Lo que esperaban los enemigos del Islam y los enemigos de Irán era que, después de un año, dos o cinco, la gente se cansara, se les olvidase y dejasen a un lado la Revolución, tal como ha sucedido con muchas revoluciones en el mundo. Y cuando digo “muchas”, en realidad, hay que decir todas. En las revoluciones que han ocurrido en el mundo en los últimos doscientos o doscientos cincuenta años, por lo que yo sé, ha sido así en todas partes. Pasado un tiempo, las aguas retornan a su cauce, la ola revolucionaria remite, se acaba y las cosas vuelven a su estado anterior. Un servidor fue en su etapa de presidente de la República a un país revolucionario en el que hacía entre siete y diez años que habían hecho la revolución. Cuando fuimos allí, el presidente de aquel país era uno de los que la habían hecho. Cuando entré al lugar donde nos llevaron para una invitación como huésped y demás, vi que la situación era exactamente la misma de los tiempos del gobernante colonial anterior ―que era portugués, porque aquello había sido colonia de Portugal―. Vivía de la misma manera, la situación era exactamente la misma, tanto en los protocolos externos como en las formas de respeto y la educación. Nada había cambiado. Al principio, cuando llegaron al poder, no era así. Luego, progresivamente, fueron sucumbiendo a las maneras de los déspotas arrogantes de antes de ellos, y reinstauraron la misma situación. Pero la Revolución islámica no sucumbió. La República Islámica no sucumbió. Las personas que querían imponer a este país y a esta revolución las costumbres, las tradiciones y las maneras de antes no fueron capaces de ello, y la Revolución sigue hablando de Islam, de independencia, de resistencia, de desarrollo endógeno del país y de justicia, y se esfuerza y trabaja en pos de esos grandes objetivos. Las cuestiones de la Revolución son todas esas. Son esas las cosas importantes. Eso es una realidad. 06/03/2014