En este artículo, redactado por Alireza Soltanshahi, escritor e investigador de asuntos relacionados con Palestina, se examina el curso histórico de los esfuerzos de Occidente para estabilizar y legitimar al régimen sionista en la región. El fracaso de este plan, por el surgimiento de la Revolución Islámica y su expansión en la región, se cristalizó en la operación Tormenta de Al-Aqsa.

Tomó 50 años para proporcionar las bases necesarias para la formación del régimen israelí, que anunció su existencia en 1948. Los incesantes esfuerzos de los líderes sionistas en las capitales de los países europeos, estadounidense y árabes, finalmente condujeron a la Declaración Balfour. El papel de Gran Bretaña en este proceso era obvio, y, de hecho, Gran Bretaña consiguió declarar la formación de un hogar nacional para los judíos mediante la emisión de la Declaración Balfour y concienciar a la opinión pública mundial, y a los gobiernos sobre este tema.

En 1917, al emitir la Declaración Balfour, y en 1922, al establecer el Mandato para Palestina, Gran Bretaña forjó las bases de un gobierno falso, y en 30 años preparó las bases para el establecimiento del régimen sionista. Esto significa que, Gran Bretaña, construyó económica, demográfica, militar y políticamente los pilares de este gobierno falso; lo fortaleció y allanó totalmente el terreno hasta que, en 1948, los líderes sionistas anunciaron al mundo la existencia del régimen sionista el 14 de mayo. Después de esta fecha, Estados Unidos fue encargado de jugar este papel protector y complementario para defender al régimen sionista. Solo 11 minutos después del anuncio de la existencia de Israel, Estados Unidos reconoció a este régimen.

Durante los 30 años transcurridos entre 1948 y 1978, todos los esfuerzos de los líderes sionistas en los territorios ocupados palestinos, los países europeos y Estados Unidos, se concentraron en utilizar la ayuda de Occidente para hacer frente a todas las disidencias, guerras y protestas antisionistas, dentro y fuera de los territorios ocupados.

De hecho, este período se denomina ‘período de estabilización’. El régimen sionista demostró en las guerras de 1948, 1956, 1967, 1973 a los países árabes e islámicos, y a sus oponentes, que puede defender su existencia ante amenazas y preservarla.

En el verano de 1978, cuando se concretaron los Acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel, se sospechaba que había comenzado la era de legitimar a este régimen ilegítimo. A partir de esa fecha, el régimen sionista buscó transmitir este mensaje a los países árabes e islámicos, y a los que aún no lo habían reconocido, que, en ese instante, no se podía acabar con el sionismo, y que éste era capaz de defender su existencia, por lo que debían sentarse a la mesa de diálogo con Tel Aviv y firmar un acuerdo de paz.

No habían pasado más de cuatro meses que la Revolución Islámica triunfó en Irán, y todos los sueños de los sionistas y sus partidarios occidentales y orientales se hicieron añicos. Desde el primer día, la Revolución Islámica demostró que estaba en contra de la existencia del régimen sionista al capturar su embajada y concederla al representante de la Organización para la Liberación de Palestina, y desde entonces, utilizó todas sus capacidades y facilidades para impedir el proceso de la legitimación de Israel. En cierto modo, la Revolución Islámica devolvió al régimen sionista al período de autoprotección, es decir, “volver al período de estabilización”. ¿Pero, cómo sucedió esto? No habían pasado ni 4 años desde la victoria de la Revolución Islámica que ocurrió la guerra del Líbano, y del útero de esta guerra nació el Movimiento de Resistencia Islámica del Líbano (Hezbolá), que logró destruir por primera vez el mito de la invencibilidad de Israel y expulsar al régimen sionista del Líbano en 2000, después de 18 años de lucha incesante y continua.

En el mismo año surgieron en los territorios ocupados, la llamada primera intifada, el Movimiento Yihad Islámica y el Movimiento de Resistencia Islámica de Palestina (Hamas), mientras que Occidente y el sionismo aunaron sus esfuerzos para legitimar al régimen de Tel Aviv y cumplir con el proceso de reconciliación, al imponer restricciones contra el frente de la Resistencia. No obstante, a pesar de todo esto, y de la firma de los Acuerdos de Oslo, y varios otros convenios, este proceso no dio fruto.

En 2006 estalló la guerra de los 33 días. No es exagerar si decimos que, en 2006, al ganar la guerra, Hezbolá creó un equilibrio de poder frente al régimen sionista e impulsó su disuasión defensiva.

En 2007, se celebró la conferencia de Annapolis con la participación de los países occidentales, Estados Unidos, los sionistas y ciertos países árabes subordinados. En esta conferencia se reconoció el equilibrio de poder entre el frente de la Resistencia y el régimen sionista. Desde entonces, recurriendo a todo tipo de presiones, guerras, sanciones, etc., se han esforzado para debilitar a los elementos del frente de la Resistencia en Palestina, el Líbano y otros países que se sumaron paulatinamente a la Resistencia para que se abstuvieran de apoyarlo. El bloqueo a Gaza se inició desde los mismos años con la fundación de Hamas en el enclave palestino. Las guerras de 2008, 2009, 2012, 2014, 2018 y 2021 sucedieron para que Hamas y los grupos de la Resistencia en Gaza se rindieran, pero nada de eso sucedió.

En el Líbano, aplicaron todo tipo de presiones políticas, económicas, militares y de seguridad contra Hezbolá para que abandonara el frente de la Resistencia, pero, esto nunca se materializó. Además, recurrieron a todo tipo de presiones, sanciones, asesinatos, etc., para poner de rodillas a Irán, como el líder del Eje de la Resistencia, pero este objetivo tampoco se logró, y la Resistencia consiguió preservar su disuasión contra los sionistas gracias al poder que había obtenido en los campos militar, misilístico, cibernético y de drones. La operación Tormenta de Al-Aqsa, lanzada el 7 de octubre de 2023, demostró que el frente de la Resistencia no sólo puede protegerse desde el punto de vista de la defensa, sino que también es capaz de atacar a los sionistas y desafiar su existencia diseñando e implementando operaciones combinadas en un formato ofensivo.

Este fue el primer gran golpe que fue infligido al régimen sionista de manera ofensiva, y desde Gaza, esta es la razón por la cual el régimen sionista no puede compensarlo, ya que el régimen perdió algo más que su disuasión durante la Tormenta de Al-Aqsa, que era su hegemonía y reputación, por lo que trató de recuperar esta reputación perdida con todo tipo de ataques brutales contra civiles, bajo el pretexto de devolver su disuasión.

Actualmente, el régimen sionista ha adoptado un enfoque similar hacia Hezbolá, pero tanto los eruditos, como los políticos y los medios de comunicación, dentro y fuera de los territorios ocupados, reconocen que no se puede eliminar la idea [de la resistencia]. El Eje de la Resistencia y sus componentes siguen siendo vivos en Gaza, el Líbano, Irak, Siria y Yemen, y no sólo no reconocen al régimen sionista y no contribuyen a su legitimación, sino que también cuestionan su estabilización y socavan fundamentalmente su existencia.

El frente de la Resistencia ha hecho que los líderes del régimen sionista admitan que, si no pueden superar los desafíos existentes y lograr sus objetivos en Gaza, el régimen enfrentará su decadencia. Es por eso que ellos consideran esta guerra como una guerra decisiva y existencial. A pesar de las doctrinas que se habían trazado anteriormente de que la guerra debía ser selectiva y no de desgaste, pero se han involucrado durante el último año en una guerra de largo plazo, de atrición y muy costosa, y saben que, si no ganan esta guerra, su existencia seguramente decaerá y ya no será posible hablar de la supervivencia del régimen sionista. De hecho, la teoría del retroceso del régimen sionista, a hace 70 años, se refiere a este asunto que el frente de la Resistencia goza de superioridad, y no sólo no se encuentra en una posición defensiva sino, en una postura ofensiva y puede imponer su voluntad a los sionistas.