«[El presidente Raisí] era un hombre trabajador, un hombre de acción, un hombre servicial, un hombre afable y sincero (...). Eso lo han reconocido todos. Era afable y cordial en su trato con sus compañeros, con los ministros y con los directivos gubernamentales. Reconocía la dignidad y la respetabilidad de la gente. Ofrecía espacio a la gente, a los jóvenes, para que expresasen sus opiniones. Respetaba la honorabilidad de las personas. Confiaba en los jóvenes y los alababa. A las personas que lo habían tratado mal, él las trataba con dignidad. Ni siquiera daba una respuesta agresiva, desagradable o airada a quienes lo habían insultado (...). No confiaba en las sonrisas del enemigo. Todo eso es valioso, son lecciones» (