En el primer día del bendito mes del Ramadán de 1445 h. l. (1)
En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso.
Sea toda alabanza para Dios, Señor de los Mundos, y las bendiciones y la paz para nuestro maestro y profeta Abulqásim al-Mustafa Muhammad, así como para su familia excelsa, pura y selecta, guía de bien guiados infalibles, y en especial para el Imam del Tiempo.
Sean muy bienvenidos. Hoy, gracias a Dios, hay bastante gente en nuestra reunión; una reunión excelente, sin tacha y completa. Yo doy las gracias de corazón, tanto a los organizadores como a quienes han tenido un papel en una reunión tan magnífica y tan llena de significado y de belleza; a las personas que han recitado, a las que han realizado una intervención… doy las gracias a cada una de ellas.
Afortunadamente, día a día va desarrollándose más en nuestro país la recitación del Corán, la buena recitación, la recitación conforme a las leyes y reglas de declamación. Acaso no haya un día en que un servidor no dé gracias a Dios Altísimo por esta inmensa gracia. Siempre que enciendo la televisión, o bien está recitando un honorable recitador—alguno de los cuales nos honran aquí con su presencia— o bien lo está haciendo un grupo de ellos al modo tartil; me siento, me deleito escuchándolo y doy gracias a Dios. Todo esto se nos ha dado gracias a la Revolución y, cuando comparamos nuestro país con otros países islámicos… en fin, no puedo ahora decirlo con rotundidad y con datos precisos, pero la idea que me hago es que el número de recitadores que recitan de manera correcta y agradable en nuestro país es quizá superior al de todos los países islámicos. Puede, claro está, que algún país haga excepción a esa regla general, pero, por lo que oímos y hasta cierto punto vemos, en los demás lugares del mundo no igualan a nuestros jóvenes; a ustedes, queridos y preciados recitadores nuestros.
El valor y la grandeza de la recitación del Corán han de entenderse a la luz de la grandeza del propio Corán. Vean ustedes con qué epítetos y calificativos se presenta el Corán dentro del propio Sagrado Corán; he apuntado algunos ejemplos: “el Grandioso Corán”, “el Noble Corán”, “el Claro Corán”, “el Glorioso Corán”, “el Sabio Corán”, “Corán de Curación”, “Corán de Misericordia”, “Corán de Luz” y otras denominaciones similares. Cuando Dios Altísimo, que es fuente, origen y creador de la grandeza, califica algo de “grandioso”, wa-l-Qur’âna-l-adim (Sagrado Corán, 15:87), eso tiene un significado sublime, muy elevado, muy valioso. ¡Y eso es lo que ustedes recitan! El Corán es más excelso y elevado que cualquier otra cosa creada por Dios Altísimo bajo el cielo. El Corán es el Zaqal al-Akbar, “el Mayor Tesoro” (2). ¡Reflexionen sobre ello! Inni tárikun fíkumu-z-zaqalain (3). El Zaqal al-Akbar —donde zaqal significa valioso, precioso— es el Corán. En otras palabras, los Imames de la Guía (con ellos la paz), esas luces de bondad que iluminan el universo, están en un grado posterior al Corán. El Corán es el Zaqal al-Akbar. Esto es muy importante. ¿Cómo hemos de actuar con el Corán? Cuando ustedes recitan el Corán, cada uno de ustedes, recitadores coránicos, son una flecha del Trono Divino lanzada hacia nosotros, los simples mortales. Ese es el significado de la recitación del Corán. Ustedes nos están expresando el contenido de la palabra de Dios. Para aquel de nosotros que sea sensible, hacen ustedes descender el Corán a nuestros corazones. Aquel de nosotros que sea dado a escuchar se servirá de sus oídos. Sean ustedes conscientes de su propio valor.
Bien, hay varios puntos que considerar: el primero, la importancia de leer el Corán. Sin entrar a considerar el valor de la grandiosidad del Corán ni cómo el Corán contiene los conocimientos luminosos primordiales del mundo creado, el acto en sí de recitar el Corán es valioso. Dios Altísimo ordena al mayor ser que ha creado, el venerado ser del Nobilísimo Profeta (Dios lo bendiga a él y a su familia): “¡Recita!”. “Así pues, recitad lo que podáis del Corán” (Sagrado Corán, 73:20). “Así pues, recitad lo que podáis de él” (73:20). “Tienes que recitar el Corán; tienes que declamarlo”. “Relátales la historia de Noé” (10:71). “Relátales la historia de Abraham” (26:69). Dios ordena al Profeta que recite. Recitar el Corán es uno de nuestros deberes. A juicio de este humilde servidor, en el mundo islámico no debe haber nadie que pase un día sin haber recitado algunas aleyas del Corán; todos debemos recitarlo. Lo he dicho muchas veces ante distintos grupos: recitamos cuanto sea posible: “Así pues, recitad lo que podáis de él”. Algunos leen cinco yuz cada día (4); otros, cada día un yuz; otros, cada día un hizb (5). Si ustedes no pueden, reciten una página al día o media página al día, pero reciten. El Corán debe recitarse.
Lo que acabo de exponerles se refiere a la recitación hecha para el propio corazón del recitador, pero no se trata solo de eso; no se limita a eso. Con la recitación coránica, además de iluminarse el corazón del recitador, debe llenarse también de luz el corazón de la sociedad. Dios Altísimo ordena a su profeta: “Es un Corán que hemos dividido en pequeñas partes para que lo recites a la gente poco a poco” (17:106). Y hay muchas más aleyas, como esas que hemos señalado, con el significado de que hay que recitar también para la gente. Esa es la labor de ustedes. Nosotros leemos el Corán en casa para nosotros mismos, mientras que ustedes realizan una tarea más elevada: leen el Corán para la gente; recitan para la gente. Eso tiene mucho valor; aprécienlo. Sean conscientes del valor de su trabajo.
Otro punto a tener en consideración es la importante cuestión de la reflexión, la meditación, el tadabbor. El Corán debe leerse de manera reflexiva. Claro está que en esa reflexión hay grados. Por reflexión entendemos el ir desde la hermosa forma exterior del Corán a lo profundo de su interior: “Hermosa es su apariencia exterior; profundo, su interior” (6). Esa apariencia externa es la que hay en su trabajo; en los vocablos del propio Corán y en sus preciosidades; y el interior profundo es aquello que se alcanza mediante la reflexión. Cuanto más piensen ustedes, más atención presten y más penetren el significado de las cuestiones que se plantean en torno a una aleya o una palabra, mayor será el conocimiento y los conceptos que aprendan de ella. Eso es tadabbor. “Esta es una Escritura bendita que Nosotros hacemos descender a ti para que mediten sobre sus signos” (38:29). Es así: el Libro se reveló fundamentalmente para la reflexión, para la comprensión. Todas esas otras cosas son un preludio a la comprensión.
Aquí hay una observación que hacer: cuando se nos dice que meditemos, lo que eso significa es que ese Dios que nos ha creado sabe que tenemos la capacidad de alcanzar esa hondura. De lo contrario, no nos diría que meditásemos. Lo que significa que Dios Altísimo nos diga que meditemos es: “Ustedes pueden; la capacidad de profundizar en el Corán está en ustedes”. Aun así, todos deben tener presente que imbuirse de la profundidad del Corán no es lo mismo que hacer exégesis o eiségesis, interpretación subjetiva; no es lo mismo que imponer al Corán las propias ideas; no es lo mismo que basarse en los propios conocimientos limitados e incompletos. Hay ciertos requisitos a los que haremos alguna alusión si es posible.
Otra cuestión es la del arte de la recitación. Tengo que decirles que, afortunadamente, las recitaciones de hoy han sido muy buenas. Por lo general, las recitaciones de estos encuentros nuestros son buenas, pero hoy estos jóvenes que, gracias a Dios, se han introducido en el Corán, que se han adentrado en el mundo del Corán, nos han ofrecido ciertos arreglos y recursos estilísticos nuevos. También ha sido buena la actuación de nuestros queridos adolescentes, y nuestros recitadores han ejecutado sus recitaciones verdaderamente muy bien.
La recitación es un arte, con la diferencia respecto a otras artes de que se trata de un arte sacro. Arte sacro. Eso es algo de gran valor. Además de ser arte —se llama arte a las formas superiores de belleza surgidas de la mente humana—, tiene carácter sagrado. Pero el aspecto fundamental es que ese arte, con todas sus técnicas y recursos —ustedes se dedican a él y conocen esos elementos—, todo ello es una herramienta, un vehículo. Ahora, una herramienta… ¿para hacer qué? Para transmitir significado.
Lo dije el año pasado en uno de estos mismos encuentros. Ustedes, cuando recitan, ¿qué es lo que buscan? ¿Quieren exponer el Corán o quieren exponerse ustedes mismos? Esto es importante. Al fin y al cabo, uno es débil. Echarse uno mismo a un lado por completo, quitarse de en medio, dar un paso atrás es algo que a las personas débiles como un servidor no les resulta posible. Pero, al menos, tengamos presente que el objetivo principal es dar a conocer el Corán. Luego, si al lado de eso se da a conocer uno mismo, pues se da. Pero el Corán debe ir por delante. Esto marcará una gran diferencia en su modo de recitar. A veces, uno ve que eso está ausente en la labor de algunos de estos recitadores famosos que hay. Piensen por ejemplo en ciertas repeticiones, que en el caso de algunas aleyas está bien; en algunos lugares, es necesario. Pero ¿tanto repetir? Alguna vez, estoy escuchando una recitación y se repite una aleya sin que haya necesidad alguna; ¡y el recitador la repite diez veces! ¿¡Pero qué es eso!? Pues que ese recitador es buen músico, tiene buena voz y quiere recitar aquello de distintas maneras. Por ejemplo, id qala Yúsofon la-yabih (“Cuando José dijo a su padre”: Sagrado Corán, 12:4). En fin, ¿para qué repetir “cuando José dijo a su padre”? Bien, pongamos que se recite dos veces, pero ¿diez veces? Digo diez veces, pero bien, ¡quizá fueran nueve! Las estuve contando, una y otra y otra… No es eso lo que se espera de un recitador. No se olvide esto.
El propio Corán es arte. El propio Corán es una obra de arte divina. Es una obra de arte. Progresivamente, personas que eran expertas, personas observadoras, personas reflexivas, fueron comprendiendo cosas a lo largo de la historia sobre esa obra de arte, como por ejemplo que en el Corán hay un arte de la imagen. Es decir, que elabora imágenes de los acontecimientos; como ese libro que se ha escrito, Al-Taswir al-fanni fi'l-Qu'ran (8): la imagen artística en el Corán. Muchas veces, cuando el Corán quiere expresar algo, lo hace dibujando una escena como pueda ser la del Día del Juicio. Fíjense ustedes con qué abundancia y diversidad de modos de expresión se dibuja en el Corán ante los ojos de uno el Día del Juicio, con sus escenas y su espacio; como también se dibuja el ámbito del Yihad: “Juro por los que galopan jadeantes / y hacen saltar chispas (con sus cascos)” (100:1-2). Es una imagen, está mostrando algo. Podía haberse dicho que montaron a caballo o que el jinete cabalgó hacia la batalla, pero cuando la aleya va y jura por ese caballo que jadea, jura por ese caballo cuyos cascos golpean las piedras y hacen saltar chispas, está dibujando la escena.
En la bendita sura Al-Baqara (La vaca), se describe así a los hipócritas en la siguiente distinguida aleya: “Semejan a quien enciende un fuego. Pero cuando éste alumbra lo que hay en torno a él, Dios les arrebata su luz y los deja en tinieblas” (2:17). Esa imagen muestra una de las dimensiones de los hipócritas. Se trata del hipócrita que al principio abraza algo la fe —istáuqada naran fa-lamma ida’at ma háulahu dáhaba-l-Lah bi-núrihim—, pero el mal que hay en su corazón hace que Dios le retire esa luz: wa tarákahum fi-d-dulumat, “los deja en tinieblas”. Dibuja una imagen: la de uno de los aspectos de la persona del hipócrita. Y a continuación, inmediatamente, otro aspecto: “También semejan a quienes, en medio de una tormenta, con un cielo lleno de nubes oscuras, de truenos y relámpagos, se tapan los oídos con los dedos por el estruendo del rayo al caer, temiendo la muerte” (2:19). Ese es otro aspecto de los hipócritas. Sáyyib es una lluvia intensa. En fin, la lluvia como dicen es misericordia, pero junto a esa lluvia hay truenos, hay relámpagos y ellos tienen miedo. Hay oscuros nubarrones que les dan miedo. No se benefician de la lluvia, pero sí temen los truenos y relámpagos. Como dice en la sura Al-Munāfiqūn (Los hipócritas): “Creen que cualquier grito va dirigido contra ellos” (63:4). Ahí se expresa otro aspecto del hipócrita. Así crea imágenes el Corán. Pues bien, eso es lo que quieren expresar ustedes; quieren transmitir a la mente y el corazón de su receptor esa imagen que hay en palabras y que es milagrosa. Es un arte muy grande; un arte grandioso.
Por supuesto, sobre el tema de la recitación hay mucho que decir. Un servidor tiene verdadera devoción y afecto por nuestros estimados recitadores del Corán. Ya se trate de maestros experimentados y veteranos en este arte o de jóvenes recién iniciados en este campo, lo que yo siento por ellos es verdadero amor sincero y profundo. Ahora bien, hay ciertas observaciones que deben hacerse y que deben ser tenidas en consideración.
Mantengan en mente que deben ser ustedes un ejemplo de “aquellos que difundieron el mensaje de Dios” (Sagrado Corán, 33:39). Después de todo, ustedes están transmitiendo el mensaje divino. ¿Qué mensaje es más seguro, más consistente y más real que el que ustedes transmiten en sus sesiones de recitación del Corán? Así deben ser ustedes. Deben ustedes conformarse a lo que dice la aleya: “Aquellos que difundieron el mensaje de Dios”. Fíjense en cómo son y cómo deben ser aquellos que difunden los mensajes de Dios. Ese es un asunto.
[Otro asunto es] la atención al significado. Presten atención al significado de la aleya que están ustedes declamando e intenten mantener humildad de corazón ante ese significado. Esa humildad de ustedes influirá en su auditorio. Al recitar ustedes el Corán con modestia y con atención, el oyente se verá influido por su modestia y se hará humilde él también. Esa humildad se logra prestando atención al contenido de las aleyas.
Evítese con diligencia el guiná haram, el canto haram. Esto hay que tenerlo presente. Naturalmente, sobre el guiná se ha dicho mucho, pero algunos aires son guiná. Les hablaré con franqueza. Yo escucho recitaciones coránicas, sobre todo lo que se emite por la radio, y a veces, cuando recita alguno de esos recitadores egipcios famosos, la apago. Me suscitan dudas. Por ejemplo, a veces, cuando recita Mohamed Omran, a mí me entran verdaderas dudas. Parece que ahora ha fallecido, que Dios tenga misericordia de su alma. O, después de él, por ejemplo, Abdul Munim. Es gente agradable de escuchar, que tiene buena voz y de los que ha de reconocerse que son maestros excepcionales en el campo de la música, pero a veces sus recitaciones se encuadran en el estilo de la música árabe guiná. En otras palabras, no se trata de recitación coránica. Por supuesto, también se ven cosas así a veces en el trabajo de grandes y distinguidos maestros del Corán por los que uno tiene mucha inclinación. Vamos, que no se trata de decir que esos no tienen fallos; pero otros, no. Siendo justos, algunos de los antiguos, como Abdul Fattah Shaashaí y otros como él, no exceden jamás de los límites de la recitación coránica, pero estos jóvenes de hoy que aparecen acá y acullá desde Egipto y recitan algo, esos sí. Esos, hay que admitir que en muchas ocasiones infringen las reglas y pautas establecidas.
Del mismo modo, también algunos de nuestros estimados recitadores tienen al fin y al cabo buena voz, y esa buena voz hace que en ocasiones les surja el deseo de hacer unos quiebros adicionales y superfluos.
No tolera estar oculta la que tiene rostro de hada.
Por alguna grieta sacará la cabeza, ¡si se ve encerrada! (9)
Ahí, conténganse. Allá donde vean que les apetece soltar unos gorgoritos de más, sin que venga a cuento ni haya razón para ello, verdaderamente hace falta que tengan determinación; hace falta fuerza de voluntad para mantener el control y abstenerse de hacerlo.
No imiten las formas de ciertos recitadores. Ustedes son iraníes y poseen modelos hermosos y atractivos que les son propios y particulares. No hay necesidad alguna de replicar los gestos que hacen otros ni de vestirse como ellos. A veces me hacen ver a recitadores nuestros que están en el extranjero, por ejemplo, y veo que su indumentaria es como la ropa de allá. No, ustedes vistan sus ropas propias, vayan allá, ocupen su lugar con orgullo y reciten mejor que ellos —porque es así: muchos de ustedes recitan mejor que ellos—.
Otro asunto en el que quiero insistir es que, verdaderamente, la recitación del Corán, los encuentros coránicos y los círculos de Corán se han desarrollado en el país más allá de lo que se puede describir. Un servidor lo ha dicho muchas veces: antes de la Revolución, el estado de los círculos coránicos no era comparable a la situación actual, tanto en cantidad como en calidad. Hoy, gracias a Dios, hay miles de círculos coránicos. Diversos organismos se ocupan de las cuestiones del Corán desde distintas perspectivas: la Organización de los Waqf, de una manera; la Organización de Propaganda Islámica, de otra; los departamentos especiales relativos al Corán, de otra. Ciertamente está muy bien; no cabe duda, pero yo estoy convencido de que aún no es suficiente; aún queda. En la cuestión de la memorización, en la de la recitación y en la de la familiarización con el Corán, aún queda mucho trabajo por hacer. Ojalá… ojalá todas las mezquitas tuvieran sus reuniones de recitación del Corán; que hubiera un recitador del Corán en la mezquita —si no todas las noches, por ejemplo, una vez a la semana, una noche a la semana, una vez a la semana o dos, que se juntaran los jóvenes de la zona a recitar el Corán, a recitarlo—. Incrementar el número de círculos coránicos por todo el país, tanto en las mezquitas como en las casas; también en las casas, habiendo quien tenga disposición para ello.
Otra cuestión es la de la exégesis e interpretación del Corán. La exégesis del Corán, claro está, es muy importante. En muchos casos, uno puede aprovechar el significado evidente del Corán. Pero a veces, en las exégesis escritas por nuestras eminencias, hay aspectos que resultan inéditos. Yo mismo estoy familiarizado con la interpretación del Corán desde hace años, pero aun así sigue habiendo casos en que tengo dudas y entonces me remito a las obras de exégesis, donde encuentro algún material nuevo, sumado a lo que uno encuentra en la propia recitación. Esto ayuda además a la reflexión, sobre la que ya apunté que diría algo; ayuda a que sean ustedes personas reflexivas. Invítese, por ejemplo, a un clérigo culto que tenga relación con el Corán, un clérigo coránico, y que haga exégesis con creatividad y de manera atractiva, no tediosa. Pongamos que están ustedes recitando y en algún punto él detiene al recitador y explica una aleya o algún motivo de reflexión que hay en ella para los oyentes; y luego se vuelve a repetir la aleya con la voz agradable del recitador. Cosas como esta se han probado —muy poco, ciertamente— y otras similares las pueden desarrollar y ampliar ustedes con su propio espíritu de iniciativa y creatividad.
En definitiva, lleven la recitación coránica hacia el terreno de la traducción del Corán y, un peldaño más arriba, a la exégesis coránica, de manera que se mueva a la reflexión y la meditación. Lo primero es la traducción del Corán. Se debe llegar a que, en el país, entre los distintos grupos —jóvenes, adolescentes…—, cuando se recita una aleya, todos entiendan el significado. Aunque quizá no puedan captar los detalles y pormenores, que todos entiendan el sentido general de la aleya, memoricen algunas aleyas y se valgan de ellas. Esto ayudará a elevar el nivel de conocimiento religioso del país y de la sociedad.
Ahora han mostrado aquí unas imágenes de Gaza; claro, adecuadas a nuestra reunión de hoy sobre la recitación del Corán. Han visto ustedes a los niños que declamaban el Corán, y todos lo recitaban de memoria. Todos tenían memorizados esos fragmentos. Y la manera de memorizarlo es esa. He dicho ya con anterioridad que la memorización debería comenzarse en la adolescencia. Esa gente [de Gaza] sabe el Corán de memoria. Y además de saberlo de memoria, entienden las ideas del Corán, gracias a que son de lengua árabe. Es por eso que se ha podido mostrar al mundo el culmen de la resiliencia en Gaza; en Palestina y particularmente en Gaza. Es por el Corán. Es esa paciencia que pide el Corán, esa resistencia que aconseja el Corán. Es por esa retribución que el Corán promete a quienes son pacientes. Es eso lo que los ha preservado.
Lo que se está haciendo hoy en Gaza es un sumun por ambas partes. Es un sumun en cuanto a crímenes, ruindad, salvajismo y encarnizamiento. Yo no tengo conocimiento de que, en ningún lugar, un enemigo pertrechado de todo tipo de armas ataque a una gente que no tiene arma alguna. No que su armamento sea más atrasado, ¡que no tienen arma ninguna! La gente indefensa de Gaza —la gente corriente en los hospitales, en las mezquitas o en la calle— no tiene armas. Los atacan con todo tipo de armas y, no dándose por satisfechos, hacen pasar hambre y sed a esa gente indefensa hasta el punto de que ¡mueren de hambre niños pequeños y bebés! Yo no he visto nada igual. Esto es el colmo del encarnizamiento, el culmen de la barbarie. Esto desacredita a la civilización que da eso como resultado. Son esas cosas la civilización occidental. No es ya algo oculto. Es evidente, es visible, está ante los ojos de todos, el mundo entero lo está viendo. Esto, en cuanto a uno de los lados del asunto, pero el otro lado está también en su apogeo, con esa paciencia y ese aguante sin par, esa resistencia de la gente. Por una parte, está la fuerza de combate de Hamás y de la Resistencia palestina existente en Gaza; por otra, la resiliencia y la firmeza incansable de la gente.
Ahora, el enemigo no ha conseguido nada de nada. No ha conseguido dañar a la Resistencia. Los combatientes de la Resistencia han enviado al exterior un mensaje, que nos ha llegado a nosotros también: “Por nosotros no se preocupen. La mayoría —quizá cerca del noventa por ciento— de nuestros recursos y capacidades están a salvo”. Eso es muy importante. Le están haciendo la guerra a la Resistencia palestina desde hace meses, con todo tipo de armas y con todo tipo de ayuda inicua y traicionera de Estados Unidos y los demás, y la Resistencia sigue siendo poderosa, sigue firme, está allá presente y, con la ayuda de Dios, por la gracia de Dios, la Resistencia hará que los sionistas muerdan el polvo.
El mundo islámico tiene un deber, un mandato; tiene el mandato religioso de ayudar, cada uno de la manera que pueda, y es incontestablemente haram y un verdadero crimen ayudar a su enemigo [de los palestinos], lo haga quien lo haga. Pero lamentablemente, en el mundo islámico, hay personas, poderes, gobiernos que ayudan a los enemigos de ese pueblo oprimido. Si Dios quiere, un día se arrepentirán y serán castigados por esa traición, y verán además que lo que hicieron fue en vano.
Esperamos que el Creador del mundo vaya dando al Islam y a los musulmanes mayores dignidad y apoyo día tras día.
Con ustedes la paz, la misericordia de Dios y Sus bendiciones.
Notas
(1) En la primera parte del encuentro, recitadores del Corán y grupos coránicos ejecutaron sus respectivos programas.
(2) La mayor de las dos cosas más valiosas dejadas por el Profeta (la paz sea con él), siendo la otra la Ahlul Bayt, la Familia del Profeta (P), conforme al hadiz de Al-Zaqalain, universalmente aceptado entre los musulmanes.
(3) Sheij Saduq, Kitab al-amali, sesión LXIV.
(4) Yuz (“división”): cada una de las treinta partes de similar extensión en que se divide el Corán para facilitar su recitación íntegra durante los treinta días del Ramadán.
(5) La mitad de un yuz, o una sesentava parte del texto coránico.
(6) La cumbre de la elocuencia, 18.º sermón.
(7) Discurso del encuentro de familiarización con el Sagrado Corán del 3 de abril de 2022.
(8) Obra de Sayyid Qutb.
(9) Dístico tomado de Yusuf y Zuleija, uno de los volúmenes del clásico de la literatura persa Haft awrang (“Los siete tronos”), obra de Nureddín Abdorrahmán Yamí (1414-1492 d.C.).