El tatbir es un acto ilícito. Ya sé que algunos pueden decir: «Si no hubiera hablado de ello sería lícito»; o podrían decir: «¿Por qué tiene que meterse con eso?», «algunos lo practican, ¡deje que lo hagan!». ¡No! Uno no puede guardar silencio ante tales acciones indebidas. Si hubieran propagado el tatbir durante la fausta y bendita vida del imam Jomeiní (que en paz descanse), como han hecho durante los últimos cuatro o cinco años y siguen haciendo, él sin duda se habría pronunciado en contra.

Está mal que algunos se golpeen la cabeza con hojas afiladas para sangrar. ¿Qué pretenden con algo así? ¿Cómo puede eso considerarse una ceremonia de duelo? Claro está que darse golpes ligeros en la cabeza con las manos es un signo característico del duelo. Ustedes lo habrán visto a menudo en gente afectada por la pena, cómo se dan golpes en el pecho o en la cabeza. Eso es una señal típica del sufrimiento del duelo, pero ¿cuándo han visto ustedes que una persona afligida por la pérdida de un ser querido se lleve una hoja afilada a la cabeza para hacerse sangrar? ¿Cómo va a ser eso una forma de duelo?

El tatbir (qamezaní) es además una tradición inventada. Está entre las cosas que no pertenecen a la religión islámica, y sin duda a Dios no le gusta una práctica semejante. Los ulemas de los últimos siglos no han tenido ocasión de pronunciarse y declararlo incorrecto o ilícito. En la actualidad, sin embargo, estamos en la época del establecimiento y la manifestación del Islam, y no debemos aceptar actos que pueda introducir entre los musulmanes y los no musulmanes un grupito de individuos irracionales y supersticiosos, al que se presente como el baluarte de la noble sociedad islámica, de la sociedad que ama a los descendientes del Profeta (pb) y que tiene el honor de llevar los nombres del Imam de nuestra Era (¡puedan nuestras almas ser sacrificadas por él), el imam Husain ibn Ali (p) y el imam Ali ibn Abi Talib (p).

Cuanto más pienso sobre ello, más me doy cuenta de que realmente no puedo descuidar mi responsabilidad de informar a nuestro amado pueblo sobre el tatbir, que es con toda certeza un acto ilícito que reposa sobre una desviación. No lo practiquen; yo no lo apruebo. Si alguien hace lo que sea por exhibir un deseo de practicar el tatbir, me decepcionará profundamente. Lo declaro ahora de manera solemne. Se trata ciertamente de un acto ilícito que no complacería al imam Husain (p), tal como se practica hoy en día. Yo no alcanzo a entenderlo, ¿quién y sobre qué fundamento puede haber establecido tradiciones tan extrañas y erróneas en las sociedades islámicas y en nuestra sociedad revolucionaria?

El tatbir es una de esas cuestiones que no sólo carecen de una lógica razonable, sino que se acercan lo más posible a la superstición. ¿Por qué hay algunos que promueven tales cosas? Es un gran peligro al que los guardianes de la fe deben prestar atención en el mundo de la religión y de la reflexión religiosa.

Como he dicho, algunos dirán —sin duda movidos por la compasión— que hubiera sido mejor que no hablara del tatbir. No es así; debo hablar de ello. Tengo que abordarlo. Tengo una responsabilidad mayor que la de otros, y ciertamente otros deberían hablar de ello también.

Ayatolá Jameneí, 7 de junio de 1994