En vísperas del histórico juramento de lealtad del 8 de febrero de 1979 de los Homafar (1)
En nombre de Dios, Clemente y Misericordioso.
Toda alabanza sea para Dios, Señor de los Mundos, y las bendiciones y la paz para nuestro maestro y profeta Abulqásim al-Mustafa Muhammad, así como con su familia excelsa, pura y selecta, en especial para el Imam del Tiempo.
Les doy la bienvenida a cada uno de ustedes, queridos hermanos, y envío un saludo desde el fondo de mi corazón a todos los esforzados miembros y trabajadores de la Fuerza Aérea de la República Islámica de Irán, cualquiera que sea el lugar del país en el que se encuentren. Les felicito por anticipado la fiesta bendita del Mabaas, la Misión Profética, así como la Década del Alba (2) y el Veintidós de Bahmán (3), y espero que la Fuerza Aérea tenga en lo sucesivo, Dios mediante y como en las décadas pasadas, un luminoso futuro de éxito y de progreso.
Nuestro encuentro de hoy tiene por objeto, como es habitual cada año, conmemorar el asombroso acontecimiento del 19 de bahmán de 1357 (8 de febrero de 1979); un acontecimiento asombroso. Muchas veces he hablado largo y tendido con ustedes en los distintos encuentros sobre aquellos hechos, contándoles distintos aspectos de ellos, y aun así las enseñanzas y lecciones que contienen son a mi parecer inagotables. Eso sucede cuando se actúa por Dios, con valentía y con abnegación: que aporta bendiciones. Dios Altísimo bendice todas las acciones que se llevan a cabo por Él. ¿Y qué quiere decir que bendice? Significa que sus efectos, frutos y beneficios no se acaban; continúan. Eso significa esa bendición, y con aquel acontecimiento sucede lo mismo. Una y otra vez hemos repetido las lecciones de aquel suceso, las hemos expuesto y, además de un servidor, también otros han hablado al respecto —ustedes mismos, otros amigos, los responsables del Ejército de la República Islámica de Irán y otros más—. Sin embargo, cuando uno repasa aquel acontecimiento ve que aún cabe instruirse y aprender de él. Así, hoy abordaré uno de esos aspectos que me vienen a la mente.
La Fuerza Aérea se anticipó en unirse a la Revolución. Por supuesto, el grueso del Ejército —que era en conjunto íntegro, popular, musulmán y devoto— se unió a la Revolución con facilidad, pero la Fuerza Aérea lo hizo antes que nadie; primero, provocando aquel sorprendente incidente con el juramento de lealtad del diecinueve de bahmán, y luego con su resistencia frente a la Guardia Imperial del shah cuando esta atacó el lugar de instrucción de la Fuerza Aérea. Atacaron en la noche del veintiuno, y los miembros de la Fuerza Aérea que estaban presentes allá —en lo que ahora es el Centro de Instrucción Mártir Jazraí— resistieron, abrieron el arsenal, repartieron armas entre la gente y se mantuvieron firmes. Los jóvenes y los elementos revolucionarios, entusiasmados, entraron en acción y, además de acudir en ayuda de la Fuerza Aérea en aquella misma zona se pusieron en camino también desde Teherán. Yo mismo me acuerdo. Eran quizá las doce o la una después de medianoche, y en la calle Irán, donde estábamos nosotros en una casa, los jóvenes marchaban y gritaban que estaban machacando a la Fuerza Aérea y que la gente saliera; y la gente salía de las casas e iba a socorrerlos. Esa fue el gran paso que dio la Fuerza Aérea al sumarse a la Revolución.
Ahora, el punto al que quiero llegar es este: aquella avanzada que tuvo lugar se convirtió en acelerador de la Revolución. La idea de hoy es esa. Aquello fue el 19 de bahmán; los sucesos del centro de instrucción se produjeron en los días 20 y 21, y el 22 de bahmán llegó el triunfo de la Revolución, cuando todo terminó y el pueblo salió vencedor. El carácter acelerador de aquel acontecimiento salta a la vista totalmente —en todo lo que se hace, el factor acelerador tiene un papel decisivo; luego volveré a hablar de ese elemento de aceleración—. Haciendo aquello, la Fuerza Aérea consiguió redoblar las esperanzas de la gente; los revolucionarios se enfrentaban en la calle a los miembros de la Guardia y similares; aquello incrementó la esperanza y la valentía de la gente y debilitó la moral del contrario, de los antirrevolucionarios, de la corte y de sus partidarios. Así se produjo aquella aceleración.
Otra consideración muy importante es que, después de aquel primer paso, quizá no habían transcurrido más de cinco o seis meses cuando se formó el Yihad de la Autosuficiencia, y el primer lugar del Ejército donde se formó la Organización del Yihad de Autosuficiencia fue la Fuerza Aérea; y aquel mismo espíritu de iniciativa estaba ahí también. Aquel mismo espíritu gracias al cual habían logrado librarse y sumarse a los revolucionarios miembros activos del Ejército, que era de la corte y del shah —aquella osadía, aquella capacidad y potencia anímicas—, en otro campo como era el campo de la construcción y el desarrollo se adelantaba también y formaba el Yihad de la Autosuficiencia. El primer lugar donde se formó el Yihad de la Autosuficiencia fue la Fuerza Aérea; también ese fue un acontecimiento importante. Que dentro de la Fuerza Aérea se pusieran a pensar en elaborar sus propios componentes e instrumentos, en fabricar sus propios recambios, reparar las piezas averiadas, desentrañar los secretos de la compleja tecnología estadounidense allá para ellos mismos —algo que hasta aquel entonces no tenían permitido hacer— y, en resumidas cuentas, ponerse manos a la obra fue un gran paso adelante.
Antes de aquel gran paso —de aquel alzamiento, en realidad—, la Fuerza Aérea pertenecía por entero a los estadounidenses. Ahora bien, en la Fuerza Aérea las personas devotas eran muchas; yo mismo las conocía. Antes de la Revolución, había miembros de la Fuerza Aérea que estaban en contacto con un servidor; éramos amigos, teníamos trato. Los miembros devotos de la Fuerza eran numerosos, pero la dirección estaba en manos de Estados Unidos. Las herramientas de la Fuerza —los cazas y el resto de instrumentos con que cuenta la Fuerza— pertenecían a Estados Unidos; eran propiedad de Estados Unidos. Sí, Irán había puesto el dinero y los había pagado, y el avión estaba en el hangar de tal base aérea, pero era propiedad de Estados Unidos y era Estados Unidos quien disponía de él, al igual que los comandantes estaban también controlados por Estados Unidos. Esto que digo es algo documentado, no mera propaganda ni cosa parecida. La madre de Mohammad Reza Shah dice en sus memorias que Mohammad Reza llegó un día y le dijo: “¡Vaya porquería de monarquía!”. Y al preguntarle ella qué había pasado, él respondió: “El rey de este país soy yo, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas soy yo, pero llegan los norteamericanos, se llevan nuestros aviones a Vietnam ¡y yo ni me entero!”. ¡Así funciona! Eso significa esa “propiedad” (estadounidense). Además, si se hubiera enterado, no se habría atrevido a no dar su permiso; lo habría dado… pero aun así ellos no se lo pedían. Por más que tenían la certeza de que su petición no sería rechazada, su falta de consideración por el soberano del reino era tal que ni iban a pedirle permiso, a decirle: “Oiga, que nos queremos llevar estos cazas de ustedes a Vietnam para usarlos contra el pueblo vietnamita”. Esa era la situación de la Fuerza Aérea.
Pues bien, los componentes devotos de la Fuerza Aérea transformaron ese cuerpo de estadounidense en iraní. Iranizaron la Fuerza Aérea; se hizo iraní: comandantes iraníes, miembros iraníes, decisiones tomadas por iraníes, equipamiento iraní… sí, fabricado por Estados Unidos, pero perteneciente a Irán; ya no se atrevieron a ponerle la mano encima. Por un tiempo, algunos por inconsciencia —quiera Dios que fuera inconsciencia, que no fuera traición— quisieron devolver los F-14; decían ¡que no necesitábamos F-14! Bueno, se les impidió hacerlo. La Fuerza Aérea pasó a pertenecer a Irán; se volvió iraní. De manera que esa es la historia que tiene la Fuerza Aérea: así de claros y manifiestos son los ejemplos de capacidad de impulso hacia delante y de transformación dentro de la Fuerza, en su propio desempeño.
Bien, hemos dicho que es necesario un elemento acelerador; pues el de la Revolución fue la Fuerza Aérea. En unas circunstancias particulares, la Fuerza Aérea se convirtió en el acelerador del triunfo de la Revolución y de que se pusiera fin a la dependencia de la Fuerza y del Ejército respecto de otros. Ese acelerador fue la Fuerza Aérea, pero yo quiero ahora ampliar la perspectiva. La necesidad de un acelerador se da en todas las épocas. ¿Por qué? Porque, a menudo, los grandes movimientos dirigidos hacia un objetivo sufren un estancamiento; puede que no se detengan, pero se ralentizan, se debilitan. Los grandes movimientos son así. Observen ustedes muchas de las revoluciones del mundo y verán que, en un principio, se produce una revolución; se ha hecho algo con la intención de operar una transformación profunda y fundamental. Sin embargo, unos años después, vuelve a repetirse la misma situación previa. Durante mi presidencia, viajé a un país africano en el que habían gobernado antes los portugueses y donde un presidente revolucionario autóctono había llegado al poder (5). La organización que nosotros vimos allá —los organismos que nos recibieron y con los que nos movimos— eran exactamente como los de los comandantes portugueses; como si, en lugar de aquel señor de raza negra que había llegado a la presidencia, estuviera allá instalado un comandante portugués ¡sin ningún cambio en absoluto! En fin, es así. Los movimientos sociales sufren esos problemas: el problema de la ralentización, el problema de la parálisis, el problema de la vuelta atrás… Si un movimiento quiere continuar, necesita un acelerador. ¿Y quién es ese acelerador? Ahora lo diré.
Ciertamente, aquí en la Revolución Islámica hay una diferencia consubstancial con el resto de lugares. La Revolución Islámica tiene dentro de sí ciertas cosas que resultan atractivas, y esa fascinación atrae a los nuevos brotes. Incluso si hay también pérdidas, esos nuevos brotes ocupan el vacío que dejan los desprendimientos. ¿Y cómo es esa capacidad de atracción? Pues tiene la misma vasta extensión de los objetivos, métodos y aspiraciones de la República Islámica. En la República Islámica, hay lucha contra la opresión en los campos más difíciles, hay lucha contra el opresor, hay firmeza frente a las coacciones de los matones mundiales de marca mayor y al mismo tiempo están también los mihrabs para la oración, está la mezquita de Yamkarán, las noches de vigilia y oración, la peregrinación de Arbaín y los retiros espirituales del mes de rayab. Vean ustedes la amplitud del campo de acción: hay tanto lucha contra la opresión como lucha contra el ego y las pasiones; tanto atención al futuro mundanal del país como atención a Dios, a la espiritualidad, al recuerdo de Dios, al cielo, etc. Eso mismo hace que los nuevos brotes ocupen el lugar de aquello que se desprende y que no se produzca una ralentización o se produzca en menor medida. No pretendo decir que no se produzca en absoluto, pero en definitiva la naturaleza de la Revolución Islámica, en su propia esencia, en sí misma, en su substancia, es así.
De manera que hace falta un acelerador. ¿Y para qué es ese acelerador? Para que el movimiento no se frene; para que no se genere un sentimiento de pánico ante las grandes tareas; para que, cuando se quiere acometer una gran tarea, en el grupo que está operando no surja un sentimiento de impotencia e inferioridad. Es en esas cosas donde el acelerador cumple una función.
¿Quién es ese acelerador y qué hace? La función del acelerador es la que hemos señalado, pero ¿quién es ese acelerador? Tal como lo entiende un servidor, el acelerador es eso a lo que llamamos “la élite”; la élite de la sociedad. ¿Qué quiere decir élite? ¿Son la élite, por ejemplo, las personas famosas o las personas cultas y eruditas? No, no es eso lo que quiere decir élite. Élite se refiere a ese conjunto de personas que, en su actividad, operan reflexivamente, con conocimiento y con criterio, sin dejarse llevar por el ambiente; a esos se refiere élite. Esa élite puede estar entre los distintos militantes revolucionarios, entre los comerciantes y artesanos, los obreros, los militares, los religiosos y los distintos grupos; puede estar entre los periodistas; puede estar entre los activistas estudiantiles, y puede estar entre los militantes políticos. Hace tiempo, hace ya años, un servidor habló alguna vez largo y tendido sobre la élite (6). La élite es eso. Y afortunadamente, en nuestro país y en nuestro pueblo, la élite no está en minoría. En todo el país son muchas las personas que actúan, trabajan y toman decisiones de manera planificada, reflexionada y con discernimiento, y esa es una de las bendiciones de la Revolución. En muchos países del mundo no es así. En fin, un servidor no los ha visitado, pero llegan informes de algunos países del mundo grandes y afamados, en los que la gente cuando va caminando por la calle no es consciente de lo que sucede a su alrededor en el mundo. Lo único en lo que piensan es ir a ganarse un pedazo de pan o acrecentar su fortuna en alguna medida. En nuestro país no es así. En nuestro país, la gente que actúa con discernimiento y sabe lo que está haciendo, que entiende cuáles son los bandos, que conoce al enemigo y sus métodos y que conoce a los amigos no es poca; son muchos. Esa gente puede desempeñar un cometido; en situaciones delicadas, puede realizar tareas para el país.
El deber que tienen es un deber pesado. Eso es lo que yo quisiera decirles a ustedes y a toda la nación. Esas personas a las que llamamos “élite” son personas dotadas de raciocinio; su mirada es una mirada basada en la reflexión, en el discernimiento; comprenden las situaciones, entienden y saben lo que se está haciendo; no van mirando el suelo allá donde vayan los demás. Pues esas personas tienen una enorme responsabilidad; debieran preservar la orientación general del movimiento de la sociedad, sin dejar que se desvíe. Si las élites de la sociedad descuidan ese deber, se producen acontecimientos que infligen a las naciones golpes de proporciones históricas. A lo largo de la historia del Islam, hemos tenido muchos acontecimientos de esos. En época del Príncipe de los Creyentes o en época del imam Hasán, en época del imam Husáin, hubo personas que formaban parte de la élite y entendían lo que pasaba, lo comprendían, pero cuando era necesario no estaban presentes justo cuando hacía falta; les entraban dudas, se quedaban vacilando, les entraba pereza o, en algunos casos, caían en la traición, influyendo además en los demás; ejercían una influencia negativa sobre aquella gente que seguía la corriente. Esas cosas las ha habido. En la guerra de Siffín, algunos dudaron por las hojas de Corán clavadas en las lanzas e hicieron que otros dudaran a su vez. Luego, algunos cuentan —si bien yo no puedo decirlo con mucha rotundidad— que algunos de esos lo hicieron adrede; que no se equivocaron, sino que hicieron aquello por connivencia con el enemigo. Eso se dice también. Una situación de ese tipo puede producirse.
Por eso, déjenme que les diga que, en la actualidad, el bando enemigo tiene para las élites planes especiales. En nuestro país y en muchos otros lugares tienen planes para hacer que las élites vacilen, que duden, que pospongan las cosas; a veces, les dan a probar las cosas gustosas de este mundo, los atraen para que, en el momento crucial, en los puntos críticos, allá donde es necesario que hagan algo, no lo hagan y esa cualidad aceleradora que se espera de las élites no cobre forma. Para eso tienen planes.
El deber de las élites es ese: en los momentos en que resulta necesario, deben neutralizar la siembra y creación de dudas por parte del enemigo y esclarecer las cosas. De eso se trata en ese Yihad de la explicación del que un servidor ha hablado ya (7). Ya hemos visto como en la propia Fuerza Aérea ha habido personas, ha habido miembros —algunos de esos mismos mártires de los que tienen aquí los retratos y a quienes nosotros conocimos de cerca— que eran dados a hablar; gente lógica, personas dadas a argumentar e influir sobre los demás, que hicieron lo que tenían que hacer en el momento oportuno. En el Corán hay un ejemplo que a juicio de un servidor es muy importante: la historia de aquel hombre devoto al que se menciona en la sura Ya Sin: “Y de lo más lejano de la ciudad vino un hombre corriendo y dijo: ‘¡Oh, pueblo mío! ¡Seguid a los Mensajeros!’” (36:20). Cuando el Creador envió tres profetas a aquel pueblo, pero la gente no creyó, se confabuló contra ellos y decidió aniquilarlos, un hombre valiente y devoto fue rápidamente hasta donde estaban reunidos y les dijo: “¡Oh, pueblo mío! ¡Seguid a los Mensajeros! Seguid a quienes no os piden recompensa y están bien guiados” (Sagrado Corán, 36:20-21). Y luego llega ahí, al punto que me interesa: “¿Y por qué no voy yo a adorar a Quien me ha creado y a Quien habréis de regresar? ¿Voy a tomar otros dioses en lugar de Él? (…) Ciertamente, he creído en vuestro Señor. ¡Escuchadme pues!” (36:22-25). Transmite su fe abiertamente y en voz alta. Las élites deben ser francas y hablar de manera explícita; deben apartar los malentendidos de las mentes y no hablar con dobles sentidos, dudas ni ambigüedades: “Ciertamente, he creído en vuestro Señor. ¡Escuchadme pues!” (Sagrado Corán, 36:25). ¡Escuchen! ¡Yo he creído! He ahí una muestra de lo que pueden hacer las élites.
Bien, ahora si queremos señalar un caso particular en nuestros propios tiempos, en mi opinión debe tratarse del asunto de Gaza. La élite del mundo islámico tiene un deber. La élite son los ulemas, los científicos, los políticos, los periodistas. Ellos ven lo que está pasando en Gaza. Ven el golpe que está asestando Estados Unidos con su apoyo al régimen sionista a la humanidad y al género humano. Eso lo ven. Pues bien, deberían decírselo a su gente, explicárselo, mover a la gente y crear entre la gente una reclamación general que haga que sus gobiernos se vean obligados a dar al régimen sionista un golpe contundente. ¿Y qué es un golpe contundente? Nosotros no decimos que entren en guerra —que ni lo van a hacer ni quizá para muchos de ellos sea tampoco posible—, pero sí pueden cortar sus vínculos económicos. Eso es un golpe contundente. Si la gente, los pueblos, lo reclaman a sus gobiernos y ejercen presión, eso sucederá y surtirá efecto. Los pueblos pueden poner firmes a sus gobiernos en ese terreno y forzarlos a que no apoyen al régimen inicuo y bestial que la ha emprendido de ese modo con mujeres, niños, enfermos y ancianos, matando a veintitantas mil personas en unos pocos meses; que no se apoye a ese régimen. He oído incluso que algunos en el mundo islámico dan armas al régimen sionista, y algunos proporcionan ayuda económica de distintos modos. Pues bien, que eso se impida. Esa es la tarea de los pueblos. Los pueblos pueden presionar y forzar a los gobiernos. ¿Y quién puede despertar a los pueblos? Las élites. Vean ustedes lo importante que es el papel de las élites y cómo pueden tomar las riendas de un acontecimiento y ocuparse de él.
Ahora, dentro de nuestro propio país tenemos ante nosotros la cuestión de las elecciones. Las élites pueden cumplir un cometido. Ciertamente, cuanta más animación haya en las elecciones dentro del país, más se hará patente el poderío nacional; y el poderío nacional es fuente de seguridad nacional, en el sentido de que, cuando el bando enemigo observa y ve la implicación de la gente, percibe la potencia del sistema y ve que este país es un país poderoso y que la gente está lista y dispuesta, la amenaza del enemigo queda neutralizada. El poderío nacional es fuente de seguridad nacional; eso es algo muy valioso e importante. Ahí, las élites pueden ejercer un papel animando las elecciones. Todas las tareas revolucionarias son así. En unos días tenemos las marchas del Veintidós de Bahmán (3). Si Dios quiere, nuestro querido pueblo participará en esas animadas marchas; también eso es una muestra de poderío. En estos cuarenta y cinco años, la gente ha salido a las calles por los Veintidós de Bahmán en todo el país —en las grandes ciudades, en las pequeñas e incluso en los pueblos—, sin una sola cancelación, a corear las consignas, a defender su Revolución, a honrar el nombre del gran imam (Jomeiní) y a renovar su adhesión y su compromiso de lealtad con el imam; y también este año, si Dios quiere y por la gracia de Dios, será así.
Pedimos a Dios Altísimo que depare éxito y dignidad a la nación iraní, que la haga poderosa, que aplaste a sus enemigos y que haga que venza a esos enemigos; y quiera Dios que todos ustedes, queridos miembros de la Fuerza Aérea del Ejército de la República Islámica de Irán y de todas las Fuerzas Armadas —el Ejército, el Cuerpo de Guardianes de la República Islámica, la Fuerza del Orden, el Basich, etc.— sean objeto del favor, la guía y el socorro divinos.
Con ustedes la paz, la misericordia de Dios y Sus bendiciones.
(1) Al comienzo del encuentro, celebrado con ocasión del aniversario del histórico juramento de lealtad realizado el 8 de febrero de 1979 por el personal de la Fuerza Aérea del Ejército iraní al imam Jomeiní (que en paz descanse), presentó un informe el general de brigada Hamid Vahedí, comandante de la Fuerza Aérea del Ejército de la República Islámica de Irán.
(2) Se conoce como Década del Alba el período de diez días transcurrido entre el regreso a Irán del exilio del imam Jomeiní (que en paz descanse), el 1 de febrero de 1979, y el triunfo de la Revolución Islámica, diez días después, así como a los diez días de celebraciones organizados anualmente en Irán en el aniversario de dichos acontecimientos.
(3) Fecha en el calendario hegiriano solar iraní del aniversario del triunfo de la Revolución Islámica, acaecido el 11 de febrero de 1979 y celebrado cada año con manifestaciones multitudinarias.
(4) Se trata de un viaje a Mozambique, en enero de 1986.
(5) Samora Machel (1933-1986), dirigente nacionalista de Mozambique y primer presidente de ese país africano (1975-1986).
(6) En el encuentro del 9 de junio de 1996 con los comandantes de la División 27 Muhammad Mensajero de Dios.
(7) Por ejemplo, en el encuentro del 23 de enero de 2022 con un grupo de panegiristas por el natalicio de Fátima al-Zahra (P).
(8) El día 1 de marzo del año en curso se celebrarán en Irán elecciones para la Duodécima Legislatura de la Asamblea de Consulta Islámica y para el Sexto Período de la Asamblea de Expertos del Liderazgo.