En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso.

Wa-l-hamdu li-l-Lah rabbi-l-alamín wa-s-salam ala sayyídina Abi-l-Qásimi-l-Mústafa Muhámmad wa ala álihi-t-tayibini-l-atharini-l-muntayabín sáyyama Baqíati-l-Lah fi-l-arazeyn (1).

Sean ustedes muy bienvenidos, queridos hermanos, queridas hermanas que nos honran con su presencia. Les agradezco en primer lugar de corazón a todos ustedes la atención prestada a este grandioso deber que es mantener viva la memoria de los mártires. El martirio es un tesoro. El desapego y sacrificio de los jóvenes de una nación es un grandioso respaldo espiritual y material para el progreso de esa nación, y eso debe preservarse, debe custodiarse. No hay que dejar que se pierda, que se olvide ni que en un momento dado pueda tergiversarse. La importancia de la labor de ustedes reside en que están custodiando ese tesoro.

Han sido muy correctas y han estado muy bien tanto las palabras pronunciadas por el excelentísimo imam del rezo del viernes (2) como el excelente escrito leído por nuestro hermano del Cuerpo de Guardianes de la República Islámica. Ahora, Dios mediante, haré las recomendaciones a los responsables. Está aquí el Sr. Aref (3) y, Dios mediante, hablaré también con el Sr. presidente. Espero que este pueblo sea objeto de la atención que corresponde a su dignidad y a su valor espiritual y nacional para el país.

La provincia de Kohguiluye y Boyer Ahmad —es decir, toda esa zona, ya sea en su forma de provincia o en cualquier otra forma anterior— tiene un larguísimo historial de abnegación, sacrificio y lucha, al que ya se ha hecho referencia. De las épocas anteriores habrá que hablar en su lugar, pero en nuestros tiempos, por lo que yo recuerdo, en cuanto empezó la lucha en el año 63, el abuelo del caballero (4) —el padre del difunto Sr. Malek Hoseiní—, que fue un gran ulema de aquella región, publicó un comunicado que pasó a figurar entre los comunicados excepcionales —potente, osado y relevante para el aparato de Estado, porque sabían que, si él daba orden de Yihad a la gente de las tribus de la zona, estas harían la Yihad, como de hecho se hicieron algunas cosas—. En aquella época, el aparato había pedido a otro pueblo, que es también un pueblo querido, que fueran a luchar contra la gente de las tribus de la región de Boyer y Ahmad —lo que impidió un ulema sunní del lugar—. Tengamos presente cómo es la historia de nuestras relaciones religiosas, nacionales y entre pueblos en este país. Fue un jeque sunní el que no dejó que cuajara el plan del régimen de provocar una guerra entre el pueblo baluchí y las tribus de Kohguiluye y Boyer y Ahmad. Lo impidió, no lo permitió, dio una fatua en contra. Así es la historia de esa región.

También intervinieron bien, hay que reconocerlo, en el transcurso de la Sagrada Defensa y la Guerra Impuesta. Tanto después de formarse como antes de que se formara la brigada Fath —cuyos miembros estaban dispersos por los distintos organismos—, los elementos combativos de la región hicieron grandes esfuerzas, hicieron grandes cosas. Hay recuerdos de esa época que han quedado registrados en los informes históricos de la Sagrada Defensa. Por ejemplo, un batallón de la brigada Fath, en la isla Machnún frente a un gran ejército baazista iraquí, resistió, aguantó dos o tres días y no retrocedió. Claro está que pusieron mártires, pero lograron conservar la zona. Cosas como estas están registradas allá, en la historia y en la memoria histórica de la Sagrada Defensa.

Déjenme decirles algo: uno de los fundamentos de la guerra psicológica de los enemigos de todo pueblo y, más que todo otro en nuestros tiempos, de nuestro querido pueblo y de nuestro Irán islámico, es magnificar a los enemigos de ese pueblo. Eso se dio desde el principio de la Revolución Islámica. Por distintas vías, a nuestro pueblo se le ha dado a entender, se le ha insuflado y se le ha inoculado constantemente que debía tener miedo: que tuviera miedo de Estados Unidos, que tuviera miedo de los sionistas, que tuviera miedo de Inglaterra, que tuviera miedo de todos esos. Constantemente ha sido así. Una de las grandes habilidades del ilustre imam [Jomeiní] fue sacar ese miedo de los corazones del pueblo, darle el sentimiento de confianza, darle el sentimiento de creer en sí mismo. El pueblo sintió que tenía una fuerza, una capacidad interna sobre la que podía apoyarse para hacer grandes cosas, y que el enemigo no podía, no disponía de tantas armas como daba a entender.

Esa acción de guerra psicológica del enemigo, cuando llega al terreno militar, tiene como resultado el miedo, la retirada, de la que el Noble Corán deja en claro que la retirada es realmente causa de la ira divina: “Quien les dé la espalda ese día, excepto para cambiar su puesto de combate o para incorporarse a otra tropa, sufrirá la ira de Dios” (Sagrado Corán, 8:16). Ante un enemigo que los esté atacando a ustedes —y hay muchos tipos de ataques; unas veces se trata de un ataque con espada en el campo de batalla, de frente y cuerpo a cuerpo, otras de un ataque propagandístico, otras de un ataque económico, otras de un ataque militar con armas modernas—, si hacen una retirada que no sea táctica… a veces la retirada es una táctica, igual que el avance, en cuyo caso no es censurable: “Excepto para cambiar su puesto de combate o para incorporarse a otra tropa”. Ahí se trata de tácticas, pero fuera de esos casos, si se retiran, “sufrirá la ira de Dios”. Es así en la acción militar, y en la acción política es también exactamente así [provoca la ira de Dios].

Igualmente, en el campo de la acción política, magnificar al enemigo hace que uno se sienta aislado, se sienta débil, sienta que no es capaz de hacer frente, y el resultado es que se rinde a la voluntad del otro. ¿Le dicen que haga tal cosa? “Sí, señor”. ¿Que no haga tal otra? “Sí, señor”. Y hay toda clase de gobiernos así, en naciones grandes y pequeñas. Ante cualquier cosa que se les diga: “Sí, señor”. Carecen de voluntad propia. Luego, por supuesto, en el ámbito de la diplomacia, en las negociaciones diplomáticas existen ciertas formas y condiciones. Ese “Sí, señor” se puede decir de diferentes modos, pero en realidad lo que ustedes ven es ese “Sí, señor”. Cuando esos mismos, si confían en sus propios pueblos, si confían en sus capacidades internas propias, si identifican la verdad de la existencia de ese enemigo y son conscientes de que no dispone de tantas armas como pretende, pueden no decir “Sí, señor”. Pero ellos no prestan atención y dicen “Sí, señor”. Esto, en el campo de la acción política.

En el campo cultural, magnificar al enemigo se manifiesta de otra manera: sentimiento de pasividad, fascinación por la cultura del contrario, desprecio de la cultura propia, orgullo por el apego a la cultura extranjera. Hay algunos que cuando hablan, cuando dicen algo, se enorgullecen de utilizar una palabra europea. Se enorgullecen de no emplear la expresión iraní, de emplear la expresión europea. A veces no tiene uno un equivalente iraní: Televisión es televisión. No tenemos una palabra iraní para ella, si bien al principio, cuando llegó, se hubiera podido crear esa palabra. Pero ahora estamos obligados a decir televisión. Ahora, con muchas de las palabras corrientes en el habla de algunos que son europeas, no estamos obligados. Uno de los resultados de esa magnificación es que aceptamos su cultura, sus costumbres, sus hábitos vitales, su estilo de vida. En fin, dense cuenta de que esa es la guerra psicológica que libra el enemigo.

Y frente a esa guerra psicológica, ¿quién es el que se mantiene firme con todo su ser? Pues son esos jóvenes a quienes están ustedes ahora rindiendo homenaje, a los que están honrando y que realmente merecen estos honores. Ese joven de tal punto del país, de tal ciudad, de tal pueblo, de tal provincia que va y se alza frente al enemigo, que ni siente temor en la acción militar, ni se deja influir por su discurso político ni acepta la cultura de ellos. Es ese el ser cuya valía hay que reconocer y agradecer. Es él quien resiste con todo su ser en esa guerra psicológica. Manténganlo vivo. Denle cuerpo y muéstrenlo en estos homenajes. Lo que yo digo es eso.

Todas esas cosas que han señalado ustedes —escritos, libros, películas, homenajes, denominación de calles, estadios, etc.— está bien; todo eso es necesario. Algunas de esas cosas envejecen. Por ejemplo, cuando ustedes le ponen a una calle el nombre del mártir Beheshtí, pues está muy bien, pero cuando pasan tres o cuatro años la gente dice “calle Mártir Beheshtí” sin acordarse en absoluto del mártir Beheshtí. Si ustedes quieren ir ahora, por ejemplo, a la calle Mártir Beheshtí… [les preguntan] “¿dónde va, caballero?”. “Calle Mártir Beheshtí”. Uno no se acuerda para nada del querido mártir Beheshtí. Con algunas de esas cosas sucede eso. No pasa nada, igual pongan el nombre. Otras de esas cosas son duraderas, como las películas o, más que ninguna otra, los libros. Eso sí es duradero y hay que hacer algo con ello para que dé resultados. Quiero decir que ustedes imprimen un libro, muy bien, pero ¿cuántas personas lo leen? ¿Cuántas personas toman notas cuando lo leen? Cuando se juntan con sus grupos de amigos, ¿cuántas personas usan esas notas y las comparten unos con otros? Tengan todo eso en cuenta. Vean cuál es la manera de hacerlo. ¿Qué pueden hacer para que ese libro —que es el formato más duradero de todos esos, más duradero que las películas, etc.— pueda provocar una transformación en quien lo lee?

Tenemos en el país varias decenas de millones de jóvenes. La tirada de este libro si, por ejemplo, se sacan diez impresiones de dos mil ejemplares, que es el máximo, son veinte mil ejemplares. Veinte mil ejemplares frente a veinte millones es una cifra muy reducida. Hagan que lo lean veinte mil personas en un primer momento, y que esa figura, esa persona a la que han descrito ustedes, a la que han retratado influya de verdad sobre el estilo de vida de esas veinte mil personas que lean el libro, sobre su ser, sobre su pensamiento, sobre su cultura. Ese ha de ser el afán de ustedes. A los grupos que, como ustedes, vienen a vernos en estos homenajes a los mártires, yo siempre les hago esta recomendación: piensen en los resultados. Solamente esforzarse no basta. Estos esfuerzos son un instrumento, un medio, y los medios persiguen un resultado. De otro modo, si ustedes tienen una llave de apriete y no la usan para nada o, por ejemplo, la llave no vale para las tuercas que tienen, pues no sirve de nada. Debe haber un esfuerzo, algo, un instrumento que pueda surtir efecto.

Quiera Dios darles el éxito y Su aceptación. Dios tenga misericordia de los queridos mártires de esa región, de esa provincia, los coloque en alto rango, nos brinde a nosotros su intercesión y nos conceda la gracia y el favor de reunirnos con ellos.

Con ustedes la paz, la misericordia de Dios y Sus bendiciones.

Notas

(1) Toda alabanza sea para Dios, Señor de los Mundos, y las bendiciones y la paz para nuestro maestro Abulqásim al-Mustafa Muhammad, así como para su familia excelsa, purísima y selecta, en especial para el Imam de la Época.

(2) Al comienzo del encuentro, realizaron sendas intervenciones el hoyatoleslam Seyed Nasir Hoseiní, representante del Líder Supremo en la provincia de Kohguiluye y Boyer Ahmad e imam del rezo colectivo del viernes en la ciudad de Yasuch, y el general de brigada Hamid Jorramdel, comandante de la brigada Fath del Cuerpo de Guardianes de la República Islámica en Kohguiluye y Boyer Ahmad. En las imágenes puede verse también parada y pronunciando unas palabras a otra persona, de nombre Salmán Jast Jodaí.

(3) El doctor Mohammad Reza Aref, vicepresidente primero de la República Islámica de Irán.

(4) El hoyatoleslam Seyed Sharafoddín Malek Hoseiní, representante del pueblo de Kohguiluye y Boyer Ahmad en la Asamblea de Expertos del Liderazgo.

(5) El hoyatoleslam Seyed Keramatolá Malek Hoseiní, exrepresentante del Líder Supremo en la provincia de Kohguiluye y Boyer Ahmad, hijo del hoyatoleslam Seyed Sadroddín Malek Hoseiní.

(6) «Quien les dé la espalda ese día, excepto para cambiar su puesto de combate o para incorporarse a otra tropa, sufrirá la ira de Dios» (Sagrado Corán, 8:16).