«Déjenme ahora decir unas palabras sobre algunas particularidades de la vida y la personalidad del Príncipe de los Creyentes (...). El sentimiento de vinculación a los seres humanos: vinculación no solo a los musulmanes, no solo a sus propios seguidores, sino que está en él en el más alto grado el sentimiento de vinculación a [todos] los seres humanos (...). Informaron al imam de que estaban llegando a Al-Anbar (1) bandidos y maleantes armados sirios y estaban atacando las casas de la gente y arrancando los oros de los brazos y piernas de las mujeres, molestándolas y acosándolas. Cuando dieron la noticia al imam, dijo: Fa-qad balágani anna-r-riyalu minhum kana yádjulu ala-l-már’ati-l-múslima wa-l-ujra-l-mu’áhida fa-yantázi’u híchlaha. ¡Fíjense! Dice que le ha llegado noticia de que entran en las casas en las que hay mujeres —ya fueran musulmanas o no— y, una vez dicho eso, agrega: Fa-lau anna-mra’an músliman mata min ba’di hada ásafan ma kana bihi maluman. Si muere un hombre musulmán de la pena causada por ese suceso, por esa noticia, no se lo puede culpar. ¡Vean ese sentimiento! La indiferencia respecto de cada miembro de la sociedad es lo opuesto a ese sentimiento respecto de todos y cada uno de los miembros de la sociedad, incluidas las mujeres no musulmanas. Dice que, si muere un hombre musulmán por celo, por el disgusto de que esos maleantes y bandidos sirios entraran en las casas y agredieran a mujeres musulmanas [y no musulmanas] (...) si muere de pena, ma kana bihi maluman, no se lo puede culpar, bal kana bihi indi yadiran (2), es oportuno, es apropiado que uno muera de pena. Ven ustedes el máximo grado del sentimiento; sentimiento de compasión por toda la gente, hasta ese alto grado» (25/06/2024).

Notas

(1) Ciudad de Irak.

(2) Sermón 27 de la Cumbre de la Elocuencia (con alguna ligera variación): “Me han dado noticia de que ha llegado de allá un agresor que ha atacado a musulmanas y a mujeres protegidas por el Islam y les ha arrebatado sus ajorcas, brazaletes, collares y pendientes, sin que esas desdichadas pudieran hacer nada frente a los saqueadores, más que reprochárselo y pedirles piedad. Los saqueadores se volvieron con un gran botín, sin haber resultado herido ni muerto ninguno de ellos. Si después de semejante suceso, un musulmán muere de amargura, no hay que recriminárselo, sino que a mi juicio su muerte es oportuna”.