En el nombre de Dios

Empecemos la conversación viendo cuál era la situación de la región en el momento en que triunfó la Revolución islámica. ¿Qué circunstancias había en el oeste de Asia? Lo pregunto en concreto porque una de las dimensiones importantes de la Revolución es la de sus efectos a nivel regional e internacional. ¿Qué cambios y transformaciones se dieron con la Revolución en el equilibrio regional? ¿Qué ocurrió en la región en general y, en particular, en el Líbano, con el triunfo de la Revolución?

En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso. Para empezar, es menester que le dé a usted la bienvenida. Si volvemos la vista atrás y observamos los hechos vemos que, muy poco antes del triunfo de la Revolución islámica de Irán, ocurrió en la región un suceso de gran importancia, que fue la salida de la República Árabe de Egipto de la lucha de los países árabes contra Israel y la firma de los conocidos como Acuerdos de Camp David. Por la importancia del papel de Egipto en la lucha que he señalado, aquello influyó de manera muy peligrosa en la región y en el conflicto árabe-israelí por la cuestión de Palestina y el futuro de Palestina.

Tras aquel suceso, en un primer momento pareció que la balanza se inclinaba en gran medida del lado de Israel, siendo la razón que, sin Egipto, los países árabes y los grupos de la Resistencia palestina ya no eran capaces de enfrentarse a las grandes potencias. Por eso, lo primero que provocó ese acontecimiento fue una profunda fisura entre los países del mundo árabe.

En segundo lugar, recordará usted que entonces existía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y, frente a ella, el campo occidental, liderado por los Estados Unidos de América. Esto hacía que existiera otra fisura en nuestra región, que separaba a los países vinculados a la URSS, el bloque oriental, de los países supeditados a EE. UU., el bloque occidental. Esa gran brecha que teníamos ante nosotros entre los países árabes de la región entrañaba graves consecuencias para los pueblos y, claro está, repercutía también en la lucha árabo-israelí. La Guerra Fría entre la URSS y EE. UU. influía por tanto de modo fundamental en nuestra región y en su devenir.

Sobre el Líbano hay que decir que, como parte de la región, se veía intensamente afectado por lo que ocurría en ella, ya fueran los actos de Israel, la lucha árabe-israelí o las divisiones existentes. Por aquel entonces, el Líbano atravesaba además problemas internos y estaba en plena guerra civil. En 1978, el año anterior al triunfo de la Revolución islámica, el enemigo israelí tenía ocupada parte del sur del Líbano, y luego creó un cinturón de seguridad en la frontera con Palestina al que se llamó «franja fronteriza». Por medio de ese cinturón, continuaba a diario sus incursiones en el Líbano, en sus pueblos y ciudades; de modo que nos enfrentábamos a un problema muy serio, que era la ocupación de una parte del sur del país por Israel, con sus agresiones diarias. Los cazas y la artillería israelíes bombardeaban el sur del Líbano, las matanzas y el pillaje israelíes de la peor especie no cesaban y, a resultas de estas acciones bárbaras, la gente quedaba sin hogar. Todo esto sucedía entre 1977 y 1979, es decir, antes del triunfo de la Revolución islámica.

¿Lo justificaban pretextando la presencia en el Líbano de los palestinos?

Sí, se quejaban de la existencia de la Resistencia palestina y de sus operaciones, pero era sólo una excusa, puesto que la cadena de incursiones de Israel en el sur del Líbano había empezado en 1948, cuando la Resistencia palestina no estaba allí. La Resistencia palestina comenzó a actuar en el sur del Líbano a finales de la década de 1960 o principios de los 70, en particular después de lo ocurrido en Jordania y de la llegada de los grupos palestinos desde allí al Líbano.

Fue en aquellas circunstancias que triunfó la Revolución islámica en Irán, en un momento en que en el mundo árabe e islámico reinaba un clima de desesperanza y la ansiedad por el futuro era generalizada. Que Egipto abandonara la lucha árabe-israelí y firmara los Acuerdos de Camp David impuso a los palestinos y a los árabes en general un proceso político humillante, y la debilidad de los gobernantes de los países árabes en su conjunto había hecho cundir el desaliento, la desesperanza y el miedo al futuro. En tal atmósfera, el triunfo de la Revolución islámica de Irán reavivó en un principio las esperanzas perdidas en la región y en los pueblos de la región, en especial entre los pueblos palestino y libanés.

Ese triunfo (el de la Revolución islámica) resucitó también las esperanzas de una nación a la que la existencia de Israel tenía arrinconada, y eso gracias a la claridad, desde el principio, de la oposición al proyecto sionista del imam Jomeiní (pura se mantenga su tumba), que veía indispensable liberar Palestina y mantenerse junto a los grupos de la Resistencia palestina. El imam (que en paz descanse) creía en la defensa del pueblo palestino, en la liberación de su tierra hasta el último palmo y en la desaparición de Israel de la escena de la existencia como régimen de ocupación presente en la región; de modo que el triunfo de la Revolución islámica en Irán creó una creciente esperanza en el futuro y elevó muchísimo la moral y la motivación de los partidarios de resistir y de los grupos de la Resistencia.

El triunfo de la Revolución islámica creó además un contrapeso en el equilibrio de fuerzas de la región. Si Egipto había salido de la lucha con Israel, entró en ella la República Islámica de Irán, con lo que se restableció el equilibrio de poder en la lucha árabe-israelí y, con ello, el proyecto de la Resistencia de la región entró en una nueva fase histórica. Ese acontecimiento marcó el principio del movimiento islámico y de la yihad en el mundo árabe e islámico, tanto entre los chiíes como entre los sunníes.

Fue el imam Jomeiní (p. m. t.) quien puso en circulación muchas consignas y valores relativos a distintas esferas, como «la causa palestina», «la unidad islámica», «la resistencia», «el enfrentamiento a Estados Unidos», «constancia y firmeza», «confianza y seguridad de los pueblos en el creador de los habitantes del mundo y en sí mismos» o «fe en el poder superior para hacer frente a los arrogantes y alcanzar la victoria». No cabe duda de que estos lemas tuvieron una influencia directa muy positiva en la situación de la región de aquel momento.

Usted, de modo particular, además de la atmósfera general que se creó gracias a la Revolución islámica y el espíritu que su eminencia el imam (q. e. p. d.) insufló en la gente de la región al reavivar la Resistencia, ¿qué recuerdo tiene del imam y de sus posicionamientos respecto a la Resistencia libanesa y a Hezbolá?

Bien, para hablar de esto hay que abordar la liberación de la ciudad iraní de Jorramshahr. Los israelíes estaban muy preocupados por la guerra entre Irán e Iraq, la guerra impuesta por Saddam a Irán. Por eso, cuando se liberó Jorramshahr decidieron atacar el sur del Líbano. Había también motivos propios, pero existe una relación profunda entre las victorias de Irán en el frente y las agresiones de Israel al Líbano; así que los israelíes entraron en el sur del Líbano, el valle de la Becá, el Monte Líbano y las afueras de Beirut.

En aquella época, Israel no penetró en todo el Líbano, sino sólo en un 40 % aproximado de su territorio. Entraron 100 000 militares israelíes. Pretextando el mantenimiento de la paz, llevaron consigo también fuerzas multinacionales estadounidenses, francesas, inglesas e italianas. Además, en el Líbano había grupos paramilitares que mantenían relaciones y colaboraban con los israelíes. Si cuento todo esto, es para que se entienda que la situación era muy muy muy mala.

Después de aquello, un grupo de ulemas, devotos y hermanos combatientes decidió emprender una nueva yihad con el lema «Resistencia Islámica», que tras un breve espacio de tiempo recibió el nombre de Hezbolá («Partido de Dios»). La apertura de ese frente coincidió en el tiempo con la decisión del imam Jomeiní (p. m. t.) de enviar combatientes del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica a Siria y Líbano para hacer frente a las agresiones de Israel. En un principio, la intención era que la Guardia Revolucionaria combatiese junto a las tropas sirias y a los grupos de la Resistencia libanesa y palestina, pero después de un tiempo los ataques israelíes se redujeron en extensión, con lo que dejó de existir un frente clásico de batalla y se hizo sentir más que nunca la necesidad de operaciones de resistencia realizadas por grupos populares.

Fue entonces cuando el imam Jomeiní (p. m. t.) cambió la misión la Guardia Revolucionaria y los combatientes iraníes que habían ido a Siria y el Líbano, de la confrontación militar directa a tareas de instrucción militar para la juventud libanesa, para que esta pudiese combatir por sí misma a los invasores y llevar a cabo operaciones de resistencia. Esto, por una parte.

Así las cosas, la misión del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica, que entonces estaba desplegado en Siria y en el valle libanés de la Becá —en Baalbek, Hermel y Yanta—, pasó a ser la instrucción para los jóvenes libaneses. Les enseñaban métodos de guerra y les daban apoyo logístico. La misma existencia de la Guardia Revolucionaria en el Líbano elevó muchísimo la motivación y la moral de la juventud libanesa para resistir a Israel.

Como he dicho antes, se decidió formar un grupo grande y amplio, para lo cual se escogió a nueve personas como representantes de los hermanos partidarios de resistir, entre los que se contaba el mártir Seyed Abbás al-Musawi. Naturalmente yo no estaba entre aquellas nueve personas, puesto que tenía poca edad, unos 22 o 23 años. Fueron a Irán, se reunieron con las autoridades y los responsables de la República Islámica de Irán y visitaron al imam Jomeiní (pmt). En aquella visita, además de dar algunas explicaciones sobre los más recientes acontecimientos del Líbano y de la región, plantearon al imam su propuesta de formar un frente de resistencia islámica. Dirigiéndose al imam Jomeiní (q. e. p. d.), le dijeron: «Nosotros tenemos fe en su Imamato, en su Welayat y en su liderazgo. Díganos qué debemos hacer».

En su respuesta, el imam (qepd) insistió en que debían resistir al enemigo con todas sus fuerzas, aunque fueran pocos y contasen con recursos escasos. «Empiecen de cero, confíen en Dios el Altísimo y no esperen la ayuda de nadie en el mundo. Apóyense en sí mismos y sepan que Dios los ayuda. Tal como yo lo veo, la victoria será de ustedes», les dijo; de modo que el imam Jomeiní (q. e. p. d.) vio en esa línea un buen augurio, y la reunión de aquellos hermanos nuestros con el imam puso la primera piedra sobre la que se edificó el frente de resistencia islámica del Líbano, es decir, Hezbolá.

Nuestros hermanos le dijeron al imam: «Nosotros tenemos fe en su Welayat, su Imamato y su liderazgo, pero usted tiene muchas ocupaciones y una cierta edad, por lo que no podemos estar molestándolo constantemente con cuestiones de todo tipo, así que le pedimos que designe a un representante al que podamos consultar». Él señaló al imam Jameneí (que tenga larga vida), que por aquel entonces era presidente de la República, y dijo: «Mi representante es el Sr. Jameneí». Las relaciones entre el Hezbolá libanés y su eminencia el ayatolá Jameneí (Dios lo guarde) empezaron por tanto ya en las horas iniciales de la fundación del grupo. Siempre estuvimos en contacto con él en distintos momentos, lo visitábamos de manera asidua y le enviábamos informes sobre los últimos acontecimientos, y él alababa siempre a la Resistencia.

Recuerdo aquí la cuestión de los miembros de Hezbolá que buscaron el martirio. Usted sabe que las primeras experiencias de operaciones de martirio sucedieron en el Líbano, y fueron aquellos hermanos quienes las llevaron a cabo. Antes de que se difundieran en los medios de comunicación, se enviaron los vídeos con la grabación de los testamentos de los aspirantes al martirio que habían realizado grandes operaciones de martirio en el Líbano, haciendo temblar a los ocupantes. La grabación se mostró al imam, que la miró e hizo unos comentarios. Los testamentos eran de gran belleza, llenos de pasión, de mística y de amor. Después de verlos, el imam (q. e. p. d.) dijo: «¡Qué jóvenes son! Todos ellos eran jóvenes», y luego: «¡La verdadera mística está en estos!». Los testamentos dejaron al imam muy emocionado.

La asistencia, el apoyo y la consideración del imam (q. e. p. d.) para con la Resistencia y el Hezbolá libanés continuaron hasta el final de sus días benditos. Uno o dos meses antes de su fallecimiento, cuando estaba enfermo y en cama, y apenas recibía a responsables del país —menos aún a responsables extranjeros—, fui a Irán como miembro del consejo directivo de Hezbolá y me reuní con el Seyed Guía Jameneí (q. t. l. v.), así como con el difunto ayatolá Rafsanyaní y con otros dignatarios iraníes, y les dije que quería reunirme con el imam. Me respondieron que estaba encamado y no recibía a nadie. Yo les dije que haría un intento, accedieron y fui a las oficinas del imam (q. e. p. d.) a pedir una cita. Un amigo que estaba por aquel entonces en las oficinas, el sheij Rahimián (Dios lo guarde), que prestaba una atención especial a los libaneses, planteó mi solicitud al difunto Seyed Ahmad (q. e. p. d.) y dos días más tarde me dijeron que me preparara para la reunión. Naturalmente, a todos nos sorprendió. Fui a ver al imam (q. e. p. d.) y allí no había nadie, ni siquiera Seyed Ahmad Jomeiní. La atmósfera imponente que reinaba en el lugar me impresionó mucho. El imam estaba sentado en una silla alta y yo me senté en el suelo. Estaba tan azorado que la voz no me salía. Me dijo que me acercara, y yo me acerqué y me senté a su lado. Hablé con él y le di la carta que llevaba conmigo. El imam respondió a mis preguntas sobre cuestiones actuales del Líbano de aquel momento, sonrió y dijo: «Dígale a todos nuestros hermanos que no se preocupen. Mis hermanos y yo en la República Islámica de Irán estamos con ustedes. Siempre permaneceremos a su lado». Aquel fue mi último encuentro con el imam (q. e. p. d.).

Ojalá tuviéramos occasion de que nos hablara con más detalle de aquella época. Le doy de nuevo las gracias por esta oportunidad que nos da. Ha dicho usted que Hezbolá se formó y comenzó sus actividades en circunstancias muy duras. Ha recordado que el mismo Irán estaba en guerra; en el Líbano, el régimen sionista arremetía una y otra vez contra la población, mataba y saqueaba, y fue en esas difíciles circunstancias que Hezbolá inició sus actividades. Nos ha dicho usted antes que su eminencia el imam lo remitió a usted al ayatolá Jameneí para que se mantuviera en contacto con él. Le pido que nos hable de los objetivos importantes hacia los que lo guió el ayatolá Jameneí (q. t. l. v.) tras el fallecimiento del imam, y de las instrucciones que le dio él a lo largo de su presidencia de la República. Así podemos entender los antecedentes que hicieron que la llegada del imam Jameneí al Liderazgo de la República Islámica satisficiera tanto a Hezbolá y lo dejara tan tranquilo por su elección para el cargo. ¿Qué había pasado para que se sintieran ustedes así?

Desde el primer instante en que comenzó esa relación con el gran ayatolá Seyed Alí Jameneí (q. t. l. v.) —a quien yo en mi lenguaje particular llamo «el Seyed Guía», de modo que permítame referirme a él en ese tono—, en Hezbolá teníamos un consejo directivo de entre 7 y 10 miembros, que durante su presidencia lo visitaban con asiduidad.

¿Se designó a alguien en particular para hacer de enlace entre Hezbolá y el ayatolá Jameneí (q. t. l. v.)?

Lo cierto es que el Seyed Guía tenía una consideración especial por los grupos libaneses y les dedicaba bastante tiempo. Me acuerdo de que algunas reuniones con él duraban dos, tres y hasta cuatro horas. Nos escuchaba con mucha atención. Nuestros amigos y hermanos le daban explicaciones completas. Como usted sabe, en aquel entonces no todos compartían las mismas opiniones; nuestros hermanos tenían cada uno sus distintos puntos de vista y argumentos. Él los escuchaba todos. Ni que decir tiene que en esto no había ningún problema con la lengua y los dialectos árabes por parte del Seyed Guía, que dominaba el árabe y era perfectamente capaz de expresarse en esa lengua. Hablaba un árabe muy bello.

Claro está que prefería contar con la asistencia de un intérprete; por lo general hablaba en persa, pero cuando los libaneses hablaban en árabe no tenía necesidad de traducción. Su perfecto dominio del árabe lo ayudaba mucho a comprender en profundidad los problemas y opiniones de nuestros hermanos libaneses. Un aspecto importante es que, a pesar de haberle dado plenos poderes el imam Jomeiní (p. m. t.), el Seyed Guía se esforzaba por hacer más bien la función de mentor, mostrándonos el camino y ayudándonos a que fuéramos nosotros quienes tomásemos nuestras propias decisiones. Yo siempre me acuerdo de que, en todas las reuniones, tanto en aquella época como después de convertirse en líder, siempre que quería dar una opinión aclaraba que se trataba de una propuesta; él llegaba a una conclusión basándose en sus propios criterios, pero nos decía que nosotros nos sentásemos juntos para hablar el asunto y tomar la decisión que viésemos correcta.

Ciertamente, en aquella crítica etapa, el Seyed Guía pudo, además de formar intelectual, científica y mentalmente a los comandantes y dirigentes de Hezbolá, ejercer un papel notable en la orientación del grupo. Por lo tanto, su función en aquella etapa fue de extrema importancia y de carácter estratégico para la orientación de Hezbolá, extendiéndose incluso a cuestiones de índole educativa.

En los primeros años, nuestros hermanos viajaban a Irán dos o tres veces al año para informarse de lo que pensaban las autoridades iraníes sobre los acontecimientos de la región, ya que por aquel entonces estaban ocurriendo transformaciones muy rápidas. Naturalmente, había también guerra: los ocho años de guerra impuesta a Irán y sus consecuencias para la región. Por eso, nuestros hermanos necesitaban hacer constantes consultas con Irán para disponer de su apoyo. Si se daba el caso de que nuestros hermanos se veían frente a una cuestión importante y urgente, me enviaban a Irán a mí, por ser el más pequeño y porque iba sin aparato de seguridad ninguno. Viajaba solo, con una sola pieza de equipaje que llevaba yo mismo; es decir, que mis viajes a Irán, como yo no era una persona conocida, no tenían complicación ni mi seguridad corría peligro alguno.

Por otra parte, yo sabía algo de persa, a diferencia de otros hermanos de Hezbolá, que por este motivo preferían que fuera yo quien viajase. Desde el mismo comienzo hubo simpatía y afecto entre los hermanos iraníes y yo. Visitaba al Seyed Guía de parte de mis hermanos del Líbano y estaba con él una o dos horas; incluso, cuando se acababan los temas por tratar y me disponía a irme, él me decía: «¿Por qué tanta prisa? No se vaya; si falta algo por hablar, hágalo». Aquella fue una etapa importantísima para Hezbolá, que estaba definiendo sus fundamentos, su orientación básica y sus objetivos esenciales. Había toda una gama de planteamientos y opiniones diversas con los que se podrían escribir muchos libros, pero en definitiva se escribió uno solo. Ahora puedo decir que en Hezbolá tenemos un punto de vista único. A consecuencia de los acontecimientos y las experiencias que hemos ido dejando atrás, así como al amparo de las orientaciones, los consejos y la dirección del imam Jomeiní (qepd) y el Seyed Guía, una diversidad de puntos de vista ha acabado unificándose.

Llegamos al año 1989, cuando fallece el imam, y nuestro pueblo y los simpatizantes de la Revolución islámica se visten de luto. Lógicamente, aquellos momentos fueron delicados, tanto para nuestro país, Irán, como para los simpatizantes de la Revolución islámica. Díganos brevemente en qué situación estaba usted en el momento en que el ayatolá Jameneí fue elegido para suceder al imam (que Dios Altísimo esté satisfecho de él), y háblenos con algo más de detalle de los acontecimientos con los que tuvo que lidiar tras el tránsito del imam en los ámbitos regional e internacional. Atravesábamos un período crítico, puesto que coincidió con el fin de la Guerra Fría, el derrumbe de la Unión Soviética y el inicio del unilateralismo de Estados Unidos. En aquel entonces vimos que el régimen sionista planteó las Negociaciones de la Cesión (el «proceso de paz») y, por otra parte, la Revolución islámica se vio en circunstancias muy particulares. Es prácticamente seguro que los norteamericanos tenían planes hechos para la etapa posterior a la defunción del imam (q. e. p. d.). Quisiéramos que nos hable de aquellas circunstancias, que nos las describa y que nos diga cómo afrontó el ayatolá Jameneí las grandes transformaciones que se estaban produciendo a nivel regional e internacional.

Como sabe usted, estando en vida el imam (que Dios esté satisfecho de él), los miembros de Hezbolá y los partidarios de la Resistencia mantenían lazos estrechísimos con él, tanto en el plano de las ideas como en el de la cultura. Además, los miembros de Hezbolá estaban muy ligados al imam (q. e. p. d.) desde el punto de vista afectivo y sentimental. Como muchos iraníes, estaban verdaderamente enamorados de él. Los miembros de Hezbolá lo veían como un imam, un líder, un guía, una referencia a imitar y un padre. Yo hasta aquel momento no había visto a los libaneses amar y querer de aquella manera a alguien. Por todo esto, su fallecimiento hizo que en aquellos días cayera sobre los libaneses una montaña de tristeza y dolor que con seguridad no eran menores a los que sentían los iraníes. Tal era la relación de afecto entre los libaneses y el imam (q. e. p. d.).

Pero, por otra parte, existía entonces una gran preocupación, y es que los medios de comunicación occidentales hablaban sin cesar del periodo posterior al imam Jomeiní (q. e. p. d.), afirmando que después de él Irán se dividiría y habría una guerra civil. En aquellos años y en particular en el último año de la vida llena de bendiciones del imam (que Dios esté satisfecho de él) se había desatado una intensísima guerra psicológica en ese sentido, por lo que había cierta inquietud. Se nos decía que, tras la muerte del imam, el protector en el que nos apoyábamos —es decir, la República Islámica de Irán— iba camino de desmoronarse y hundirse. Esta es otra de las características del ambiente de la época, aparte de la naturaleza de los lazos de afecto con el imam (q. e. p. d.).

Una tercera cuestión, al margen de la guerra psicológica, era nuestra falta de concienciación respecto a las circunstancias que sucederían al fallecimiento del imam (qepd). No sabíamos qué rumbo tomarían las cosas ni qué ocurriría, por lo que estábamos intranquilos. Después de su fallecimiento, siguiendo los acontecimientos por televisión, pudimos ver la seguridad pública que reinaba en Irán y la presencia majestuosa del pueblo iraní en su cortejo fúnebre, lo que nos dio algo de confianza y de paz.

Con esto nos aseguramos de que Irán no iba a la guerra civil ni camino de dividirse y colapsar, sino que a fin de cuentas los iraníes iban a escoger un líder adecuado en una atmósfera de sensatez y positiva. Como todos los iraníes, estuvimos esperando la decisión de la Asamblea de Expertos. Lo cierto es que para los libaneses la elección del Seyed Guía como líder de la República Islámica de Irán fue algo impredecible. La selección del Seyed Guía para esa responsabilidad fue, de manera sorpresiva y extraordinaria, causa de satisfacción, alegría y tranquilidad. Puedo asegurar de modo rotundo que en el momento mismo del anuncio de la sucesión del imam (q. e. p. d.) se disiparon por completo todas aquellas inquietudes, ansiedades y dudas sobre el futuro. Yo tengo la convicción de que aquello sucedió por la gracia y la voluntad de Dios el Altísimo, para que los corazones de los fieles hallaran seguridad y sosiego. Como es natural, en las primeras horas tras la elección del Seyed Guía como líder de la República Islámica de Irán, los ulemas, distintos colectivos y los miembros de Hezbolá le enviaron sus mensajes de felicitación y le juraron fidelidad como líder de la Umma islámica, líder de los musulmanes e imam de los musulmanes. Aunque la Asamblea de Expertos no lo designara con esos títulos, sino con el de líder de la República Islámica de Irán, todos los devotos del mundo enviaron cartas al Seyed Guía en las que le juraban fidelidad como imam de los musulmanes, autoridad de los musulmanes y líder de la Umma islámica, igual que el imam Jomeiní (q. e. p. d.).

En todo caso, pasamos aquella etapa, iniciamos nuestra relación y esa relación continuó. Poco tiempo después viajamos a Irán, expresamos nuestras condolencias por el óbito del imam (que Dios esté satisfecho de él) y visitamos al Seyed Guía. Este estaba aún en la sede de la Presidencia de la República. Le juramos fidelidad de manera presencial. Le dijimos: «En vida del imam (q. e. p. d.), usted fue su representante para los asuntos del Líbano, Palestina y la región, además de presidente de la República de Irán, pero ahora es el líder de la República Islámica y de todos los musulmanes, y por este motivo es posible que no disponga de tanto tiempo como en el pasado; por eso, le pedimos que designe a un representante para no estar molestándolo continuamente». Al instante, el Seyed Guía sonrió y dijo: «Todavía soy joven y, si Dios quiere, tendré tiempo. Yo tengo una consideración especial por las cuestiones de la región y de la Resistencia, y por eso seguiremos estando en contacto directo». Desde entonces, a diferencia del imam Jomeiní (q. e. p. d.), él no ha designado a ningún representante para que le planteemos nuestras cuestiones. Como es natural, tampoco nosotros queríamos importunarlo en exceso ni necesitábamos demasiado tiempo suyo; en particular en los primeros años, es decir, los años iniciales tras la fundación, respondía a todo. Los principios, los objetivos, los fundamentos, las reglas y la línea de conducta que teníamos ponían orden en las distintas cuestiones. Todo esto eran bendiciones divinas: la bendición de la guía era evidente y no había necesidad de que lo molestáramos continuamente. Por lo tanto, seguimos actuando de la misma manera, tal como lo ordenó el propio Seyed Guía. Todo esto es para responder a la parte de su pregunta relativa a nuestra relación con el Seyed Guía tras su elección como líder y autoridad de los musulmanes después del óbito del imam (q. e. p. d.).

En cuanto a los acontecimientos posteriores al fallecimiento del imam (q. e. p. d.), hay que decir naturalmente que fueron de inmensa importancia y gran peligro. Para nosotros, lo importante en aquel momento era continuar el camino de la resistencia en el Líbano, algo en lo que el Seyed Guía insistía también desde el principio. Él daba muchas orientaciones a los responsables de la República Islámica para que atendieran de manera particular a la Resistencia del Líbano y del conjunto de la región, y nos decía que completaría y defendería la necesidad de seguir el mismo camino, ideas, métodos, principios y cultura del imam que cuando él estaba en vida.

Con esto Dios el Altísimo nos hizo un gran favor, hasta el punto de que incluso con los cambios de gobierno de Irán y sus diferencias de línea política no hubo ningún cambio en el apoyo de la República Islámica a la Resistencia en la región y, en particular, en el Líbano. Con sus sucesivos Gobiernos, Irán no sólo no redujo su firmeza respecto a la Resistencia, sino que reforzó su posición, lo que uvo lugar gracias a la atención personal del Seyed Guía al Hezbolá libanés y a la Resistencia a nivel regional.

La cuestión más importante relativa a nosotros en aquella etapa de la llegada al liderazgo del Seyed Guía eran los problemas internos del Líbano. Usted sabe bien que había entonces problemas entre Hezbolá y el movimiento Amal, y el Seyed Guía prestó especial atención a esa cuestión. De esta manera, lo más importante que nos ocurrió a nosotros en el periodo inicial de su liderazgo fue la resolución de los problemas internos entre el Hezbolá libanés y Amal. Aquel feliz acontecimiento ocurrió gracias a las orientaciones especiales del Seyed Guía y de los contactos de las autoridades de la República Islámica de Irán con los dirigentes de Hezbolá y del movimiento Amal, incluido el Sr. Nabih Berri, el actual presidente del Parlamento libanés.

El Seyed Guía se oponía a todo conflicto que crease división entre los grupos libaneses, e hizo todos sus esfuerzos por resolver los problemas. Si hoy disfrutamos de relaciones estrechas entre el Hezbolá libanés y el movimiento Amal, la primera piedra de esos lazos la puso el Seyed Guía con sus indicaciones, de tal modo que en la actualidad las relaciones entre Hezbolá y Amal no son sólo estratégicas, sino que de algún modo van más allá de lo estratégico. Si hemos podido reforzar cada vez más la Resistencia para la defensa del Líbano y del sur del Líbano ha sido gracias a esa colaboración. Los logros y la gran victoria del año 2000 frente al régimen sionista se obtuvieron también al abrigo de esa unidad; e igualmente nos fue útil esa unidad en 2006, en la Guerra de los Treinta y Tres Días del régimen sionista en el sur del Líbano, cuando pudimos resistir hasta infligir la derrota al enemigo.

Recuerdo que en aquella época, tras el martirio de Seyed Abbás al-Musawi (q. e. p. d.), nuestros hermanos me eligieron como secretario general, después de lo cual fuimos a visitar al Seyed Guía, que planteó varias cosas; entre ellas, dijo: «Si quieren alegrar el corazón de nuestro protector, el Dueño del Tiempo (que Dios acerque su noble triunfo), así como el de todos los devotos, deben esforzarse por mantener la calma en su país. Deben avanzar por la senda de la mutua colaboración, en particular entre Hezbolá y Amal, entre el sheij Fadlalá y el sheij Shamseddín». Por aquel entonces, el sheij Fadlalá y el sheij Shamseddín estaban ambos en vida y el Seyed Guía insistía mucho en que reforzáramos la unidad interna entre ellos. Insistía tanto en la unidad entre los chiíes como entre chiíes y sunníes; y uno de los asuntos principales de la etapa inicial de su liderazgo fue ese énfasis en los asuntos internos del Líbano y en las relaciones entre Hezbolá y Amal. Otro tema relevante en el que hacía hincapié era la estrategia de puertas abiertas de Hezbolá para los demás grupos políticos libaneses, pese a la existencia de diferencias religiosas, políticas, doctrinarias e ideológicas. La puesta en práctica de este planteamiento fue otra de las bendiciones de su inteligente liderazgo.

Se daba mucha importancia a mantener la resistencia, a hacer frente a las agresiones y a la determinación para liberar el sur del Líbano. El Seyed Guía prestaba además una atención especial a la cuestión de la Resistencia y a que esta avanzara. Siempre recalcaba que la Resistencia tenía que avanzar, crecer y, en última instancia, recuperar las tierras ocupadas. Insistía también con mucho énfasis en la necesidad de dar siempre pasos hacia delante en ese camino. Sabe usted que en aquel entonces existía un problema, que es que algunos grupos de la Resistencia —no Hezbolá— se habían enfrascado en cuestiones políticas internas, con lo que iban dejando abandonada la misión de resistir. Esto hacía que la resistencia quedara reducida a Hezbolá y el movimiento Amal; en realidad, sobre todo Hezbolá. Incluso en el seno de Hezbolá había hermanos inclinados a implicarse en el escenario político interior, pero, con todo, el Seyed Guía hacía hincapié en la necesidad de priorizar el deber de la resistencia y los asuntos de la lucha.

Entre los acontecimientos importantes de esa época a nivel regional estuvo la formación del «Proceso de Cesión», es decir, las negociaciones israelí-árabes a las que llaman «proceso de paz». Ese proceso cobró forma tras negociaciones árabo-israelíes. Recuerde usted que en 1993 se dio un acuerdo entre el Sr. Yaser Arafat y los israelíes, es decir, Isaac Rabin y Shimon Peres; acuerdo que se fraguó bajo la supervisión de Estados Unidos. Finalmente, el acuerdo tomó el nombre de Oslo. Se trataba, claro está, de algo extremadamente peligroso que influía de manera negativa en el transcurso de la lucha árabo-israelí. La razón de esa peligrosidad es que, conforme al acuerdo, la Organización para la Liberación de Palestina reconoció oficialmente a Israel y, con ello, renunció a los territorios ocupados por el régimen sionista en 1948.

Además, en el acuerdo se estipulaba que el objeto de negociación sería Al-Quds (Jerusalén) oriental, Cisjordania y la Franja de Gaza, y que sobre el resto de regiones de Palestina no había nada que hacer. Eso era un gran problema.

Por otra parte, el acuerdo abría las puertas para que muchos otros países árabes iniciaran negociaciones y llegaran a acuerdos con Israel, y a que finalmente normalizaran sus relaciones con Tel Aviv. Esto era muy peligroso. Por aquel entonces se oponían a los Acuerdos de Oslo el Seyed Guía y los movimientos de la Resistencia palestina, incluidos Hamás, Yihad Islámica, y el Frente Popular para la Liberación de Palestina. Hezbolá y los grupos libaneses también se opusieron. Nosotros organizamos manifestaciones en contra, pero dispararon contra nosotros y dimos cierto número de mártires en esa vía en los suburbios del sur de Beirut.

En todo caso, aquello fue un momento clave muy peligroso. Pensamos entre nosotros qué debíamos hacer frente al acuerdo. ¿Plantarle cara en el terreno político y mediático, y llamar a los palestinos a resistir y reivindicar sus derechos? El surgimiento de esta cuestión de los Acuerdos de Oslo y la etapa posterior hizo que se ampliaran y reforzaran los lazos entre Hezbolá y grupos palestinos como Hamás y Yihad Islámica, dando mayor potencia a la vía de la resistencia en los territorios ocupados palestinos. Usted se acordará de que, por aquel entonces, los combatientes de Hamás y Yihad Islámica realizaron en el corazón de Tel Aviv grandes operaciones de martirio que dejaron temblando a las autoridades sionistas. Fue tras aquellas operaciones cuando se celebró una cumbre extraordinaria en la ciudad egipcia de Sharm al-Sheij, en la que participó Clinton y el presidente de Rusia del momento. A la cumbre asistieron además muchos países, mientras que el difunto presidente sirio Hafiz al-Asad rechazó participar.

Lo cierto es que en aquella cumbre se declaró la guerra a tres grupos: primero, Hezbolá; segundo, Hamás y Yihad Islámica; y tercero, la República Islámica de Irán, por su apoyo a la Resistencia a nivel regional. A pesar de sus grandes dimensiones, la cumbre no logró sin embargo que reinara el temor en las filas de Hezbolá ni de los demás grupos de resistencia de la región, en particular porque la posición del Seyed Guía respecto a la Resistencia y la necesidad de apoyarla era totalmente clara, transparente y firme.

Hubo también la Conferencia de Madrid.

La Conferencia de Madrid fue antes de los Acuerdos de Oslo. Algo muy importante aquí fue la profunda perspicacia del Seyed Guía, y su precisión en la comprensión de lo que se avecinaba. Yo estoy convencido de que esta capacidad de anticipación precisa del futuro no tiene sólo un aspecto racional, sino que es uno de sus carismas, que tiene su raíz en su fe, su sabiduría y su relación con Dios el Altísimo.

En ese periodo tuvieron lugar frecuentaciones que dieron en llamarse negociaciones sirio-israelíes. Hafez al-Asad era entonces el presidente de Siria e Isaac Rabin primer ministro del régimen sionista. Aquellos diálogos fueron en un principio secretos, hasta que después se hicieron públicos. Se veían en Estados Unidos, bajo la supervisión de Clinton. Delegados del presidente Asad y del gabinete de Rabin se reunían allí, y era inminente que aquello diera fruto. Se decía que Isaac Rabin había aceptado devolver a Hafez al-Asad los altos del Golán.

De esta manera, se creó en la región una atmósfera en la que Israel y Siria se disponían a llegar a un acuerdo. Esa atmósfera era perceptible en Siria, Líbano, Palestina y toda la región. Yo me acuerdo de que en aquel entonces algunos nos preguntaban qué haría Hezbolá en caso de acuerdo sirio-israelí, y cuál sería su destino. Si Siria e Israel llegaban a un acuerdo, ¿cuál sería la postura de Hezbolá? Si aquel acuerdo se materializaba, ¿qué pasaría con Hezolá y con los grupos de resistencia islámica? Nosotros celebramos infinidad de reuniones para analizar esta cuestión y hacer planes para el futuro. En aquel momento creíamos que el acuerdo entre Rabin y Al-Asad era definitivo; de hecho, no sólo lo creía Hezbolá, sino que el conjunto de los libaneses, sirios y palestinos consideraban que aquello era cosa hecha. Celebramos grandes reuniones internas y hablamos del futuro; de las cuestiones políticas, militares, armamentísticas, incluso sobre el nombre. Algunos preguntaban si seguiríamos llamándonos Hezbolá o si escogeríamos un nuevo nombre adecuado a las nuevas circunstancias. Algunos de nuestros hermanos estaban en la lista negra de Estados Unidos y se planteaba si mantenerlos en el Líbano o mandarlos al extranjero. Por ejemplo, en esa lista estaba el nombre del mártir Hach Imad Mugniya (q. e. p. d.). En definitiva, pusimos por escrito todo un abanico de distintas propuestas.

En esa época, ¿Hezbolá no tenía un canal de comunicación con el propio Hafez al-Asad para ponerse al corriente de su decisión?

Lo que pasa es que todos los datos y toda la información disponible nos confirmaban que las negociaciones sirio-israelíes habían dado resultado. En aquel entonces, la reclamación principal de Al-Asad era recuperar el Golán y que Israel retrocediera a las fronteras del 4 de junio de 1967, y Rabin lo había aceptado. Por fin, fuimos a ver al Seyed Guía. Él tuvo mucha paciencia con nosotros, porque durante la visita le expusimos una por una las cuestiones y propuestas planteadas por las distintas personas. Escuchó todo lo que decíamos, en una reunión a la que asistieron otros responsables iraníes, y, mientras que todos esos responsables —sin excepción— estaban convencidos de que las negociaciones sirio-israelíes habían llegado a su fin, dijo: «Está bien que tengan en cuenta los peores escenarios y posibilidades, y que hagan planes para hacerles frente, pero yo les digo a ustedes que eso no va a suceder y que la paz entre Siria e Israel no va a tener lugar. Por lo tanto, dejen a un lado todo lo que han escrito y preparado. Sigan resistiendo y multipliquen sus esfuerzos por adquirir armas, material y gente, y no se preocupen por este asunto, porque no va a haber ninguna paz entre Siria e Israel». Todos los presentes, tanto iraníes como libaneses, quedaron sorprendidos por la rotundidad con que hablaba. No dijo que lo considerara improbable ni que existían otras posibilidades, ¡en absoluto! Dijo que con toda seguridad eso no iba a pasar. De modo terminante, dijo: «Olviden ese asunto, déjenlo a un lado y prosigan su trabajo mejor y con más energía».

En todo caso, a nosotros nos sorprendió. Volvimos al Líbano y seguimos nuestra tarea conforme al juicio del Seyed Guía. Apenas habían pasado dos semanas desde la reunión con él, cuando se celebró en Tel Aviv una gran fiesta a la que acudieron más de cien mil personas y, cuando Isaac Rabin estaba pronunciando un discurso, un judío extremista abrió fuego contra él y lo mató. Después de Rabin, fue designado como primer ministro del régimen sionista Shimon Peres. Era una figura débil, que a ojos de los israelíes no estaba al nivel de Rabin ni desde el punto de vista histórico, ni por su historial militar ni como persona digna de confianza.

Después de aquello, se realizaron grandes operaciones en los territorios ocupados, tanto en Tel Aviv como en Al-Quds (Jerusalén), que hicieron temblar los fundamentos del poder del régimen israelí. Luego se celebró la cumbre de Sharm al-Sheij de la que he hablado antes. Más adelante, en 1996, Israel atacó el Líbano con una operación llamada «Uvas de la Ira» y perpetró una matanza sin precedentes en Qana, lo que se conoció como «la masacre de Qana». Nosotros por nuestra parte resistimos frente a ellos y vencimos. Poco después —es decir, dos o tres semanas más tarde— hubo elecciones en Israel, Peres salió derrotado y en lugar del Partido Laborista llegó al poder el partido Likud, con Benjamín Netanyahu como primer ministro, quien tras hacerse con el cargo dijo: «Yo no voy a atenerme a ninguno de los compromisos de Isaac Rabin y Shimon Peres sobre Siria y las negociaciones con Hafiz al-Asad». Ahí acabó la agitación de las negociaciones sirio-israelíes. Estamos hablando de 1996, y ahora estamos en 2019. ¿En qué momento está el Proceso de Cesión? En su peor momento.

Como ha señalado usted, en esa atmósfera que se creó se extendió el sentimiento de que era inminente un pacto, una cesión, y que, naturalmente, la población palestina sería sacrificada. ¿Entraron en contacto con ustedes desde distintos países para que Hezbolá avanzara también por esa vía? ¿Contactaron con ustedes los países favorables a esa cesión para ello? ¿Le mandaron algún mensaje para alentarlo a aceptar ese pacto con Israel?

No hubo ningún contacto directo en ese sentido con Hezbolá. Ellos no tenían esperanzas en nosotros, porque conocían nuestra inteligencia, nuestra voluntad, nuestra fe y nuestra determinación. Eran bien conscientes de todo ello, pero algunos países árabes sí ejercían presión sobre el Líbano de manera general. Presionaban al Gobierno y al pueblo libaneses para que aceptasen ceder y pactar con Israel. Amenazaban con que, en caso de no aceptarlo, Israel destruiría el Líbano y el mundo árabe volvería la espalda a Beirut. Ese tipo de presiones existía, pero no hubo ningún contacto directo; y si no hubo ningún contacto importante fue porque conocían nuestra postura, y así comprobamos que no tenían esperanza alguna en nosotros en absoluto. Esta es otra gracia que nos concedió Dios Todopoderoso.

Hay quien pregunta por qué no pueden la República Islámica de Irán y el Hezbolá libanés transigir con ninguno de los planes de pacto y cesión planteados por Estados Unidos y el régimen sionista, desde Oslo hasta el «acuerdo del siglo». Existe una suspicacia sobre por qué Irán y Hezbolá no hacen preparativos para el fin del conflicto. Otro punto sobre Palestina es que algunos dan a entender que los propios palestinos desean algún tipo de arreglo y de pacto. ¿Cómo ve usted estas dudas? Por otra parte, vemos cómo algunas personalidades y gobernantes del mundo árabe tienen interés por Palestina y por abanderar la causa palestina. ¿Por qué signos se puede reconocer a los verdaderos adalides de esa causa y esa corriente de pensamiento?

Sobre la primera parte de la pregunta, debo decir que todos los proyectos presentados para la cuestión de Palestina violan los derechos de los palestinos y atentan a sus intereses. Según dicen, los Acuerdos de Oslo excluyen los territorios de 1948 del marco de diálogo —es decir, que quieren mantener al margen del diálogo dos terceras partes de Palestina—. Bueno, pues eso es una gran injusticia. Por lo tanto, ha sido una gran injusticia desde el principio y desde sus fundamentos. Además, luego no les dan esa tercera parte restante; no dicen «aquí tienen Cisjordania» y se limitan a hablar sobre Jerusalén oriental. En esa época, los sionistas incluso trataban con condescendencia la cuestión de la Franja de Gaza. Shimon Peres decía que querría despertarse un día y que el mar se hubiera tragado Gaza. Así es como miran ellos la cuestión territorial.

En cuanto a Al-Quds, en ninguno de los planes presentados han aceptado nunca los estadounidenses y los israelíes ceder la parte oriental de la ciudad a los palestinos. En las últimas negociaciones de Camp David, entre Yaser Arafat y Ehud Barak, al plantearse la cuestión los israelíes incluso dijeron: «De Al-Quds, todo lo que hay sobre la tierra para ustedes, y todo lo que hay bajo tierra para nosotros». Y sobre los refugiados palestinos los israelíes han dicho claramente que no permitirán que regresen a sus tierras, mientras que hay millones de palestinos sin hogar que viven dispersos en el Líbano, Siria, Jordania y otros países. ¿Qué persona sensata puede aceptar tal cosa?

Incluso si nosotros aceptásemos esos planes, basados en la solución de la formación de «dos Estados, Israel y Palestina», se plantearía de qué Estado palestino estaríamos hablando. Un Estado sin soberanía nacional, sin fronteras, sin espacio aéreo ni marítimo, sin aeropuertos… ¿qué Estado es ese? Por lo tanto, los planes que se presentado para Palestina, desde los Acuerdos de Madrid hasta las negociaciones bilaterales y el «acuerdo del siglo», muestran cómo la situación ha ido empeorando día a día.

Hablemos del «acuerdo del siglo»: usted ha visto recientemente cómo Jared Kushner hizo ciertas consideraciones, en las que dijo explícitamente que conforme a ese acuerdo Al-Quds es de Israel. Anunció que los grandes asentamientos de sionistas establecidos en Cisjordania se anexionarían a Israel. Por lo tanto, fundamentalmente nadie está hablando de una «solución de dos Estados» en la que haya un Estado palestino real. Ni los propios palestinos aceptarán tales planes.

Así vamos llegando a la conclusión. Primero: si ve usted que la República Islámica de Irán, el Hezbolá libanés y los demás grupos de la Resistencia no aceptan los planes presentados para Palestina, es porque todos ellos imponen una gran injusticia a la nación palestina y a la Umma islámica. Segundo: tampoco acepta esos planes la mayoría de los palestinos, si no su totalidad. En la actualidad está perfectamente claro el consenso total existente entre los distintos grupos y partidos palestinos contra el «acuerdo del siglo». No es que unos lo acepten y otros lo rechacen. Los movimientos Al-Fatah y Hamás, así como los demás grupos palestinos, tienen sus diferencias, pero en el rechazo al «acuerdo del siglo» no se permiten ni la menor duda y mantienen una postura común. El pueblo palestino, ya hablemos de quienes están dentro o fuera de las fronteras del país, rechaza el «acuerdo del siglo». La oposición al plan no es algo limitado a Irán y los grupos de la Resistencia de la región, sino que los propios palestinos son contrarios a él.

Por ora parte, hay que entender bien la postura frente al régimen sionista del imam Jomeiní (qepd), el líder de la República Islámica de Irán, el Hezbolá libanés y los demás grupos de la Resistencia: Israel no es un problema sólo para los palestinos, puesto que la consolidación de la soberanía israelí no es peligrosa sólo para ellos, sino que lo es también para todos los países árabes e islámicos. La consolidación de la soberanía de ese régimen es un gran peligro para Siria, Líbano, Irak, Jordania e incluso la República Islámica de Irán. Israel tiene armas nucleares y más de 200 ojivas. Está siempre buscando expandir su hegemonía a toda la región. Y hay otra cuestión importante, que aprendimos del imam Jomeiní (que Dios esté satisfecho de él) y del Seyed Guía, que es que Israel no es un régimen independiente de Estados Unidos, sino su brazo en la región. ¿Quién lanza guerras en la región? ¿Quién comete agresiones? ¿Quién se entromete en los asuntos de los demás países? Por lo tanto, la existencia de Israel, su subsistencia, su poder y la mejora de su posición, ya sea por vías pacíficas o no, es una gran amenaza para la seguridad de todos los países de la región, desde Irán hasta Paquistán e incluso los países de Asia Central, Turquía y demás.

Así las cosas, quienes hoy resisten frente a Israel están defendiendo al pueblo palestino y los derechos que se le deniegan, pero en realidad también está defendiendo cuanto es sagrado y se está defendiendo a sí mismo en el Líbano, Siria, Jordania, Egipto, Irak y los demás países. Israel no va a abandonar su objetivo de formar un Estado que vaya del Nilo al Éufrates, que es un sueño de la Torá que Israel se ha esforzado por materializar. Israel es una base militar en la región que actúa para promover los intereses de Estados Unidos. Todos sabemos que Estados Unidos quiere que Irán vuelva al periodo de antes de la Revolución, el periodo monárquico, igual que Arabia Saudí, para que cada vez que quiera petróleo se le dé, y que cada vez que quiera reducir el precio del petróleo lo lleve a la práctica. Usted vio cómo Trump hizo público que con una sola llamada telefónica había obtenido de Riad 450‌‌ 000 millones de dólares. Trump dijo textualmente que conseguir esos 450 000 millones le había resultado mucho más fácil que sacarle 100 dólares a un puesto ilegal callejero de Nueva York. Él quiere que Irán sea como los saudíes, que todos los países de la región sean como los saudíes. ¿Y en qué se apoyan los saudíes? En quienes pretenden dominar la región y en la existencia de Israel, con sus armas atómicas que amenazan a los países de la región.

Por esto mismo, la gran estrategia en la que insistía el imam Jomeiní (q. e. p. d.) era que, si queremos una región con seguridad plena, vivir en paz permanente, defender nuestra soberanía nacional y nuestra integridad territorial, y que todos los países de la región gocen de soberanía nacional y de una libertad real, nada de ello es compatible con la existencia de Israel; y, con los acuerdos de paz, lo que se busca es consolidar la existencia de Israel.

En la actualidad, el estandarte de la causa del Estado palestino y el liderazgo de esta causa está en manos de…

Hoy en día no cabe discutir en modo alguno que ese estandarte de la causa nacional palestina está en manos del ayatolá Jameneí (que tenga larga vida). Hoy en día nadie duda de que la República Islámica de Irán, con la determinación, la voluntad y el poder de que dispone, hace la función de Umm al-Qura, de centro de la Umma islámica y de núcleo y centro principal del Eje de la Resistencia.

Israel y sus responsables anunciaron en el año 2000 su retirada del sur del Líbano, intentando presentarla como algo voluntario. ¿De verdad se fueron de modo voluntario o se vieron obligados a abandonar el sur del Líbano?

Los israelíes quisieron retirarse del sur del Líbano por las grandes pérdidas materiales y humanas que les estaba infligiendo la Resistencia. No existe duda alguna de que fue la Resistencia y sus operaciones lo que los obligó a abandonar el sur del Líbano. En el Líbano nadie duda de ello, existe consenso en ese sentido. Si no fuera por las operaciones diarias de la Resistencia, Israel estaría aún en el sur del Líbano; es indudable. Aunque hay que decir que los israelíes, incluso cuando sufrían las presiones más intensas por parte de la Resistencia, intentaban obtener concesiones de sus adversarios e imponer condiciones a Siria y Líbano. Por aquella época, tanto el Líbano como Siria, presidida entonces por Hafez al-Asad, se negaron a hacer concesiones. Eso ayudó mucho al Gobierno libanés, en el que Siria tenía una influencia considerable, por lo que le ayudó a rechazar las condiciones de Israel. Abro un paréntesis para decir, sobre Isaac Rabin y Hafez al-Asad, que uno de los factores que echaron por tierra el proceso de negociación sirio-israelí fue la postura de Al-Asad, que cuando los israelíes llegaron a las fronteras del 4 de junio insistió en que devolvieran parte del lago de Tiberíades. Decía que el lago pertenecía a Siria y debía volver a ella. Esta cuestión fue uno de los factores que hicieron que el entendimiento entre Israel y Siria no fructificara con el gobierno de Shimon Peres, tras la muerte de Isaac Rabin.

Volvamos al sur del Líbano. Hemos llegado a que los israelíes trataron de obtener concesiones de Damasco y Beirut e imponer sus condiciones, pero los Gobiernos sirio y libanés se opusieron; también Hezbolá y la Resistencia libanesa. Por otra parte, la Resistencia de Hezbolá proseguía con sus operaciones, hasta que los israelíes llegaron a la conclusión de que permanecer en el Líbano les resultaba costoso, sin que fueran a poder obtener ninguna concesión del Líbano. Por lo tanto, decidieron salir del sur del Líbano sin condición alguna. Tenga usted en cuenta que en aquella época había presión en los territorios ocupados por parte de los colonos para que Israel saliera de Siria; en particular quienes no querían que Israel permaneciera en el Líbano eran las familias de los militares israelíes y las de sus muertos. Lo mejor es que designaron el mes de julio del año 2000 para salir del país. La intensidad de las operaciones de la Resistencia impuso así al régimen de Tel Aviv la opción de retroceder, y por la gracia de Dios sus militares salieron corriendo del sur del Líbano totalmente humillados y en pánico. Aquel acontecimiento fue un favor divino.

Tenemos una pregunta más, y nos gustaría cerrar aquí la conversación. El ayatolá Jameneí dijo hace unos años que Israel desaparecería en los siguientes 25 años.

Antes de abordar ese asunto, hay que terminar el de la victoria del año 2000. A este propósito, yo tengo un recuerdo muy importante del Seyed Guía. Se acuerda usted de que he dicho que en el año 1996 él había dicho que no habría ninguna paz entre Siria e Israel. En 2000, unos meses antes de la retirada de Israel del sur del Líbano viajamos a Teherán, siguiendo nuestro programa habitual para reunirnos con el Seyed Guía y las autoridades iraníes. Fuimos —nosotros, el consejo de Hezbolá— a Irán. En aquel viaje, por primera vez llevamos la compañía de los mandos militares del frente de la Resistencia. Nos acompañaron unos 50 comandantes de la Resistencia.

Nuestra estimación era entonces que Israel no se retiraría ese año del sur del Líbano. No estábamos seguros, pero veíamos poco probable que lo hiciera en el año 2000, porque estábamos convencidos de que los israelíes no estaban dispuestos a retirarse sin condiciones. Le dijimos al Seyed Guía: «Nos parece improbable que Israel se retire del sur del Líbano. Parece más bien que Israel va a permanecer en el Líbano y que necesitaremos más tiempo y más operaciones para obligarlo a salir sin condiciones». Él preguntó: «¿Por qué les parece improbable?»; y le respondimos: «Porque hacerlo supondría un gran riesgo para ellos. Retirarse de manera incondicional del sur del Líbano sería una victoria clara de la Resistencia, su primera victoria evidente, y lógicamente influiría en los acontecimientos internos de Palestina y en el pueblo palestino, lo que constituiría una amenaza estratégica para Israel al transmitir a los palestinos el mensaje de que la vía principal es la de la resistencia, no las negociaciones; el mensaje de que las negociaciones les han quitado tierras y lugares sagrados, mientras que la resistencia ha liberado el Líbano y el sur del Líbano». Fue ahí cuando el Seyed Guía dijo: «Yo les sugiero que partan seriamente de la base de que Israel se va a retirar del Líbano y ustedes van a salir victoriosos. Ustedes atiendan a sus asuntos y hagan planes para el futuro contando con ese orden de cosas. Siéntense y hagan planes sobre cómo tienen que afrontar la retirada israelí del Líbano desde el punto de vista militar, sobre el terreno, en los medios de comunicación y en la esfera política». A nosotros nos sorprendió oírlo hablar así, porque todos estábamos convencidos de que Ehud Barak, que había ganado las elecciones, no pondría en práctica su promesa de retirarse por no haberse cumplido sus condiciones; en particular, por no tener compromisos en materia de seguridad. Ni el Gobierno libanés, ni el de Siria ni el Hezbolá libanés habían dado garantías a Israel sobre su seguridad. Por ello, la pregunta era cómo era posible que se retirara. No era ni sensato ni lógico.

Más importante aún es que después de aquella reunión, por la noche, fuimos con nuestros hermanos de la Resistencia, incluido el difundo Hach Imad Mugnia a casa del Seyed Guía. Los hermanos eran gente que combatía en primera línea del frente, y en cualquier momento podían caer mártires. Una vez que llegamos los hermanos y yo a su casa, fuimos a una gran sala donde se realizaba la oración. Nuestros hermanos llevaban traje militar y una kufiya al cuello, con lo que se parecían mucho a los basiyíes de los frentes iraníes. El plan era solo hacer un rezo colectivo dirigidos por el Seyed Guía y, tras besarle la mano, dar por finalizada la visita. Él ofició la ceremonia y, finalizado el rezo de la noche, se levantó de donde estaba para saludar a los hermanos libaneses.

A continuación, pidió a quienes me acompañaban que se alejaran un poco y me dijo a mí: «¡Estoy rendido!». De inmediato uno de nuestros hermanos se acercó y le besó la mano, mientras otros echaban a llorar; algunos con tal intensidad que caían al suelo derrumbados. Poco a poco se acercaron. Uno de ellos le besó la mano y, cuando otro se inclinó para besarle el pie, él no lo permitió. Retrocedió un poco y me dijo: «Diles que se sienten y se calmen; hablemos un poco». En aquella ceremonia no estaba previsto que el Seyed Guía hablara con ellos. Yo pedí a mis hermanos que conservaran la calma y les fui traduciendo lo que decía. Una de las cosas que dijo —que en mi opinión era más fruto de sus carismas que de análisis políticos y capacidad de previsión, porque era más profundo— fue: «Dios mediante, ustedes triunfarán. Su victoria está mucho mucho mucho más cerca de lo que algunos imaginan». Me señaló a mí, por haber dicho que veía improbable la retirada de Israel, y a la vez que me señalaba así con la mano izquierda dijo: «Todos y cada uno de ustedes verán con sus propios ojos cómo salen victoriosos».

Transcurrido todo esto, volvimos al Líbano. Llevamos a cabo grandes operaciones, en las que cayeron mártires numerosos hombres de la Resistencia. Llegó el 25 de mayo y comenzó, por sorpresa y de modo imprevisible, la humillante retirada de Israel del sur del país. En el avance hacia la frontera cayeron mártires varias personas.  Fue ahí donde se materializaron tal cual las dos predicciones del líder de la Revolución. La primera, que la victoria de la Resistencia llegara tan rápido, apenas unos meses después de aquel encuentro; y la segunda, que todos aquellos que presentes en la reunión con el Seyed Guía, aun participando en las operaciones de la primera línea de batalla, estuviéramos vivos y fuésemos testigos de esa gran victoria.

Lo que quería preguntar antes es que el ayatolá Jameneí dijo hace varios años que Israel no vería los siguientes 25 años, y ha habido distintas interpretaciones de esa frase. Algunos la tomaron literalmente y empezaron una cuenta atrás hacia su realización. Por otra parte, el Frente de la Arrogancia empezó a ridiculizar algunas interpretaciones. Usted ha resistido en circunstancias diversas frente al régimen sionista, por lo que tiene la experiencia de distintas batallas. A la vista de esa experiencia, cuando usted oyó esa frase del ayatolá Jameneí, ¿cómo la entendió y cuál fue su sentimiento? ¿Cuál es ahora?

Lo primero que debo decir es que a mí personalmente esas palabras del Seyed Guía no me sorprendieron: ya habíamos oído frases similares en reuniones internas de años anteriores —en especial, en el año 2000, después del triunfo frente al régimen sionista—. Varios meses después de ese triunfo fuimos a verlo y estaba muy contento por lo conseguido. Hablamos del futuro, y decía: «Si el pueblo palestino, la Resistencia libanesa y los pueblos de la región cumplen su deber correctamente y seguimos por esta vía, con toda seguridad Israel no podrá aguantar mucho en la región». Y en ese momento hablaba de menos de 25 años.

Por lo tanto, cuando le oí lo de los 25 años llegué a la conclusión de que le había dado un tiempo extra a Israel. Así que no me sorprendió. Por otra parte, hay que decir que esa afirmación del Seyed Guía sobre Israel es algo completamente serio. Conforme a las experiencias que yo he tenido, algunas de las cuales ya han salido en la conversación, yo tengo la convicción de que él es un individuo que cuenta con la aprobación de Dios el Altísimo, y las cosas que dice en ocasiones vienen de otro lugar, como sucedió con la Guerra de los 33 Días de 2006. Debo señalar que todos los datos y análisis apuntan a que eso (la desaparición de Israel) sucederá, pero no es algo que pueda tomarse al margen de toda circunstancia, y depende de ciertas condiciones. Depende de que la Resistencia siga haciendo su labor a nivel regional, sin rendirse a Israel, y de que la República Islámica mantenga su apoyo a la Resistencia a nivel regional; de modo que, si nosotros resistimos y seguimos nuestro camino, el estado de cosas sobre el terreno nos dice que Israel no será capaz de subsistir 25 años en la región.

Voy a poner un ejemplo para que quede más claro. En los últimos años, nosotros hemos hecho muchos estudios y análisis sobre el régimen israelí, sobre qué es fundamentalmente —es decir, sobre qué bases reposa— y dónde hay que buscar las causas de su subsistencia, cuáles son sus puntos débiles y cuáles los fuertes. Con todo esto estoy señalando que, durante su trayectoria, la Resistencia siempre se ha servido de investigaciones y de su capacidad de raciocinio y pensamiento, partiendo de las realidades del terreno. Aunque en el combate contra el sionismo también hay emociones, sentimientos, una gran motivación, una moral muy elevada y un espíritu revolucionario, eso no quiere decir que esta lucha esté desprovista de un aspecto investigativo y racional para discernir los puntos débiles y la potencia del enemigo para escoger el momento, el lugar y los métodos adecuados. Así es como lo vemos nosotros y, si quiere que entre en detalles, no hay inconveniente. Yo hablo basándome en los fundamentos estructurales del régimen enemigo, tanto interiores como exteriores, así como en sus puntos débiles y sus fortalezas, y de las dimensiones ocultas de las palabras del Seyed Guía no tengo idea. Aun así, vistas las investigaciones hechas sobre la situación en el terreno, puedo decir sin ambajes que Israel no puede subsistir en el plano de la existencia, porque la existencia de Israel en la región no es natural, sino que está en conflicto con la esencia de la región. Es una entidad que se ha impuesto a la región por la fuerza, y que no puede hacerse normal y convertirse en algo natural.

Incluso aunque lo quieran los reyes, príncipes y gobernantes árabes, todos los pueblos de la región están en contra de la existencia de Israel, que rechazan de manera categórica como ilegítima. Los elementos de debilidad de la entidad israelí son muy numerosos, y la probabilidad de que el régimen colapse muy elevada. Le puedo señalar dos ejemplos de puntos débiles evidentes de Israel: el primero, en la actualidad el poder de Israel depende en grado extremo del poder de los Estados Unidos de América. Por esto mismo, si a EE. UU. le ocurre lo que sea —como sucedió con la Unión Soviética—, ya sea un derrumbe económico, problemas y fisuras internos, catástrofes naturales o cualquier otro tipo de problema que mantenga a EE. UU. ocupado en sí mismo y reduzca su influencia en la región, verá usted cómo los israelíes recogen sus cosas en el más breve espacio de tiempo y se van. Por tanto, su desaparición no requiere necesariamente una guerra ni combates. La subsistencia de Israel en Palestina depende del apoyo de Estados Unidos, tanto desde el punto de vista espiritual o intelectual como desde los puntos de vista psicológico, militar y económico. Por lo tanto, si Estados Unidos se ve ocupado en sí mismo Israel no será capaz de subsistir y no hará falta ninguna guerra contra él. Es sólo un ejemplo, pero es una realidad objetiva.

Todo el mundo sabe que Estados Unidos ayuda anualmente a Israel con tres mil millones de dólares. Además de eso, los israelíes gozan anualmente de diez mil millones de dólares en créditos bancarios. Parte de los impuestos que se pagan en Estados Unidos van a los bolsillos de Israel. Adicionalmente, desde Estados Unidos se transfieren a Israel las tecnologías más avanzadas. El apoyo norteamericano a Israel es algo evidente. Uno de los principales motivos de la postura bochornosa de los regímenes árabes frente a Israel es el terror que tienen a Estados Unidos, no a Israel en sí mismo. Si llega un día en que algunos de los regímenes y los ejércitos árabes se ven liberados de la presión estadounidense, su postura frente a Israel será diferente, y estoy hablando de estos mismos ejércitos y régimenes.

Pongo otro ejemplo. Son muchos los países del mundo que han formado un ejército, pero de Israel se dice que es un ejército que ha creado un régimen. En el mundo es posible que el ejército de un país se derrumbe, pero el país siga en pie. Por ejemplo, tras la guerra de Estados Unidos contra Irak, los norteamericanos disolvieron el Ejército iraquí, pero Irak subsistió, no desapareció. Hay países en el mundo que o no tienen ejército o tienen uno muy débil, pero Israel es un régimen que sin un ejército poderoso no es capaz de seguir existiendo. Si su ejército resulta derrotado o si la realidad de ese ejército —es decir, su debilidad— se hace evidente para los colonos y estos entienden que ese ejército no es capaz de defenderlos, verán ustedes cómo los israelíes recogen sus cosas y se van.

¡Estimados hermanos! Los puntos débiles de Israel son numerosos y, además, letales. Por eso mismo, estoy convencido de que, existiendo una voluntad nacional contraria a la subsistencia de ese régimen, habrá cambios a nivel regional e internacional. Yo me cuento entre quienes creen en la capacidad de la generación actual y, si Dios quiere, esta generación entrará en Palestina, rezará en Al-Quds e Israel dejará de existir.

La Guerra de los 33 Días de 2006 fue una buena prueba de fuego para ver qué fuerza tiene Israel y, frente a él, de qué fuerza disponen Hezbolá y el Eje de la Resistencia. En un momento dado, Israel llegó a atacar y batir a varios países árabes a la vez, en la Guerra de los Seis Días. En la Guerra de los 33 Días, sin embargo, pese a la gran intensidad de las acometidas del ejército sionista contra las posiciones de Hezbolá y contra la gente indefensa del sur del Líbano, esas acometidas no dieron fruto, y parece que aquella guerra y el resultado de la misma fueron un punto de inflexión en la historia de la región. ¿Cómo analiza usted aquella guerra? ¿Hacia dónde impulsará a Israel la derrota que sufrió, y que no pudiera alcanzar sus objetivos en ella?

Podemos ampliar un poco el foco de la discusión y referirnos a la etapa posterior a los sucesos del 11 de septiembre de 2001 y a la llegada al poder en Estados Unidos de los neoconservadores, es decir, George W. Bush, porque la guerra del Líbano de 2006 fue una parte de ese gran proyecto. De este modo se hará cada vez más evidente la importancia del liderazgo del ayatolá Jameneí (que tenga larga vida) para la región y de modo general. Bush y sus compañeros esgrimieron el 11-S como excusa para atacar a varios países de la región, pero antes de aquellos sucesos ellos ya tenían intención de atacar. En un principio eligieron Irak como blanco, con la excusa de recurrir a armas de destrucción en masa, pero tras el 11-S se vieron obligados a ir primero por Afganistán y, solo después, a Irak.

Así que el proyecto estadounidense se decidió en los años 2000 y 2001. Washington pensaba que el proceso de compromisos regionales entre los árabes e Israel estaba estancado. La Resistencia obtuvo su gran éxito en el sur del Líbano e Israel retrocedió. Fue un gran triunfo para el Líbano, Siria, Irán e incluso para los grupos de la Resistencia de Palestina. Irán, por su parte, se hizo cada vez más poderoso, tanto en el plano interno como en el regional. Al observar lo que estaba sucediendo, los estadounidenses decidieron desplegarse militarmente a gran escala en la región, primero para asegurar sus intereses, dominando tanto los recursos petroleros como en general los recursos naturales de los países, y segundo para imponer a la región una solución política que beneficiara a Israel y consolidara su existencia.

Para alcanzar este objetivo, necesitaban eliminar todos los obstáculos: la Resistencia de Palestina, la Resistencia del Líbano, el Estado sirio e Irán. Ese era su proyecto. Todos los documentos lo reflejan. Bien. Tras los sucesos del 11 de septiembre, estaban obligados a ir a Afganistán, puesto que el elemento decisivo del proyecto de los neoconservadores y de George W. Bush era cercar y aislar a Irán. Las tropas estadounidenses desplegadas en Paquistán y las desplegadas en los países del golfo (Pérsico) y en las propias aguas del golfo (Pérsico), así como las desplegadas en Siria y en algunos países de los alrededores, irían a Afganistán y luego entrarían en Irak para completar el cerco a Irán.

Como es natural, antes de aislar o atacar a Irán, los estadounidenses hubieran tenido que dominar por completo Irak y aniquilar a la Resistencia en Palestina y el Líbano, y luego acabar con el Gobierno de Damasco —es decir, acabar con los amigos de Irán en la región y con aquello sa quienes los estadounidenses consideraban aliados de Irán y sus brazos fuertes en la región—. También perseguían destruir a quienes se alzaran contra la humillante paz con Israel, puesto que la paz con Israel era una de las condiciones para aislar y atacar a Irán; es decir, que el objetivo primero era expandir la hegemonía militar directa y a continuación derribar los países, eliminar a los grupos de resistencia, propiciar la paz árabo-israelí, formar un frente unido árabo-israelí liderado por Washington para atacar a Irán, derrocar la República Islámica y dominarla. Este era el proyecto de Estados Unidos.

El primer paso fue la guerra de Afganistán; el segundo, la guerra de Irak. Tras la invasión de Irak —luego diré qué pasó a propósito del tercer paso—, si se acuerda usted, Colin Powell, que era entonces secretario de Estado de EE. UU., fue a Damasco con una larga lista con condiciones de Washington, y se reunió con Bashar al-Asad. Quería aprovechar el ambiente de terror creado por el ataque de Estados Unidos a la región para imponer a Al-Asad sus condiciones respecto al Golán, Palestina, la Resistencia palestina, el Hezbolá libanés, etc. Era una lista enorme, pero Bashar al-Asad no aceptó rendirse a los estadounidenses a pesar de sus amenazas.

Bueno. Los estadounidenses no tuvieron éxito y fueron por el paso siguiente. En aquella época debían celebrarse elecciones legislativas en Palestina. Los estadounidenses imaginaban que de los comicios saldría ganadora la organización autónoma palestina presidida por Mahmud Abbás, y que Hamás y los demás grupos de la Resistencia serían derrotados. Washington esperaba que la organización autónoma triunfara y procediera a continuación a desarmar a la Resistencia palestina, y a entablar el proceso de cesión y pacto con Israel. ¿Pero qué sucedió? Pues una gran sorpresa: Hamás se hizo con la mayoría absouluta del Consejo Legislativo Palestino. Después de aquello, los estadounidenses dieron su siguiente paso, que fue el ataque militar al Líbano. Ahí es cuando ocurrió la Guerra de los 33 Días y la resistencia de Hezbolá.

El plan era que los estadounidenses eliminaran a Hamás y a Yihad Islámica en Palestina, y luego atacaran a Hezbolá en el Líbano. Tras alcanzar esos objetivos, estaban determinados a ir a Siria, derrocar el Gobierno de Damasco y propiciar la paz con Israel y la normalización de las relaciones entre Israel y los árabes, para luego cercar y aislar a Irán. Esos debían ser los acontecimientos en su orden temporal. Para George W. Bush, vencer a la Resistencia palestina, que Israel se impusiera al Hezbolá libanés y derrocar al Gobierno de Bashar al-Asad hubiera podido ser un gran éxito, con el que obtener nuevas victorias en las elecciones al Congreso y a la Presidencia.

A finales de 2006, cuando se hablaba de las elecciones de mitad de mandato del Congreso de EE. UU. y George W. Bush necesitaba obtener dos terceras partes de los puestos en el Legislativo, uno de los grandes escritores de Estados Unidos me dijo —y luego lo dejó por escrito—: «Para tener éxito en las elecciones al Congreso e, incluso, a la Presidencia, Bush tiene una necesidad extrema de entrar en la contienda electoral como un cowboy, llevando consigo tres cabezas ensangrentadas: la de la Resistencia palestina, la de Hezbolá y la de Bashar al-Asad. Si se hace con esas tres cabezas, podrá tener éxito en las elecciones al Congreso obteniendo dos tercios de los escaños para sus compañeros de partido, además de asegurar la guerra contra Irán». El objetivo principal de aquello era en realidad cerrar la cuestión palestina y hacer los preparativos necesarios para la guerra contra Irán. Yo doy estas explicaciones y espero que algún día se dé la ocasión de aclarar todo esto para el pueblo iraní, que debe entender bien que el objetivo principal y último de estos conflictos de la región no se limita a Palestina, sino que es restituir el dominio y la hegemonía estadounidense sobre Irán, controlar sus recursos y devolver el país a la época del sha. Bien. En esta etapa de la historia de las transformaciones de la región, la posición de Irán y la postura del Seyed Guía son de extrema importancia; lo primero, desde el punto de vista espiritual. Estados Unidos vino a la región. Estados Unidos penetró en la región. Naturalmente, ya no existe ni la Unión Soviética ni el frente socialista, sino que en el mundo hay una sola potencia ávida de poder, orgullosa, arrogante, despiadada, cuyo nombre es Estados Unidos de América. Esa potencia decidió hacer la guerra en la región y penetró en ella con sus ejércitos y sus equipos bélicos. Salvo un número reducido de personas, todos estaban temblando de miedo.

Es el momento de recordar la postura del Seyed Guía frente al ataque de EE. UU. a Afganistán y luego a Irak. Él viajaba a las distintas provincias de Irán y templaba los ánimos del pueblo iraní, de los pueblos de la región y de los grupos de la Resistencia, reforzando con sus palabras el espíritu de resistencia frente a esa dura embestida histórica contra la región. Eso, por una parte. Era realmente una tarea difícil. Recuerdo que tras la guerra de Afganistán y antes de la de Irak fui a Irán y me reuní con él y le dije que en la región habían surgido ciertas inquietudes. Fíjese qué me contestó. Me miró y dijo: «Dígale a todos nuestros hermanos que no tengan miedo, ¡al contrario! La venida a la región de los norteamericanos nos trae la buena nueva de la liberación por venir». Aquellas palabras me dejaron estupefacto. Hizo un gesto así con la mano y dijo: «Los estadounidenses ya han llegado a la cima y, con su ataque a Afganistán, ha comenzado su declive. Si de verdad pensaran que Israel y los regímenes árabes de la región que tienen como esbirros son capaces de defender sus intereses, jamás enviarían hacia la región sus propios ejércitos y flotas de guerra. Por lo tanto, esta acción militar da fe de su derrota y del fracaso de su política en la región. Si estuvieran teniendo éxito, no necesitarían hacer estas cosas. Cuando los estadounidenses llegan a la conclusión de que para asegurar sus intereses aquí deben ponerse ellos mismos manos a la obra, es una señal de debilidad, no de fuerza. Cuando un ejército, por inmenso y poderoso que sea, recorre miles de kilómetros y viene a una región en la que hay naciones vivas, ese ejército será sin duda derrotado. Así que la venida de los estadounidenses a la región es el inicio de su declive y caída, no el principio de su nueva era».

El Seyed Guía repitió esas consideraciones de diferentes modos en distintas ocasiones, pero a mí me lo expuso de esa manera tan clara y transparente que he dicho ahora, y estuvimos hablando del asunto. En todo caso, llegó el año 2006 y nosotros emprendimos el camino de la resistencia. Si recuerda usted, el primer día de la guerra el Seyed Guía emitió un comunicado en el que, además de aprobar a la Resistencia, insistió en la necesidad de aguantar y perseverar frente a los agresores. Aquella proclama suya fue de gran valor para nosotros, para nuestra nación y para nuestros combatientes; no olvide que estamos hablando de una batalla con sangre, mártires y heridos. Cuando vimos que nuestra autoridad, nuestro líder, nuestro adalid y nuestra referencia nos alentaba así a resistir, nuestra motivación creció mucho y tuvimos la fuerza de sostener la guerra contra los invasores. Despúes de sólo cuatro o cinco días, cuando Israel había bombardeado todos los lugares de los que tenía conocimiento, los estadounidenses pensaron que ya estábamos en posición de debilidad, que teníamos miedo y que había llegado el momento de nuestra rendición. Hablaron con Saad al-Hariri, el actual primer ministro del Líbano —que por aquel entonces no ocupaba tal cargo, sino que presidía una fracción parlamentaria a la que era proclive el primer ministro del momento, Fuad Siniora—. Al-Hariri contactó con nosotros y nos transmitió que los estadounidenses decían —y esto significa que eran ellos quienes se hallaban al otro lado—que estaban dispuestos a detener la guerra contra el sur del Líbano si se cumplían tres condiciones.

La primera era que, habiendo Hezbolá apresado a dos militares israelíes, debía liberarlos; la segunda, el desarme completo de Hezbolá y su conversión en partido político; y la tercera, que Hezbolá diera su visto bueno al despliegue de fuerzas multinacionales en el sur del Líbano, pero no fuerzas multinacionales dependientes de la Organización de Naciones Unidas o, como dicen ustedes en persa, fuerzas internacionales de la Organización de Naciones. En aquella época se habían desplegado en Irak fuerzas multinacionales no adscritas al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, sino a EE.‌ UU.

El objetivo era que aceptáramos el despliegue de fuerzas multinacionales en territorio libanés, en las fronteras entre Líbano y Palestina y entre Líbano y Siria, y asimismo en aeropuertos, costas y pasos, es decir, en los puntos de entrada y salida del país; en definitiva, una ocupación internacional y una ocupación estadounidense. Naturalmente, nosotros rechazamos aquellas tres condiciones y seguimos combatiendo. Entonces vino al Líbano Condoleezza Rice, ¿y qué les dijo a los libaneses? Habló de una batalla decisiva y de que Hezbolá sería sin duda derrotado y aniquilado, y pronunció aquella frase famosa de «la región está experimentando los dolores del parto de un nuevo Oriente Medio»; ese mismo «nuevo Oriente Medio» del que hablábamos antes.

A pesar de todo esto, la Resistencia aguantó y venció. Así fue como fracasó la primera etapa del proyecto de Washington a partir de los resultados electorales de Palestina. La segunda etapa del Líbano, la eliminación de Hezbolá, fue también neutralizada, con lo que fracasó también la tercera, ya que estaba previsto que tras la destrucción de Hezbolá la guerra pasara a Siria, y que Israel y EE. UU. destruyeran el sistema de gobierno allí imperante. Eso no sucedió, y esas fueron las tres derrotas de Estados Unidos.

En cuanto a Irak, la postura del Seyed Guía era clarísima: insistía en que EE. UU. debía ser señalado como invasor del país, y todas las tomas de posición oficiales de las autoridades de la República Islámica de Irán apuntaban a esa condición de ocupante de EE. UU. en Irak. Después de un tiempo, comenzó en Irak la resistencia popular. Pese a que se pensaba que EE. UU. permanecería allí, dominando el país y tomando las riendas de su administración, al final, debido a la abnegada resistencia armada iraquí —no una resistencia como la del Frente Al-Nusra, Al-Qaeda y los takfiríes—, guiada por un posicionamiento político sólido y por la eclosión de una voluntad nacional, Washington no tuvo más remedio que partir. Fue así como, aunque fuera mediante un acuerdo, EE. UU. abandonó Irak; y cuando lo hizo, yo proclamé de manera categórica que aquello era un gran triunfo de la Resistencia iraquí, si bien por desgracia nadie celebró aquella gran victoria nacional iraquí. Aquel gran triunfo de los iraquíes, con el que EE. UU. se vio obligado a abandonar su territorio en 2011, hubiera debido festejarse.

Al fin, en ese momento habían fracasado todos los proyectos de los Estados Unidos de América para la región, los proyectos cien por cien estadounidenses de 2001 a 2011 o, en otras palabras, aquel «nuevo Oriente Medio». La embestida norteamericana para controlar la región a fin de imponer una paz humillante con Israel, normalizar las relaciones de los árabes con Israel para eliminar la causa palestina, aniquilar los movimientos de resistencia, dominar los países y, por último, aislar y atacar a Irán… todo ello fracasó. ¿Cómo sucedió? Aquí es donde vimos el papel desempeñado por el Seyed Guía, la República Islámica de Irán y sus aliados y amigos en la región. Fueron ellos quienes desbarataron esos planes.

Naturalmente, los Al Saud y muchos gobernantes de países árabes y de las orillas del golfo Pérsico eran parte inseparable del plan estadounidense para la región; de cierta forma se los podría considerar instrumentos para llevar a la práctica los proyectos norteamericanos. Aun así, el mayor instrumento de EE. UU. en la región era Israel, y quienes se alzaron frente a esos planes y proyectos norteamericanos fueron la República Islámica de Irán, liderada por el Seyed Guía; Siria, liderada por el presidente Al-Asad; la Resistencia del Líbano y sus aliados, la Resistencia de Palestina y sus aliados, los dirigentes políticos y populares abnegados de Irak, con las autoridades religiosas de Nayaf a la cabeza, y los grupos islámicos y populares de la región.

¿Pero quién tenía el papel principal, insuflando fuerza y apoyando a los demás? Pues la República Islámica de Irán, con la posición, la política y la determinación de su eminencia el ayatolá Jameneí (que tenga larga vida). Ciertamente, nosotros estuvimos en el centro de los acontecimientos ocurridos entre 2001 y 2011 —nada menos que una década—,cuyo resultado evidente fue la derrota de EE. UU. Voy a terminar esta parte de mis declaraciones con un recuerdo del Seyed Guía (que Dios lo guarde). En la Guerra de los 33 Días —que duró treinta y cuatro, pero se llama «de los 33 Días»—, la gente del Líbano estaba, como es natural, muy angustiada por lo que pudiere pasar. ¿Y qué sucedió? Incluso algunos dirigentes libaneses se pusieron en contacto con las autoridades saudíes para que Riad mediara y pusiera fin a la guerra en el sur del Líbano.

Los saudíes respondieron: «Nadie se va a entrometer. Hay una decisión y un consenso estadounidense, internacional y regional para que Hezbolá desaparezca —que sea aplastado, en realidad—. Hezbolá no tiene más opción que rendirse o ser aniquilado». Por supuesto, nuestra determinación era combatir; en todo Hezbolá reinaba una fuerte voluntad de luchar con un espíritu propio de Kerbala. Teníamos siempre en mente las palabras de Abu Abdalá al-Husain (con él la paz), cuando dijo: «¡Miren cómo este bastardo, hijo de bastardo, me hace elegir entre desenvainar la espada y la humillación! ¡Humillación, jamás!».

Hallándonos pues en la disyuntiva entre la guerra o una rendición deshonrosa, escogimos la guerra. En los primeros días de la guerra se comunicó con nosotros nuestro querido amigo y hermano Hach Qasem Soleimaní, que fue a Damasco, contactó con Beirut e hizo saber que tenía que venir a vernos. Le preguntamos cómo quería hacerlo, y lo advertimos de que los israelíes estaban bombardeando todos los puentes, carreteras y vehículos, por lo que no podría llegar hasta nosotros, pero ese querido amigo nos contestó que era imperativo que lo hiciera, porque tenía un mensaje importante del Seyed Guía para nosotros. Hicimos los preparativos necesarios y finalmente Hach Qasem vino en los primeros días de la guerra al extrarradio sur de Beirut, y nos dijo que el Seyed Guía (Dios lo guarde) había invitado desde Mashhad a una reunión a todos los responsables de la República Islámica, incluidos el presidente de la República del momento y los anteriores, el ministro de Exteriores de ese momento junto con los anteriores, el ministro de Defensa junto con sus predecesores y el comandante en jefe de la Guardia Revolucionaria junto con sus predecesores y otros altos responsables.

Según me explicó Hach Qasem, en la reunión se analizó el tema de la guerra contra el Líbano, sus objetivos y a dónde querían llegar los israelíes con aquello. Desde su inicio mismo, la República Islámica consideró la guerra contra el Líbano parte inseparable del plan de EE. UU. en la región. Todos los participantes en la reunión estaban de acuerdo, según Hach Qasem, en que la República Islámica de Irán debía apoyar a la Resistencia, el Gobierno y el pueblo del Líbano, así como a Siria, dado el peligro de que la guerra se extendiera al país vecino, por lo que Irán tenía que usar toda su fuerza política, financiera y militar en aras del triunfo del Frente de la Resistencia.

Hach Qasem prosiguió diciéndome que el encuentro terminó y, tras hacer el rezo de la tarde y el de la noche, los asistentes se aprestaban a partir cuando el Seyed Guía le dijo a él que se quedara un poco más, porque tenía cosas que decirle. Esto sucedió por tanto tras la reunión inicial, la oficial. Lo que me contó es que el Seyed Guía lo miró y le dijo: «Anote usted lo que le voy a decir, vaya a Beirut y hágalo llegar a tal persona, que en caso de verlo conveniente lo transmitirá a sus compañeros y hermanos». Después de contarme aquello, Hach Qasem empezó a leerme lo que le había dicho el Seyed Guía. Aunque muchos otros consideraban la captura de los militares israelíes una gran desgracia, el mensaje comenzaba diciendo, entre otros puntos: «El apresamiento de los militares israelíes por la Resistencia libanesa es una gracia divina disimulada, porque ha obligado a Israel a reaccionar entrando en el Líbano. Los israelíes y los estadounidenses se estaban preparando para atacar al Líbano y a Hezbolá a finales del verano o a principios de otoño (de 2006), con lo que al no estar ustedes preparados se habrían beneficiado del factor sorpresa. Por eso, que hayan capturado ustedes a esos militares israelíes ha sido una gracia divina que ha acelerado un poco los tiempos y, así, la guerra no ha ocurrido cuando lo habían planeado los norteamericanos y los israelíes, sino cuando aún no habían acabado de prepararse, mientras que ustedes sí estaban preparados; es decir, en un momento en el que no podían beneficiarse de ningún factor sorpresa».

Esas afirmaciones del Seyed Guía fueron más adelante confirmadas por grandes personalidades. Por ejemplo, después de exponerlas yo a través de los medios de comunicación las corroboró el difunto profesor Mohamed Hassanein Heikal en varios programas distintos del canal Al-Yazira (AlJazeera). También se mostró de acuerdo un gran escritor estadounidense, Seymour Hersh. Debo señalar que cuando yo lo mencioné a través de los medios de comunicación no lo atribuí al Seyed Guía.

Otra cosa que decía el mensaje era: «Esta guerra tiene un gran parecido con la Batalla de los Confederados de tiempos del Mensajero de Dios (PB). Será una guerra muy dura, extenuante, que pondrá en peligro la propia existencia de ustedes, por lo que deben estar preparados para aguantar». En esta parte del mensaje, se citaba la aleya «Y los corazones se subían a la garganta y comenzasteis a especular y a dudar de Dios». El Seyed Guía decía también: «Deben poner todas sus esperanzas en Dios»; y en la tercera parte del mensaje ponía: «Ustedes saldrán victoriosos de esta guerra». Yo había oído una frase similar otra vez en los primeros días, no recuerdo si fue antes o después de esto. En todo caso, quien lo decía estaba citando al ayatolá Behyat (que en paz descanse), dirigiéndose a nosotros: «Estén seguros y tengan la certeza de que, si Dios quiere, serán ustedes los vencedores de esta guerra».

Lo interesante y relevante del mensaje del Seyed Guía es que decía: «Ustedes vencerán en la guerra y, a continuación, se convertirán en una potencia regional, hasta el punto de que ninguna potencia se atreverá a alzarse frente a ustedes». Yo ahí me reí y le dije a Hach Qasem: «¿Que nos vamos a convertir en una potencia regional? ¡Con salir sanos y salvos y poder subsistir tras la batalla, ya será un gran logro!»; y luego, en broma, le dije: «¡Querido hermano! Nosotros no queremos transformarnos en potencia regional». Pero aun así, de alguna manera, las palabras de aquel día del Seyed Guía crearon en mí una suerte de certeza. Desde entonces, estuve seguro de que ganaríamos la guerra y nos convertiríamos en potencia regional, como de hecho sucedió.

¿Hizo alguna sugerencia su eminencia sobre plegarias o invocaciones para la Guerra de los Treinta y Tres Días?

En los primeros días de la guerra, me llegó una carta del Seyed Guía que he conservado hasta ahora. También me llegó en esos días una carta del estimado hermano y amigo Sr. Heyazí, que me aconsejaba varias plegarias e invocaciones, pero no recuerdo bien si señalaba o no al Seyed Guía como origen de esa recomendación.

Ahora mismo no me viene a la memoria con precisión, pero me acuerdo de que entre las recomendaciones del Seyed Guía estaba la plegaria de la Cota de Malla (Yawshan), por lo que puedo recordar ahora. Entre otras recomendaciones estaban la plegaria de la Cota de Malla Menor (Yawshan Saghir), los ruegos de intercesión del Imam del Tiempo (que Dios acelere su noble triunfo), Ya baqiat Allah aghuzna, ya baqiat Allah adrikna, también la Peregrinación a Ashura (Ziarat Ashura)… Pero en este contexto me gustaría mencionar una anécdota de mis experiencias generales con el Seyed Guía.

Nosotros, naturalmente, hacemos estas recomendaciones a nuestros hermanos. Estos son los puntos fuertes de Hezbolá en las batallas y las guerras. Las plegarias, el recurso a la intercesión, las súplicas de ayuda y el ponerse en manos de Dios Altísimo ha formado parte siempre de nuestro modo de obrar, y el Seyed Guía siempre ha insistido en ello. Desde que lo conocemos, él siempre nos ha aconsejado en materia espiritual, en el sentido de que confiáramos en Dios el Altísimo y nos pusiéramos nuestras esperanzas en Él. En todas las reuniones, el Seyed Guía citaba siempre la noble aleya «Si auxiliáis a Dios, Él os auxiliará y consolidará vuestros pasos». Dios el Altísimo no nos gasta bromas, Dios el Altísimo nos habla con claridad, y esa es la promesa de Dios. Dios no incumple sus promesas. El Seyed Guía siempre hacía hincapié en que tuviésemos fe en las promesas divinas; hasta hoy en día, sigue señalándolo como algo fundamental en los discursos que da en toda circunstancia. Entre las cuestiones primordiales que siempre recalca está hacer plegarias, ponerse en manos de Dios y suplicar ayuda.

Recuerdo que en algunos momentos estábamos muy cansados por la dureza de las circunstancias, que eran realmente extenuantes. En una reunión, el Seyed Guía nos dijo: «Cuando estén ustedes agotados y se sientan amenazados y sometidos a padecimientos extremos, entren en una habitación o algún otro lugar, cierren la puerta y pasen un rato, unos minutos, un cuarto de hora o media hora en soledad con Dios, hablándole con sus propias palabras; no hace falta que sea con una plegaria tradicional, ni con rezos particulares. Usen el mismo lenguaje con el que se comunican con todo el mundo para hablar con ese Dios al que tienen más cerca; plantéenle sus penas y sus cuitas, y pídanle ayuda. ¿Acaso no tenemos todos fe en que Dios el Altísimo está presente, observa, sabe y puede, que tiene poder sobre todas las cosas? Dios el Altísimo conoce todas nuestras necesidades, sin que exista ningún velo entre Él y nosotros. Él nos acepta en todo tiempo y lugar, y nos oye sea cual sea la lengua con la que le hablemos. Si lo hacen así, verán que Dios el Altísimo les dará fuerza, determinación y voluntad, y abrirá todas Sus puertas ante ustedes». Desde entonces, hemos aplicado este consejo del Seyed Guía y hemos visto las bendiciones resultantes.

Quedan muchas preguntas y se nos acaba el tiempo. Hay cuestiones que dejaremos a un lado, como los esfuerzos del enemigo por sembrar discordia y crear una brecha entre chiíes y sunníes, o la del Despertar Islámico; pero en los últimos siete u ocho años hemos sido testigos en la región de un gran acontecimiento que ha tenido consecuencias de gran alcance estratégico en la región, como es la crisis de Siria. Desde su punto de vista, ¿por qué se eligió Siria para desarrollar los planes y proyectos para la región? ¿Cuáles son las distintas dimensiones de esta crisis? Y otra pregunta: ¿Por qué se implicaron en la cuestión siria la República Islámica de Irán y Hezbolá, a pesar del alto coste que eso iba a suponer? ¿Qué habría pasado si no lo hubiesen hecho? ¿Qué consecuencias hubiera tenido eso, como para que Irán y Hezbolá consideraran imprescindible su presencia en los acontecimientos de Siria?

Esto está relacionado con lo dicho sobre los cambios de la región entre 2001 y 2011. Como hemos señalado, aquello acabó con la salida norteamericana de Irak, su derrota en el Líbano, su derrota en Siria, su derrota en Palestina y, en definitiva, el fracaso de los planes de Estados Unidos para la región. Estas circunstancias —el fracaso de EE. UU.— se han mantenido desde 2011 hasta ahora. Es una etapa importante a escala histórica para la vida de la región, de la República Islámica de Irán y del liderazgo de su eminencia el Seyed Guía (que Dios lo guarde), quien a principios de 2011 designó este periodo como periodo del «Despertar Islámico», aunque en la región se hable de él como «Primavera Árabe».

Antes de entrar en la cuestión de Siria, me gustaría hablar un poco de este tema, el despertar islámico de la región. La Primavera Árabe, el Despertar Islámico o lo que son los grandes alzamientos populares de la región se dieron primero en Túnez y luego se extendieron a Libia y Egipto, aunque antes habían llegado a Yemen. Estos acontecimientos pasaron luego a Siria en forma de enfrentamientos armados. Resumiendo, diré que nosotros entendimos que lo sucedido en ese tiempo, después del fracaso de los planes y ofensivas estadounidenses, fue en realidad que Obama trató de recomponer esa derrota. Las naciones de la región se despertaron y, esperando provocar un cambio, comenzaron a movilizarse. Con todo ello, los regímenes árabes quedaron en una situación de extrema debilidad. Las naciones se hallaban frente a una gran oportunidad para aplastar a los regímenes. Mi conclusión y la de muchos otros es la misma que expresó desde el principio el Seyed Guía, que dijo que aquellos movimientos nacionales eran «movimientos nacionales auténticos y justos». El movimiento tunecino era representativo del pueblo de Túnez y su voluntad nacional; el egipcio, representativo de la voluntad de los egipcios; el libio, de la voluntad de los libios; y el movimiento de Yemen, igualmente. Todos los eslóganes que salían de esos movimientos y los objetivos que se esforzaban en cumplir tenían sus raíces en sus puntos de vista y sus intereses nacionales y populares.

Así que en ese gran movimiento y en el despertar de las naciones hemos visto la influencia real del Islam y de los movimientos islamistas. Es por esto mismo que el Seyed Guía lo denominó «Despertar Islámico». ¿Pero cuál fue el principal problema de ese Despertar Islámico? Su falta de liderazgo y de unidad. Fíjese usted: la Revolución Islámica de Irán fue una enorme revolución popular, pero lo que hizo que esa revolución diera fruto, triunfara y, después de su victoria, se consolidara, fue la existencia de un líder, el imam Jomeiní (que Dios esté satisfecho de él). Otra causa de su éxito fue la unidad de palabra existente entre los distintos sectores sociales, los responsables y los ulemas, que se alzaron todos junto al imam (que en paz descanse). De manera que en esa época había una nación unida y un liderazgo que marcaba la línea a seguir, las orientaciones y las estrategias para hacer avanzar las cosas con orden. El problema que hubo en esos otros países y sus revoluciones —con la salvedad de Siria, a la que ahora llegaremos— fue la falta de un liderazgo fiable y unificado. Había un elevado número de dirigentes y de facciones, entre los cuales no había armonía y que mantenían diferencias los unos con los otros. Cuando se sentaban a dialogar, esas diferencias se hacían evidentes. Esto tenía su efecto sobre la gente, que a su vez caía en la división. En algunas zonas, este proceso llevó incluso a la guerra civil.

En todo caso, los estadounidenses y algunos países de la región entraron en escena en los distintos países para apropiarse de esos grandes movimientos populares y hacerlos fracasar. Ahí fue notable el papel de Estados Unidos, mientras que en el norte de África fue influyente también Francia. Por otra parte, entraron en liza con fuerza Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos para acabar con la Primavera Árabe y el Despertar Islámico, y para exterminar los movimientos populares. Intentaron alcanzar sus objetivos movilizando su potencia mediática y fomentando golpes de Estado militares en la región. Todos sabemos cómo evolucionó la situación en Túnez, Libia y Egipto; sin embargo, en Yemen es diferente. Aunque también intentaron apropiarse del movimiento popular de allí, una gran parte del pueblo de Yemen resistió políticamente y como nación junto al querido hermano Seyed Abdulmalik al-Huzi, Ansarolá y sus aliados, y aguantó frente a los extranjeros, hasta que se les impuso esa guerra tan desigual, que dura hasta hoy.

Llegamos ahora al asunto de Siria, donde lo sucedido no tiene relación alguna con la Primavera Árabe ni con el Despertar Islámico. Lo acontecido allí fue la aplicación del plan estadounidense-saudí y de algunos países de la región para obstaculizar la materialización de los logros del Eje de la Resistencia; en especial, porque en ese periodo la revolución popular de Egipto tenía a Israel sumido en una honda preocupación por su futuro en la región. Los israelíes estaban organizando grandes conferencias en las que hablaban de un momento estratégico, incluso estaban pensando en volver a formar varios batallones para enviarlos a las fronteras del Sinaí; hasta ese punto estaba Israel angustiado por los cambios que se habían producido en Egipto.

Tras verse incapaces de atraer hacia sí a Damasco, el objetivo deseable para los israelíes era derrocar al Gobierno y el sistema político que rige Siria. Algo que muchos no saben es que antes de que comenzaran los movimientos para derrocar al Gobierno de Damasco hubo grandes esfuerzos para que el presidente Bashar al-Asad llevase el liderazgo de Siria y a su país en una dirección diferente. Los saudíes se afanaron mucho en ello; tanto, que el propio rey Abdulá bin Abdulaziz viajó en persona a Damasco, pese a haber declarado un embargo contra Siria. También se esforzaron mucho por alcanzar el mismo objetivo los cataríes, e igualmente se esforzaron para que Siria se pasara al frente contrario Turquía y algunos países árabes, incluido Egipto en tiempos de Hosni Mubarak. Los estadounidenses y sus aliados trataron, con promesas de tipo político y con propuestas financieras muy seductoras a Al-Asad, de impulsar a Siria hacia un eje distinto al que llamaban «Moderación Árabe», y que nosotros llamamos «Rendición Árabe».

A pesar de todo eso, el presidente Al-Asad y el resto de dirigentes sirios insistieron en todo momento en mantener su postura constante de apoyo a la Resistencia, por que estaban convencidos de que la lucha árabe-israelí seguía adelante. Bashar al-Asad tenía la convicción de que, sin resolver la cuestión del Golán ocupado y sin hacer cumplir los derechos denegados a los palestinos, no podía haber paz en la región. En todo caso, lo que sucedió fue que los estadounidenses no consiguieron poner a Damasco de su lado. Washington conocía bien el papel crucial de Siria en el Eje de la Resistencia.

Si tuviera que usar un término preciso para definir a Siria, sería el que usó el Seyed Guía al decir: «Siria es el pilar central de la jaima». Sin Siria, se convertirían en algo marginal tanto la Resistencia libanesa como la palestina; porque Siria es uno de los órganos principales de la Resistencia a nivel regional. Algunos creen que, para la Resistencia, Siria es como un puente, pero mi convicción es que ese país es algo más que un puente para la región, es uno de los órganos primordiales, grandes e importantes del cuerpo de la Resistencia, de su organismo, su inteligencia, su cultura y su pensamiento. Esto se demostró, en especial después de la Guerra de los Treinta y Tres Días, con la postura de Siria, su apoyo y su constancia ante la amenaza de la guerra. Era posible, estando presente Estados Unidos en Irak —en las fronteras con Siria—, que Israel extendiera el radio de alcance de la guerra atacando Siria, desencadenando una guerra total contra ella; pero Bashar al-Asad no cedió, sino que permaneció con rotundidad y desde una posición de fuerza al lado de la Resistencia durante la Guerra de los Treinta y Tres Días.

Tras esa guerra, los israelíes hicieron sus análisis y llegaron a la conclusión de que para aniquilar a la Resistencia del Líbano y Palestina debían acabar antes con Siria, por lo que diseñaron planes para hacerlo. Como no habían podido hacerse con Siria por vías políticas, se decantaron por la opción militar. De haber sido capaces de provocar un golpe de Estado militar desde el interior del Ejército sirio, lo habrían hecho; pero no pudieron. Fue después de ese fracaso cuando norteamericanos e israelíes se aprovecharon de la atmósfera siria de libertad mediática y política para llevar los acontecimientos en un sentido que diera pie a desorden y conflictos internos. Desde los primeros días de las manifestaciones antigubernamentales de Siria, yo mismo fui testigo de cómo el presidente Bashar al-Asad se reunía directamente con los líderes de las protestas y llevaba sus reclamaciones a la práctica.

Sin embargo, después de aquello, las manifestaciones se convirtieron en operaciones militares, como sucedió exactamente en la ocupación de la ciudad de Daraa. Fueron los estadounidenses, los saudíes y otros países de la región quienes enviaron a Siria a los takfiríes de Al-Qaeda, Daesh y el Frente Al-Nusra desde el mundo entero para que se hicieran con el control del país y derrocaran al Gobierno. ¿Para defender qué intereses? Los de EE. UU. e Israel; para defender los intereses de un eje que busca acabar con la causa palestina, para defender los intereses de un eje que busca rodear, aislar y atacar a Irán. Esa es la realidad. Por lo tanto, lo sucedido en Siria no fue en modo alguno que la gente quisiera elecciones de tal tipo o tales reformas, porque Bashar al-Asad estaba dispuesto al diálogo sobre cualquier opción que el pueblo deseara. Sin embargo, otros se apresuraron a ocupar zonas de Siria y a asestar golpes a su Ejército, sus fuerzas de seguridad y sus instituciones, para derrocar a Al-Asad manu militari. Abrieron las fronteras y llegó gran número de barcos cargados de armamento de guerra.

El propio Joe Biden dice que se enviaron a Siria decenas de miles de toneladas de armas y municiones de guerra. Los estadounidenses gastaron cientos de miles de millones de dólares en ese país. ¿Para qué? ¡Para hacer realidad la democracia? ¿Acaso Daesh y el Frente Al-Nusra aspiraban a que hubiera democracia en Siria? Gente que considera las elecciones descreimiento, y a quienes participan en ellas infieles cuya sangre es lícito derramar… ¿aspiraban a organizar elecciones para la nación siria? La cosa estaba clara, y hoy ya ha quedado demostrado que lo que sucedió en Siria no tenía relación alguna con elecciones, reformas ni nada vinculado con la democracia, porque Al-Asad estaba dispuesto a dialogar sobre esas cuestiones; pero ellos tenían prisa por derrocar al Gobierno de Siria y colocar el país bajo su dominio.

Un año y medio después del inicio de la crisis siria, es decir, hacia 2012 o 2013, el rey Abdulá bin Abdulaziz mandó un enviado especial ante Bashar al-Asad —esto es algo de lo que ya he hablado en algunos medios de comunicación—. El mensaje saudí era que, si Al-Asad salía del Eje de la Resistencia y cortaba sus relaciones con Irán, la guerra contra Siria se detendría, y Riad hallaría una solución para los grupos takfiríes y lo reconocería para siempre como presidente. El rey saudí le dijo a Al-Asad que ellos no querían ni reformas ni ninguna otra cosa, y que estaban dispuestos a pagar cientos de miles de millones de dólares para reconstruir Siria; de modo que su objetivo era completamente diferente de las reivindicaciones populares de la Primavera Árabe. Era despojar a Siria de su posición histórica, arrebatarle sus derechos y sacarla del Eje de la Resistencia, a fin de preparar el terreno para acabar con la causa palestina, consolidar la hegemonía estadounidense en Irak y aislar a Irán para terminar de rodearlo. Así es como nosotros comprendimos la lucha desde el primer día. Espero que los hermanos de Irán ayuden a transmitir esto. Algunos responsables de EE. UU. y opositores sirios decían que, si se hacían con el control de Siria, penetrarían de inmediato en el Líbano para acabar con Hezbolá. Otros decían que irían a Irak. Por lo tanto, la cuestión no se limitaba a Siria.

Bien. Cuando Donald Trump, el presidente de Estados Unidos, reconoce que Obama, Clinton y la CIA crearon a los terroristas de Daesh y los llevaron a Siria, ¿era el propósito de esos terroristas establecer la democracia y las elecciones? ¿O lo que buscaban era destruir el país? Por eso nosotros supimos desde el primer día, con total certeza, que el objetivo de la guerra contra Siria no tenía nada que ver con cosas de ese tipo, sino que era derrocar al Gobierno, destruir el Ejército sirio y ampliar el control sobre Siria, a fin de que ese país renunciara a sus derechos y se preparara el terreno para acabar con la causa palestina, normalizar las relaciones con Israel y erradicar todas las esperanzas y deseos de las naciones de la región. En el Líbano —por ejemplo, en Hezbolá— había unanimidad al respecto; en Hezbolá no había ni una sola opinión diferente sobre los objetivos de la guerra contra Siria. De hecho, el Seyed Guía (Dios lo guarde), que es objeto de la aprobación divina y goza de una perspicacia y un conocimiento inmensos, de alcance histórico, además de las excepcionales cualidades para el liderazgo que se le conocen, lo veía con meridiana claridad.

He señalado en diversas ocasiones que hay quienes dan a entender que Irán nos ordenó entrar en Siria, pero eso no es correcto. Nosotros decidimos entrar en Siria por la sensación de peligro que teníamos respecto a Siria y el Líbano. Sentíamos que existía el riesgo de que los combates se extendieran con rapidez al interior de nuestras ciudades y pueblos. Queríamos entrar en la batalla, pero en definitiva ese paso requería autorización, además de respaldo; pero lo más importante era la autorización.

Fui a ver al Seyed Guía, le expuse los datos, cómo yo veía Siria y su evolución, y mis razonamientos. Lo que vi es que su perspectiva sobre Siria y lo que sucedía en ella era mucho más clara, transparente y profunda que la nuestra. Su postura ante Siria y lo que estaba pasando estuvo clara desde el primer día. Dijo que era una conspiración para derribar a Siria, con la posición de Siria en la Resistencia y Palestina, la causa palestina y el Eje de la Resistencia como blancos, además de la República Islámica de Irán, puesto que después de acabar con Siria llevarían la lucha al Líbano, Irak e Irán. Eso es lo que pasó. Vinieron al Líbano, ocuparon parte del valle de la Becá y, si hubieran podido, habrían ocupado más territorio. Pero el Ejército y nosotros nos alzamos frente a ellos y los cercamos en las montañas.

Ya vieron ustedes lo rápido que se trasladó a los terroristas takfiríes del este del Éufrates, en Siria, a Irak. En un espacio de tiempo muy corto, controlaron la provincia de Al-Ambar, que abarca casi una cuarta parte de la superficie de Irak o más. Se hicieron también con Mosul, Saladino y otras zonas, y llegaron a 20 kilómetros de la ciudad de Kerbala y a 40 kilómetros de Bagdad. Esto significa que lo que dijo el primer día de los acontecimientos de Siria su eminencia el Seyed Guía se ha ido verificando a lo largo de los años, con lo que ha quedado clara la razón de la firmeza en su postura de mantenerse al lado de Siria. La República Islámica de Irán adoptó esa posición y nosotros, adoptándola igualmente, fuimos a Siria y combatimos allí.

En cualquier caso, el Gobierno, el pueblo y el Ejército sirios resistieron frente a las conspiraciones. Una parte inmensa de la población siria se mantuvo junto al Gobierno y resistió. Nosotros siempre hemos dicho que, tras la gracia y el favor de Dios, lo que llevó a la victoria de Siria fue la resistencia y la perseverancia del Gobierno, el pueblo y el Ejército sirios. El Hezbolá libanés, la República Islámica de Irán, los amigos iraquíes y —después— Rusia sirvieron todos ellos de ayuda a Siria, pero la labor principal la realizaron el Gobierno, el pueblo y el Ejército del país. Si los dirigentes sirios se hubiesen rendido, si el Ejército de Siria se hubiera desmoronado o si el pueblo sirio hubiera dejado solos al Gobierno y el Ejército, nosotros no hubiéramos podido avanzar en la gran batalla por las tierras de Siria. Nosotros tan solo fuimos elementos auxiliares.

Así es como hemos llegado hasta aquí. Voy a terminar esta sección con recuerdos de un encuentro con el Seyed Guía y de los carismas de este estimado y gran seyed. Tras el comienzo de la crisis de Siria, en 2011, entró en ese país una coalición internacional liderada por Estados Unidos, y todos los países del mundo estaban convencidos de que Damasco caería en sólo dos meses. Así lo creían todos los países árabes, e incluso compartían esa convicción algunos amigos nuestros. Nosotros mismos, si bien no estábamos convencidos de tal cosa, no dejábamos de sentir cierta preocupación. No veíamos claras las dimensiones de lo que sucedía. Estábamos muy inquietos. En esa época, países como Turquía y Catar, con los que estábamos en contacto antes de la crisis siria, nos enviaban algunos mensajes. Por aquel entonces vino al Líbano el Sr. Davutoğlu, que tenía responsabilidades políticas.

¿Eso sucedió antes de la Conferencia de Estambul o después de ella?

No, después de iniciarse los acontecimientos y antes de las Cumbres de Astaná. Astaná se organizó después de lo de Davutoğlu. Ahora estoy hablando de lo que sucedió en el primer y segundo año de la crisis y, más concretamente, del primer año. Los gobernantes turcos nos enviaban mensajes en el sentido de que estaban dispuestos a darnos garantías, que retrocediéramos y no contáramos con Siria, porque ellos nos aseguraban que Damasco caería en los siguientes dos o tres meses. Muchos de los hermanos iraníes se veían influidos por esa atmósfera, pero en una reunión que tuvimos con el Seyed Guía (Dios lo guarde), en contra de la opinión de todos los países del mundo, de lo que pensaban los expertos en la región y del punto de vista de cierto número de responsables iraníes, él me miró y dijo: «Nosotros tenemos que obrar de tal modo que Siria y Bashar al-Asad triunfen, que en última instancia triunfarán». Eso fue lo que dijo, en contra de lo que decía el mundo entero. Después de unos dos años, se hicieron visibles las señales de que se cumplía la predicción del líder supremo de la Revolución; y ahora estamos siendo testigos en Siria de una gran victoria de proporciones históricas. Imagine por un instante que Daesh, el Frente Al-Nusra y sus protectores estadounidenses se hubiesen alzado con la victoria en Siria y hubiesen sometido el país a su dominio. ¿Qué habría pasado entonces al Líbano, a Irak, a Irán y a las naciones de la región? ¿Cuál habría sido su destino? De haber triunfado los takfiríes, el «acuerdo del siglo» se habría hecho realidad hace tiempo, y hoy sería una realidad. Si Bin Salman viniera hoy y les dijese a los palestinos que aceptasen las migajas que se les ofrecen, ¿qué pasaría con Al-Quds (Jerusalén) y Palestina? Lo que estoy diciendo es que, si queremos comprender la grandeza de la victoria que se ha obtenido, hay que hacer la pregunta al revés: Si no hubiésemos triunfado en Siria, si hubiésemos sido derrotados, si hubieran ganado ellos, ¿cuál sería la situación de Siria, del Líbano, de Palestina, de Irak, de Irán y de toda la región? Al responder a esta pregunta, nos damos cuenta de la importancia de lo realizado por los combatientes en Siria y de su resistencia.

Ha reiterado usted varias veces que gobernantes de países de la región se pusieron en contacto con Bashar al-Asad y le hicieron promesas de distintos tipos, financieras, políticas e incluso su mantenimiento en el poder, pero al final él no aceptó esas propuestas. ¿Cuál es la razón de esa resistencia de Al-Asad a las promesas? ¿Qué hizo que pudiera soportar semejantes presiones?

Eso se debe en primer lugar a la desconfianza de Bashar al-Asad en la parte contraria, ya fueran los estadounidenses o los árabes. Por otro lado, Al-Asad conocía las experiencias de ellos, consistentes todas en ir avanzando por el camino de hacer concesiones, mientras que él no es una persona que ceda en los principios fundamentales ni en los principios nacionales. Al-Asad tenía la convicción de que toda cesión sobre los principios nacionales era peligrosa para la existencia de Siria, la soberanía nacional y su lugar en la región.

Antes de que Siria emprendiera este camino, y de que que Irán, Hezbolá y la propia Siria y el Gobierno del doctor Al-Asad lo escogieran, ¿se estudiaron otras vías diferentes? ¿Se analizó si había otras opciones o si, desde el principio, no quedaba ningún otro camino posible?

Nuestra opción inicial fue la negociación; la prioridad eran las vías políticas. El Gobierno sirio, nuestros hermanos de Irán y nosotros mismos en Hezbolá entramos en contacto en numerosas ocasiones con los opositores, y los invitamos a negociaciones para poner en funcionamiento una vía política, pero ellos rechazaron con contundencia la negociación y el diálogo políticos, creyendo que el Gobierno sirio caería en 2 o 3 meses. Recuerdo que algunos de los actores influentes entre los opositores sirios nos decían que lo que nosotros pretendíamos era, por decirlo de algún modo, revivir a un muerto. Decían que el Gobierno de Damasco estaba acabado y que no estaban dispuestos a negociar con tal Gobierno. Está claro que cometieron un error de cálculo que los llevó a no aceptar entablar negociaciones para abrir una vía política en ninguna circunstancia. Pero su mayor error de cálculo fue optar muy pronto por la acción militar, que de hecho era su objetivo principal en Siria. Como he dicho antes, ellos no pretendían establecer la democracia ni implementar reformas, sino que su meta principal era derrocar el Gobierno de Damasco, asestar un golpe al Ejército sirio y cambiar los equilibrios del país. En definitiva, así es: cuando el Gobierno sirio y sus amigos y aliados escogieron la resistencia armada, no existía ninguna otra opción.

Un asunto importante en el que siempre ha insistido su eminencia el ayatolá Jameneí es el acercamiento entre escuelas religiosas, y que las distintas escuelas islámicas deben poder convivir en paz, sin crear en ningún caso enemistad mutua. Por otro lado, vemos movimientos influidos por propaganda y orientaciones políticas de extranjeros —enemigos tanto de los chiíes como de los sunníes— que alimentan discordias religiosas. ¿Cómo ve usted esa política de acercamiento pregonada siempre por el ayatolá Jameneí e igualmente por el imam Jomeiní (que en paz descanse)? ¿Cuáles han sido los logros de esa política de acercamiento? Y, en su opinión, ¿qué asuntos pueden amenazar esa política en el momento actual?

Lo primero es que ese es uno de los principios fundamentales que divulgó su eminencia el ayatolá Jomeiní (pura se mantenga su tumba) hablando de unidad islámica, de unidad entre los musulmanes, de acercamiento entre las escuelas islámicas y de difundir un espíritu de convergencia, colaboración y armonía entre todos los musulmanes. La República Islámica de Irán siempre ha actuado en el sentido de hacer realidad esa orientación, y el Seyed Guía (que tenga larga vida), tras aceptar la responsabilidad del liderazgo, continuó con fuerza por esa senda, haciendo hincapié en ese principio. La realidad es que esa postura es la del Islam puro de Muhammad (PB), la del noble Corán. La unidad entre los musulmanes y la orientación hacia el acercamiento entre todas las distintas escuelas islámicas forma parte de la lógica del Islam, y todos los musulmanes deben prestarle atención.

Como es lógico, se han hecho muchos esfuerzos en ese sentido. Desde el triunfo de la Revolución islámica en Irán, se han establecido comunicaciones a gran escala entre distintas facciones islámicas y eruditos del Islam de toda la región e incluso del mundo. Además de esto, a lo largo de los años se han celebrado numerosos coloquios, conferencias y encuentros encaminados hacia ese acercamiento entre las escuelas islámicas. Sin duda, la postura del imam Jomeiní (que en paz descanse) y del Seyed Guía respecto a la cuestión de Palestina ha desempeñado un papel importante a la hora de unir a los musulmanes tras una sola bandera, que es la de la centralidad de la causa palestina.

En todo caso, se han hecho muchísimos esfuerzos en este terreno. Si buscamos los resultados positivos y los logros de la política de acercamiento entre escuelas islámicas, los podemos ver en los últimos años, ya que el acontecimiento más peligroso desde 2011 a esta parte ha sido el proyecto estadounidense y saudí, que tenía el objetivo de crear división y discordia religiosa y sectaria en la región entre chiíes y sunníes. Esto es aún más peligroso que lo ocurrido en Siria, Irak, Yemen y Bahréin. Le recuerdo lo sucedido en los últimos años —ahora estamos en el quinto—. Cuando la coalición agresora estadounidense-saudí invadió militarmente Yemen, el imam de la gran mezquita de La Meca proclamó en sus sermones del rezo colectivo del viernes que la guerra de Yemen era una guerra entre chiíes y sunníes; y los saudíes han tratado de presentar también la guerra de Siria como una guerra religiosa y sectaria. En los medios de comunicación ha habido muchos esfuerzos en ese sentido y se han gastado sumas ingentes de dinero para hacer ver las distintas guerras de la región como guerras sectarias, entre religiones y entre clanes. Todos esos esfuerzos han fracasado. Los chiíes han rechazado esa lógica. Muchos ulemas y personalidades sunníes la han rechazado también. Ese es uno de los resultados del camino seguido en estos últimos 30 años.

Las comunicaciones entre chiíes y sunníes, los esfuerzos de la República Islámica de Irán y la postura del imam Jomeiní (que en paz descanse) y del Seyed Guía dieron lugar a cierta solidez en las relaciones internas del mundo islámico, de tal modo que se pudo neutralizar la mayor división, que tenía el objetivo de desencadenar una guerra civil entre chiíes y sunníes. Claro está que debemos seguir avanzando en ese sentido, aunque ya hemos pasado esa etapa y dejado atrás muchos peligros. Yo pienso que Washington y Riad han sufrido una gran derrota en su intento de crear división en la región, y no han podido presentar los acontecimientos de Irak como una guerra entre chiíes y sunníes. Vimos cómo se alzaron frente a Daesh, todos juntos, sunníes, chiíes y tribus iraquíes, de una confesión y de la otra. Antes, habían resistido ya codo con codo frente a la ocupación estadounidense. En Siria, quienes combatieron a Daesh, al Frente Al-Nusra y a los demás grupos terroristas, ya fuera el Ejército sirio, las milicias populares u otras fuerzas aliadas, eran en su mayoría sunníes. Eso quiere decir que quienes hicieron la guerra en Siria eran por lo general sunníes, que lucharon junto con chiíes y con gente perteneciente a otras vías islámicas. Por lo tanto, yo creo que lo que ha sucedido hasta ahora, ya sea en Yemen o en los demás países, es un proyecto de creación de división fracasado, y eso quiere decir que la Umma islámica se ha hecho en buena medida inmune a ese riesgo de caer en las diferencias entre escuelas religiosas. Por supuesto, debemos seguir por este camino para que ese logro se refuerce; a fortalecer la unidad y la solidaridad entre los musulmanes pueden contribuir una mayor comunicación, mayor colaboración, más apoyo a la causa palestina, la resistencia frente a Estados Unidos y la defensa de las naciones de la región.