En la política internacional, la confianza suele ser un bien escaso; pero en el caso de Estados Unidos, no solo es escasa, sino esencialmente peligrosa.
Esta afirmación quizá parezca exagerada a primera vista, pero al repasar varias décadas de comportamiento de Washington con sus aliados, se demuestra que, en realidad, corresponde plenamente a la experiencia histórica. Estados Unidos, en los momentos decisivos, siempre pone sus propios intereses en primer lugar y elige el bando que mejor satisface sus necesidades estratégicas inmediatas. Tal vez por eso se dice: «La enemistad con Estados Unidos es peligrosa, pero la amistad con Estados Unidos lo es aún más.» La humillación de Zelenski en la Casa Blanca y el trato que el Gobierno de Trump dispensa hoy a Ucrania —que, confiando en Estados Unidos, ha perdido cerca del 18% de su territorio— están a la vista del mundo entero. Pero Ucrania no es el primer ni será el último aliado de Estados Unidos que se convierte en víctima de su confianza.
Afganistán: abandonar a un aliado en el último momento
La retirada de Estados Unidos de Afganistán en 2021 es otro ejemplo de cómo Washington abandona a sus aliados. El Gobierno de Biden, basándose en un acuerdo previamente firmado por la Administración de Trump en Doha, decidió poner fin a dos décadas de presencia estadounidense en Afganistán. Joe Biden, entonces presidente de Estados Unidos, declaró abiertamente que garantizar la seguridad interna de Afganistán no era asunto de su país y que no quería seguir gastando recursos allí. Así, la base de Bagram fue evacuada mientras las fuerzas que combatían al Gobierno afgano —el mismo gobierno apoyado por Estados Unidos— se encontraban ya a las puertas de Kabul. Se produjeron aquellas escenas insólitas de personas corriendo detrás de los aviones estadounidenses en el aeropuerto. Ashraf Ghani, en lugar de reorganizar la situación de seguridad y militar del país, apostó todas sus cartas a la confianza en Estados Unidos. Unos meses antes de la caída de Kabul viajó a Washington para buscar una salida frente a los ataques de los talibanes, pero nadie lo recibió y ningún funcionario estadounidense acudió a darle la bienvenida en el aeropuerto.
Ashraf Ghani, unos meses después de la caída de Kabul, en su primera entrevista mediática con Nick Carter, ex jefe del Estado Mayor del Ejército británico en BBC Radio 4, declaró que su único error como presidente de Afganistán había sido confiar en Estados Unidos y en sus socios internacionales.[1]
Un escritor pakistaní famoso también escribió en esos días en The Washington Post: «Estados Unidos demostró en una sola noche que puede cambiar el destino de sus aliados en función de su calendario político interno.»
Pero no solo los afganos y el Gobierno de Ashraf Ghani fueron víctimas de este episodio. Prácticamente cada nación que ha confiado en el apoyo de Estados Unidos, tarde o temprano, se ha enfrentado a una experiencia similar.
Cuando Estados Unidos incluso roba las mascarillas de sus aliados
Otro ejemplo es el comportamiento de Estados Unidos en los primeros meses de la pandemia de coronavirus. En aquel momento, la competencia por los equipos médicos —incluidas mascarillas, kits de diagnóstico y ventiladores— era muy intensa. Los estadounidenses llegaron incluso a robar mascarillas a sus propios aliados: un cargamento de varios miles de mascarillas N95 que se dirigía a Alemania fue desviado hacia Estados Unidos.
En ese momento, el ministro del Interior del estado de Berlín declaró sobre esta acción del Gobierno estadounidense: «Incluso en medio de una crisis mundial no se deben utilizar métodos tan brutales. Estados Unidos nunca debería tratar así a sus aliados europeos. Esto es una piratería moderna.»[2]
Además, Barbados, un país pequeño y pobre, en los primeros meses de la pandemia había comprado 20 ventiladores —es decir, respiradores artificiales—, cuyo envío también fue interceptado por Estados Unidos.[3]
El pacto AUKUS: una puñalada por la espalda a un aliado europeo
Sin embargo, quizá nada en los últimos años haya revelado tanto el verdadero rostro de este patrón de conducta de Estados Unidos como el pacto AUKUS. Durante años, Australia mantuvo un contrato enorme con Francia para la construcción de submarinos convencionales (no nucleares). Pero, de repente, en 2021 se anunció que Canberra había firmado un nuevo acuerdo con Estados Unidos y el Reino Unido, que incluía la adquisición de submarinos dotados de tecnología de propulsión nuclear. Esto significó la cancelación total del contrato con Francia. París retiró a su embajador de Washington y el ministro de Asuntos Exteriores francés declaró: «Esto ha sido una puñalada por la espalda.»[4]
Canadá e India: socios estratégicos que se convirtieron en víctimas de los intereses de Washington
En los últimos meses, el comportamiento de Estados Unidos con dos de sus socios —Canadá e India— ha sido otro ejemplo importante de este mismo patrón. Durante el segundo mandato presidencial de Donald Trump, Washington volvió a imponer una nueva ola de aranceles y presiones comerciales contra aliados que durante años habían sido considerados entre los más cercanos a Estados Unidos. India había sido llamada durante mucho tiempo «socio estratégico» de Washington, pero Estados Unidos presionó para que Nueva Delhi detuviera la compra de petróleo a Rusia y, al mismo tiempo, amenazó con restricciones comerciales; una actitud que el Gobierno de Modi consideró una injerencia directa en las políticas de India.
Canadá, a pesar de sus amplias relaciones económicas y su extensa frontera compartida, tampoco se libró de las repentinas fluctuaciones arancelarias de la Casa Blanca. Estos cambios fueron un golpe serio para un país que mantiene la mayor relación comercial con Estados Unidos y comparte miles de kilómetros de frontera. Mark Carney, actual primer ministro de Canadá, advirtió explícitamente en uno de sus discursos recientes: «Estados Unidos ya no es un aliado confiable.»[5]
Dar la espalda a un viejo amigo
Estas historias, por supuesto, tienen un antecedente más antiguo. Mohammad Reza Pahlavi, el sha exiliado de Irán, fue uno de los aliados más cercanos de Washington durante la Guerra Fría. Sin embargo, en los meses posteriores a la Revolución Islámica de Irán, cuando su enfermedad se agravó y necesitaba tratamiento en Estados Unidos, los estadounidenses solo aceptaron permitirle la entrada por un breve período. Jimmy Carter, entonces presidente de Estados Unidos, fue uno de los principales opositores a su presencia en el país y, más tarde, respecto a la aceptación temporal del sha por razones médicas, declaró: «Bueno, me dijeron que el sha de Irán estaba al borde de la muerte y debía venir a Nueva York para recibir tratamiento médico, y Nueva York era el único lugar donde podía obtener esos servicios.»[6]
Al final, todas estas experiencias amargas en el sistema internacional muestran que la amistad con Washington solo es útil mientras no implique un costo para Estados Unidos. En realidad, en este mundo, la amistad con Washington en sí misma constituye un riesgo de seguridad. Un país que quiera construir su estabilidad, seguridad y bienestar nacional sobre la base de la confianza en Estados Unidos debe estar preparado para que, algún día, esa columna se le retire de debajo de los pies.
Este mismo punto fue señalado hace unos días por el Líder de la Revolución Islámica, el ayatolá Jameneí, en sus declaraciones, cuando afirmó: «Los estadounidenses traicionan incluso a sus propios amigos; a quienes son incluso amigos de ellos, los traicionan también. Apoyan a la banda criminal sionista que gobierna Palestina; por petróleo y recursos minerales subterráneos están dispuestos a desatar guerras en cualquier parte del mundo, y hoy ese belicismo ha llegado también a América Latina. Sin duda, un gobierno semejante no merece que otro como la República Islámica busque relacionarse y cooperar con él.»
La experiencia de Ucrania, Afganistán, Europa, Canadá, India e incluso el Irán previo a la Revolución Islámica son todas partes de un relato mayor: ¡Washington no tiene reparos en gastar la confianza de los demás!