Primer sermón

En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso

La alabanza es para Dios, Amo de los Mundos, al Que alabamos, al Que pedimos ayuda, ante Quien pedimos perdón y en Quien confiamos, y rezamos y saludamos a su noble amado, lo mejor de entre Sus criaturas, custodio de su secreto y difusor de sus mensajes, portador de la buena noticia de su gracia, nuestro maestro y profeta, Abulqásim al-Mustafa Muhammad, y a su excelsa y pura familia de elegidos, guía de los bien guiados, en especial lo que queda de Dios en la tierra, y rogamos a Dios por los Imames de los fieles, guía de los desfavorecidos y respaldo de los fieles.

Hago un llamamiento a todos los queridos hermanos, así como a mí mismo, para recomendarles que tengan presente el temor de Dios. Si queremos la ayuda de Dios, se halla en el temor de Dios; si queremos que Dios nos depare éxitos y guía, se hallan en el temor de Dios; si queremos alivio y resolución de cuestiones personales y sociales, están en el temor de Dios. Todos debemos esforzarnos por hacer del temor de Dios el criterio de nuestros actos. En el rezo del viernes, lo importante es que se aliente el temor de Dios. Este humilde servidor está de hecho aun más necesitado de esa recomendación que ustedes, y esperemos que Dios el Altísimo nos depare el éxito de prestar atención al temor de Dios en todo cuanto hacemos, en la medida de nuestra capacidad.

En la sura de Abraham hay una aleya llena de significado y contenido ―como el resto de aleyas del Corán, por otra parte―. Mi charla de hoy va a girar en torno a ese versículo y los posteriores. Dios dice: «Y, ciertamente, enviamos a Moisés con Nuestros milagros: “¡Saca a tu pueblo de las tinieblas a la Luz y recuérdales los Días de Dios!”» (Sagrado Corán, 14:5). Recomienda o conmina al profeta Moisés: «zakkirhum bi-ayyam Allah». Sobre el significado de ese «zakkirhum bi-ayyam Allah» hay dos posibilidades, aunque para nuestro objetivo al plantear ahora esta aleya es lo mismo. Una es que se trate de recordarles los Días de Dios, y la otra que esté llamando a recordarles a Dios, la religión y la Resurrección a través de los Días de Dios. La importancia de los Días de Dios queda clara cuando Moisés, profeta divino de alto rango, recibe la misión de recordar a la gente los Días de Dios. Luego dice: «En verdad, en ello hay señales para todo el que sea muy paciente [sabbar], muy agradecido [shakkur]» (Sagrado Corán, 14:5). Los Días de Dios son un versículo milagroso, una señal, una indicación en el camino. Y ¿para quiénes? Para quienes tienen dos características: ser sabbar y ser shakur. Sabbar es aquel que es todo él perseverancia y paciencia, de los pies a la cabeza; y shakur es quien reconoce las gracias y bendiciones, y está agradecido por ellas ― agradecimiento sobre el cual haré ahora algunas observaciones―. Después, el versículo siguiente dice que el profeta Moisés siguió esa orden: «Y cuando dijo Moisés a su pueblo: “Recordad la merced de Dios con vosotros cuando os salvó de la gente del Faraón”» (Sagrado Corán, 14:6). Les recordó cómo habían sido salvados del Faraón y de los suyos, de una potencia superior victoriosa y opresora. Aquel fue uno de los Días de Dios, uno de los ejemplos de Días de Dios: «Cuando os salvó de la gente del Faraón». Por lo tanto, aquel fue uno de los Días de Dios. Cuando las sociedades, las personas y los pueblos hallan salvación de fuerzas opresoras, lo que sigue es una llamada general del Creador, la voz poderosa de Dios: «Cuando dijo con voz alta vuestro Señor» (Sagrado Corán, 14:7) ―taaddan quiere decir «con voz alta»―. Dios el Altísimo anuncia a todos: «Si sois agradecidos, os daremos más» (Sagrado Corán, 14:7). Si lo agradecéis, incrementaré día tras día esa gracia que os he dado. «Y si no creéis… En verdad, Mi castigo es duro» (Sagrado Corán, 14:7). Si son ingratos e incumplen su deber de reconocimiento, ahí estará el tormento divino y les ocurrirán multitud de problemas. A continuación, en la aleya siguiente, se da una conclusión general: «Y dijo Moisés: “Aunque no creáis, vosotros y todos los que están sobre la tierra, en verdad, Dios se basta a sí mismo y es digno de alabanza”» (Sagrado Corán, 14:8). Cuando se dice que sean agradecidos, que presten atención a los dones de Dios y que no los olviden, lo decimos por ustedes, porque, por su parte, Dios el Altísimo no está necesitado de nada.

Les quiero hablar, decía, de los Días de Dios. ¿A quiénes? A quienes son sabbar y shakur. Sabbar se refiere a aquel cuyo ser es todo él perseverancia y paciencia, no abandona la liza al mínimo contratiempo y se mantiene firme. Y shakur son aquellos que, para empezar, reconocen la gracia y ven tanto sus dimensiones ocultas como las evidentes, y además son conscientes de su valor, del peso de esa gracia, de su precio. En tercer lugar, a causa de todo ello experimentan un sentimiento de responsabilidad respecto a ese don concedido por Dios. A la nación, colectivo o pueblo que no esté desprovista de paciencia no le faltará tampoco el sentido de la responsabilidad.

Veamos ahora. Esos versículos pertenecen a la sura de Abraham, que es mecana; es decir, que descendió en momentos en que los musulmanes se hallaban en el punto álgido de sus combates y su resistencia frente a la corriente del descreimiento. Anuncia y dice a la gente que debe saber que Dios el Altísimo tiene Días de Dios y se los hará llegar. Que estén agradecidos por esos Días de Dios. Si reaccionan con corrección y gratitud por lo que Dios el Altísimo les ha dado, en el futuro Él les dará aun más victorias. Bien, pues son estos puntos de esa noble aleya el tema de nuestro primer sermón de hoy.

Estas dos semanas que hemos tenido ahora han sido dos semanas excepcionales y llenas de acontecimientos. En ellas han sucedido a la nación iraní acontecimientos amargos, acontecimientos dulces y acontecimientos aleccionadores. Y ¿qué quiere decir «Día de Dios»? Pues se dice del día en el que el ser humano ve el poder divino den los sucesos. Y el día en el que salieron a las calles decenas de millones de personas en Irán y cientos de miles en Irak y algunos otros países, en defensa de la sangre del comandante de la Fuerza Qods, formando el mayor cortejo fúnebre que se haya dado en el mundo, fue un Día de Dios. Lo sucedido no puede haber tenido otro causante que no sea el poder de Dios. Y ese día en que los misiles del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) aplastaron la base estadounidense fue también un Día de Dios (Exclamaciones de «¡Dios es grande!» entre los asistentes). Nosotros, el pueblo iraní, hemos sido testigos ante nuestros propios ojos en estos últimos días, en estas últimas dos semanas, de esos dos días, que están entre los Días de Dios. Se trata de días que suponen un punto de inflexión en la historia, determinándola; no son días normales. Cuando una nación da una bofetada con ese poderío y esa fuerza de espíritu a una potencia mundial arrogante y prepotente, ahí hay un indicio de la intervención del poder divino, por lo que también esa jornada es un Día de Dios. Y esos días se acaban, pero sus efectos en la vida de las naciones perduran. Las huellas que esos Días dejan en el espíritu de las naciones, en su manera de ser y en su trayectoria son duraderas y, en ocasiones, eternas.

 

Golpe al prestigio de Estados Unidos

Pues bien, la sociedad iraní es a nuestro juicio una sociedad sabbar y shakur. Nuestra nación es una nación perseverante y agradecida. A lo largo de todos estos años, la nación iraní ha estado siempre agradecida por los dones de Dios. Y esta nación tan paciente y tan agradecida debe aprender la lección de estos signos milagrosos. Hemos dicho que la primera cuestión es reconocer las dimensiones materiales y espirituales de este fenómeno. Déjenme plantearles: 41 años después del triunfo de la Revolución islámica, ¿qué fuerza sacó al escenario a esas multitudes nunca vistas? ¿Quién provocó esas lágrimas, ese amor y ese apasionamiento? ¿Qué causa pudo hacer que se manifestara tal milagro, aparte del poder divino? Aquellos que no son capaces de ver la mano del poder de Dios en estos sucesos y los analizan basándose en aspectos materiales no siguen lo que está pasando. Hay que ver la mano del poder de Dios. La importantísima dimensión espiritual de ese acontecimiento se debe a que es Dios el Altísimo el que lo realiza. Cuando Dios el Altísimo crea tal movimiento en una nación, uno debe sentir que es voluntad divina que esa nación triunfe. Es una señal de que la voluntad divina es que esta nación avance por este camino, por esta línea, y triunfe. Es también una muestra de la espiritualidad y el interior oculto de esta nación, de ese amor, de esa fidelidad y de esa firmeza en el gran pacto de lealtad con la línea del imam Jomeiní. Al salir al escenario, la gente renovó su adhesión a la línea del imam. Fue una declaración de lealtad grandiosa ―y más, transcurridos más de treinta años del fallecimiento del imam―. Así muestra la gente su adhesión; así de vivo está el imam.

Pero, ¿qué ha pasado para que, pese a todo el esfuerzo del imperio mediático del sionismo…? En los días anteriores y posteriores al evento, el imperio mediático del sionismo intentó acusar de terrorista a nuestro gran y querido general en el mundo entero. Lo dijo el propio presidente de EE. UU., lo dijo su secretario de Estado y lo repitieron los órganos de prensa sionista de todo el mundo: «terrorista, terrorista, terrorista…». Y, sin embargo, ¡Dios el Altísimo dio un vuelco completo a la situación, en contra de lo que ellos querían! No solo aquí, en Irán, sino en distintos países salió la gente a rendir homenajes al alma de ese gran mártir y a quemar banderas de EE. UU. y de los sionistas. ¿Acaso no es ahí visible con claridad la mano de Dios? ¿No es una alusión a esto cuando el Profeta, estando en la situación más dura posible, solo y sin nadie que lo socorriese en la cueva de Zaur, le dijo a su compañero «No estés triste, que, en verdad, Dios está con nosotros» (Sagrado Corán, 9:40)? Dios está con nosotros. O lo que dijo el profeta Moisés a los Hijos de Israel cuando tuvieron miedo y decían «En verdad, nos están atrapando» (Sagrado Corán, 26:61), porque las fuerzas del Faraón los iban a cercar y estaban perdidos por completo, y Moisés dijo: «No. En verdad, mi Señor está conmigo y me guiará» (Sagrado Corán, 26:62). ¿Acaso no es aquí visible ese «mi Señor está conmigo»? ¿No siente aquí el pueblo iraní que, «en verdad, Dios está con nosotros» (Sagrado Corán, 9:40)»? Dios se ha puesto manos a la obra en este país, en esta sociedad, en esta nación.

Ese martirio ―hasta aquí estábamos hablando de los funerales― es en sí mismo un signo del poder divino que ha sellado la deshonra de EE. UU., del desprestigiado Gobierno norteamericano. Han asesinado a una persona que era el más famoso y más potente comandante de la lucha antiterrorista. El mártir Soleimaní era en verdad el más poderoso comandante de la lucha contra el terrorismo en esta región, y era reconocido como tal. ¿Qué otro comandante tiene la fuerza necesaria para hacer las cosas que él hizo? El mártir Soleimaní penetra en helicóptero en una zona completamente acorralada por el enemigo, en la que hay jóvenes válidos que se han quedado solos, sin comandante, y, al posarse sus ojos en Hach Qasem Soleimaní, cobran fuerzas, recuperan la moral y la motivación, rompen el cerco y hacen huir al enemigo. ¿Quién puede hacer cosas así? Han asesinado al comandante más poderoso y célebre de la lucha antiterrorista en la región. Pero no se encararon con él en el campo de batalla, sino que el Gobierno de EE. UU. ha cometido el crimen actuando como hacen los ladrones cobardes, y luego han admitido ellos mismos el crimen, haciendo aun mayor su propio deshonor. En esta región, hasta que ha sucedido esto, este tipo de asesinatos eran propios del régimen sionista. Asesinaron al líder de Hamás y dijeron que habían sido ellos; asesinaron al líder de Yihad Islámica y dijeron que habían sido ellos; asesinaban y decían que eran ellos los asesinos. En cuanto a los estadounidenses, han matado a mucha gente. En Irak, en Afganistán y en otros lugares han matado y asesinado todo lo que han podido, pero no reconocían sus asesinatos. Aquí sí han admitido que han asesinado, por boca del propio presidente de EE. UU. Es Dios el Altísimo el que les da un golpe en la nuca para que confiesen, y han confesado ser terroristas. Han confesado un asesinato, un atentado terrorista. ¿Qué deshonra mayor que esa?

También es digna de reflexión la poderosa respuesta de la Guardia Revolucionaria. Por una parte, tenemos el Día de Dios de los funerales y el gran martirio de nuestro querido mártir y, por otro, la poderosa reacción de la Guardia Revolucionaria, que como digo es digna de meditarse. Ha supuesto un golpe para Estados Unidos: un golpe en el plano militar, por supuesto ―y un golpe con consecuencias―, pero, más importante y por encima de eso, ha supuesto un golpe para el prestigio de EE. UU., para la reputación de superpotencia de EE. UU. (Exclamaciones de «¡Dios es grande!» entre los asistentes). EE. UU. lleva años recibiendo golpes en Siria, en Irak, en el Líbano, en Afganistán… a manos de la poderosa Resistencia, pero este golpe ha sido superior a todos ellos. Este ha sido un golpe a la reputación y el prestigio de EE. UU., y es un golpe que no se puede compensar de ninguna manera. Ahora han anunciado la imposición de sanciones y van a incrementar los embargos, pero eso no puede devolverle a EE. UU. la reputación perdida. Esa es la particularidad de esa poderosa respuesta, y se trata de un aspecto de la ayuda divina, que es una respuesta a la lucha abnegada.

¡Queridos hermanos que habéis venido a rezar! El ijlás ―la pureza y la sinceridad en la entrega de uno mismo― trae bendiciones. Allá donde haya esa abnegación, Dios el Altísimo la bendice en sus criaturas sinceras, sus obras resultan bendecidas, crecen y se desarrollan de tal modo que sus efectos alcanzan a todos y esas bendiciones perduran entre la gente. Ese es el resultado de la abnegación. Es ese amor, esa fidelidad de la gente, esas lágrimas y esos suspiros, esa presencia del pueblo y la renovación de su espíritu revolucionario. Pero para potenciar ese tipo de acontecimientos, valorarlos y reconocer su importancia habrá que pensar en los queridos mártires Hach Qasem Soleimaní y Abu Mahdi como una sola persona, como una sola corriente. Veamos a nuestro querido general mártir como una corriente, un camino y una escuela de aprendizaje, y entonces es cuando quedará clara la importancia de lo sucedido. En ese momento se aclarará la importancia y el valor de este acontecimiento.

No pensemos en la Fuerza Qods como un organismo meramente administrativo, sino como una institución intrínsecamente humana, en la que hay una gran motivación luminosa y personal. Si lo hacemos, esas concentraciones populares, con esos homenajes y ese enaltecimiento, adquirirán otro significado. Por supuesto, sobre fundamentos ideológicos dirigidos hacia objetivos divinos descansa la totalidad de las Fuerzas Armadas ―el CGRI, el Ejército y el Basich―, sin duda. La cuestión actual de nuestro país es esa: la infraestructura ideológica de todos nuestros cuerpos armados son esos objetivos divinos de gran elevación. Pero, además, la Fuerza Qods es un cuerpo que actúa con magnanimidad en su trato con todos y en todas partes. Son combatientes sin fronteras. ¡Combatientes sin fronteras! Combatientes que acuden allá donde sea necesario para proteger la dignidad de los desfavorecidos, convirtiéndose en fuerza protectora de lo sagrado y de los recintos de la sacralidad. Así es como debe entenderse la Fuerza Qods. Además, esas personas que van arriesgando sus vidas y poniendo todas sus fuerzas al servicio de otras naciones y de los débiles del entorno regional alejan de nuestro país la sombra de la guerra, el terrorismo y la devastación. Una parte sustancial de la seguridad de nuestra querida patria es fruto de la labor de esos jóvenes devotos que han trabajado con denuedo durante años a las órdenes de nuestro querido general mártir. Es gente que lleva seguridad allá donde va, y que se la aporta también al país. Sí, van en auxilio de Palestina, de Gaza y de las demás zonas en las que se los necesita, pero crean también seguridad para nuestro propio país. Cuando EE. UU. ha pertrechado a un enemigo no lo ha hecho por Irak o por Siria, sino, en último extremo, contra Irán, nuestro querido Irán. No crearon a Daesh solo para que dominase Irak, sino que el objetivo principal y definitivo era Irán. Querían, de esa manera, sumir en la inseguridad y la zozobra nuestra seguridad, nuestras fronteras, nuestras ciudades y a nuestras familias. Si se detuvieron, fue gracias a la ayuda de esos queridos jóvenes devotos, que fueron y realizaron ese gran esfuerzo.

Aquellos engañados que un día gritaron «¡Ni Gaza, ni Líbano!» no solo no han dado la vida por Irán, sino que jamás han renunciado siquiera a su confort y sus intereses por el bien del país. De hecho, quienes sí han sacrificado sus vidas por Irán son mártires como el general Soleimaní, que, cuando hacía falta defender el país, aceptaron poner sus vidas en peligro y partieron hacia el campo de batalla para defender el país, para defender Irán. Son esos los que pueden decir que defienden la seguridad del país y de la nación. Son su sacrificio y su abnegación los que se han mantenido tal cual en todas las etapas del camino. De manera que es con esa perspectiva que se puede conocer al pueblo iraní, su espiritualidad y su interior secreto, el interior de la gente que ha salido a la calle, los millones de personas que desfilaron ante el cadáver de ese ser querido en Teherán, en Qom, en Kermán y en Juzestán, igual que el de aquellos que lo vieron de lejos y derramaron lágrimas, o aquellos que hicieron duelo desde la distancia en distintas ciudades ―realmente, en esta gran prueba han mostrado su presencia decenas de millones de toda la población nacional―. Desde ese punto de vista, toda la nación es igual, sea cual sea el partido, facción, colectivo, grupo étnico o zona geográfica a los que se pertenezca. Defienden la Revolución, la soberanía islámica, la firmeza frente a la injusticia y el rechazo a la codicia de los arrogantes Estados colonialistas.

La nación iraní ha mostrado que defiende con valentía la línea de la lucha, que es amor lo que profesa a los símbolos de la Resistencia y que es partidaria de resistir, no de rendirse. Aquellos que pretenden hacer ver otra cosa sobre nuestra gran nación a la gente, a la opinión extranjera o a la de dentro del propio Irán no son francos y sinceros con el pueblo. El pueblo es ese, partidario de la firmeza, de la Resistencia y de alzarse frente a la prepotencia de los enemigos.

Esos payasos de EE. UU. que mienten de la manera más ruin diciendo que están junto al pueblo de Irán, ¡que vean quiénes son ese pueblo de Irán! ¿Acaso son el pueblo de Irán esos centenares de personas que ultrajan el retrato de nuestro glorioso general mártir? ¿O lo son las inmensas multitudes de millones de personas que se exhiben en las calles? (Se corean eslóganes entre el público). Los portavoces del malvado Gobierno de EE. UU. repiten sin cesar que están al lado del pueblo de Irán. ¡Mienten!  Y, si estuvieren al lado del pueblo de Irán, sería para clavarle en el pecho su puñal envenenado, por más que hasta ahora no lo hayan podido hacer, ni podrán tampoco en el futuro, ni poco ni mucho ni nada! (Se corean eslóganes entre el público). En este suceso la nación iraní se ha mostrado, ha exhibido cómo es en el fondo, ha enseñado cuáles son sus fundamentos ideológicos y sus auténticos sentimientos. Y es en realidad ese grito de venganza del pueblo que se ha oído en todo el país el verdadero combustible de los misiles que ha aplastado la base de EE. UU. (Exclamaciones de «¡Dios es grande!» entre los asistentes).

Otro punto que debe tenerse en cuenta respecto a la importancia de los Días de Dios es que Dios el Altísimo dijo a Moisés: «Recuérdales los Días de Dios» (Sagrado Corán, 14:5). Los Días de Dios deben permanecer en el recuerdo de la gente. Hay quienes intentan que los críticos Días de Dios de estas semanas queden relegados al olvido planteando otros asuntos, por si pueden así eclipsar su recuerdo.

Uno de esos asuntos es el lamentable incidente de la caída del avión. Ciertamente, la caída del avión ha sido un incidente amargo que nos ha abrasado verdaderamente el corazón. La pérdida de esos queridos jóvenes, de nuestra buena gente y de otras personas que estaban aquí procedentes de otros países ha sido un suceso amarguísimo. De eso no cabe duda. Sin embargo, hay quienes, siguiendo la dirección de canales televisivos de EE. UU. y emisoras de radio inglesas, intentan presentar las cosas de tal modo que caiga en el olvido lo sucedido en los Días de Dios a raíz del gran martirio de esos dos queridos mártires. Han intentado obrar de tal manera que pensaban que iban a hacerlo olvidar. Es gente en la que uno no siente apego alguno a los intereses nacionales ni a lo que favorece al país. Resulta realmente chocante. Bien, algunos de ellos son jóvenes, se dejan llevar por las emociones, los engañan… pero otros no, y no son jóvenes. Lo que uno ve es que carecen en absoluto de toda disposición a discernir cuál es el interés nacional, comprenderlo y defenderlo. De sus bocas salen justo las palabras que quieren los enemigos, y en sus actos se ve lo mismo. A mí me gustaría decirles que, en la misma medida en que a nosotros nos ha apenado y nos ha dejado un dolor en el corazón el incidente de la caída del avión, nuestro enemigo se ha alegrado de ese incidente, figurándose que se han hecho con un pretexto con el que poder poner en entredicho a los Guardianes de la Revolución, a las Fuerzas Armadas iraníes y el sistema de la República Islámica. Eso es lo que querían hacer, eclipsar si pueden los otros grandiosos sucesos. Se equivocaron. «Y conspiraron y Dios conspiró. Pero Dios es quien mejor trama» (Sagrado Corán, 3:45). Conspiraron, sin saber que sus tretas no tienen efecto alguno frente al poder del Creador y que no tienen esa capacidad. Lo sucedido en el Día de Dios del cortejo fúnebre del mártir y en el Día de Dios del embate a la base norteamericana no desaparecerán de las mentes de este pueblo, sino que esos recuerdos estarán día a día, si Dios quiere, más vivos.

En este punto, debo expresar una vez más a los afectados por esta calamidad mis más sentidas condolencias ―el dolor es compartido―, y dar las gracias a esos padres y a esos allegados en duelo que, pese a tener los corazones anegados por el dolor y la aflicción, se han mantenido firmes frente a los complots y las insinuaciones de los enemigos y han tomado posición hablando en sentido contrario al deseado por ellos. La madre de uno de esos mismos seres queridos que iban en el avión me ha escrito una carta en la que dice: «Nosotros nos mantenemos firmes con la República Islámica y con lo que lo mueve a usted». Eso requiere valentía. Requiere entendimiento y lucidez, y uno siente verdadera reverencia y admiración ante tales personalidades.

Déjenme decirles también que otra de las cosas con que quieren eclipsar esos grandes acontecimientos es lo que han hecho esos tres Gobiernos europeos ―el pérfido Gobierno de Inglaterra, el Gobierno de Francia y el Gobierno de Alemania―: amenazar a Irán con llevar de nuevo el expediente nuclear al Consejo de Seguridad. Afortunadamente, los responsables del país han respondido con rotundidad; les han dado una respuesta vigorosa. Esos tres países son los mismos que, durante la guerra que se nos impuso, ayudaron cuanto pudieron a Saddam Husein. El Gobierno alemán puso a disposición de Saddam Husein herramientas, instrumental y sustancias químicas para que atacara con ellas ciudades y líneas de frente. Los efectos perduran aún entre nuestros antiguos combatientes. El Gobierno de Francia puso a disposición de Saddam Husein aviones de guerra Super Étendard para atacar nuestros barcos petroleros. Esos son los antecedentes de esa gente. El Gobierno inglés se puso con todo su ser al servicio de nuestros enemigos, al servicio de Saddam. Esa gente es así; esos son sus antecedentes y así es como actúan hoy en día. Uno debe tenerlo en cuenta al pensar en ellos.

Un servidor lo dijo desde el principio, cuando, tras la salida de EE. UU. del Plan Integral de Acción Conjunta, esos tres Gobiernos hablaban y hablaban, haciendo declaraciones grandilocuentes. Entonces ya dije que no tenía confianza en ellos, que no iban a hacer nada, que estarían al servicio de EE. UU. Hoy está ya completamente claro. Transcurrido más o menos un año, se ha visto que esa gente son, en el verdadero sentido de la palabra, lacayos de EE. UU. Son lacayos de EE. UU. ¡Y esos Gobiernos miserables esperan poner de rodillas a la nación iraní! Cuando EE. UU., que es mayor que ellos, que va delante de ellos y es su amo, no ha sido capaz de arrodillar a la nación iraní, ellos, que son más pequeños, ¿cómo quieren ponerla de rodillas? (Exclamaciones de «¡Dios es grande!» entre los asistentes). Esa gente, hasta cuando negocia, sus negociaciones están manchadas de timos y engaño. Esas personas que se presentan tras la mesa de negociaciones, esos gentleman de la mesa de negociación son los mismos que los terroristas del aeropuerto de Bagdad. Los mismos. No hay diferencia. Se cambian de ropa. Puños de hierro fundido cubiertos de terciopelo. Cuando se sacan los guantes de terciopelo, muestran cómo son en realidad. Pero el fondo es el mismo. No hay ninguna diferencia. No son personas de las que uno pueda estar seguro.

Ahora, una vez que él pueblo iraní se ha dado cuenta de lo sucedido y ha valorado su importancia, ¿qué tenemos que hacer? Lo voy a decir en pocas palabras: los esfuerzos de la amada nación iraní deben ir dirigidos a fortalecerse (Exclamaciones de «¡Dios es grande!» entre los asistentes). El único camino que se abre a los pies de la nación iraní consiste en fortalecerse. Debemos esforzarnos por hacernos más fuertes. No nos dan miedo negociar ―con EE. UU. no, claro; con los otros―, pero no desde una posición de debilidad, sino de fuerza. Gracias a Dios, fuerza tenemos y, Dios mediante, tendremos aun más. Por supuesto, no se trata solo de fuerza militar. Quien dice fuerza no dice fuerza militar. Debe fortalecerse la economía nacional; la dependencia del petróleo debe terminar; hemos de librarnos de la dependencia de nuestra economía del petróleo. El salto adelante científico y tecnológico debe continuar. Y el sostén de todo esto es la presencia en el escenario de nuestro querido pueblo. Los esfuerzos del pueblo y de los responsables gubernamentales deben estar centrados en que el país y la nación se hagan más fuertes, con unidad, con presencia, con paciencia y perseverancia, con trabajo duro y absteniéndose de holgazanerías. Si eso se hace, Dios mediante, por la gracia de Dios, la nación iraní llegará a un punto, en un futuro no muy lejano, en el que los enemigos ni se atreverán a amenazarla (Exclamaciones de «¡Dios es grande!» entre los asistentes).

«En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso, juro por la época que, en verdad, el ser humano va hacia su perdición, excepto aquellos que creen y realizan buenas acciones y se aconsejan unos a otros la Verdad y se aconsejan unos a otros la paciencia» (Sagrado Corán, 103).

 

Segundo sermón

En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso

Alabado sea Dios, Señor de los Mundos, y vayan los rezos y la paz con nuestro maestro y profeta Abulqásim al-Mustafa Muhammad y su familia pura, en especial con el Príncipe de los Creyentes; su amada Fátima al-Zahra al-Marzia; Al-Hasan y Al-Husain, maestros de los jóvenes del Paraíso; Alí ibn al-Husain Zain al-Abidín; Muhammad ibn Ali al-Baqir; Yaafar ibn Muhammad as-Sadiq; Musa ibn Yaafar al-Kadim; Ali ibn Musa al-Riza; Muhammad ibn ali al-Yawad; Ali ibn Muhammad al-Hadi; Al-Hasan ibn Ali az-Zaki al-Askari; y al-Huyya ibn al-Hasan al-Qaim al-Mahdi, con todos ellos las bendiciones de Dios.

Os llamo, siervos de Dios, al temor de Dios.

Una vez más, invito a todos los hermanos al temor de Dios. Prestemos atención al temor de Dios en nuestras palabras, nuestros actos, nuestro comportamiento, en el trato, en la expresión de los estados de ánimo, en todo eso. Prestemos atención a la satisfacción de Dios. Voy a tocar dos temas muy brevemente y luego me dirigiré algo más a los hermanos árabes.

De esos dos breves apuntes, el primero concierne al incidente del avión, por el que vuelvo a expresar mi pésame y mis condolencias. Quedan algunas cuestiones por aclarar. Doy las gracias a los comandantes del CGRI por sus explicaciones y por comunicar ciertas cosas a la gente, pero el incidente debe tratarse, y deben prevenirse con diligencia incidentes similares. Que se trate es importante, pero más importante que tratar es prevenir que se repitan incidentes similares.

El segundo tema es relativo a las elecciones. Un servidor tendrá, si Dios quiere, ocasión de hablar de ellas, pero lo que quiero decirles hoy, queridos hermanos, querido pueblo de Irán, es lo siguiente: la presencia del pueblo iraní es el principal factor de poder, y esa presencia se da en numerosos lugares. Uno de los más importantes son las elecciones. La participación del pueblo en las elecciones es una garantía de seguridad para el país que hace desesperar al enemigo. Lo que se intenta con estratagemas de todo tipo es no dejar que la gente acuda a las urnas con entusiasmo. Lo que yo les digo es que la gente tiene que participar en las elecciones con fervor y entusiasmo. En fin, hay una serie de cuestiones diversas en relación con las elecciones, incluidas algunas advertencias, que, si Dios quiere, habrá ocasión de abordar en el futuro, si seguimos en vida. Hoy apenas quería apuntar a lo principal del asunto: tengan cuidado de que el enemigo no vaya en un momento dado a lograr poner en práctica su deseo en este campo con unas elecciones desanimadas y carentes de dinamismo.

 

Sermón en árabe

En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso

Alabado sea Dios, Señor de los Mundos, y vayan las bendiciones de Dios a Muhammad, su familia pura y sus compañeros selectos.

Quisiera, en este momento crítico de la historia de esta región, dirigirles unas breves palabras a ustedes, hermanos árabes. Estos días han alcanzado el martirio, a manos de militares mercenarios estadounidenses y por orden del presidente terrorista de EE. UU., un valiente gran general iraní y un sacrificado y leal combatiente iraquí. El crimen se perpetró con la máxima de las cobardías, sin plantar cara en el campo de batalla. El general mártir Soleimaní era una persona que acudía con un arrojo ejemplar a las líneas avanzadas del frente en los lugares más peligrosos y combatía valerosamente, siendo él una de las causas que más influyeron en la derrota de los terroristas de Daesh y similares en Siria e Irak. Los estadounidenses, no osando plantarle cara en buena lid, lo atacaron cobardemente con un avión cuando estaba en el aeropuerto de Bagdad, invitado por el Gobierno iraquí, y vertieron al suelo su sangre purificada y la de sus compañeros. Fue la enésima vez en que la sangre de los hijos de Irán e Irak se mezcló y se derramó por la causa de Dios.

El CGRI iraní ha asestado por el momento un golpe de reciprocidad machacando con sus misiles la base norteamericana y tirando por los suelos el prestigio y la reputación de ese Estado inicuo y arrogante ―si bien el verdadero castigo consiste en su expulsión de la región―. El pueblo iraní ha despedido a esos dos grandes combatientes con concentraciones de decenas de millones de personas; el pueblo iraquí les ha rendido todos los honores fúnebres en numerosas ciudades; y, en muchos otros países, la gente ha manifestado sus condolencias manifestaciones apasionadas.

Se han hecho muchos esfuerzos interesados por sembrar desconfianza entre las naciones de Irán e Irak, gastando en ello muchísimo dinero y empleando a personas irresponsables. Se ha hecho propaganda maliciosa contra el pueblo iraquí en Irán y en Irak contra el pueblo iraní. Este gran martirio ha anulado todos esos esfuerzos satánicos e insinuaciones diabólicas.

Lo que quiero decirles es que la fuerza islámica ―la fuerza de ustedes y de nosotros― puede imponerse a las apariencias imponentes de las corruptas potencias materialistas. Las potencias occidentales lograron, apoyándose en su ciencia, su tecnología, sus armas de guerra y su propaganda falaz, dominar con ardides políticos a los países de esta región y, cada vez que se han visto obligadas por un movimiento popular a salir de un país, han seguido conspirando y han mantenido la infiltración de sus servicios de inteligencia todo lo que han podido, sin perder su dominación política y económica, además de colocar en el corazón de los países de Asia Occidental el tumor maligno que es el régimen sionista, disponiendo así una amenaza perenne a los países de la región.

Tras el triunfo de la Revolución islámica en Irán, ese régimen usurpador recibió duros golpes políticos y militares, tras lo cual tuvo lugar el encadenamiento de derrotas de la Arrogancia, con EE. UU. a la cabeza, de Irak y Siria a Gaza y el Líbano, y desde Yemen hasta Afganistán. Los medios de comunicación del enemigo acusan a Irán de hacer guerras a través de terceros. Es una gran mentira. Las naciones de la región se han despertado. La capacidad de Irán de resistir durante largo tiempo frente a las vilezas de EE. UU. ha hecho su efecto en el ambiente general y en el ánimo de los pueblos. El destino de la región es su salvación del arrogante dominio estadounidense y la liberación de Palestina de la soberanía de los extranjeros sionistas.

El esfuerzo de las naciones debe centrarse en acercar el momento de la llegada a ese objetivo. El mundo islámico debe eliminar los factores de división. La unidad de los ulemas descubrirá soluciones islámicas para el estilo de vida islámico moderno. La colaboración entre nuestras universidades ha potenciado la ciencia y la tecnología, y construirá las infraestructuras de la civilización moderna. La armonización entre nuestros medios de comunicación corregirá la cultura pública desde su raíz. La conexión entre nuestras Fuerzas Armadas alejará de toda la región la sombra de la guerra y la agresión. La conexión entre nuestros mercados sacará la economía de nuestros países de la dominación de las grandes compañías depredadoras. Las idas y venidas y los viajes de nuestra gente traerán consigo comunidad de lenguas y corazones, unidad y amistad. Los enemigos de ustedes y nuestros pretenden mantener sus economías con los recursos de nuestros países, su dignidad con la humillación de nuestras naciones y su primacía con nuestra división, y destruirnos a ustedes y a nosotros con nuestras propias manos.

Estados Unidos quiere a Palestina indefensa frente a los despiadados criminales sionistas, a Siria y el Líbano controlados por Estados subordinados y a sueldo de ellos, y a Irak y su riqueza petrolera, completamente bajo su control. Para alcanzar esos funestos objetivos, no rehúsa cometer las mayores injusticias y maldades. Ejemplo de ello son la dura prueba que ha atravesado Siria durante años, las sucesivas disputas en el Líbano y las provocaciones y sabotajes constantes en Irak.

Un caso con pocos equivalentes de esa creación de disputas en Irak es el asesinato flagrante del mártir Abu Mahdi, valiente comandante de las Unidades de Movilización Popular (Al-Hashd al-Shaabi), y del mártir Soleimaní, gran general del CGRI. Quieren alcanzar su meta infame en Irak provocando disputas, guerra civil y, en última instancia, la desintegración del país y la eliminación de sus elementos devotos, luchadores, dedicados al Yihad y patriotas. Ejemplifica su ruindad el que, después de la resolución del Parlamento iraquí para expulsarlos, ellos, que fingen defender la democracia, hayan dejado a un lado la cortesía y digan que están en Irak para quedarse y que no se van.

El mundo islámico debe abrir una nueva página. Las conciencias despiertas y los corazones fieles deben despertar en las naciones la confianza en sí mismas. Que todos sepan que el único camino de salvación para las naciones es actuar de manera previsora, perseverar y no temer al enemigo. Quiera Dios deparar a las naciones musulmanas su misericordia y su ayuda.

«En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso: En verdad, te hemos otorgado la abundancia. Así pues, reza a tu Señor y ofrece sacrificios. En verdad, es quien te odia el que no tendrá descendencia» (Sagrado Corán, 108).

Con ustedes la paz, la misericordia de Dios y Sus bendiciones.