«En Occidente, por haberse desatendido esto ―es decir, por no haberse puesto atención y empeño en la castidad de las mujeres―, las cosas han llegado al punto del desenfreno y la ausencia de compromiso. No hay que dejar que la castidad de la mujer ―que es el elemento más importante de la personalidad femenina― sea objeto de falta de atención. La castidad en la mujer es un medio de elevación y enaltecimiento ante los ojos de los demás, incluso ante los ojos de los mismos hombres lujuriosos y disolutos. La castidad femenina es fuente de respeto y distinción de la mujer. Esta cuestión del hiyab, de las personas mahram y las no mahram y del mirar y el no mirar tienen por fin la preservación íntegra de la castidad. El Islam da importancia a la castidad de la mujer. Por supuesto, la castidad del hombre también es importante. La castidad no es algo exclusivo de las mujeres. También los hombres deben ser castos. Pero en la sociedad, como el hombre es capaz, dada su fuerza y su superioridad corporales, de oprimir a la mujer y actuar en contra del deseo de esta, se insiste más y se es más cauto con la castidad de la mujer.

Uno de los problemas de las mujeres en el mundo occidental y, en especial, en los Estados Unidos de América, no es sino que los hombres se valen de su fuerza para violentar y vulnerar la castidad de la mujer. Yo he visto estadísticas publicadas por las autoridades legales del propio Estados Unidos, unas del Departamento de Justicia y otras de otra institución. Los datos son realmente terroríficos. Cada seis segundos se produce una violación en Estados Unidos. Fíjense ustedes lo importante que es la cuestión de la castidad, y lo que pasa cuando no se le presta atención. ¡Una violación cada seis segundos! ¡Que el hombre prepotente, abusador, libertino e indecente pueda, en contra del deseo de la mujer, violentar y vulnerar el ámbito de su castidad! El Islam tiene eso en cuenta. La cuestión del hiyab, a la que tanta atención presta el Islam, se debe a esas cosas» (22/10/1997).