«El profeta Abraham se cuenta entre los profetas compasivos (...). Ese mismo Abraham compasivo, indulgente y afectuoso que intercede por el pueblo de Lot, que pide perdón para los rebeldes y que tiene la convicción de que hay que tratar bien a los infieles que no sean hostiles… ese mismo Abraham, en otra situación, se mantiene así de firme y expresa rechazo: “En verdad, nos apartamos de vosotros”. “Entre ustedes y nosotros hay una enemistad palmaria; nosotros somos enemigos declarados de ustedes y les somos hostiles”. ¿Y qué gente es esa? Son aquellos que muestran hostilidad. Dice: “Lo que, en verdad, Dios os prohíbe es que seáis amigos de quienes combaten vuestra fe y os expulsan de vuestros hogares o ayudan a que seáis expulsados” (60:9). Con aquellos que les dan a ustedes muerte, que les hacen la guerra, que los echan de sus casas y sus tierras o que ayudan a quienes los echan a ustedes de sus casas y sus tierras, no tienen derecho a establecer relaciones y trabar amistad. ¡No tienen derecho! Es decir, que entre ustedes debe haber hostilidad. Lo mismo que dijo el profeta Abraham: “Comienza entre nosotros y vosotros la enemistad y el odio” (60:4). Pues bien, hoy en día en el mundo, ¿quién es hostil a los musulmanes, los combate, los mata —a sus mujeres, a sus hombres, a sus hijos— y los expulsa de sus casas y sus tierras? ¿Quién? ¿Acaso podía describirse con más claridad al enemigo sionista en el Corán? Y no se trata solo del enemigo sionista: “O ayudan a que seáis expulsados” (60:9). Aquellos que ayudan al otro. ¿Quién ayuda? Si no fuera por la ayuda de Estados Unidos, ¿tendría el régimen sionista el poder y la osadía de tratar con ese salvajismo a los musulmanes, a mujeres y hombres, a los niños, en ese espacio tan limitado?» (06/05/2024).