«En el campo de la acción política, magnificar al enemigo hace que uno se sienta aislado, se sienta débil, sienta que no es capaz de hacer frente, y el resultado es que se rinde a la voluntad del otro. ¿Le dicen que haga tal cosa? “Sí, señor”. ¿Que no haga tal otra? “Sí, señor”. Y hay toda clase de gobiernos así, en naciones grandes y pequeñas. Ante cualquier cosa que se les diga: “Sí, señor”. Carecen de voluntad propia (...). Cuando esos mismos, si confían en sus propios pueblos, si confían en sus capacidades internas propias, si identifican la verdad de la existencia de ese enemigo y son conscientes de que no dispone de tantas armas como pretende, pueden no decir “Sí, señor”. Pero ellos no prestan atención y dicen “Sí, señor”» (