual y de purificación carnal. Nuestros corazones están contaminados —contaminados por afectos extemporáneos, contaminado por hostilidades improcedentes, contaminado por apetitos inoportunos, contaminado por apegos fuera de lugar—. Bien, eso afecta a nuestros actos, nos hace retroceder, nos crea problemas —nos los ha creado—. Necesitamos refinamiento espiritual. “¡Oh, Dios! Haz que mi corazón rebose de amor por Ti, de temor de Ti, de creencia y fe en Ti, de miedo a Ti y de entusiasmo por Ti” (8). El corazón debiera ser un recipiente para el amor de Dios; debiera ser delicado, y para eso hace falta predicación moral.

Enseñemos a hacer istigfar. Una de las cosas establecidas en el sermón es decir astágfiru-l-Lah li wa lakum: pedimos perdón a Dios para nosotros mismos y para nuestro auditorio y les enseñamos a pedir perdón a Dios a ellos. Enseñémonos estas cosas a nosotros mismos de verdad. El istigfar no se reduce a decir astágfiru-l-Lah. Está ese célebre sermón: a-tadri ma-l-istigfar (9). El istigfar tiene varios requisitos y consta de varios elementos que constituyen el istigfar verdadero, que ahora no vamos a desarrollar. En definitiva, la idea sobre los sermones del rezo del viernes es que el contenido debería ser el de una predicación en todos los planos.

Hay otras consideraciones que hacer sobre el sermón —tanto sobre el sermón en sí y su contenido como sobre la conducta y comportamiento del imam del rezo de los viernes— que son importantes y que afectan a la capacidad de impacto de los sermones. Una es la de la evaluación de las necesidades y el conocimiento del auditorio. Cuando ustedes van a dar una charla, observen qué es lo que necesita sus oyentes; conozcan a su audiencia. Puede que en un grupo de gente digamos algo que para ese grupo sea apropiado, pero eso mismo, si lo decimos en otro lugar, no lo sea —que no les sirva—. Así que una de las cuestiones que hay es conocer a nuestra audiencia. Ahora bien, la audiencia de ustedes es variada y diversa: hay jóvenes, hay viejos, hay mujeres, hay hombres, hay gente de un nivel académico elevado y gente con menos instrucción; de todo. En un lugar así, debe salir a relucir su arte y su habilidad para poder dar a cada uno un bocado [de lo que necesita] y que todos puedan sacar algún beneficio. Bien, ustedes mismos son en su mayoría jóvenes y saben que la mente del joven de hoy está expuesta a un flujo de datos chocantes como no sucedía hace unos años. Por supuesto, con la época de mi juventud hay mucha diferencia —de la noche al día—, pero hasta hace apenas veinte años no existía ese flujo de datos hacia las mentes de los jóvenes que existe hoy; todo tipo de ideas y de cosas que se dicen en internet y demás. Naturalmente, la mente del joven se ve permeada por muchas ideas. Deben ustedes saber lo que él entiende, lo que quiere, lo que tiene en la mente, las preguntas que se le plantean.

Deben conocer ustedes sus interrogantes. Ahora bien, ¿cómo pueden conocerse? Si ustedes, por poner un ejemplo, viven en otra ciudad, van a esa para la oración (solo) uno o dos días a la semana y sus contactos en ella son limitados, claro está, no podrán hacer un diagnóstico y evaluar las necesidades. Evaluar las necesidades requiere trato. Aquí llegamos a la cuestión de la sociabilidad del imam del rezo del viernes. El imam del viernes debe estar entre la gente, debe pertenecer a la gente, debe conocer la mentalidad de la gente. Una de las cosas que se necesitan para poder elaborar sermones adecuados a las necesidades del auditorio es el estudio. En el Islam, el conocimiento religioso es muy vasto y comprende todos los detalles y necesidades de la vida del ser humano. ¿Cómo puede averiguarse eso? Estudiando, familiarizándose bien con el Corán, con los hadices y con los libros de enseñanzas. Estudiar es muy necesario. La necesidad de leer y estudiar no cesa nunca. Leer libros es necesario; es una de las necesidades.

Otra consideración por hacer sobre la dirección del rezo de los viernes es la cuestión del interés y el afecto por la gente. Algunos de nosotros tenemos un afecto natural por la gente; por la gente de nuestra ciudad, la gente de nuestra región, nuestra propia audiencia. Nuestro pueblo es muy buena gente. Nuestra gente es piadosa; es un pueblo piadoso. Incluso en aquellos que aparentemente no observan algunas reglas externas, esa falta de observancia práctica no significa que haya un desentendimiento de corazón. Sus corazones están con Dios; están inmersos en las ideas y conceptos espirituales; tienen fe. Negligencia en los actos la tenemos todos. ¿Cuál de nosotros no cometemos negligencias en nuestras acciones? Cada uno, de una manera. Un servidor es negligente de una manera, ustedes de otra y otros de otra más. Nuestra gente es devota, es gente fiel. Tenemos un pueblo que, ante los distintos problemas del país, tiene disposición para actuar.

Vean ustedes cuántos problemas hemos tenido en este país en estos cuarenta y tantos años, cuántas confabulaciones ha habido contra nosotros, cuánto se nos ha atacado desde todas partes de distintas maneras, con propaganda, con acciones, por las armas, con la economía, etc. ¿Y quién ha defendido el sistema islámico? La propia gente. Es la propia gente quien, allá donde hacía falta que saliera a la calle, salió; allá donde hacía falta aguante y paciencia, los tuvieron; allá donde hacía falta apoyo, lo dieron; allá donde hacía falta que repitieran consignas, las repitieron; y allá donde hacía falta ir al campo de batalla, fueron al campo de batalla.

El imam dijo que la fe de nuestra gente era superior a la de la gente de los inicios del Islam. Eso el imam lo afirmó con rotundidad. Algunos se sorprenden, pero, en fin, comparen ustedes: el Nobilísimo Profeta era la persona de rango más elevado de todo el mundo de lo existente. ¿A quién podemos comparar con el Nobilísimo Profeta y decir que este es mil veces superior? ¿Qué digo mil veces? El Nobilísimo Profeta era incluso mil millones de veces superior a cualquier figura insigne que conozcamos, como el imam (Jomeiní, que en paz descanse), que fue una gran eminencia. ¿O acaso puede compararse la figura de alguno de ellos a la del Profeta? Pues aquella gente, en Medina, tenían entre ellos a semejante figura y eran también los inicios de su revolución —pongamos el segundo año de la revolución, cuando ocurrió la batalla de Badr—. Dice el Corán: “Y deseasteis que fuera el desarmado” (8:7). Había dos grupos: uno de ellos, el grupo de combatientes de los infieles, que se estaban acercando; el otro, un grupo de mercaderes. Y les dice: a ustedes les hubiera gustado ir por el otro grupo, el de los comerciantes: “Y deseasteis que fuera el desarmado”. Ciertamente, fueron y guerrearon y, gracias a Dios, vencieron. Salió muy bien, pero lo que les pedía el corazón era eso. Comparen ahora ustedes eso con el joven que, durante la Sagrada Defensa, tenía una esposa amada, un hijo pequeño, unos padres afectuosos y una casa cómoda; el imam (Jomeiní) publica un mensaje —él ni ha visto al imam ni lo ha oído hablar de cerca, simplemente oye el mensaje del imam por la radio—, deja todo eso a un lado, se pone en marcha a causa del mensaje del imam, va hasta el frente y se pone a luchar. Y lo mismo sucedió en la Defensa del Santuario (11), por más que hubiera un intervalo de treinta años entre esas dos grandiosas movilizaciones.

Nuestro pueblo es así. Es gente devota, gente entusiasta, gente leal, gente inteligente… y eso hay que saber apreciarlo. Hay que amarlos de verdad. La gente no ha escatimado sacrificios por el Islam, por el país ni por el sistema islámico. Han hecho cuanto era necesario y posible hacer. Por tanto, otra consideración que se plantea es que hemos de querer a la gente. El amor es cosa de dos: si amamos a la gente, si aman ustedes a la gente, ella también los amará; ella también los querrá. Y entonces lo que digan ustedes tendrá efecto sobre sus corazones. El afecto es un elixir. Cuando en una relación hay afecto y amistad, lo que ustedes digan surtirá efecto en la otra parte, que avanzará por el camino que ustedes le indiquen basándose en lo dicho por Dios Altísimo.

Otro motivo de reflexión —que es parecido al referente a la predicación— es la cuestión de la taqwa, la piedad, el temor de Dios. En los hadices, en las fatwas de los ulemas, etc., se repite el llamado al temor de Dios; que el imam del rezo del viernes debe llamar al temor de Dios. A primera vista, el temor de Dios parece una cuestión individual —piedad es virtud, abstinencia de pecado, que es algo individual—, cuando la taqwa es algo de índole social. Es algo que pertenece tanto al individuo —a su corazón y a su práctica— como al conjunto de la sociedad, ya que Dios ha dicho: “Y ayudaos mutuamente a hacer el bien y al temor de Dios” (Sagrado Corán, 5:2). De manera que el temor de Dios implica colaboración y ayuda mutua: “Ayudaos mutuamente a hacer el bien y al temor de Dios”. Allá donde operan la ayuda mutua y la colaboración de la gente, hay temor de Dios.

Dentro de la piedad, hay una piedad política, que es la abstinencia de pecados políticos. El ámbito de la política es un ámbito resbaladizo, aunque todos deban estar politizados. En el mundo islámico, no existe un área apolítica; el Islam es una religión política. Tal y como habrán entendido de discursos anteriores, todos deben participar en la política. Ahora bien, la política es un campo resbaladizo. Si no hay temor de Dios, uno comete errores; comete deslices. Con temor de Dios, con autocontrol y manteniendo los ojos abiertos sobre el camino de la vida política, uno puede evitar tales deslices.

Si hay piedad política, la guerra psicológica del enemigo no surtirá efecto. Un ejemplo de la guerra psicológica del enemigo es aquello de “la maledicencia del calumniador”. Alguien realiza una buena acción y cuatro personas se le echan encima, preguntando por qué ha hecho eso; o dice algo acertado y los demás lo amenazan por haber dicho algo correcto. En la acción es así. Pero, si hay piedad política, “no temen la maledicencia de ningún calumniador” (Sagrado Corán, 5:54). Con esa sublime aleya del Corán en que dice “no temen la maledicencia de ningún calumniador”, el Nobilísimo Profeta señaló a Salmán y dijo que era su pueblo a quien se refiere “vendrá Dios con una gente a la que Él ama y por la que es amado…” (5:54), hasta el final. Así se planta cara a la guerra psicológica del enemigo. Ese es un ejemplo de guerra blanda al que no hay que tener miedo. No debe temerse “la maledicencia de ningún calumniador”.

Un aspecto importante del rezo del viernes y los sermones —y esto es ya lo último de lo que quisiera decirles— es animar a toda la gente y todo su auditorio a estar presentes en los distintos ámbitos, como pueden ser los ámbitos sociales, los servicios sociales. Por ejemplo, se decide construir una escuela en una ciudad y se alienta a la gente a participar; cada cual en la medida en que puede y de la manera que puede. Imaginen, por ejemplo, una ciudad en la que unos benefactores resuelven construir un hospital —ese tipo de buenas obras las ha habido siempre; ahora también las hay y es algo que se hace—, o bien se deciden a pagar el precio de sangre de presos que están en la cárcel por un daño causado y así sacarlos de prisión; buenas obras como esas. Se debe alentar a la gente a participar en esas cosas. Ese es un campo de acción; un campo de acción es el de las cuestiones sociales.

Y está también el campo de las cuestiones políticas, como son las elecciones. Las elecciones son un ejemplo perfecto de campo de acción política. Un servidor ha repetido bastantes veces, a propósito de las elecciones, que son un campo de acción política en el que la presencia de la gente es verdaderamente necesaria. Son para la gente tanto un deber como un derecho. Participar en las elecciones no es solo un deber; es también un derecho. Es derecho de ustedes; es derecho de la gente elegir a la persona que quieran que legisle para ellos o que ejecute las leyes o que exprese su opinión sobre el Líder o que, a través de la Asamblea de Expertos, elija al Líder. Ese es un derecho de la gente. Deben intervenir y hacer uso de ese derecho suyo.

Claro está, como he dicho antes, que eso no se consigue solo con palabras. Las palabras influyen, por supuesto. La palabra y la explicación son una forma de Yihad. Verdaderamente, aclarar las cosas a la gente y hablar a la gente es un auténtico Yihad. Pero no es solo eso. Como hemos dicho antes, eso debe ir acompañado de actos. Eso ha de hacerse personándose en reuniones públicas diversas con buena cara y con disposición para dar respuesta, en especial en reuniones con jóvenes. En fin, esto han sido unas cuantas consideraciones sobre la dirección de la oración del viernes. Como les he dicho, dirigir el rezo del viernes es una tarea difícil; una de las más difíciles. La retribución divina por esa tarea estará al nivel de esa dificultad, si Dios quiere.

Nuestra cuestión internacional e islámica es hoy la cuestión de Gaza. En los sucesos de Gaza se ve la mano de Dios. Esa gente — esa gente oprimida y poderosa — ha logrado conmover al mundo. El mundo está hoy conmovido por la lucha de la gente de Gaza, de la gente de Palestina. El mundo ve a esa gente como héroes. Ve como héroes tanto a su gente como a sus combatientes, a su grupo de resistencia. Son héroes. Algo interesante es que las gentes del mundo reconocen dos cosas a la vez respecto de la gente de Gaza, de Palestina: una, la opresión que sufren; y dos, que son ellos los vencedores. El mundo entero reconoce que, a la vez que sufren opresión — el mundo ha entendido la opresión que sufren —, son ellos los vencedores. No hay hoy nadie en el mundo que se figure que el pérfido y usurpador régimen sionista ha triunfado en la guerra de Gaza, sino que todos dicen que ha fracasado. Al contrario: a ojos de las gentes y los políticos del mundo, a ojos del común de la gente del mundo — musulmanes como no musulmanes —, el régimen usurpador, a la vez que es tiránico, que es un lobo sediento de sangre, que es despiadado, está también vencido y derrotado, desesperado y descompuesto.

Esa es la virtud de la paciencia y la confianza en Dios. Con su resistencia, la gente de Gaza ha dado difusión al Islam. Por todo el mundo, las personas inquietas quieren ver cuál es el factor que mantiene a los palestinos así en la batalla; qué es eso del Islam. Han dado a conocer el Islam. Han hecho que el Corán sea apreciado por muchos. ¡Oh, Creador! Por la verdad de Muhammad y de la familia de Muhammad, ¡haz que se acrecienten día a día el honor y la dignidad de los combatientes de la Resistencia y, en especial, los de la oprimida gente de Gaza y sus combatientes!

El pueblo de Yemen y el gobierno de Ansarolá han hecho verdaderamente algo grandioso. Lo que han hecho para apoyar a la gente de Gaza es verdadera y auténticamente digno de encomio y alabanza. Han asestado un golpe a las arterias vitales del régimen sionista. Estados Unidos amenazó y ellos no han temido a Estados Unidos. ¡Eso es lo que ha sucedido! No han temido a Estados Unidos. Cuando uno teme a Dios, no teme a nadie que no sea Dios. Lo que han hecho es verdadera y auténticamente un ejemplo de Yihad por Dios, y esperemos, si Dios quiere, que esa lucha, esa resistencia y esas actividades continúen hasta la victoria, si Dios así lo permite.

Con ustedes la paz, la misericordia de Dios y Sus bendiciones.

Notas

(1) Pedir perdón a Dios por los propios pecados.

(2) Tercera súplica del Sahifa sayadiya.

(3) Recurso a los santos, los profetas y los Infalibles Imames (P) en busca de su intercesión ante Dios o con la intención de acercarse a Dios mediante ellos.

(4) Plegarias tradicionales legadas por los santos imames.

(5) Tercer sermón de La cumbre de la elocuencia.

(6) Sermón 216 de La cumbre de la elocuencia.

(7) Discurso del 10 de octubre de 2012 ante el pueblo de la ciudad de Bochnurd.

(8) Al-Kafi, vol. IV, p. 561.

(9) Sermón 417 de La cumbre de la elocuencia.

(10) Sahife-ye emam, vol. 17, pág. 151, en un discurso ante un grupo de comandantes del Cuerpo de Guardianes de la República Islámica (CGRI) y el Basich (19/12/1982).

(11) Se conoce como “defensores del Santuario”, “defensores del Santuario de Al-Sayyida Zaynab (P)” o “defensores de los Santuarios de los Ahlul Bayt (P)” a los grupos de combatientes que se movilizaron para hacer frente a Daesh y otros grupos takfiríes, después de que en mayo de 2013 un grupo de dichos grupos destruyera cerca de Damasco el mausoleo del compañero del Profeta (P) y el imam Alí (P) Huchr b. ʿAdī b. Yabala al-Kindī, exhumaran su cadáver y lo hicieran desaparecer.