En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso (1).
Wa-l-hamdu li-l-Lah rabbi-l-alamín wa-s-salat wa-s-salam ala sayyídina Abi-l-Qásimi-l-Mústafa Muhámmad wa álihi-t-tayibini-l-atharini-l-muntayabini-l-hudati-l-mahdiyín sáyyama Baqíati-l-Lah fi-l-Arazeyn (2).
Les agradezco esta gran iniciativa que su equipo ha llevado a cabo, como es la organización de un homenaje a los socorristas que han alcanzado el martirio a lo largo de todos estos años, tanto durante la Sagrada Defensa como desde entonces. Era algo muy necesario e importante, y esperamos que, Dios mediante, surta el efecto deseado.
Las iniciativas realizadas que ha señalado el señor Kolivand en ese bello discurso que ha leído deben encontrar su audiencia y su público. El que ustedes innoven, que creen un buen juego, escriban un buen libro o produzcan una buena película no es suficiente. Esas cosas que ha dicho usted lo emocionan a uno y están muy bien; sin embargo, lo que ustedes deben hacer es que, en un país con una población de ochenta millones de personas, eso llegue a un público de veinte millones; es decir, que le tienen que dar una verdadera difusión. Esto es importante. Hallen la manera; pueden hacerlo. Si nuestros jóvenes son capaces de dedicar tiempo, de reflexionar y de buscar soluciones e innovaciones en áreas donde ya existen unas infraestructuras —no me refiero a aquellas donde aún no las hay—, sin duda alcanzarán logros muy positivos. Esto lo hemos probado nosotros tanto en la industria como en la literatura y el arte, en la política y en proyectos de construcción en diversos sectores.
Si los jóvenes se ponen a trabajar con motivación y determinación, si se esfuerzan y persiguen sus metas, no hay nada imposible. Incluso en áreas en que el país carece de infraestructuras, esta puede ir construyéndose gradualmente. De hecho, estos avances que hoy vemos en diversos sectores no contaban en ningún caso con una infraestructura nacional previa. Ahora hay miles de libros interesantes sobre los mártires —libros realmente dignos de leerse, cuya lectura atrapa a cualquiera que tenga la oportunidad de abrirlos—. Es realmente así, cuando antes de la Revolución no teníamos bases para el trabajo artístico, especialmente en narrativa; era algo muy muy escaso y de baja calidad. Hoy, el nivel es elevado, y esa infraestructura la han creado nuestros jóvenes, la han creado nuestros artistas. De manera que ustedes pueden avanzar y, Dios mediante, llevarlo a cabo.
Sobre los socorristas y sus grandes virtudes, se ha hablado poco. Quiera Dios que, a partir de ahora, con la creación de esta secretaría de ustedes y sus esfuerzos, se haga más. Yo diré unas palabras al respecto. Un combatiente necesita instrucción y armas, y quien se los proporciona suele brindarle ese servicio desde lejos del campo de batalla. Ahora bien, el combatiente tiene también necesidad de labores de socorro —de unos vendajes, una gasa, de que se detenga una hemorragia, de un traslado al puesto de socorro, al hospital—, y quien realiza esas labores y le da ese apoyo al combatiente se halla en medio del campo de batalla. Esa es una diferencia crucial entre ambos tipos de apoyo. El socorrista, estando bajo una lluvia de balas y de metralla, piensa en salvar a los demás. Nuestro combatiente tiene dos tareas: una, repeler al enemigo, y la otra protegerse a sí mismo, mientras que nuestro socorrista no piensa en su propia protección, sino en la de los demás, y para proteger a los demás penetra en el campo de batalla. Las cosas que uno ve acá y allá en los libros de memorias de los combatientes sobre lo que hicieron aquellos socorristas [en la Sagrada Defensa] son a veces verdaderamente asombrosas; aquella abnegación, actuando en condiciones tan duras y tan difíciles… Eso debe explicarse a la gente para que se conozca y se comprenda.
Otro motivo importante de reflexión es que nuestros socorristas encarnaron las virtudes humanitarias y el altruismo. Se han visto casos en que los socorristas ayudaban incluso al enemigo capturado y herido. Es algo grandioso. Al fin y al cabo, el enemigo está en el campo de batalla para matarlo a usted, y una respuesta recíproca requeriría que usted tratase también de matarlo a él, pero cuando usted carga con esa mochila de primeros auxilios y se adentra más allá de la línea del frente, monta allá una enfermería de campaña y presta auxilio allá, de hecho está actuando exactamente al contrario de como lo hace este mundo ajeno a los valores humanos; está mostrando amor al prójimo.
Yo mismo he visto, cerca de la primera línea del frente —ahora no recuerdo a cuántos kilómetros, pero eran muy pocos—, a médicos y enfermeros trabajando en un hospital de campaña y cómo habían montado allá un quirófano que era realmente asombroso. El alcance de las balas y los morteros de corto alcance del enemigo llegaba hasta allá; pues aun así ellos montaron un quirófano ¡bajo el fuego enemigo! Es algo muy significativo. Hubo médicos durante la Sagrada defensa que tenían siempre el equipo listo, y en cuanto se iba a producir una operación y tenían que acudir, se les anunciaba y con una simple llamada telefónica a sus familias decían «¡nos vamos!», cogían su maletín y partían. Eso son cosas que verdaderamente no pueden describirse con palabras; solo pueden preservarse, explicarse y transmitirse a través del arte.
Hoy, nuestro pueblo está necesitado de conocer aquellos actos de grandeza, aquellas hazañas surgidas de él mismo, de los hijos de esta nación; eso es algo que necesita, y en este aspecto hemos mostrado cierto descuido, por lo que muchos no los conocen. Mayor descuido aún hemos mostrado en proyectar aquellos grandiosos actos al mundo; vean ustedes cómo, en algunos países, tienen algún héroe sin mayor relevancia, mediocre, y cómo lo engrandecen, escriben libros sobre él, narran sus peripecias. Algunos ni siquiera tienen héroes y los inventan. Nosotros tenemos esos héroes, tenemos esa historia, tenemos ese pasado glorioso, y debemos transmitirlo, debemos reflejarlo. Es una tarea monumental y un deber irrenunciable. Y una segunda tarea, además de conocer esas gestas, además de darlas a conocer, es convertirlas en parte de la cultura y los valores compartidos por la sociedad; es decir, que sea cosa sabida que el auxilio y la solidaridad son deberes desde el punto de vista del Islam y de la humanidad, y que eso se transmita de forma constante a través de las generaciones. Son esas las tareas las que corresponden a estos colectivos de ustedes. Ojalá, Dios mediante, este congreso, este homenaje sean un buen punto de partida para que estas tareas avancen y se lleven a cabo.
Ahora, comparen ustedes todo esto con esos animales salvajes con rostro humano que bombardean ambulancias, que destruyen hospitales, que bombardean y asesinan a los enfermos y exterminan sin dudarlo a niños inocentes, desvalidos e indefensos. Hoy, el mundo está en manos de tales seres. Hoy, la acción de la República Islámica, la resistencia de la República Islámica y la nueva civilización de la que repetidamente habla la República Islámica van dirigidas a oponerse a esta situación del mundo. ¿Quién puede afirmar y creer que, ante tales actos de barbarie, ante esa carnicería, un ser humano no tiene obligación alguna? ¿Quién puede decir tal cosa? Todos tenemos un deber. Hoy se arrogan el derecho a disponer del mundo o a gobernar los países del mundo personas cuya conducta es esa: matan niños, matan enfermos, destruyen hospitales, bombardean sin piedad a civiles. En fin, si están en guerra, que combatan militares contra militares, aunque a veces eso mismo tampoco es justo, es injusto, porque la acción emprendida es un acto de opresión, pero al fin y al cabo, la guerra se hace entre militares. ¿Por qué matan a los civiles? ¿Por qué los atacan? ¿Por qué arrasan las casas? Pues en manos de esos está hoy el mundo.
Esa es la gran responsabilidad que recae sobre nuestros hombros. Y es ese sentido del deber lo que nos impulsa a actuar; es ese sentido del deber el que no deja que se apague en nuestros corazones el faro de la esperanza, y es ese mismo sentido nuestro del deber lo que obliga a enemigos como esos salvajes occidentales con corbata, perfumados y de buena apariencia a alzarse frente a la República Islámica y serle hostiles. Es eso; si ustedes no denuncian esas salvajadas, si se acomodan a ellos, si incluso los aplauden, no les mostrarán ninguna hostilidad. El problema es que ustedes están rechazando los cimientos de su falsa civilización, ¡y con razón! Deben rechazarla.
Y Dios mediante, esa falsedad caerá. Lo falso no perdura, está condenado a desaparecer, sin duda alguna. Ahora bien, hay que actuar; esto no consiste en que nos sentemos a contemplar cómo esa falsedad se deshace y desaparece por sí sola; no, sino que cuando Dios anuncia que la falsedad caerá, eso significa que, si te alzas frente a ella, si luchas, si trabajas, es efímera y carece de solidez para resistir: Wa law qatálakumu-l-ladina káfaru lawal·lawu-l-adbara zumma la yayiduna waliyan wa la nasira (3). Si ustedes se mantienen firmes, si resisten, sin duda retrocederán; pero si se quedan parados o les muestran buena cara, les sonríen o huyen, o bien aplauden lo que hacen, no; no desaparecerán, sino que día a día se volverán más osados.
Ojalá, quiera Dios Altísimo concederles a ustedes el éxito, hacernos conscientes de cuál es nuestro deber y darnos la suerte de conseguir cumplir ese deber.
Con ustedes la paz, la misericordia de Dios y Sus bendiciones.
Notas
(1) Al comienzo del encuentro, presentó un informe el señor Pir Hosein Kolivand, presidente de la Sociedad de la Media Luna Roja de la República Islámica de Irán.
(2) Toda alabanza sea para Dios, Señor de los Mundos, y las bendiciones y la paz para nuestro maestro Abulqásim al-Mústafa Muhammad, así como para su familia excelsa, purísima y selecta, guía de los bien guiados, en especial para el Imam de la Época.
(3) «Y, si los que no creen os combaten, darán la espalda. Luego, no encontrarán quien los proteja ni quien los auxilie» (Sagrado Corán, 48:22).